explicación del salmo 1 nube de palabras

En el número de agosto de 2009 de la revista Sings of the Times, Neal Becker narra una fábula graciosa, pero sabia.

Dice que cierto día un perrito estaba persiguiendo su cola con gran afán y empeño, cuando fue avistado por un perro de mayor edad. 

—¿Por qué persigues tu propia cola?

—He escuchado que en ella está la felicidad ‒le dijo el cachorrito‒. Así que la perseguiré hasta alcanzarla.

—Hubo un tiempo cuando yo también perseguía mi cola ‒le contestó el canino más longevo‒, pues había escuchado eso de que la felicidad de un perro se halla en su cola.

—¿Y lograste alcanzarla? ‒le preguntó con interés el perrito.

—Después de perseguirla por muchos días, descubrí que cuanto más intentaba alcanzarla, tanto más se alejaba de mí; pero cuando dejé de perseguirla y me dediqué a mis asuntos diarios, entonces ella me seguía a todas partes.

Muchos son los que, sin saberlo, andan por la vida en busca de la felicidad; sin hallarla nunca. Parece que cuando más sienten que se aproximan a ella, más lejos están en realidad.

El salmo 1 comienza, de hecho, con una “bienaventuranza”. ¿Confirmará de alguna manera su mensaje el consejo de aquel perro anciano?

Salmo 1

También llamado “Salmo del umbral”, el salmo 1 ha atraído de forma renovada la atención de los académicos desde hace algunas décadas, como se observa en una revisión de la bibliografía sugerente. 

Esto debido a su posición inicial en el salterio, su carácter sapiencial o didáctico unido a la esencia de su mensaje que ha sido considerada como fundacional para el resto de los temas que se tratan en toda la colección, lo intrigante de su calidad de huérfano (sin sobre escrito), entre otras razones.

La recurrentemente presentada opinión erudita es que los salmos 1 y 2 sirven como introducción a todo el salterio. 

Ambos  abordan dos temas que brindan forma y razón de ser a Israel como pueblo y que agrupan alrededor de sí todos los salmos: la torá (salmo 1), y el Mesías (salmo 2). Ninguno de los dos tiene sobre escrito, y viéndolos como una unidad, comienzan y terminan con la expresión “bienaventurado” (1:1, 2:12). 

Particularmente llama mi atención que el Salterio no comience con una súplica o una alabanza, sino con una instrucción. Es un salmo sapiencial, impregnado de toque proverbial, escrito probablemente con la intención precisa de que sirviera como introducción al Salterio, posterior a estar terminada la colección. 

¿Y cuál es el argumento? Se puede decir que el salmo define cuáles son los únicos dos caminos posibles en la vida. Distinción que inmediatamente influenciará, y a la vez se evidenciará, en todo el resto del Salterio. 

El primer camino describe al hombre que gozará del favor de Jehová, el hombre feliz, y le compara a un árbol frondoso. El otro al impío cuya senda perecerá, comparándole con el tamo que arrebata el viento.

La estructura de la composición básicamente está dividida en 2 estrofas. La primera (vv. 1-3) comienza presentando 4 características del «creyente ideal» de Dios, 3 en forma negativa y una en forma positiva (vv. 1-2), y luego ilustra las consecuencias que se evidenciarán en la vida del creyente tal (v. 3).

Esta primera estrofa se enfoca en el primer camino, el camino del bien y la felicidad, y menciona el segundo únicamente para explicar las cualidades del hombre recto a manera de contraste (v. 1).

La segunda estrofa, mientras tanto, se enfoca en el camino del malvado, aunque la presentación rompe con la simetría perteneciente a esta clase de contraposiciones de dos corrientes. Pues, en lugar de describir las acciones del malvado, simplemente se da por sobreentendido que constituye lo contrario al camino del justo.

Acerca de ellos únicamente se explican los resultados de su proceder (vv. 4-5); explicación en la cual los justos aparecen en segundo plano, nuevamente a manera de contraste. 

Finalmente, el último verso denota una perfecta simetría que contrasta cara a cara el desenlace final de ambos caminos con un sentencioso paralelismo antitético.

Explicación del texto

Bienaventurado. ¡Felicidad! ¡Dicha! ¡Gozo! Los hombres van por la vida buscando estos bienes tan preciados, sin encontrar el valioso tesoro. Como el perro corre tras su cola sin éxito, corre el hombre en busca de la felicidad sin hallarla.

El libro de los salmos menciona 26 veces el término ashre, que es traducido en casi todas ellas como “bienaventurado” o “dichoso”. Así que los salmos tienen mucho para decir sobre la felicidad.

¿Sabes dónde está la verdadera dicha? El libro de los salmos contesta desde su primera palabra: es bienaventurado el hombre que decide participar de la vida de Dios. Recorrer el camino de la justicia y  el amor, respetarle y obedecerle con integridad.

Al igual que el salterio, el sermón del monte también comenzó con la palabra “bienaventurados”. Y como bien lo hace notar la Biblia de estudio de Andrews, es evidente que Jesús tenía en mente el libro de los salmos cuando pronunció sus 8 “bienaventuranzas”: 30 referencias a los pobres (“Pobres en espíritu”), “los que lloran” se identifican con los salmos de lamentación, los mansos (37:11), los que tienen hambre y sed de justicia (42:2, 63:1), los misericordiosos (18:25), limpio corazón (24:4), etc…

No tienes por qué seguir viviendo en desdicha, ¡hay un mapa que conducirá al hombre en felicidad plena! Y Dios sabe cuál es la ruta. No se lo ha reservado para sí, lo ha compartido con nosotros. Tenemos suficiente guía en las escrituras, y de manera especial en los salmos, para comprender qué necesita el ser humano para ser “bienaventurado”.

El primer paso en el rumbo correcto, expuesto en este salmo, precisa aceptar la propuesta de vida que hace el Padre. Propuesta condensada en los versos 1 al 3. Porque andando en ese camino, experimentamos la plenitud de vida.

El hombre bienaventurado, según la propuesta de Dios, no hace 3 cosas: 1) no anda en consejo de malos, 2) no se detiene en camino de pecadores, 3) ni se sienta en silla de escarnecedores. 

Esta secuencia demuestra ser un orden progresivo en acciones por el uso de los verbos. Describe el proceder del que se está apartando de la senda de la justicia, que, en primer lugar, presta su oído a escuchar el consejo de los rebeldes, andando en sus malos caminos; luego se detiene para imitar a los pecadores en sus malos hábitos, y comparte sus pensamientos e intenciones; hasta que finalmente se sienta para unirse con los que abiertamente han rechazado a Dios y se mofan de él.

El hombre piadoso y bienaventurado rehúye a la más mínima insinuación de mal. Definitivamente no podrá ser prosperado ni feliz aquel que voluntariamente se coloca del otro lado del cerco divino, ¡allá sólo hay desdicha y muerte! ¡Placeres momentáneos que dejan el corazón vacío y herido! El justo, al contrario, aborrece lo que Dios aborrece (Salmos 139:21).

¡Bendito será el hombre que piense, hable y obre así! Así que levántate de la silla y vuelve tras tus pasos, pide a Dios te encamine en la justicia, y abraza con ella la felicidad que él ofrece.

En la ley está su delicia. Evitar el mal es una característica formulada de manera negativa del «creyente ideal», pero no lo resume todo. Si sólo llegamos hasta allí no somos creyentes, sino que nos convertimos en ermitaños, ascetas, antisociales y demás. Lee bien: la vida feliz de Dios es mucho más que no pecar.  

Sin embargo, no podemos suponer que es posible ser un hombre justo y bienaventurado y aun así seguir viviendo en el pecado. Espiritualidad sin santidad es puro cuento, pero “santidad” sin espiritualidad no es más que penitencia.

Ahora el salmista resume toda una cantidad de características positivas del «creyente ideal» en una sola: él encuentra su delicia en la “ley de Jehová”, y medita en ella de día y de noche.

Torá (“ley, instrucción”) aquí no se refiere únicamente a los mandamientos del pentateuco. Es difícil encontrar a alguien que se complazca en meditar en las leyes de la gaceta oficial, por ejemplo. Más bien debemos interpretar el término como refiriéndose a la voluntad revelada de Dios, incluidos en ella los escritos bíblicos que existían para la fecha.

Ahora bien, buena parte de los cristianos que hoy en día consideran la “ley” un problema, deben hallar muy ruidoso este texto (lo mismo que Salmos 19:7-8; 119:1, 16, 35, 47, 97; Proverbios 29:18). «¿Cómo puede encontrar alguien deleite en la ley?».

Bueno, la respuesta a esa pregunta en buena manera aclara la importancia y la vigencia de la ley para nosotros en el presente. Cuando la voluntad de Dios revelada en el AT ‒incluido el Pentateuco‒ es meditada desde un punto de vista no legalista, sino fundamentado sobre la gracia, se encuentra en ella riqueza, virtud y salvación. 

Por eso el salmista pudo decir que “La ley de Jehová es perfecta; convierte el alma” (Salmos 19:7). Dedicar tiempo a pensar en las cosas del Señor, en el porqué de sus mandatos, en las narrativas de sus actuaciones, en su proceder para con los hombres, en su consejo, su guía, su amor manifestado en cada página de la escritura ¡eso puede llegar a ser un deleite!

El hombre bienaventurado no sólo se aleja del mal, sino que descubre todo un universo de beneplácito y placer en la meditación de las cosas sagradas. Por su puesto, alguien que medite en el libro de Dios día y noche (Josué 1:7-8, Salmos 63:6, 77:12) pronto comenzará a dar frutos (Salmos 40:9, 37:30-31).

Así que esta característica del piadoso hombre de Dios involucra la manera cómo asume la vida de fe: se deleita en ella; pero no en una experiencia meramente subjetiva y emocional, pues su deleite es el estudio de la ley de Dios. La medita de día y de noche, lo que implica que la hace parte integral e innegociable de su vida. Y esa meditación llena, en última instancia, su accionar y su pensar de los principios de la ley. 

Este hombre no sólo se ha apartado del pecado, sino que se goza de la justicia y la verdad. Sus palabras podrían ser como las del autor del salmo 73: “fuera de ti nada deseo en la tierra” (73:25).

Será como árbol plantado. La vegetación es una imagen común en la Biblia para hablar de los seres humanos, y en especial del pueblo de Dios. En esta ocasión, el hombre que se aparta del mal y se goza de la vida de Dios es visto, en consecuencia, como un árbol plantado, frondoso y fructífero (ver Jeremías 17:5-8).

La imagen denota prosperidad y paz. Un árbol plantado junto a corrientes de aguas tiene asegurado el crecimiento, larga vida, belleza y buenos frutos (Números 24:6, 92:12-14). 

Dios propicia este ambiente de abundancia y plenitud, pues los canales de riego que imparten vida al árbol no pueden ser otra cosa que la torá. Dios es el agente activo detrás de su bonanza. Prosperidad que abarca todas las áreas de su vida. 

Pero el buen árbol plantado por Dios no solo se alimenta, también produce “fruto”. De aquí se infiere lo que ya habíamos comentado al explicar el verso dos: que la justicia de la ley llega a formar parte de su carácter produciendo abundantes frutos de misericordia y amor. ¡Esa es la imagen del hombre feliz de Dios!

No así los malos. La segunda estrofa cambia de inmediato la escena de bonanza y sosiego. El árbol seguro y firmemente plantado ha desaparecido, y ahora nos hallamos en una colina acariciada por las ráfagas de viento, donde algunos agricultores israelitas están trillando el grano, para limpiarlo del tamo. 

En contraste con la vitalidad, la riqueza y la hermosura del árbol, se presenta la vida de los malvados como el tamo destinado a ser llevado por el viento sin un rumbo fijo (Job 21:18, Salmos 35:5), sin destino, sin esperanza de llegar a ser jamás algo de valor. 

Así es la vida del infiel. Puede que el árbol parezca encadenado a un solo lugar, mientras que el tamo es libre; pero semejante libertad es una fachada: el infiel es esclavo de una vida destinada a perecer; mientras que el árbol disfruta de la rica vida de Dios.

No se levantarán los malos. Llegamos entonces al fin de los dos caminos. Aunque diferentes, ambos convergen en el mismo lugar: el juicio de Dios. Sea cual sea el rumbo que escojamos transitar, al final tendremos que presentarnos delante del Rey y Juez del universo para recibir nuestra herencia.

Pero más que “levantarse” el verbo utilizado tiene que ver con permanecer de pie. Se nos dice que los malos no podrán resistir en el día del juicio (Apocalipsis 6:17), es decir, no serán hallados dignos de pertenecer a la “congregación” de los justos. Muy diferente a éstos, que podrán levantarse y permanecer de pie delante del juez de toda la tierra (Salmos 16:10-11, Daniel 12:13, Apocalipsis 7:9).

La vida de los impíos es tan valiosa e intrascendente como el tamo, y de la misma manera será su final. 

La “congregación de los justos” se refiere en primera instancia al pueblo del pacto de Dios, pero más plenamente a la reunión de todos los redimidos (Hebreos 12:23). Siendo que los pecadores no tendrán parte en ella ‒serán colocados “a la izquierda” (ver Mateo 25:31-46)‒, el salmo concluye diciendo que su senda “perecerá” (v. 6). Su memoria será puesta en el olvido.

Su existencia llegará a ser como el tamo, del cual no queda rastro alguno.

Pero los que pertenecen a la congregación de los justos gozan de una condición diferente. Dios está activamente involucrado con ellos, conoce por completo su andar y esto es un gran privilegio perteneciente sólo a los que está heredando la salvación (Salmos 37:18, Juan 10:14, 2 Timoteo 2:19).

El justo está seguro porque su destino eterno depende de Dios, él es agente directo de su salvación. El infiel perecerá para siempre porque ha vivido su vida en otra sintonía; no ha conocido a Dios, y lo propio el Señor a él (Mateo 7:23).

Dos caminos, dos destinos. La justicia y la Torá aseguran felicidad y eternidad. La silla de escarnecedores y los caminos perversos desaparecerán como el tamo. Los primeros estarán con la congregación de los justos, de los segundos no quedará memoria.

¿Qué eliges? ¿Seguir persiguiendo la cola o la felicidad de Dios?

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