Hace poco mi mamá tuvo la oportunidad de traducir la historia de una pareja de jóvenes misioneras que recibieron la oportunidad de ir a dar a conocer a Jesús en Limbong, un poblado al sur de la isla Sulawesi, en Indonesia.
Después de un recorrido de 3 horas en carro, 5 horas en moto, y 8 horas a pie, ellas finalmente lograron llegar al lugar. Era algo muy distinto de lo que se esperaban, los habitantes eran indígenas de procedencia, y no entendían su dialecto.
Ellas no tenían idea de qué podían hacer allí para predicar el evangelio, así que se dedicaron a ayunar y orar a Dios durante dos días.
Rápidamente vieron su mano poderosa manifestándose en su favor. Algunos aldeanos enfermos les pedían que los visitaran, y aunque ellas no tenían conocimientos médicos, en oración prepararon remedios, se los dieron, y Dios obró milagros. Esto sucedió en varias oportunidades.
La gente en la aldea se sentía muy agradecida para con ellas, y les aconsejaron que por nada del mundo se acercaran a una casa del pueblo en particular, porque allí podrían intentar atentar contra sus vidas envenenándolas.
Ignorando los consejos recibidos, un día ellas acudieron a ese lugar, porque sentían que debían llevar la luz de Jesús a todos los hogares del poblado. Una señora como de 30 años les recibió muy alegremente, y de inmediato les invitó a comer y beber.
Cuando estuvieron frente a la comida, ellas miraban el plato y se daban con el codo diciendo: «come tú primero». Pero ninguna de las dos quería darle una probada. Finalmente preguntaron a la señora si podían orar a Dios. Cuando ella preguntó la razón, le dijeron que como cristianas preferían encomendar a Dios todo lo que hacían. Así que oraron, y comieron.
Al día siguiente la señora volvió a invitarlas a comer, y ellas volvieron a orar, comieron, y todo transcurrió sin problemas. Así continuaron haciendo durante dos semanas.
Después de ese tiempo, aquella mujer empezó a decir a algunos vecinos: “Estas jovencitas no son personas comunes, he estado envenenando su comida durante dos semanas, y nunca se enferman”.
Esa experiencia llamó tanto la atención de la gente de la localidad, e incluso fuera de ella, ¡que muchos venían para escuchar hablar del Dios de las misioneras!
De esa forma el testimonio de la señora que quiso causarles mal fue lo que dio mayor impulso al trabajo misionero de aquellas jovencitas; e incluso ella comenzó a recibir estudios bíblicos.
Los hijos de Dios podrán tener enemigos que atenten contra sus vidas, ¡pero el jefe sigue siendo el Señor!, él está sentado en el trono, y una sola palabra de él es suficiente para revertir todo lo malo que alguien planee en su contra.
Por esa razón, esta historia ilustra bien el mensaje del Salmo 11.
Salmo 11
Es posible que tú que lees este artículo, o alguien que conozcas, haya sufrido algún tipo de persecución. Pero, ojo, no me refiero a ser perseguido por los hombres/las mujeres, o los paparazzis, o la mala suerte. Sino persecución que representa verdadero peligro.
Si hay alguien que puede explicarnos con lujo de detalles qué significa ser perseguido, ese es el rey David. Es una opinión autorizada, pues, la mayoría de los salmos cuyo contenido se relaciona de alguna manera con persecución o peligros de muerte nos llegan de su pluma.
Y el Salmo 11 no es la excepción. El sobreescrito adjudica la autoría del poema a aquel que fue perseguido por el rey Saúl y sus secuaces, por sus enemigos extranjeros, y por su mismo hijo Absalón. ¡Así que no hay razón para dudar de su autenticidad!
En cuanto al trasfondo histórico, me inclino por la propuesta de una autora reconocida, que al comentar el relato del encuentro de Jonatán y su amado amigo David, cuando éste se hallaba en el desierto de Zif huyendo de Saúl (véase 1 Samuel 23:14-18), dice de la siguiente manera:
«Durante este tiempo, cuando había tan pocos puntos luminosos en el sendero de David, tuvo el gozo de recibir la inesperada visita de Jonatán […]. Los momentos que estos dos amigos pasaron juntos fueron preciosos. Se relataron mutuamente las distintas cosas de su vida, y Jonatán fortaleció el corazón de David […]
»Después de la visita de Jonatán, David animó su alma con cantos de alabanza, acompañando su voz con el arpa mientras cantaba: “En Jehová he confiado; ¿cómo decís a mi alma que escape al monte cual ave?…”» [Elena White, Patriarcas y profetas, pp. 717-718].
De esta manera, David habría compuesto el Salmo después de la partida de Jonatán de su lado. El ungido de Jehová se hallaba rodeado de peligros e intrigas, y como fugitivo huía de las acechanzas de sus enemigos con desesperación, pero en medio de esa tribulación encontró tranquilidad en la compañía de su amigo, quien le recordó la seguridad del amparo divino.
Fortalecido, y con fe renovada, entonó alabanzas a su Dios.
El Salmo se caracteriza por ser una composición impetuosa, con cortes abruptos de las ideas, y ausencia de transiciones en los cambios de sufijos pronominales en el hebreo. Lo que da como resultado una poesía sentenciosa, que aunque su género es una canción de confianza, su forma, especialmente a partir del verso 4, se asemeja a la tradición sapiencial.
En cuanto a la estructura, hay varios detalles interesantes por comentar.
Notamos que el nombre “Jehová” aparece al inicio (v. 1), al final (v. 7), y en el centro de la composición (vv. 4, 5, en estos últimos, al principio de las oraciones, que cambian a un formato pronominal). Lo que desde un principio nos sugiere que existe una organización intencionada.
Otro detalle interesante es advertido por Schokel [Luis Alonso Schokel, Salmos 1 al 72, p. 240], y es que el verso 7 recapitula y reúne el mensaje del Salmo al repetir todas las palabras clave de la composición. Así como la tríada Dios – justos – malvados (con un cuarto grupo anónimo, luego lo mencionaremos) constituye la esencia del mensaje del salmo, teniendo por centro el juicio divino.
Este centro es más evidente cuando observamos la estructura quiástica (a manera de la letra chi del alfabeto griego), que le da forma al escrito y hace resaltar el componente central:
A. Dios es el refugio del salmista (v. 1)
B. Los malos atacan a los justos (vv. 2-3a)
C. Los justos se hallan impotentes (v. 3b)
D. Dios investiga y juzga desde el templo celestial (v. 4)
C´. El juez está de parte de los justos (v. 5a)
B´. El juez está en contra de los malos, recibirán su merecido (v. 5b-6)
A´. Dios actúa con justicia, el recto será recompensado (v. 7).
La estructura nos ayuda a entender que el Salmo presenta un consuelo para las adversidades de los justos. Aunque ellos a veces sean impotentes frente a los acechos de los enemigos, la confianza en Dios, quien es también el Juez celestial, les garantiza el favor del Altísimo, la victoria al final del camino junto a la grandísima recompensa de ver su rostro.
Explicación del texto
Verso 1a.
La primera frase del pasaje es contundente. Una traducción literal sería “En Jehová me he refugiado”. Pero así, sin anestesia. Como si entrase a un cuarto con gente reunida, y al abrir la puerta simplemente dijese: «Yo he colocado mi confianza en Jesús».
El salmista comienza el Salmo de esta manera porque intenta transmitir un mensaje tan contundente como la frase que ha elegido: al haber elegido a Jehová por refugio, no puede contradecir su fe con acciones que digan que eso en realidad no es cierto.
Es decir, si he confiado en Jehová, ¿cómo podría apoyarme en el brazo humano para mi liberación? ¿O cómo podría huir, como si de la protección de las montañas dependiese? ¿Cómo podría arreglármelas para engañar o mentir, y evitar así los peligros? ¡Nada de eso! Yo he elegido a Jehová; y si en él he puesto mi refugio, me estaría engañando a mí mismo acudiendo a otros medios humanos en búsqueda de ayuda.
El salmista nos dice que ha elegido a Dios antes que a cualquier otra opción que aparentemente le prometiese seguridad.
En el mundo en el que vivimos parece natural afirmar confiar en Dios, a la vez que se elige un medio humano tras otro que pueda otorgar la paz que se desea. ¡Pero no podemos jugar para los dos bandos! Si solo Dios es objeto de nuestra adoración, solo Dios es también el objeto de nuestra fe.
Mas si solo podemos elegir un refugio, sería necesario hacernos la pregunta: ¿vale la pena confiar en Dios?
Versos 1b al 3.
Luego de la primera oración del verso 1, el salmista nos da a conocer los consejos que le habían sido dados por un grupo anónimo, que llamaremos sus “amigos”.
En el comentario introductorio al Salmo mencionamos que los personajes que resaltaban en el escrito eran tres: Dios, los justos y los malvados. Pero hay un cuarto grupo anónimo que participa, y cuya voz la escuchamos a través de los labios del salmista.
Este grupo es el autor del consejo que el salmista refiere en 1b al 3. No sabemos identificar quiénes podrían haber sido, pero sabemos que probablemente tenían las mejores intenciones de proteger a David de los peligros que se cernían sobre él.
Pareciera ser mucho más lógico aconsejar a alguien hacer algo, que aconsejarle quedarse tranquilo y confiar en Dios. Por supuesto, no sabemos con certeza cuál pudiese haber sido el consejo de ellos, pero sí podemos conocer los elementos más importantes del mismo al leer entre líneas las palabras de David en 1b al 3.
En términos nuestros y actuales, ellos le estaban recomendando algo así:
«David, tú sabes bien que el mejor lugar donde un ave puede esconderse del peligro es en los montes (probablemente era una imagen vívida y popular entre los judíos). Tú no puedes estarte arriesgando más, necesitas huir. Tú sabes cómo actúan los malos. Avanzan en silencio, en lo oculto, y cuando menos te lo esperes ellos aparecerán para causarte el mal; y nadie podrá hacer nada por ti.
»Así como están las cosas, con un gobierno donde no existe justicia, ni moral, ni rendición de cuentas, ni garantías de ningún tipo; donde a lo bueno se le llama malo y viceversa, ¿crees que tus enemigos se enfrentarán con algún tipo de resistencia? Definitivamente no. Así que, ¿qué puedes hacer? ¿Qué pueden hacer los justos en un mundo así? ¡Nada! Haznos caso, David, lo que te queda es huir». [Sobre “fundamentos”, lee nuestro comentario a “cimientos de la tierra” en Explicación del salmo 82].
La propuesta de ellos parecería bastante lógica, si David no hubiera afirmado haber puesto su refugio en Dios. No podía decir creer en Dios y al mismo tiempo huir como un cobarde, buscando refugio en otros lugares. No sería congruente.
Él pregunta: “¿cómo decías a mi alma que escape al monte cual ave?”. ¡Es absurdo! Pareciera que no me conocieras. [Y el uso del término “alma” aquí es una de las tantas veces que aparece en el AT como sinónimo de la persona como un todo. El ser humano no tiene un alma, es un alma].
Es cierto que en ocasiones Jesús advirtió a sus discípulos que les sería necesario huir de la persecución. Y en el NT vemos cómo Pablo y otros obedecieron estos consejos. Pero la clase de huida de la cual David habla es diferente: se recurre a ella debido a la carencia de fe en Dios.
Ahora bien, a la pregunta “¿vale la pena confiar en Dios?”, la respuesta entre líneas del grupo anónimo de los amigos de David es no. No vale la pena arriesgarse confiando en Dios. Mejor tratar de ponerse a salvo, la confianza en Dios la dejamos para los buenos momentos.
Pero la pregunta continúa en el aire. Evidentemente para David vale la pena, pero, ¿por qué? ¿Por qué vale la pena confiar en Dios?
Verso 4.
Después de hacer una contundente declaración de confianza, y negarse a prestar atención a los absurdos consejos de sus amigos, David ahora precisa explicar por qué vale la pena confiar en Dios. ¿Tiene argumentos para sustentar su proceder?
Por cierto, este cambio de voz (de consejo anónimo a explicación del salmista) es lo que ocaisona el corte abrupto entre los versículos 3 y 4. Y con este cambio llegamos al versículo central del Salmo.
David dice: “Jehová está en su santo templo; Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos observan, sus párpados examinan a los hijos de los hombres” (v. 4).
Hay una realidad que, vista solamente desde una perspectiva terrenal y temporal, puede ser pasada por alto: y es la realidad de que Dios, que tiene su morada en el templo celestial (del cual el terrenal es solo una figura, Éxodo 25:9 cf. Hebreos 8:5), lleva adelante una labor de investigación y juicio en los cielos.
David visualiza a Dios en una posición privilegiada, si de investigar los asuntos de los hombres se trata, puesto que está por encima de la dimensión terrestre, y con sus párpados es capaz de observar y examinar con exactitud a los hijos de los hombres.
Quiere decir que Dios, que está entronizado en los cielos y funge como Juez de la tierra, no se da por desentendido de las cosas que aquí ocurren. Mientras que los malos están aproximándose acechantes al salmista, Dios observa, Dios juzga.
Ahora bien, ¡él no permanece en la indiferencia! Ciertamente Dios observa (una imagen que representa una especie de investigación forense), pero esto de ninguna manera quiere decir que eso es lo único que Dios hace.
En su lugar, su labor investigativa constituye la garantía de que Dios actúa con rectitud y justicia. Y es apenas el primer paso en el proceso divino que asegura que vale la pena confiar en el Señor.
Por encima de las cosas de este mundo está Dios, el supremo garante de la justicia. Su juicio es la pieza clave del Salmo, porque la confianza humana reposa en primer lugar sobre la integridad divina para cumplir su palabra. Si Dios hará conforme a ella, entonces actuar con justicia y vivir por la fe es y será una bendición para el hombre.
Versos 5.
Ahora bien, el segundo paso en el proceso divino que se deriva del juicio celestial es la distinción entre justos y malos, y con ello, un claro contraste en la manera como Dios se relaciona con ambos grupos.
El verso 5a, “Jehová prueba al justo”, constituye el verso paralelo a 3b, “¿qué puede hacer el justo?”. Mientras que el consejo de los amigos del salmista enfatizaba la impotencia de los justos para poder defenderse de las acechanzas de los malos, el salmista responde asegurando que la impotencia de los justos es compensada por el favor divino.
Los ojos de Dios están sobre los justos, pero no con el matiz negativo con el que leemos la palabra “prueba” o “examen”, sino más bien en el sentido de que Dios conoce a los justos, y por ello su bendición les acompaña.
Esto en obvio contraste con el malo y el que “ama la violencia”, a quienes su alma los repudia.
El favor divino acompaña a los justos, aunque éstos a veces se sientan impotentes. Con la bendición y el amparo de Dios ellos pueden estar seguros de que su vida no se mueve a la deriva, sino se halla en las seguras manos del Juez de la tierra.
Por ello la distinción entre justos e injustos constituye el segundo paso en el proceso Divino. 1) Dios es juez, examina y observa a los hijos de los hombres; 2) Dios distingue entre buenos y malos, su favor está sobre los buenos, y a los malos repudia.
Lo que nos permite comenzar a ver, desde la perspectiva del salmista, por qué vale la pena confiar en Dios.
Versos 6 y 7.
Ahora avanzamos en un tercer paso del proceso divino. El juicio celestial no solo determina la actitud de Dios hacia los dos grupos de personas, sino que también define el desenlace final de sus vidas.
El verso 6 se presenta en contraste con el verso 2, que muestra a los malos aguardando el instante para lanzar sus saetas al corazón de los rectos. Bien, tal como ellos han amado la violencia y se han cernido sobre los hijos de Dios, Dios les recompensará conforme a sus obras.
“Sobre los malos hará llover calamidades; fuego, azufre y viento abrasador serán la porción de su copa” (v. 6, ver tb. Salmos 75:8). Debido a que ellos y Dios tienen dos amores distintos: ellos aman la violencia (v. 5), pero Dios ama la justicia (v. 7).
Uno de los dos debe perecer: los malos con la violencia, o Dios con la justicia; y no será Dios quién perezca. El juicio determina el triunfo final del bien sobre el mal, y decreta la destrucción de todos los malos, que han perseverado en la injusticia y la violencia.
Mas el juicio de Dios también declara que “el hombre recto verá su rostro” (v. 7).
Dios es juez, juez justo que ama la justicia; por eso su juicio es garantía de felicidad eterna para los que confían en él y le obedecen, mientras que asegura, por otro lado, la destrucción de los malos y la ruina de sus propósitos.
Los justos podrán ser impotentes contra la maldad de este mundo, pero por la fe en Dios el mal se mudará en bien para sus hijos. ¡Dios está en el trono, y él cumplirá su palabra!
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