Después de unos largos meses de trabajo sacrificado y abnegado, las cosas aún no marchaban como él esperaba. En su lugar, parecían haber empeorado.
Tiempo atrás había sido escogido como dirigente de su iglesia, y al asumir la responsabilidad se sentía ilusionado y desafiado; pues deseaba, en el nombre de Dios, ser un agente de reavivamiento y reforma en su congregación.
Sin embargo, lo que en aquel momento había comenzado con fuerza, ahora se estaba desinflando por causa de los conflictos internos, la apatía y la falta de compromiso por parte de la hermandad. «¿Qué hacer ahora?», se preguntaba el joven. Por momentos se sentía tan solo…
Un día, no pudiendo más con la pesada carga que sobre él reposaba, ingresó al solitario templo de su iglesia en la mañana, y junto a la primera banca se arrodilló a clamar a Dios. Le vació por completo su alma, con fervor suplicó por la grey le había confiado.
Antes de esa experiencia le parecía que estaba peleando la batalla solo. Por esa razón estaba lleno de frustración y desánimo. Pero en esa mañana Dios le recordó varias cosas importantes.
Entre ellas, le recalcó que la iglesia era suya, y no de él. Que la obra de salvación era suya, y no de él. Que, además, él no sería quien cambiaría el mundo. Que su trabajo era sembrar pacientemente la preciosa semilla, y el encargado del crecimiento era Él.
Luego le hizo ver que él no era el único que se estaba esforzando. Que otros hermanos también estaban poniendo de su parte, y debido a su ensimismamiento él no lo había notado. «No estás solo, no estás solo», la frase martillaba el orgullo herido del joven.
Al levantarse de sus rodillas, su rostro transmitía un mensaje distinto. Podía parecer que estaba luchando solo, pero no había nada más lejos de la realidad.
A muchos les ha pasado algo similar a lo largo de la historia, y a muchos les pasará después: mirar hacia los lados, y pensar que están solos. Al luchar por una causa, al defender los principios, al ir en contra de la corriente, en ocasiones es inevitable.
Lo mismo le estaba aconteciendo al salmista al momento de escribir el Salmo 12.
Salmo 12
A veces se hace ineludible la realidad de que en este mundo la gente no piensa en otra cosa sino en sacar provecho, engañar y pisotear a los demás.
Como cristianos podemos fijar nuestra mirada en las cosas del cielo e intentar escuchar la voz de Dios en medio de una sociedad cada vez más hostil, ¡pero siempre llega un momento en el cual se hace muy difícil pasar por alto la omnipresente realidad del mal!
Un instante frente al televisor en el canal de noticias, una conversación entre vecinos (si se puede llamar así), un vistazo a las redes sociales, el más mínimo evento puede encender la chispa. Y entonces pensar: ¿será que hay todavía personas en este mundo que busquen el bien? ¿Que practiquen la integridad, la honestidad y la lealtad?
Algo sucedió en la vida del salmista que encendió a chispa y le hizo cuestionarse, agobiado, la existencia del bien en una sociedad tan corrupta.
De manera especial, e incluso extraña, el tema de este Salmo es la “palabra”. Se menciona directa o indirectamente en 6 de los 8 versículos de la composición. Creando así un franco contraste entre las palabras de los “hijos de los hombres”, que son fraudulentas, adulantes, hipócritas y mentirosas, con las palabras fieles, limpias y perfectas de Dios.
Los hijos de los hombres creen que su poder reposa en sus palabras, de las cuales son completamente dueños, y consideran que a través de ellas pueden llevar a cabo libremente sus funestos propósitos.
Por otro lado, el salmista exhorta a los fieles y piadosos a encontrar refugio en las palabras de Jehová, que son confiables y seguras. Su promesa de guardar a sus hijos y dar su merecido a los engañadores está empeñada por una palabra que no puede errar.
De manera que aunque el mal continúe por un tiempo reinando en las calles, y las palabras de los hombres destruyan, hieran, corrompan y engañen, la palabra pura y fiel de Dios finalmente se cumplirá.
Tal como sucede con la mayoría de los Salmos de la primera colección del libro, la autoría es adjudicada al rey David. Y no tenemos alguna razón sólida para cuestionar ese hecho. Sin embargo, proponer una circunstancia histórica concreta que le diese origen supone una tarea en exceso especulativa, puesto que no contamos con una pista que arroje algo más específico que generalidades históricas y sociales.
Hablando un poco más acerca del sobre escrito, en buena parte de las traducciones bíblicas se deja sin traducir el hebreo “Seminit”. Aunque su significado no es del todo claro, podría estar indicando que el salmo se debe cantar en la octava menor, o que el acompañamiento será efectuado por instrumentos de 8 cuerdas.
La mayoría de las versiones se inclinan por la primera opción.
En cuanto a la estructura del escrito, el salmo cuenta con 4 estrofas regulares enmarcadas por una inclusión: “hijos de los hombres” (vv. 1, 8). Es curioso notar también que el nombre “Jehová” aparece 4 veces estratégicas en el Salmo, una vez en cada estrofa.
Estas estrofas están distribuidas de la siguiente manera: la ansiosa súplica del salmista (vv. 1-2), la certeza del juicio divino sobre los perversos de palabra (vv. 3-4), en contraste con la respuesta segura y confiable de Dios (vv. 5-6). Finalmente el salmista recalca su fe en el cuidado divino de los fieles en medio de una generación malvada (vv. 7-8).
Además de esto, se observa una organización estructural que coloca en paralelismo las estrofas primera y última, y así también con la segunda y tercera.
Nótese:
“Salva, Jehová” (v. 1) —— “Tú, Jehová, los guardarás” (v. 7)
Jehová destruirá a los de labios aduladores, que hablan con jactancia (v. 3) —- Jehová guardará a los piadosos de la perversa generación (v. 7)
Descripción de la condición social (vv. 1b-2) —– Descripción de la condición social (v. 8)
Los labios aduladores y las palabras jactanciosas (v. 3) —- Las palabras limpias, refinadas y purificadas de Dios (v. 6)
Las citadas palabras soberbias de los infieles (v. 4) ——- Las citadas palabras veraces y seguras de Dios (v. 5)
De manera que el salmista, que en un primer momento se había sentido solo en medio de la perversidad de su generación, es confortado por la segura palabra de Dios y abre sus ojos para ver a los fieles piadosos que junto con él “suspiran” (v. 5) por la liberación y el juicio divino.
Por esa razón en el verso 7 no habla ya más en singular sino en plural. David se ha dado cuenta que él no es el único que todavía retiene su fidelidad.
Por todo esto, el género del Salmo parece adecuarse más con una súplica; advertida desde el primer versículo por el imperativo del orante. Y aunque la triada clásica de Dios-orante-enemigos está presente en primer plano, en segunda instancia aparece este grupo de fieles (“pobres”, “necesitados” [v. 5], “los guardarás” [v. 7]) que el salmista no ha notado en un principio, pero que reciben también consuelo y esperanza por la palabra de Jehová.
Explicación del texto
Primera estrofa: el primer verso del Salmo casi nos permite palpar la desesperación que siente el salmista por causa de la apostasía general de los principios divinos en la sociedad donde habita. De hecho, el uso de la expresión “hijos de los hombres” como inclusión en los versos 1 y 8 le añade un tono universal a la súplica del salmista, pues, su denuncia abarca un estado general de cosas, y no un problema meramente local.
Cuando nos detenemos a reparar en la condición del mundo en que vivimos, es evidente que la gran mayoría ha olvidado y pisoteado los mandamientos divinos. El mundo hace lo que le parece, en abierta rebelión contra el cielo, y cada vez parecen ser menos los que siguen y obedecen a Dios.
Las declaraciones del salmista: “se acabaron los piadosos”, “han desaparecido los fieles de la tierra”, parecen un tanto hiperbólicas, ¡pero más de uno hemos pronunciado frases similares! El mundo se mueve con tal vertiginosidad hacia el pecado, que arrebatar un tizón del incendio se ha convertido en una tarea desafiante.
Así se sentía el salmista, solo. Solo en medio de un mundo que le ha dado la espalda a Dios. No es el único, pues algo similar experimentaron los profeta Miqueas (ver Miqueas 2:7), y Elías (ver 1 Reyes 19:10).
A continuación explica su aseveración: todos los hombres hablan mentiras, adulan con los labios con hipocresía y propósitos traicioneros (ver Salmos 109:2, 120:2, Proverbios 26:23, 28, 29:3, jeremías 9:3-4, 8, Romanos 16:18). Aparece entonces en escena el tema de la “palabra” como evidencia de la corrupción moral universal.
Cuando se habla de “doblez de corazón” más literalmente está aludiendo a personas que adulan con dos corazones, doble corazón. Es decir, aquellos que en apariencia dicen una cosa pero en realidad piensan otra. Que con un corazón parecen mostrar una intención cuando la realidad es lo contrario. Que ‒como diríamos de este lado del mundo‒ son unos “doble cara”.
Con esta introducción el salmista está preparando el terreno para el común denominador del Salmo en general: la palabra tiene mucho poder. El problema es que aquellos (que son la gran mayoría) la usan con propósitos macabros. Engañar, adular y destruir.
¿Y cuántos en la actualidad no se dejan llevar por esta corriente para hacer prevalecer sus deseos, sin importar a quién le tengan que pasar por encima y cuántas vidas tengan que destruir?
De su angustia el salmista deja brotar una súplica al Señor: “Salva, Jehová”. ¿A qué clase de salvación se refiere? ¿Y a quiénes pide que se salve? No está claro en el texto. Mas al contemplar la maldad generalizada como una ola que sobre todos se arroja, su naturaleza le lleva a clamar por salvación.
La apostasía está llegando a ser tan generalizada, el pecado tan común, y la presión social tan intensa, que la fidelidad a los principios bíblicos es casi un milagro de Dios.
Solo Dios puede salvar al hombre en un mundo así.
No sé en quién confía el lector para su salvación. No sé si pone su fe en un nuevo orden mundial, en una nueva política, en la redención social, o en los avances de la psicología humanista. Pero cuando David oró “Salva, Jehová”, lo hizo porque reconocía que el Eterno era la única y verdadera esperanza.
Lo que David pide parece ser una salvación definitiva. La extirpación completa del pecado y la liberación de los pocos fieles que quedan. Sin embargo, esta petición introductoria se define con mayor exactitud en los versículos subsiguientes.
Segunda estrofa: primeramente David presenta la esperanza próxima del juicio de Dios. “Jehová destruirá” es una traducción de una frase fuerte bíblicamente hablando que es “Jehová cortará”, término que se utiliza para referir una sentencia de muerte definitiva, que incluye la vida de la persona y su descendencia.
De manera que Dios ejecutará juicio sobre estas personas infieles y perversas. Cortará a “todos los labios aduladores, y la lengua que habla con jactancia; a los que han dicho….” (v. 3). Esto no quiere decir que Dios cortará estas partes del cuerpo humano; se sobreentiende que usando estas figuras en específico, el salmista está dando nombre al pecador valiéndose del pecado.
Dios prontamente ejecutará sentencia y destruirá a aquellos que han empleado la facultad más preciosa que él les ha dado, el habla, para adular con engaño y jactarse con soberbia de sus desfachateces.
La jactancia de ellos se describe a continuación en el verso 4: “cortará… a los que han dicho: «por nuestra lengua prevaleceremos, nuestros labios son nuestros, ¿quién es señor de nosotros?»”.
La Biblia al día 1989 traduce: “Venceremos con la lengua; en nuestros labios confiamos. ¿Quién puede dominarnos?”.
Quiere decir que estos hombres verdaderamente se apoyan en lo que pueden lograr con sus palabras, con sus adulaciones y mentiras; y mientras ellos sean dueños de sus labios, consideran que nadie podría someterlos o dominarlos.
Para nosotros es evidente que su jactancia los ha llevado a creer que son autosuficientes. Injurian a los hijos de Dios, oprimen a los pobres, levantan cohecho, engañan, calumnian, y todavía así declaran que nadie, incluso Dios, puede detenerlos.
Mas el salmista declara que Dios los cortará a ellos de raíz. A todos los que adulan con sus labios, y a los de lengua jactanciosa. Aunque crean ser intocables e invencibles, Dios sigue siendo su Señor.
Tercera estrofa: Mientras que en la segunda estrofa el salmista habla del destino de los hombres malvados, con una breve mención inicial de Dios, la tercera estrofa se aboca casi por completo a Dios y sus propósitos.
La advertencia en cuanto al juicio divino y la destrucción de los prevaricadores sirvió como un anticipo de la respuesta del Señor relatada a partir del verso 5, que termina de cambiar por completo el lamento perplejo del salmista en el verso 1.
Esta estrofa se abre nuevamente con unas comillas pues, junto a las declaraciones jactanciosas de los hombres, el salmista coloca en contraste la respuesta soberana de su juez, Jehová.
Y éste explica que debido a “la opresión de los pobres, por el gemido de los necesitados, ahora me levantaré ‒dice Jehová‒, pondré a salvo al que por ello suspira” (v. 5).
Quiere decir que el Señor ha escuchado el clamor de los piadosos necesitados que sufren por las injusticias y el perjurio que les ha sido causado, y determina que ha llegado el momento de levantarse y librar a aquellos que han clamado por su liberación.
Esta acción divina de levantarse es bastante conocida en la Biblia como la representación gráfica de un proceso judicial donde el que preside ya está preparado para ejecutar la sentencia decretada. Por lo tanto, el levantamiento divino implica el fin del tiempo de oportunidad, para dar lugar a la condenación de los malos y la liberación de los justos respectivamente.
Esta acción es, a su vez, la respuesta manifiesta de Dios a la súplica de salvación que ha hecho el salmista en el verso 1: “Salva, Jehová”.
Nótese que David cita las palabras de Dios, de la misma manera que había citado las palabras de sus enemigos. ¿Por qué lo hace de esta manera? Recalcamos que el tema central del Salmo es el contraste entre las palabras de los hombres y las palabras puras y dignas de confianza del Señor.
Aquellos traen condenación sobre sí mismos con el uso perverso de sus palabras, y el clamor de los fieles recibe Palabra de Dios como respuesta. La diferencia es abrumadora: esta palabra es pura, limpia, refinada, fiel, libre de toda perversidad y adulación (v. 6).
Por tanto, la palabra de Jehová es digna de fiar. Los piadosos pueden poner en ella su esperanza; muy por el contrario del desengaño y el fraude resultante de la confianza en las palabras de los hombres.
A diferencia de la palabra del hombre, la palabra de Dios es tan limpia, que es expresada con la metáfora de una septuple purificación, lo que da a entender la perfección y la plenitud de seguridad que deriva de la palabra divina (ver también Salmos 18:30, 19:8-10, Proverbios 30:5).
¿Y qué afirma esta palabra? Dios dice que se levantará y pondrá a salvo a lo que suspiran, gimen, claman, anhelan una liberación de lo alto. ¿Pueden ellos confiar en que Dios hará lo que dice? Definitivamente. Su Palabra es digna de confianza.
Cuarta estrofa: Las líneas con las que concluye el salmo son bastante significativas para la comprensión del mensaje de la composición como un todo.
En primer lugar, el salmo concluye de una forma anticlimática, pues el verso 8 en lugar de finalizar con una nota victoriosa o deslumbrante, se vuelve al panorama de la condición social que ya había sido descrita en los versos 1b y 2.
El salmista culmina afirmando que mientras la infamia sea enaltecida y promovida por los que deberían condenarla, por los jueces y príncipes, el mal continuará rondando en el mundo con plena libertad.
Así que nada ha cambiado aún, pese a la declaración divina del verso 5. Por esa razón este texto, junto al verso 7, colocan el juicio y la liberación prometida aún en el futuro.
Mientras tanto, el salmista descansa en la seguridad de que no está solo. Que hay muchos más que suspiran por la salvación de Jehová. Y que Dios ha prometido preservarlos y guardarlos “para siempre de esta generación” (v. 7).
Quiere decir que aunque las cosas no cambien todavía, aunque la intervención escatológica final de Dios todavía no sea una realidad, Dios ha asegurado que protegerá a los piadosos de las perversas intenciones de esta malvada generación.
Con esta confianza latente en su corazón, el salmista puede volver a mirar la maldad de los hijos de los hombres, pero ahora con una esperanza viva. Dios escuchó su oración, habló, se levantó, le confirmó su cuidado paternal y su destino eterno.
Pero la esperanza del fiel reside precisamente en que, a diferencia de los hombres, él no miente. Su palabra es 100% segura. No hay razón alguna para dudar.
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