explicación del salmo 13 nube de palabras

Recuerdo una ocasión hace unos 9 años donde mis padres invitaron a mis abuelos maternos a una salida familiar.

Después de dar un paseo por la avenida Bella Vista, que en aquella época del año se revestía de hermosos colores, luces y adornos, el plan era hacer una parada en Papa´s Johns; para que ellos tuvieran oportunidad de probar esas pizzas que, a nuestro paladar, eran las mejores de la ciudad.

Todo se llevó a cabo como se tenía previsto. Cerca de las 6 de la tarde pasamos buscando a los abuelos, e hicimos todo el recorrido por la luminosa calle en medio de un mar de vehículos.

Después de haber completado nuestro primer objetivo, dimos vuelta a los neumáticos del automóvil y nos enfilamos a degustar el esperado aperitivo.

Desde sus inicios Papa´s Johns siempre ha sido una cadena comercial caracterizada por la procura de la excelencia, inclusive en el tiempo de entrega de los pedidos. En nuestras visitas anteriores nos sorprendíamos por la manera cómo en menos de 10 minutos de haber ordenado ya estábamos disfrutando de una rica pizza.

Así que cuando vimos el lugar repleto al llegar, no nos inquietamos. Sin embargo, un fenómeno extraño comenzó a ocurrir.

Hicimos nuestro pedido, y al cabo de 10 minutos aún no había pizza. Transcurrieron 20 minutos. 30. 45. 1 hora, y la desesperación ya parecía indomable. Personas que habían llegado al local después de nosotros habían salido hace rato con sus cajas, pero nosotros aún estábamos esperando.

«Amigo, disculpe, ¿cuánto falta?», «Amiga, ¿qué ha sucedido?», «Amigo, ¿hasta cuándo vamos a tener que esperar?», comenzamos a preguntar.

Al cabo de 1 hora y media, después de 4 reclamos, a punto de perder la paciencia, y con cara de pocos amigos, pudimos llevarnos el primer trozo de pizza a la boca.

Aguardar por algo pacientemente, inmutables, serenos, sin proferir queja alguna, con plena tranquilidad, por horas y horas, días, meses, años, ¡vaya que es muy fácil!, ¿No?

¿Y qué decir de esperar por las respuestas a nuestras oraciones? Por más que nos digan 1.000 veces que “El tiempo de Dios es perfecto”, parece que nuestra paciencia nunca lo será.

No sé si sospeches lo mismo que yo, pero me huele a que David ya estaba perdiendo un poco la paciencia cuando escribió el Salmo 13.

Salmo 13

Este Salmo, cuyo encabezado lo coloca en la pluma davídica, abunda en elementos estilísticos que tienden a relacionarlo con aquel hombre cuyo corazón era conforme al corazón divino. Especialmente tratándose de vocabulario, forma y tema.

Y siendo que la tradición hebrea lo recopila como parte de los salmos adjudicados al poeta David, consideramos casi una necedad proponer algo contrario a ello.

Al comentar el trasfondo histórico de la obra es difícil determinar la ocasión precisa que dio origen al Salmo, aunque sí son evidentes algunos elementos preponderantes de la composición que nos sugieren un marco semejante al siguiente:

David se halla en aprietos por causa de sus enemigos, que probablemente han estado persiguiéndole y angustiándole sobremanera por un tiempo prolongado; de forma que el salmista ha perdido la paz, y se halla casi a punto de perder la esperanza en la salvación de Dios.

Al fin y al cabo, parece que ha estado implorando a él, en oración, en procura de auxilio, sin recibir respuesta. Mientras tanto David se siente abandonado, olvidado por Dios, turbado, y ansioso de ver alguna señal de pronta actuación de parte del soberano de Israel. De no ser así, en breve será vencido por sus enemigos, y su parte será el sueño de la muerte.

[Pausa: una propuesta probable sería considerar este Salmo uno más de los derivados del episodio de la persecución de Saúl]

Por esa razón, ese clamor tan típico en la tradición de los salmistas y profetas: “¿Hasta cuándo?” parece hallar en este Salmo su máxima expresión, siendo repetido 4 veces en los primeros dos versículos.

Así que no nos cabe duda que el salmista se halla mucho más desesperado que una familia esperando por una pizza. Realmente clama a Dios frustrado, impaciente, por contemplar con dolor que sus súplicas son desatendidas.

Puesto que la queja es reiterada incisivamente, y algunos comentarios le colocan por título a este Salmo “¿Hasta cuándo?”, considero que podríamos denominarlo el Salmo de la impaciencia.

Por mucho que algunos quieran hacerlo parecer así, no siempre es fácil aguardar por los tiempos de Dios. No siempre es fácil someterse a sus planes. Como seres humanos, somos por naturaleza impacientes, y cegados por nuestras necesidades, somos incapaces de comprender por qué razón Dios hace las cosas de determinada manera.

Sin embargo, es alentador reconocer que aún el “Salmo de la impaciencia” termina con una nota de fe y esperanza.

En cuanto al género literario es evidente que el Salmo fue ideado como una súplica. Y aunque el salmista se acerca un tanto tenso al trono de la gracia, hasta este hombre impacientado encuentra en el altar de la oración la paz que necesitaba para continuar aguardando por la intervención divina.

La estructura del Salmo, por otro lado, está organizada en 3 movimientos.

En el primero (vv. 1-2) el salmista da inicio a su oración con un lamento, encarando a Jehová con una sentida queja que expresa su frustración y su angustia no resuelta. En el segundo (vv. 3-4) deja atrás las preguntas y confronta a Jehová con un nuevo pedido urgente de respuesta. En el tercero (vv. 5-6) el salmista echa mano de la fe una vez más, y alaba, descansa, anticipando la pronta respuesta de Jehová.

En cada una de las 3 estrofas el salmista se refiere una vez a Dios con el nombre personal “Jehová”, lo que nos ayuda a ver más claramente la división expuesta, y a su vez le añade un matiz teológico todavía más profundo a la problemática del salmista: el Dios del pacto, el Dios de las promesas, no ha venido en mi auxilio. Sin embargo, yo cantaré y me alegraré en ese Dios, porque siempre ha sido fiel a mí. 

Explicación del texto

Primera estrofa: Hay mucha tela que cortar en cuanto a la primera estrofa de este Salmo. Algunos cristianos tienen la errónea noción de que no es “reverente” expresarle a Dios nuestros verdaderos sentimientos. Por tal motivo revisten sus oraciones de un lenguaje determinado, un tono de voz “adecuado”, y muchas frases aprendidas, que en teoría constituyen lo que se le “debe” decir a Dios, o lo que es “útil” decirle.

En obediencia a ese principio, los cristianos día tras día elevan oraciones poco sinceras, sin franqueza, sin desnudez de corazón. Hablando con Dios de muchas cosas que no les interesan, y encubriendo sus verdaderos sentimientos e intereses. Al punto que llegan a albergar muchas dudas y resentimientos sin resolver, debido a que no creen correcto expresarle al Señor ciertas cosas que experimentan o cuestionan.

Una lectura superficial de los Salmos como mínimo echará por tierra esa falsa noción. De hecho, un cristiano que obedece fielmente este principio podría sentirse muy escandalizado al notar la manera cómo los salmistas se expresan en oración.

Un buen ejemplo de esto lo hallamos entonces en los primeros dos versículos del Salmo 13.

Nos preguntamos: ¿cómo se siente David? La respuesta es obvia: se siente frustrado con Dios. Así que, ¿qué hace David entonces?

Definitivamente no comienza a decir: “Señor, te alabo porque eres muy grande; santificado sea tu nombre por los siglos de los siglos. Aleluya, Señor, te doy gloria y te agradezco. Gracias por este nuevo día, tú eres muy bueno conmigo y mi familia, Señor. Bendícenos… perdónanos… cuídanos… líbranos…., etc”; cuando lo que en verdad quiere decirle es: “Jehová, ¿hasta cuándo me dejarás abandonado?”.

¡Qué clase de tontería decirle todo eso a Dios cuando él sabe lo que hay en tu corazón! Mientras tú estás diciendo toda esa palabrería, él conoce con exactitud lo que hay en tu alma: todos tus resentimientos, tus quejas para con él, tus tristezas, tus verdaderos motivos, ¡todo!

El salmista lo entiende, y por esa razón no se limita en ser él mismo con Dios. Acude a su presencia y le dice:

“Señor, ¿hasta cuándo me olvidarás? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo te esconderás de mí? ¿Hasta cuándo mi alma y mi corazón habrán de sufrir y estar tristes todo el día? ¿Hasta cuándo habré de estar sometido al enemigo? (DHH 1994).

Estas frases podrían sonarnos un poco “irreverentes” tratándose del Dios del universo, el Santo. Todo indica que el salmista se está quejando con Dios. Pero, ¿qué podemos recriminarle? Así se siente.

Le ha pedido a Jehová, le ha suplicado, ha orado noche, tarde, día, y nada ocurre. Sigue en la misma situación. Agobiado, perseguido, y abandonado. Se lamenta, no puede entender por qué Dios no actúa. Se ha cansado de esperar; mas en lugar de renunciar a su fe, viene una vez más a Dios y le abre su alma.

Le reclama a Dios, es cierto. La inquisidora “¿Hasta cuándo?”, hemos visto en otras oportunidades que se trata, por lo general, de una demanda de justicia (ver Salmos 6:3, 35:17, 74:10, 79:5, 80:4, 82:2, 89:46, 90:13, 94:3). De una exigencia que surge del deseo de ver vindicado el carácter de Dios y su palabra.

Pero en esta ocasión el salmista lo repite 4 veces. 4 preguntas incisivas, que tú y yo probablemente nos hayamos hecho en lo íntimo de nuestra alma en varias ocasiones.

¿Por qué me abandonas?

¿Por qué te haces el indiferente y no me muestras tu favor?

¿Cuánto más voy a tener que sufrir?

¿Hasta cuándo dejarás que mis enemigos me pisoteen?

No creo que sean preguntas fáciles para Dios. Él sabe por qué hace las cosas, pero explicarnos es complicado. Es como razonar con un niño por qué debe comer remolacha aunque no le guste.

David le pide a Dios que ya no demore más en responder a sus oraciones. El “¿Hasta cuándo?” podríamos traducirlo como un “Por favor, no tardes más”.

Ese hombre verdaderamente ama y respeta a su Dios, pero también es humano. Sus enemigos lo persiguen, y él sufre. Sufre por percibir a su Dios muy lejos de sí. Como un niño impotente ha intentado tomarse del brazo poderoso de jehová. Y ahora, con una fe sencilla, una vez más alza sus ojos al cielo.

Segunda estrofa: la segunda estrofa comienza con un nuevo y distinto sentir. Pese a que al mirar atrás el salmista se siente chasqueado debido a sus expectativas frustradas de salvación, procede a aproximarse nuevamente a Dios, con confianza renovada, para pedirle una respuesta.

El tono de lamento ha dado paso a una plegaria de fe. Pero me gustaría aclarar que esto solo es posible cuando uno abre verdaderamente su alma a Dios. Cuando somos sinceros y francos con él. Cuando le permitimos que tome nuestros chascos, frustraciones y perplejidades, y sane nuestro corazón.

Ahora el salmista dice a ese Dios que antes sentía le había abandonado “Mira, respóndeme, Jehová”, y le llama “Dios mío” (v. 3). No creo que esto sea simplemente cuestión de gustos y títulos, le llama “Dios mío” porque entiende que aún en su aflicción no le ha dejado solo.

Ahora le ruega una vez más, pidiéndole que alumbre sus ojos. Basándonos en 1 Samuel 14:27 entendemos la relación de este pedido con la explicación de causa “para que no duerma de muerte”.

Al hablar de “alumbrar los ojos”, el salmista está pidiendo a Dios que le devuelva la energía vital, las fuerzas para vivir. Que le libre de esas circunstancias que aprensionan su alma, y así él no duerma el sueño de la muerte. 

Así como los ojos de Jonatán se estaban oscureciendo por el hambre, de la misma manera el salmista estaba sufriendo tal estado de cosas, que sentía que la vida se le iba. Pero él, como todos nosotros, no quería morir.

Si él moría, sus enemigos finalmente cantarían victoria; se alegrarían de su caída. Por eso David le pide a Dios que no permita que eso suceda. ¡Que jamás acontezca! Pide que le imparta vida todavía, lo salve, y le conceda la victoria sobre sus enemigos.

Hago un pequeño paréntesis con relación a la expresión “duerma de muerte”. Este modismo hebreo del que se vale el salmista nos ayuda a corroborar que para los hebreos la muerte era como un sueño de inconsciencia. Del cual, como dijo Pablo, seremos despertados en el momento de la resurrección (ver 1 Tesalonicenses 4:13-16). Eso quiere decir que no existe un estado consciente posterior a la muerte (llámese ir al cielo, al infierno, al purgatorio, reencarnar, etc…), sino hasta el momento en que el Señor venga por segunda vez y resucite a los suyos.

Tercera estrofa: la tercera estrofa es testigo de un cambio todavía más abrupto en el sentir del salmista. Comenzó por un lamento desesperado (vv. 1-2), prosiguió con una nueva súplica al Señor (vv. 3-4), y termina alabando a Dios y afirmando plena confianza en su misericordia y salvación (vv. 5-6).

La oración persistente se sobrepone a su ansiedad, y le inspira a recordar las constantes misericordias de Jehová. Probablemente vienen a su memoria distintos momentos de su vida en los cuales la mano de Dios, aunque hubiese demorado, acudió a rescatarle en el momento propicio.

Se siente ahora entonces capaz de visualizar por la fe la pronta intervención divina en su favor, que anteriormente jamás ha fallado.

Las mismas misericordias de Dios que se renuevan cada mañana, que son infinitas, que son permanentes, la hesed de Dios, su lealtad y amor inquebrantable, impulsa al salmista a confiar tranquilamente en la salvación de Jehová.

Ahora es capaz incluso de alegrarse de antemano, al anticipar la respuesta divina a sus oraciones. ¡Eso sí que es un cambio drástico! De la depresión y la frustración, al gozo de Dios. La memoria de su fidelidad, de su hesed, es lo que marca la diferencia en la experiencia del salmista.

Culmina el Salmo entonces con una frase muy hermosa, que cobra más valor todavía al haber repasado todo el recorrido espiritual del autor: “Cantaré a Jehová porque me ha hecho bien”.

No podemos saber con certeza si esta exclamación da a entender que Dios respondió sus oraciones, pero me inclino más a pensar que el salmista canta de confianza, canta de fe, canta de alegría. Dios siempre había sido bueno con él, derramando sin medida su infinita bondad. ¿Por qué dejaría él que su alma se atribulara?

Cantar el “bien” de Jehová le ayudaría a esperar con tranquilidad la salvación de Dios.

¿Qué tal si tú y hoy también cantamos los dones del cielo? ¿Qué tal si nos olvidamos de las tristezas y exaltamos las misericordias del Eterno? ¿Qué tal si dejamos atrás los chascos y recordamos sus milagros?

De esa forma, sin duda, lo que antes era lamento también se tornará en alabanza. ¡Dios siempre es fiel!

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