Durante algunos días he estado viendo un documental sobre la creación que, por momentos, me ha dejado ofuscado. En poco más de una hora enumera algunas evidencias del sello de perfección que el sublime y bondadoso Creador ha colocado sobre toda su creación.
Allí los estudiosos hablan de la luz, las tormentas, el tamaño del universo y de las estrellas, la energía que de ellas emana, la fotosíntesis, el ciclo del agua, los animales y algunos de ellos en particular, el hombre, su cerebro y ojos, etc… Y todo mezclado con imágenes visuales que impregnan de una sensación de pequeñez al lado de la grandeza de Dios.
Pero fui un fracaso total intentando describirlo. Y es que, ¿no te ha sucedido ver algo tan hermoso o sorprendente, que al querer contárselo a otra persona, por más emoción que sientes, sabes que tu descripción no se aproximará a lo que viste?
Recuerdo de manera especial una ocasión así.
En mi primer semestre los profesores llevaron a todos los nuevo ingreso, entre ellos mi persona, a un retiro espiritual en una zona cerca del campus llamada “Los pinos”.
Allí, durante casi 3 horas realizamos muchas actividades reconfortantes, pero fue la última estación la que me marcó.
Nos pidieron que tomáramos una piedra del suelo, simbolizando nuestra vida pasada, con todos sus errores. Debíamos escoger un lugar de la montaña, orar a Dios y lanzar la piedra lo más lejos que pudiéramos.
Tomé mi piedra, e intentando encontrar el mejor lugar me ubiqué en una bajada que, si la intentara describir quedaría muy corto. Ante mis ojos se alzaba imponente una gran familia de pinos, adornada por flores de diversos colores, mecidas por una brisa que para mí era nada menos que la presencia de Dios. Ese diálogo con el Padre nunca lo olvidaré.
Lancé mi piedra con fuerza, y sentí una dulce paz, una paz sin medida.
Esa experiencia fue tan poderosa para mí… puedo hablar de ella con mucha emoción, pero jamás alcanzaría a encontrar las palabras adecuadas para relatarla.
¿No te ha sucedido? ¿Estar profundamente maravillado?
Una pasión desbordante como esa es la que percibo que estaba experimentando el autor del Salmo 139.
Salmo 139
No tengo idea de quién sea el autor de este salmo, pero lo que sí sé es que cuando lo conozca en la eternidad le daré un gran abrazo de gratitud. El 139 ostenta el puesto de ser mi indiscutible salmo favorito; me fascina los temas que trata, pero mucho más aún la forma cómo los plasma.
La única pista que tenemos en cuanto a su autoría es que quizás estuvo relacionado con David. Pero esto no es seguro. Lo importante es que este Salmo no precisa de mucho análisis contextual para ser interpretado; es un salmo para todos y todas en todas las edades.
En cuanto a la estructura del mismo, la mayoría coinciden en que está compuesto por 4 estrofas distinguidas por una métrica regular. Sin embargo, es en la definición de los temas que se observan diferencias.
La primera estrofa claramente habla de la omnisciencia de Dios (vv. 1-6), y la segunda resume algunas nociones de la omnipresencia de Dios (vv. 7-12). El desafío es la tercera estrofa que, aunque cuadra perfectamente con la línea de pensamiento, es difícil descifrar qué es lo que está queriendo decir el autor.
Es decir, si las dos primeras estrofas hablan de una cualidad de Dios, sería lógico que la siguiente prosiga en ello. Por eso algunos dicen que la tercera estrofa se refiere a la omnipotencia de Dios (vv. 13-18). Pero si el autor realmente tuviese esto en mente, ¿no cabría esperar mayor énfasis?
Lo cierto es que la intimidad de la relación Dios-hombre que el autor ha venido plasmando en virtud de esas dos cualidades divinas (las dos “Onmi”), encuentra ahora continuidad al relatar en términos muy personales el proceso de gestación. Dios forma desde el vientre, y lo hace con un propósito.
Por último, la estrofa final ha sido relacionada con la santidad de Dios (vv. 19-24). Personalmente, considero que todo lo anterior podría representar muy bien los fundamentos del “temor de Jehová”, y esta estrofa vendría siendo la respuesta natural del autor al conocimiento de Dios, y de manera especial, a su trato con el pecado. El autor desea unirse a Dios en su santidad, odiando el pecado tal como él lo odia.
De esa forma, considero que la estructura del salmo deja ver que el argumento general no tiene que ver con otra cosa sino la maravilla de la cercanía, la proximidad Dios con el hombre. Las tres primeras estrofas hablan de intimidad, y la última es la respuesta del salmista a esa relación.
Con esto en mente, pasemos a disfrutar del texto mismo.
Primera estrofa
Me has examinado y conocido. Para poder comprender la magnitud de esta frase tan sencilla, necesitamos examinarla a la luz de todo el canon bíblico; aunque un vistazo de los Salmos bastaría. Un estudio como ese arrojaría como resultado la asimilación de al menos dos facetas de Dios:
1) Es el creador, soberano, eterno, infinito, majestuoso, rey, supremamente santo y glorioso, inaccesible, justo, aquel que todos desean tener el privilegio de adorar. 2) Es el humilde y tierno Salvador que está dispuesto a lavar los pies de los pecadores, es el que besa las cabezas de los niños, es Padre amoroso que hace misericordia sin límites, el que toca al leproso, el que cuida de su madre, el que tiene por una sola de sus criaturas el mismo amor que para el universo entero.
La segunda faceta promueve sentimientos muy elevados en nuestros corazones, pero entender la segunda a la luz de la primera es una explosión en la mente de proporciones nucleares. Al menos esa ha sido mi experiencia.
Ahora bien, la primera línea del Salmo 139 es precisamente eso. “Jehová [Dios eterno y rey], tú [aunque suene increíble] me has examinado y conocido”.
Estarás de acuerdo conmigo en que nadie se aboca a conocer absolutamente todo de una persona si no le interesa. Sería difícil sentarme a escuchar hablar más de 3 horas a alguien que no significa mucho para mí.
Bueno, ¡imagínate! Dios ha explorado tu mente, tu corazón, tus gustos, tus anhelos, tus pensamientos, preferencias y hábitos al punto de decir que te conoce por completo (y ni tú mismo te conoces así). ¿Será que le interesas? El sustentador de todo lo creado, ¿no tiene cosas más importantes que hacer?
Eres tan importante como para conocerte hasta lo sumo. “Él conoce los secretos del corazón” (Salmos 44:21)
¿Y sabes qué es lo mejor? Que el salmista lo sabe. Sabe que en la mente de Dios él es realmente valioso. Sabe que Dios es omnisciente, claro; pero más allá de eso, sabe que quiere estar al tanto de todo sobre él. Fue la misma certeza de Jeremías: “Pero tú, Jehová, me conoces, me has visto y has probado mi corazón” (Jeremías 12:3).
Y el salmista continúa dando belleza a esta certeza que hay en su ser.
“Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme”, es decir, todos sus movimientos y acciones (2 Reyes 19:27); “todos mis caminos te son conocidos” (v. 3). Pero no solo sus hechos, incluso sus pensamientos Dios los conoce “desde lejos”; cosa que Jesús ejemplificó muy bien (ej. Mateo 9:4, Juan 2:24-25).
Y las palabras que pronunciamos, Dios las sabe antes de que estén en nuestra lengua. “Todas las cosas están desnudas y abiertas” a sus ojos (Hebreos 4:13).
Pero en lugar de sentirse por ello acosado, o su privacidad violentada, el salmista se regocija de esto: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí” (v. 6, Salmos 40:5).
Él se siente sorprendido, abrumado, de ser de tan alta estima a los ojos de Dios. Jehová es omnisciente, todo lo conoce, nada se escapa de sus ojos, pero para el sincero adorador esto es un don precioso. ¿Sientes que nadie se interesa en ti? Pues Dios sí, y demasiado.
Segunda estrofa
Sin dejar atrás por completo el tema anterior, ahora el autor sigue desglosando la maravilla del Dios que vive en íntima cercanía con sus hijos, y añade al conocimiento la presencia. Dios es omnisciente, pero también omnipresente. No hay lugar o rincón del universo donde él no esté y sepa lo que está aconteciendo.
Por supuesto, para el salmista esto es una inmensa bendición. Piensa en el privilegio de vivir en la presencia de Dios, y se asombra de saber que no importa dónde vaya ni dónde esté, allí estará su Dios con él.
Él pregunta: “¿A dónde me iré de tu espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? […] Si subiera a los cielos, allí estás tú; y si en el seol hiciera mi estrado, allí tú estás” (v. 7-8, tb. Amós 9:2-4, Job 26:6). Y si habitase en el extremo del mar “aún allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra” (v. 9-10).
¡Oh, Dios! ¿No es esa una preciosa seguridad? Dios es omnipresente, y doquiera vaya estará conmigo, siempre me guiará en el camino, su mano poderosa me protegerá y me prosperará. Con él la señal no falla, ni el Wi-Fi se cae, Dios siempre está.
Ni las tinieblas pueden estropear su presencia, para él es lo mismo las tinieblas que la luz, ¡puede vernos como si brillase la claridad del mediodía! (vv. 11-12).
Todo esto continúa sorprendiendo y llenando de gozo al salmista. Mientras que algunos quisieran huir de la presencia de Dios, en vano (Jonás 1:3), otros celebran el saber que jamás les abandona su compañía.
Tercera estrofa
Ahora el salmista se va muy atrás en el tiempo, aunque sin dejar muy atrás el tema de la omnipresencia de Dios, y explica que esta relación tan íntima comenzó incluso desde antes de su gestación.
¿Cuántos no hemos pensado alguna vez que nuestra vida es producto de la casualidad, o simplemente de la voluntad de nuestros padres? Bien, el salmista contesta a esto sin duda alguna: “Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el vientre de mi madre” (v. 13).
Ni siquiera visualiza la gestación como un proceso naturalmente establecido por el Señor, sino que le ve formando con sus propias manos al bebé en el vientre materno. No lo ha dejado al azar, él mismo se ha encargado. E imaginar el esmero y la dulzura con la cual el creador da forma a cada pequeña criatura, ¡es casi irreal!
Tan irreal que el salmista interrumpe el hilo de pensamiento para alabar: “Te alabaré porque formidables y maravillosas son tus obras; estoy maravillado y mi alma lo sabe muy bien” (v. 14). ¿Qué más podríamos hacer? Es que todo esto es sencillamente asombroso. Es como un esteroide para el autoestima. Verdaderamente somos hijos de Dios.
Si el cuerpo humano es una escultura de alta jerarquía artística y científica, es porque el mismo Creador se encarga de ella con mayor precisión que un cirujano y mayor amor que el de una madre.
Nuestro cuerpo no estuvo oculto a él; aún allí Dios se hallaba, en lo profundo dónde estaba siendo formado, “Mi embrión vieron tus ojos” (v. 15-16).
Lo más satisfactorio es el sentido de propósito que eso confiere. “Y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar ni una de ellas” (v. 16).
Dios no solamente nos conoce exhaustivamente, no solo sabe todo lo que hacemos y pensamos, no solo nos ve doquiera vamos y su presencia nos acompaña, sino que todo esto es desde el vientre materno, cuando nos formó con un propósito específico y especial. Fuimos planificados desde mucho antes de nacer. Quizás desde la formación del mundo.
El salmista culmina entonces toda esta sección con una conclusión que nuevamente manifiesta su feliz e inocente asombro ante la hermosura de lo descrito, sensación difícil de expresar: “¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero se multiplican más que la arena. Yo despierto y aún estoy contigo” (vv. 17-18).
Me encanta este salmo. Qué perfecto es Dios.
Cuarta estrofa
Pero no podía faltar un cambio rotundo. El salmista volaba por las nubes y ahora toca el piso. “De cierto, Dios, harás morir al impío” (v. 19).
Todo lo anterior no invalida la realidad del juicio de Dios que finalmente restaurará todas las cosas. Y para los impíos lo que se ha venido relatando antes es un problema: Dios conoce a cabalidad sus acciones y pensamientos, no hay nada que puedan hacer que Dios no lo sepa, no pueden esconderse de él y han arruinado el plan de Dios para sus vidas.
Así que la respuesta del autor es la esperada, apartarse del impío, del sanguinario, del que blasfema contra Dios, de sus enemigos que le irrespetan; odiar y enardecerse contra los que le aborrecen (vv. 19-22).
No quiere decir esto que el fiel adorador de Dios odia a los pecadores y los quiere ver quemarse en el infierno; es más bien, una consecuencia natural de caminar junto a Dios el indignarse cuando los hombres le irrespetan y blasfeman de él. Sentir aversión contra el pecado y la maldad humana.
El creyente no odia a los hombres. Les ama y desea que disfruten de la misma experiencia de fe que él. Pero tal como Dios, odia sus hechos y prácticas. Se aparta de ellos, huye del mal, y odia el pecado precisamente porque anhela participar de la santidad de Dios.
Esto precipita la conclusión del salmo.
Versos 23 y 24
Estos dos textos concluyen la cuarta estrofa y sirven como el cierre de todo el contenido del salmo.
Es curioso que el verso uno parece ser contradicho por el verso 23. Pero no es nada parecido. En su lugar, el salmista reconoció antes que Dios le conoce y le ha examinado, y ahora su ruego es que lo continúe haciendo.
El pecado abunda en el mundo, y ningún creyente está eximido de desviarse a un camino de perversidad. Así que el autor pide al Señor que continúe examinándole, conociéndole y probándole, para que si en algún camino de perversidad se desvía, él pueda guiarlo nuevamente al camino eterno (tb. Salmos 143:10).
El autor no solo se maravilla de la realidad de la cercanía de Dios, sino que le ruega que siempre permanezca, y que incluso sea más abundante.
De eso se trata el Salmo 139. Lo maravilloso de la cercanía del que todo lo sabe y todo lo puede. El que lo desea, puede disfrutar abundantemente de la intimidad con el Dios soberano, y ser guiado por él en la santidad.
¿Te unes conmigo en esa asombrosa experiencia?