explicación del salmo 19 nube de palabras

El mundo y la sociedad viven de “fiebres”, tú debes saberlo. En mi corta vida he visto proliferar y luego menguar variadas tendencias de comportamiento, vestimenta, baile, música, productos, aplicaciones, etc… El mundo de la industria conoce bien cómo pensamos los seres humanos: nos emocionamos mucho por algo, y al momento ya no nos importa más.

Recuerdo que unos 5 o 6 años atrás de un instante a otro prolífero una App llamada “Apensar”. El juego consistía básicamente en una serie de niveles (más de 3.000), en los cuales se presentaban 4 imágenes que tenían algún vínculo y algunas letras, a partir de las cuales el usuario debía adivinar la palabra en cuestión.

Por espacio de algunos días todos en el liceo, en la iglesia y en el grupo de la familia hablaban del juego, y se consultaban las respuestas de algunos niveles. Yo lo descargué, pero al poco tiempo la fiebre pasó y el juego quedó casi en el olvido.

Recientemente estuve viendo que las 10.000.000 de descargas de Apensar son superadas ampliamente por las más de 50.000.000 de descargas de otro juego similar llamado “4 imágenes 1 palabra”; que llegó a tener casi 250.000.000 de usuarios activos (según el juego).

Quizás tú mismo los hayas visto o jugado alguna vez.

Lo atractivo de estos juegos es que hay imágenes que acusan una relación bastante obvia, y por esa razón es fácil adivinar la palabra. Pero otros niveles de mayor dificultad presentan imágenes cuya relación es verdaderamente disimulada, ¡muy, muy disimulada!

Sin embargo, eso no quiere decir que la relación no exista. Al mirarlas una y otra vez finalmente se encuentra algún punto en común que le da sentido a todas las imágenes.

Algo muy similar ocurre con el Salmo 19. Algunos contemplan las dos imágenes (aparentemente diferentes) que allí se muestran, y llegan a la conclusión de que no existe relación, que se trata de dos obras diferentes.

Pero otros miran atentamente, con mayor detenimiento, y descubren cómo ambas partes se relacionan perfectamente para transmitir la verdad que el Espíritu inspiró y el autor proclama. ¡Y la belleza del Salmo se muestra en todo su esplendor!

Recuerda: la gran mayoría de las veces los tesoros no se ven a simple vista.

Salmo 19

Esta obra es una joya literaria y teológica entre los Salmos. Su autoría tiene que ser davídica, porque la jerarquía de su arreglo y su contenido, profundamente entendido, podría fluir únicamente de la experiencia de un hombre que vivió muy cerca de Dios, y que aprendió a valorar por completo la revelación divina en sus distintas manifestaciones.

Un hombre que, amonestado por su consciencia, a la luz de la pureza de la ley y el orden natural comprendió su vasta necesidad del poder divino en su vida, para redimirle de la influencia subyugante del pecado. Un hombre que encontró belleza y luz en la ley, al mismo tiempo que para él era imposible seguirle el paso en íntegra obediencia.

Ese perfil, hasta donde sabemos, solo encaja con el poeta David. Amante de Dios como pocos, admirador de la ley (es evidente al estudiar el Salmo 119) e inconforme con su justicia humana; pero fiel seguidor de las maravillas del Creador en la naturaleza.

En varias versiones bíblicas, como en la Reina Valera 1995, el Salmo lleva por título “Las obras y la palabra de Dios”. Otro título alternativo es “La gloria de Dios en la creación y la ley”. Ambas propuestas, sin embargo, nos sugieren desde un primer momento que existen dos temas o divisiones principales en el escrito: naturaleza/creación y Ley.

Y al detenernos a examinar la estructura del Salmo es evidente que ¡acertamos! El Salmo 19 se divide en 3 secciones básicas: en la primera (vv. 1-6) el poeta comienza permitiéndonos escuchar la silenciosa voz de la naturaleza en la forma cómo revela al poderoso Creador divino.

En la segunda (vv. 7-11), la creación da paso a la más clara revelación de la voluntad de Dios, tal como se expresa en su ley; y en la última sección (vv. 12-14) el salmista medita en estas verdades con relación a su propio carácter y conducta.

Pero los dos temas son tan marcados, tan literariamente diferenciados, que han llevado a muchos estudiosos a pensar que el Salmo 19 en origen habría sido dos himnos separados, que fueron agrupados en uno solo.

Otros, más especulativos, disciernen algunas posibles relaciones en ambas mitades, y por ello determinan que si bien en un origen el Salmo existía en dos formas diferentes e independientes, más tarde fueron reunidas por un autor posterior que realizó algunos arreglos para brindarle sentido de unidad a la obra conjunta.

Pero de esa teoría a aceptar que David produjo el Salmo uniendo ambos temas de manera que la obra como un todo hablara de la revelación divina tal como se expresa en la naturaleza y la ley, hay solo un paso.

De hecho, el género literario del Salmo, que corresponde a un himno, con pincelazos sapienciales a partir de la segunda mitad, da espacio para la variación en el tema, puesto que el himno muchas veces carece de un tema específico. Su intención primaria es la adoración, y por tanto, a menudo confluyen muchos temas en ese proceso (ver Salmos 136, 147).

Se ha argüido el cambio de nombre divino (El en la primera parte y Yahweh en la segunda y tercera) y de estilo (de irregular y movido a regular y estático) como una razón para presumir dos autores distintos, pero el cambio de tema fácilmente puede explicar esta diferencia.

El poderoso Dios Creador junto a la belleza y el arte de la creación en la primera sección, mientras la segunda destaca al Dios Jehová que se revela en el orden y la pureza de su ley.

Finalmente vamos a abocarnos al argumento del Salmo, que es siempre lo más deseable.

El escrito comienza con el exabrupto de una creación que habla, cuenta y anuncia la gloria de su Creador, pero que paradójicamente no deja oír su voz, ni sus palabras, ni su lenguaje. Es una creación muda, que habla.

Aun así el salmista nos deja oír su voz, y declara que este mensaje que ella transmite es constante, se repite día a día y noche a noche; y alcanza hasta el extremo de la tierra, ¡todos pueden escucharlo! Una de las grandes evidencias de esto es el sol, pues ninguno deja de disfrutar de su calor.

Tal es la revelación de Dios en la naturaleza: todos la escuchan, todos la contemplan, mas pocos la entienden.

De manera que Dios precisaba revelar mucho más claramente su carácter y su voluntad a los hombres, y lo hace a través de su ley. Una ley perfecta, justa, fiel y deseable, testimonio de la gloria de Dios, los principios de su gobierno, y su carácter pleno de amor y misericordia.

Mas aunque el salmista se deleita en la ley de Dios, y la compara incluso con el dulce de la miel, se encuentra con una penosa realidad: ahora que puede comprender la revelación divina, expresada en un lenguaje tan claro, su pecado y su desobediencia saltan delante de sus ojos.

Aunque la palabra escrita de Dios puede comunicar a quien lo desea aquello que la naturaleza no podía, no es capaz de restaurar el corazón del hombre a la semejanza divina. Por tal motivo el salmista culmina el Salmo orando a Dios para que haga por él lo que él mismo es incapaz de hacer.

Si podemos notarlo, este Salmo se adelanta casi 1.000 años a una teología concreta de la revelación general, la revelación especial, el pecado, la ley y la gracia. Todas las partes encajan a la perfección.

Explicación del texto

Verso 1. Conozco este texto desde hace mucho, mucho tiempo. Quizás es uno de los primeros que me aprendí de memoria. Pero sus palabras continúan despertando las más nobles facultades de mi mente.

Los cielos, el firmamento, los árboles, las solemnes montañas, los animales, el sol y la luna, las galaxias, todo cuanto vemos en derredor, ¡y todos los misterios que en ellos se esconden y que ahora conocemos un poco mejor! Todo testifica de la gloria del Creador, y la perfección de la actividad de sus manos.

El salmista parece plantearnos una escena donde los cielos y el firmamento son como un gran lienzo, o la gran pantalla del cine. Y la tierra está sentada en la sala observando la escena, redundante en belleza y gloria.

Se muestran al firmamento y a los cielos personificados, capaces de contar al auditorio dos impactantes verdades: la gloria del Creador, su magnificencia, su perfección, su carácter de amor, y sus hechos notables.

¡Ellos son un testimonio vivo y diario! Son maestros silenciosos cuya única clase se basa en hablar de Dios y su hermosura. El amor, el orden, la justicia y equidad, la armonía, simetría y precisión que salta a la vista al contemplar la “obra de sus manos”, es una clase magistral acerca del carácter del Dios que le dio forma a todo aquello.

Así que la creación testifica de su creador, así como una pintura habla de su pintor, y una novela de su autor. Al mirar la obra detenidamente, al estudiar sus cualidades, es posible conocer mucho de quien está detrás de ella.

Las dos formas verbales que componen este verso en paralelismo sinónimo están en un participio activo, por lo que el énfasis está en la continuidad de la acción: “los cielos están contando la gloria de Dios, y el firmamento está anunciando la obra de sus manos”.

Porque esa clase jamás termina. Justo ahora puedes asomarte por tu ventana, mirar a los cielos, y escuchar la silenciosa voz que habla de la grandeza y la bondad de Dios.

Versos 2 al 4. En los siguientes versos el salmista continúa mostrando algunas de las características de esta revelación que proporciona la naturaleza acerca de su Creador.

En primera instancia se nos señala la continuidad infalible de este testimonio. La secuencia sempiterna de días y noches son personificadas también para ilustrar esto. Desde el principio de la creación, cada día se ha sentado con el siguiente para contarle las maravillas de Dios. Cada nueva noche ha escuchado de la anterior los relatos de la sabiduría divina.

Y este ciclo interminable continúa repitiéndose. Los días hablan, las noches declaran, los cielos cuentan, el firmamento anuncia, todo lo creado apunta hacia Dios.

Por eso la creación con todas sus formas es denominada el primer libro de texto de Dios.

El verso 3, sin embargo, reconoce una realidad evidente para todos: aunque los primeros 2 versos mencionan 5 verbos que aluden al proceso comunicativo, lo cierto es que la creación maneja un lenguaje especial.

Pues no hay palabras, no se escucha voz alguna, pareciera no existir lenguaje… Pero la creación y los cielos tienen su propio idioma. No necesitan hablar para ser escuchados. Y aunque no pronuncien palabra, el hombre atento captará el mensaje. Ellos hablan claramente, a quien se permite escuchar.

Por último el verso 4 nos habla de la extensión de la revelación. Puesto que todos formamos parte de la creación de Dios, y todos vivimos bajo el mismo cielo, esta revelación divina tiene la posibilidad de alcanzar a todos los hombres.

Su voz alcanza desde un extremo del mundo hasta el otro, su lenguaje circuye todo el globo terráqueo, nadie se ha quedado jamás sin escuchar su mensaje.

Pero aún siendo el testimonio de la creación tan fuerte, claro y extenso, visible para todos, y majestuoso en belleza, la humanidad le resiste. Es por esa razón que la revelación general no es suficiente para salvar al ser humano.

En primer lugar, porque el inconverso se niega a escuchar el testimonio de la naturaleza.

En segundo lugar, porque pese a revelar el amor, el orden y la justicia del Creador, su lenguaje no es suficientemente explícito en cuanto a la voluntad divina. Precisa de interpretación.

En tercer lugar, porque tal revelación en sí misma es incapaz de convertir al pecador.

Versos 4b al 6. Fijémonos en el sol, por ejemplo. Una figura ideal de la perfección de la creación de Dios. El Todopoderoso puso para él una tienda en los cielos, allí se suspende en él en los aires, manteniendo su curso.

Cada mañana sale alegre y radiante como un esposo de su alcoba, para recorrer el camino como un gigante presto a la carrera. Surca los cielos de un extremo a otro, hasta el término de ellos, y nada se esconde de su calor.

El sol es presentado como una de las mejores ilustraciones de la revelación general, y a la vez constituye un puente hacia la siguiente sección del Salmo. A fin de cuentas, el sol habla como ningún otro paraje ni astro de la grandeza de Dios, su sabiduría, y las bendiciones que derrama incondicionalmente sobre su creación.

El sol sale, recorre su camino, e inunda el mundo con luz y calor, imprescindibles para la vida. ¿Qué más esplendoroso que él? Así es la revelación general de Dios. Visible para todos, a todos alcanza con sus beneficios, y sin embargo poco apreciada.

La pieza más única y potente de la creación de Dios no es suficiente para revelar la voluntad del Creador al hombre. Es magnífica, sí, pero insuficiente.

Versos 7 al 9. La siguiente sección del Salmo rompe de manera abrupta con lo que había sido la sección anterior, y esto no nos sorprende demasiado. Ya que los versos 1 y 11 comparten esta naturaleza impetuosa e inesperada.

Aunque el salmista pareciera cambiar radicalmente el tema, esto en realidad no es así, como ya lo hemos explicado.

Si entendemos los primeros 6 versículos como “un canto a la naturaleza” es evidente que el cambio nos parecerá un corte súbito. Pero si reconocemos que los primeros 6 versos están plasmando el testimonio o la revelación de Dios como se expone en el mundo natural, podemos encontrar continuidad  a partir del verso 7, con la exaltación de la revelación oral y escrita de Jehová.

Los versos 7 al 11 utilizan 6 sinónimos para hablar de la revelación más específica de Dios y su voluntad, tal como se expresa en sus leyes e instrucciones. Y estos son acompañados por 16 cualidades y efectos.

Antes de hacer alguna otra acotación vamos a visualizar brevemente las apreciaciones del salmista acerca de la ley:

Ley – perfecta – convierte. Recordemos que el significado primario del hebreo torah no es “ley” sino “instrucción” y “enseñanza”. Es curioso que este sea el término bíblico más común para referirse a toda la voluntad revelada de Dios (tanto en el AT como en el NT).

Si la ley es nada menos que la instrucción, la propuesta de Dios para nuestra vida personal, familiar, social y espiritual, entonces el adjetivo “perfecta” está prácticamente sobreentendido. La ley de Dios no tiene error alguno, es perfecta y suficiente para el hombre. Hace volver al hombre de su mal camino, e incluso revive y restaura, no solamente las facultades morales, sino a la familia, y a la comunidad.

Testimonio – fiel – hace sabio. La palabra “testimonio” (hebreo eduth) aparece en Éxodo 25:16, 21 dando nombre al decálogo. El decálogo es un testimonio o una revelación de Dios acerca de sí mismo. Por eso decimos que la ley (y los 10 mandamientos en especial) es el trasunto del carácter de Dios.

Este testimonio es fiel, verdadero (Salmos 111:7), y de carácter permanente. Por esa razón puede impartir sabiduría probada al joven inexperto.

Mandamientos – rectos – alegran. Juan dice que los mandamientos de Dios “no son gravosos” (1 Juan 5:3). David declara que son rectos, y que su fin es alegrar el corazón del hombre. La tristeza es producto de los errores y pecados, pero la alegría es resultado de la obediencia por amor a Dios. Eso es verdadera libertad.

Precepto – puro – alumbra. Lo que Dios señala y estipula es puro, y debido a su pureza limpia también el alma del que medita en ello y le obedece. La pureza de su ley purifica nuestra consciencia y nuestro camino.

Temor – limpio – permanece. En otros lugares hemos hablado del temor de Jehová [p. ej. El sabio ve el mal y se aparta, o El temor en la Biblia], y ya conocemos que se trata de la disposición a caminar en obediencia, servicio y adoración a Dios. El temor de Jehová puede enseñarse (Salmos 34:11), y el que vive de esta manera se aparta de la contaminación del mundo, y ciertamente permanece para siempre.

Juicios – verdad – justos. Todo lo que Dios hace es bueno y verdadero. Su proceder es completamente justo. Aceptar y vivir su propuesta para nosotros es garantía de felicidad.

Los siguientes versículos añaden estos efectos y cualidades: deseables, dulces, amonestan y hay recompensa para quien los guarda.

La visión del salmista en cuanto a la ley de Dios es abrumadoramente buena. Nos hace reconsiderar una perspectiva negativa de la ley, algo así como “haz esto, esto y esto o te daré tu merecido”; para empezar a considerarla como “Hijo mío, te amo y quiero que seas feliz. Por favor, anda conmigo por este camino, que será mucho mejor para ti”.

De esa manera veía el salmista la ley. Una revelación plena de la voluntad de Dios para el hombre, expresada en términos tan claros que es imposible errarle o confundirse. Mandamientos santos, perfectos, justos, limpios, deseables y justos. Por y a través de ellos, no hay excusa para el desconocimiento de Dios.

Versos 12 al 14. Sin embargo, y luego de tan elevada representación de la ley de Dios, el salmista reconoce que aunque ésta es perfecta para mostrar a Dios, su carácter y su voluntad, es ineficaz por sí sola para convertirlo de pecador en santo.

No puede, por mucho que la lea y la escudriñe, renovar lo que hay dentro de sí.

Por ese motivo, el Salmo culmina con una serie de pedidos a Dios. Suplica poder discernir sus errores, sus yerros a la ley de Dios. Pide ser librado de los pecados que ha cometido sin saberlo, por desconocimiento o por inconsciencia. Y suplica a Dios que le preserve de soberbias y rebeliones, pecados cometidos con conocimiento y orgullo.

El verso 14 va más allá, y expresa su deseo de que tanto sus palabras como los pensamientos íntimos de su corazón sean agradables para Dios.

Todo esto no lo hará posible la ley. Lo hace posible la intervención y el poder de la gracia de Dios obrando en el hombre. Entender la voluntad de Dios para la vida no es suficiente. Solo el Espíritu de Dios puede ayudarnos a hacerla nuestra.

La palabra “redentor” al final del Salmo es clave. Por constante, estable y extensa que sea la revelación general, y por santa y justa que sea la revelación especial, eso jamás invalidará la inmensa necesidad que tenemos de un redentor que nos liberte del pecado y de su castigo.

Sin Jesús, simplemente nada vale.

Por eso es tan curioso que el nombre Jehová aparece solamente 6 veces en los versos 7 al 11. Lo que nos deja con un sabor de boca extraño, teniendo en cuenta que el 7 es el número de la plenitud.

Bien, el 7mo “Jehová” aguarda hasta el último versículo del Salmo. Porque la perfección no viene por la revelación (si bien esta es plenamente necesaria), su obra en la historia y el corazón humano es la perfección.

Como me gusta decir: la transformación de un pecador, es el mayor milagro de Dios.

Descubre aquí todos los recursos del Salmo 19.