En una época donde no se contaba con organismos de inteligencia, cámaras de seguridad, monitoreo satelital, ejército nacional, constitución de la República, ni bloqueos económicos o sanciones internacionales, el año transicional de un rey a otro en tiempos del antiguo Israel era un año de potencial inestabilidad (dentro y fuera), alborotos y conspiraciones.
Observa, por ejemplo, lo sucedido tras la muerte del rey Saúl, según se narra en 2 Samuel 2-4; o los movimientos políticos acontecidos después de la muerte de Salomón (1 Reyes 12), la ascensión al trono por parte de Zimri (1 Reyes 16:8-10), Jehú, lo que conocemos en cuanto al panorama político en torno a la muerte del rey Uzías, los últimos días de los reyes del reino del norte, etc…
En el interior de la nación el ambiente político se desequilibraba debido a las disputas familiares en la línea de sucesión, o al riesgo de un golpe de estado. Y en relación a las naciones extranjeras, el año transicional era una oportunidad valiosa para amotinarse y librarse de cualquier vasallaje impuesto por el reino rival.
De manera que cuando un reino se estaba haciendo poderoso y sometía algunas naciones bajo sus pies, al fallecer el rey, era de esperar que ocurrieran alianzas entre los pueblos pequeños para conseguir una insurrección significativa.
Todo parece indicar que el salmo 2 está ambientado en un año transicional. El rey de Israel ha fallecido, y otro está por subir al trono. Mas lo que no saben los pueblos y naciones que se amotinan, es que Jehová es el verdadero rey de Israel.
Salmo 2
En una ocasión anterior, cuando nos sumergimos en el salmo 1, explicamos que los dos primeros salmos del salterio conforman una unidad que introduce el contenido temático de toda la colección. Hay 3 razones básicas para tal conclusión:
-El estudio del argumento y la forma de ambos salmos ha dejado en descubierto la razón fundamental de su ubicación al comienzo de la colección: el primero trata de la Torá, y el segundo apunta al Mesías en la persona de la realeza; temas fundamentales para la fe israelita.
-Ninguno de los dos cuenta con sobre escrito, y por ello son llamados “salmos huérfanos”.
-Si los tomamos como una unidad, diríamos que esta unidad comienza y termina con una bienaventuranza (1:1, 2:12).
Así que cuando hablamos del salmo 2 no hablamos de un salmo cualquiera. Si ha sido posicionado en la introducción del libro, es porque su temática debe servir como referencia en la mente del lector al momento de abordar todos los salmos subsiguientes.
Posicionamiento que nos obliga a no conformarnos con denominarle un salmo de realeza o entronización. Más bien, en este salmo están fusionados temas importantes que aparecerán con frecuencia a lo largo de la colección: el señorío del gobierno de Jehová sobre las naciones, Jehová como legítimo rey de Israel, la victoria final de Jehová sobre los poderes del mundo, y el papel preponderante del «Ungido de Jehová».
Cada uno de estos temas ocupa un lugar en el argumento final del salmo, pero es el Mesías, detrás de la figura del nuevo rey que es entronizado, quien sobresale y magnifica la importancia del mensaje de esta composición.
Ahora bien, ¿cuál es el origen histórico del salmo segundo? Primeramente, Hechos 4:25 elimina casi toda posibilidad de cuestionar la autoría davídica. Lo que nos lleva a sugerir que el salmo probablemente haya sido escrito en los albores de la coronación de su hijo, Salomón, como rey de Israel.
Sabemos por el relato bíblico que algunos sucesos se presentaron antes de la coronación de Salomón como rey cuando Adonías, otro de los hijos de David, intentó usurpar el trono (1 Reyes 1-2).
Por lo tanto, es bastante probable que el panorama internacional presentase algún tipo de semejanza con lo descrito en los primeros versos del salmo, que inspirase a David a escribir sobre el triunfo de los propósitos divinos para con su ungido: en primera instancia, Salomón.
Como Dios es quien gobierna las naciones, y más aún, es el Rey de Israel, las naciones no son capaces de frustrar sus planes, y mucho menos librarse de su soberanía. Dios ha escogido y entronizado a su ungido, y él ha de recibir toda la honra de los reyes y habitantes de las naciones.
En cuanto a la forma, el salmo menciona 3 personajes principales que encabezan los distintos movimientos escénicos de la trama: Jehová, su ungido, y los reyes/pueblos/naciones. A su vez, está dividido en 4 estrofas casi simétricas, con rotaciones en la direccionalidad de las acciones, y los personajes que las protagonizan.
La primera abarca los versos 1 al 3, y las acciones son realizadas por los reyes/pueblos/naciones y van dirigidas en contra de Dios y de su ungido.
La segunda, versos 4 al 6, describe acciones protagonizadas por Dios, y constituye su respuesta en contra de los reyes/pueblos/naciones.
En la tercera, versos 7 al 9, el ungido de Dios toma la palabra mientras se le presenta contemplando los términos del decreto divino que le estableció como legítimo rey.
La cuarta, versos 10 al 12, al parecer protagonizada por la voz del autor del salmo, invita a una reorientación de las acciones de los reyes/pueblos/naciones hacia Dios y su ungido, que ahora es llamado “Hijo”.
La forma como está organizado el escrito arroja cierto paralelismo con el contenido del Salmo 1.
Mientras que el primero presenta los dos caminos de la vida que el ser humano tiene oportunidad de escoger, en el plano personal, y sus consecuencias; el Salmo 2 se desplaza a una escala corporativa, señalando los dos caminos opcionales para las naciones. Esta vez, lo que marca la diferencia no es la actitud del individuo hacia la Torá, sino la respuesta de las naciones hacia el reinado de Jehová a través del Mesías.
De esa manera se crea un esquema ABBA entre los salmos primero y segundo:
A: Bendición y bienaventuranza para los fieles, que obedecen a Jehová y su ley (Salmos 1:1-3).
B: El destino de los impíos es perecer (Salmos 1:4-6).
B´: Para las naciones y pueblos rebelarse contra Dios es sinónimo de perecer (Salmos 2:1-6).
A´: Bendición y bienaventuranza para los que confían y sirven a Dios (Salmos 2:7-12).
Explicación del texto
Versos 1 al 3
El salmista está sorprendido. Intenta encontrarle sentido a lo que ve, mas no lo logra. No alcanza a entender la medida de la necedad humana. Y entonces brota de sus labios la pregunta clave: “¿Por qué…?”
Ha llegado el momento para que Salomón ocupe el trono de Israel, y los pueblos vecinos que David había sometido mientras fuera rey, ahora se alborotaban y amotinaban ansiando librarse del gobierno de Israel, y con él, de la supremacía de Jehová.
Pero David califica estas intenciones como pensamientos vanos. Es decir, pensamientos tontos, inútiles, infructuosos. ¿Tiene sentido rebelarse contra el Dios del Cielo? Al menos por dos razones la respuesta es un “no” de proporciones espaciales:
-Dios es el único gobernante que puede traer a las naciones paz, felicidad y prosperidad. La necedad humana alcanza su máxima expresión cuando el hombre se rebela contra Aquel que desea hacerle el bien. Deseamos escoger nuestra propia manera de hacer las cosas, ¡pero no conseguiremos nada con ello! Humanamente nunca alcanzaremos mayor bien que el que Dios desea otorgarnos.
-En la misma frase “humanos rebelándose contra Dios”, se ve contenida muy claramente la segunda razón que vamos a dar ‒y es quizás la que tiene en la mente David–. ¿Acaso puede el hombre «ganarle» a Dios? ¿Pueden los seres humanos salirse con la suya en descrédito de los propósitos divinos? Es absurdo pensar que las naciones pueden amotinarse y conspirar “contra Jehová y contra su ungido” (v. 2). Sus intenciones están destinadas a fracasar.
Hagamos un pequeño paréntesis: ¿a qué se refiere el pasaje cuando habla del “ungido”? El hebreo mashiaj, es una expresión que designa a alguien que ha recibido una comisión o llamamiento para ejercer una función (1 Reyes 19:15-16). De manera que se aplica a los sacerdotes (Éxodo 28:41, 29:7, 30:22-33, Números 35:25), reyes (1 Samuel 10:1, 24:6) y profetas (1 Reyes 19:16).
Ahora bien, el desarrollo de la esperanza profética de Israel convirtió al término mashiaj en Mashiaj (Daniel 9:25-26), de tal manera que se esperaba, como cumplimiento de las profecías acerca de un rey salvador, al Ungido definitivo, el Mesías, que sería el instrumento para instaurar el reino de Dios en la tierra. Por ello Juan 1:41, 45, 4:25; donde mashiaj ya no designa a un ungido cualquiera, sino al Mesías definitivo de Dios.
Y, de hecho, un repaso de lo que dice la Biblia acerca de la persona de Jesús nos permite ver en él el cumplimiento de una obra triple de profeta, sacerdote y rey: él es, verdaderamente, el Ungido de Jehová.
Sin embargo, en este texto el significado primario está relacionado con la persona del rey de Israel, ungido para ejercer su llamamiento divino. En este caso, creemos nosotros, se trata de Salomón. Mas el NT le confiere una perspectiva más amplia, que aplica el salmo al Mesías de Dios, Jesús de Nazaret. Y, ciertamente, el mismo lenguaje del Salmo 2 acepta sin problemas esta interpretación «mesiánica».
Regresamos. Así que las naciones que David había sometido (ver Salmos 18:43-45) están conspirando contra Jehová y su ungido, Salomón. Y el verso 3 revela con precisión cuáles son sus intenciones específicas: liberarse del dominio de Israel (cf. Jeremías 5:5).
Versos 4 al 6
Ahora el autor del salmo nos presenta un contraste bastante curioso. Mientras las naciones, reyes y príncipes se hallan en tumulto, desorden y amotinamiento, en el Cielo Dios está –como diría una frase popular:– «sereno moreno»…
Es más, no solo está sumamente tranquilo, sino que “se reirá”, “se burlará de ellos” (v. 4). Los hombres están tramando sus maquinaciones, haciendo planes, ingeniando sus métodos, ¡pero Dios se ríe de ellos, se burla!
Por supuesto, la expresión es producto de la humanización que muy a menudo los Salmos y el Antiguo Testamento en general hacen del Señor, describiendo sus acciones y sentimientos en términos humanos.
Pero lo cierto es que el Señor contempla desde el Cielo y repugna los funestos propósitos de los hombres. Los frustra, los pone en tropezadero, y acaba cumpliendo su voluntad soberana. Tal como Sara se rió cuando escuchó la promesa divina de un hijo (Génesis 18:12), Dios se ríe de la necedad humana.
A su tiempo, Dios le recuerda al hombre su condición. Puede ser que en un primer momento parezca permanecer callado, pero “luego les hablará en su furor”, y reafirmará delante de todos sus decisiones: “yo he puesto mi rey sobre Sion” (v. 6).
Versos 7 al 9
La voz que se escucha a continuación es la del hijo, el rey, el ungido. Dios ha dado un decreto divino para instaurarle como rey sobre su santo monte, y a éste le acompañan promesas y garantías. El hijo procede a contemplar e interpretar el significado del decreto divino.
Dios dijo: “Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy” (v. 7). Este lenguaje es un tecnicismo tomado de los procesos de adopción, que era replicado en las ceremonias de coronación de los reyes de Israel. Cuando un rey subía al trono asumía el título regio de “hijo de Dios” (2 Samuel 7:14); y debido a su adopción, era considerado como si fuese engendrado ese día por Jehová.
Observa que se dice que Salomón era “su ungido” (v. 2), luego Dios le llama “mi rey” (v. 6), y “mi hijo” (v. 7). Un lenguaje tan personal, y la relación tan íntima entre Dios y el rey que ha escogido para el trono, derivan en dos bendiciones y promesas, que aseguran el triunfo del reinado divino por sobre el tumulto de las gentes:
-Pídeme y te daré por herencia las naciones, los confines de la tierra serán posesión tuya (v. 8)
-Los quebrantarás con vara de hierro, los desmenuzarás del todo (v. 9)
Estas promesas pueden verse materializadas en el reinado de Salomón, que amplió los límites territoriales de Israel como ningún otro rey antes y después de él, y que sometió e hizo tributarias las naciones debajo de él.
Pero cuando las palabras de este decreto son aplicadas a Jesús, asumen una dimensión infinitamente más amplia.
El verso 7 es citado dos veces en el Nuevo Testamento, Hechos 13:32-33 y Hebreos 1:5. Y ambos representan la declaración divina de entronización y reinado de Jesús como posterior a su resurrección. Jesús fue resucitado de entre los muertos, y recibido en gloria; eso constituyó una declaración definitiva y suprema de la condición de Cristo como Hijo de Dios (Romanos 1:4), y gobernante del universo (Apocalipsis 5:6-13).
Y las dos promesas consecuentes hechas al ungido de Jehová, tienen un alcance universal en el reinado del hijo de Dios. Pues él sí que recibirá el mundo entero por posesión (Isaías 9:7, Zacarías 9:9-10), y desmenuzará a todos sus enemigos bajo sus pies.
Versos 10 al 12
Así que el salmista culmina exhortando a los reyes y a los pueblos a cambiar el rumbo de sus acciones en lo que concierne a Jehová y a su Ungido. En lugar de proseguir en su inútil, infructuosa e incoherente rebelión, les aconseja ser prudentes, y reconocer su deber.
Solo hay dos caminos posibles para ellos: de proseguir, serán desmenuzados y perecerán (v. 12); mas si sirven a Jehová con temor, respeto y sumisión, si honran al hijo, serán bienaventurados.
Pues no hay nada más seguro que el Ungido de Dios reinará para siempre. La rebelión pronto acabará, y con ella todos los rebeldes. Pronto ya no habrá naciones que se amotinen, pues todos viviremos unidos en gozo perpetuo bajo el reinado del único gobernante capaz de instaurar la paz, la justicia y el amor en el vasto universo.
La única cuestión que todavía está abierta es: ¿reinaremos nosotros con él?
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