En la mañana del partido de Argentina contra Alemania en el mundial de Sudáfrica 2010 yo me sentía muy ansioso. Era la primera vez que seguía un evento deportivo con tanta pasión, y por causa de mi fanatismo hacia Messi, apoyaba a la selección de Argentina (típico de muchos de mi generación).
Recientemente había celebrado corriendo por todo el local de Arepas Santa Rita la victoria de Argentina sobre México en los octavos de final. Pero ahora se cruzaba con un rival muy duro, los alemanes.
Esa mañana de sábado camino a la iglesia, adivina qué pedí cuando mi mamá me pidió que orara. Estás en lo cierto: que Argentina le ganara a Alemania.
No recuerdo muy bien, pero sé que ese día mi madre me dijo algunas cosas que desde ese momento se grabaron en mi mente infantil. ¿Crees que Dios influye en los resultados, a favor de unos y en perjuicio de otros? Tú y muchos más pueden orar por Argentina, ¿pero qué hace Dios con los que oran por Alemania? Creo que deberías pedirle a Dios que gane quien en verdad lo merece.
A partir de ese día he notado cosas que llaman mi atención.
Suponte que vamos a jugar un partido de fútbol importante, para ganar algún premio, y antes de jugar oramos. En los camporee de jóvenes cristianos veo a los chicos (y yo mismo lo he hecho) orando antes de participar en algún evento. Incluso en las películas muestran a personas que van a cometer algún crimen o delito orando o persignándose previamente.
¿Y qué decir de las cruzadas cristianas contra los musulmanes entre los siglos XI y XIII d.C? Aparentemente ellos iban en el nombre de Dios, su símbolo era una cruz, ¡pero los turcos también peleaban en el nombre de su dios!
Es bastante curioso esto de hacer lo que uno quiere, emprender un partido, una competencia, un crimen o incluso una guerra, en el nombre de Dios; y esperar su bendición.
¿Y acaso el trasfondo del Salmo 20 no es algo similar a eso?
Salmo 20
Con pocos salmos existe tan elevado grado de acuerdo respecto al trasfondo y la intención del escrito como en el caso del presente Salmo y el que le sigue, Salmos 20 y 21.
Casi todos (por no decir que prácticamente todos) están de acuerdo en afirmar que este Salmo se trata de una oración a Dios en favor del rey y su ejército al momento de salir a una batalla. Probablemente haya sido usado de forma litúrgica, pues la primera sección del Salmo lo coloca en el contexto de un servicio cultual.
El entorno bélico es prácticamente innegable. Schokel detalla algunas palabras del Salmo (aparte de las obvias) que podrían tener una significación bélica más acentuada, tales como: “conflicto”, “defienda” (v. 1), “ayuda”, “sostenga” (v. 2), “planes” (v. 4), “salvación”, “alzar bandera” (v. 5), “potencia” (v. 6) [Alonso Schokel, Salmos 1 al 72, p. 350].
Pese a ser un Salmo litúrgico (propio de una ocasión religiosa determinada: la salida a la guerra), es cierto que su origen bien pudo haber sido con motivo de alguna guerra en particular. El sobre escrito de una antigua versión siríaca relaciona este Salmo con la guerra de David vs la alianza de Sirios y amonitas, registrada en 2 Samuel 10.
Y este Salmo, en el cual sobresalen algunas conexiones temáticas y lingüísticas con el Salmo 18, también guarda una estrecha relación con el Salmo 21, que sería entonado al victorioso regreso del rey de la guerra.
La diferencia sustancial con el tema del Salmo 18 radica en los personajes. Primeramente porque en este los enemigos no resaltan. Luego el papel bastante disimulado de la persona humana.
En este Salmo el gran protagonista es Dios, pese a que la súplica es en favor del rey. Casi todos los verbos y enunciados están dirigidos a Dios, o son protagonizados por éste, mientras que los 5 verbos que tienen por sujeto al ungido y a los suyos no tienen gran importancia dentro del mensaje del Salmo; son más bien verbos de respuesta o cooperación con las acciones divinas.
El segundo personaje que destaca evidentemente es el “ungido” de Jehová, que en este Salmo representa al rey o al general. Él es la segunda persona del singular que sirve como objeto directo de todas las peticiones y acciones divinas.
También se encuentra el pueblo o el ejército, presentado bajo el pronombre “nosotros”. Los enemigos anónimos son presentados bajo los títulos de “estos”, “aquellos” y “ellos”; y en última instancia una voz misteriosa y singular que aparece en el verso 6, que bien podría ser la del rey mismo, la de un levita o sacerdote.
La estructura del Salmo es relativamente sencilla.
En primer lugar el pueblo eleva una oración intercesora a Dios en favor del rey antes de salir a la batalla, en el marco de un servicio de culto, mientras sube el humo del sacrificio (vv. 1-5); luego se pronuncia un oráculo divino, quizás por parte de un sacerdote, que confirma la bendición divina y su respuesta a las peticiones (v. 5c).
A continuación el rey o un levita, junto al pueblo, reitera su confianza en el Dios de Jacob (vv. 6-8), y culmina con una expresión de esperanza y dependencia en el Rey celestial (v. 9).
El argumento del Salmo gira en torno al carácter teocrático de la nación de Israel, donde el rey gobierna sujeto y bajo estricta dependencia del verdadero gobernante de la nación: Dios, Jehová.
Por ello, cuando la nación se ve en peligro por causa de la guerra, el pueblo acude al santuario para pedir el favor del Rey celestial sobre el rey terrenal. El pueblo ora, presenta sacrificios al Señor, y éste responde (v. 5c).
Entonces el rey y su ejército reaccionan con un canto de completa confianza en Dios de cara a la batalla. El nombre de “Jehová” abre y termina cada sección del Salmo (v. 1, 5, 6, 9)
Todo parece indicar que esta guerra no se trata de un capricho, sino en respuesta a la amenaza de un pueblo extranjero. Dios es quien pelea las batallas de su pueblo porque, al fin y al cabo, es su reputación lo que está en entredicho delante de las naciones, a la vez que sus planes y las promesas respecto al futuro con relación a Israel.
Por tal motivo Israel podía esperar la bendición divina en sus empresas, siempre que estuviesen andando en fidelidad delante de Dios, y contasen con su aprobación en cada una de estas (ver Deuteronomio 20:1, 2 Crónicas 25:8).
Explicación del texto
Verso 1. A ninguno de nosotros nos gusta enfrentar el “día del conflicto”, que más literalmente se refiere al “día de la estrechez”. Todos preferimos la paz, y hacemos todo lo posible por obtenerla o prolongarla. Pero también es cierto que por más que prefiramos evitarlo, ¡ese día siempre llega!
Israel disfrutó de algunos períodos de paz a lo largo de su existencia, pero más comunes fueron los tiempos de guerra y conflicto. El reinado de David, a diferencia del de Salomón, estuvo caracterizado por las contiendas bélicas. Y el día del conflicto o estrechez podía sobrevenir en cualquier momento.
Pero qué valioso es tener a alguien con quién contar en ese momento. Alguien que escuche, alguien que apoye, o quizás alguien que defienda. En demasiadas ocasiones (que solo conocemos algunas) Dios fue para Israel, para sus reyes, y especialmente para David, ese defensor siempre atento al clamor de los suyos.
Este Salmo existe gracias a esa promesa divina, de pelear las batallas de sus hijos, y ser su seguro auxilio en el momento de la cruenta adversidad. Todo él está construido sobre esa esperanza fiel, que no defraudó a ninguno desde Abraham (ver Génesis 14), hasta a Nehemías (Nehemías 6).
Tanto en las buenas como en las malas Dios era leal a su pacto.
Así que el pueblo de Israel se enfrenta a una amenaza de guerra; posiblemente a un sitio o cerco sobre la ciudad. El día del conflicto y la estrechez ha llegado, y la esperanza de todos descansa sobre que “Jehová te escuche [más lit. “responda”]… el nombre del Dios de Jacob te defienda [al rey]” (v. 1).
Si Jehová responde, no importa el número, ni la situación, ni los recursos militares, ni absolutamente nada… La Biblia está repleta de relatos en los cuales Dios obró de maneras sobrenaturales para salvar a los suyos.
Él es quien puede defender a su pueblo como si se hallaran en una ciudad fortificada inexpugnable. Él es esa torre fuerte que imparte seguridad al justo que en ella se esconde (Proverbios 18:10). Por eso el pueblo intercede por su rey; la victoria radica en la respuesta divina.
El rey no puede afrontar el peligro confiando en el débil brazo humano, en la capacidad de su ejército o en sus aliados, pues estaría perdido. Si pone su fe en el nombre del Dios de Jacob (el nombre representa la persona y su carácter), marchará seguro.
Versos 2 al 4. El paralelo con el Salmo 18 pondría en estrecha relación al Dios que escucha desde su templo (Salmos 18:6) y desde allí emprende la liberación de su siervo, con el Dios que envía ayuda desde el “santuario”.
En este texto no parece haber otra explicación más razonable que el plano celestial/terrenal. La ayuda que Dios envía no es ayuda material o humana (al menos en el sentido más básico del texto), él envía su ayuda al ungido desde el Santuario celestial.
Dios puede socorrer al salmista enviando ayuda desde los cielos, así como pudo hacerlo con Eliseo en 2 Reyes 6, o con Ezequías en 2 Crónicas 32.
El santuario celestial es mostrado como el cuartel general de Dios, desde el cual él dirige sus operaciones. Desde allí, desde su trono, con su poderío divino, él puede asistir a su hijo en la batalla y sostenerle (podría ser un término técnico de batalla, ej. Salmos 18:35).
El pueblo también intercede para que Dios recuerde o traiga la memoria los presentes de David y sus holocaustos, que eran ofrendas quemadas por completo en el altar.
Las ofrendas tenían un lugar importante en el pensamiento israelita, y en su mayor parte el libro de levítico está abocado a describir los tipos y funciones de cada una de ellas. Desde el Génesis vemos cómo Dios se agradó de Abel y no de Caín sobre la base de sus presentes u ofrendas.
Por tal motivo, entendemos que las ofrendas (y las estipulaciones ceremoniales en general) formaban parte de la base pactual del favor o la gracia divina; símbolos de experiencias interiores personales tales como la gratitud, el arrepentimiento, y la adoración. Una persona que ofrendaba a Dios, estaba expresando con sus hechos lo que había en su corazón.
Se podría decir, entonces, que las ofrendas de David eran testimonios de su diaria vivencia con Dios.
Y al momento en que el humo del holocausto subía junto a las oraciones del pueblo, éste pide que Dios traiga a la memoria la fidelidad al pacto por parte del rey, y acepte sus plegarias en virtud de su gracia divina y el sacrificio prescrito.
En el verso 4 pide también que Dios conceda al rey todos los deseos de su corazón, y dé cumplimiento a cada uno de sus planes y propósitos. Aunque esta frase parece bastante general, debemos entenderla en el contexto de la ocasión: salida a la guerra.
Nadie sale a la batalla para ser derrotado. El deseo del corazón del salmista, y su plan, giran en torno a la victoria. Pero Dios es el único que puede colocar su sello sobre ese propósito, y quien pude darle cumplimiento.
1 Samuel 13:14 y 2 Samuel 7:21 aclaran que cuando el ser humano actúa conforme a los planes y deseos de Dios, Dios puede responder a los suyos.
Verso 5. Finalmente, el pueblo culmina con sus peticiones al declarar que, en respuesta a todas ellas, ellos podrán alegrarse en la salvación divina y alzar victoriosos los estandartes con el nombre de Jehová escrito en ellos.
La segunda parte del verso rompe con la métrica del Salmo y se vuelve nuevamente al tema de las peticiones que ya había sido dejado atrás, para dar paso a los gozosos resultados de la victoria.
Por esa razón entendemos que el verso 5c en realidad es una respuesta a todo lo anterior en futuro simple, probablemente un oráculo divino, pronunciado por un sacerdote, un levita, o por el pueblo en modalidad coral, donde publican la respuesta de Jehová confirmando que ha de conceder todas sus peticiones.
Versos 6 al 8. En gratitud a la afirmativa divina, el rey (o un levita en representación suya), alaba al Señor por su salvación, dando por hecho (la certeza de la fe) que Dios dará la victoria a su “ungido” [sobre este título véase Explicación al Salmo 2].
En sus palabras, Dios responderá (lit.) a su ungido desde sus “santos cielos” ‒lo que corrobora el plano celestial/terrenal del cual hablamos al comentar el verso 2‒, y con su diestra poderosa ejecutará la salvación prometida.
Ahora en los versos 7 y 8, teniendo por certeza la palabra que Dios ha comunicado, entonces el pueblo reitera su plena confianza en Jehová su defensor, en contraste con la confianza ineficaz de los ejércitos enemigos en su propia fuerza humana.
El salmista contrasta lo que Ezequías llamaría el “brazo de la carne” con el “brazo de Jehová” (ver 2 Crónicas 32:8). Aquellos confían en carros y caballos, pero Israel en el día del conflicto hace memoria de su Dios. Podrá no acompañarle el brazo de la carne, pero el poder de Dios halla su mejor y mayor expresión en la debilidad humana.
¿Y cuál es, entonces, el resultado? Mientras que aquellos flaquean y caen, el pueblo de Dios se levanta con la fortaleza divina y resiste, porque la fuerza del Señor le sostiene. Tal es el resultado de la batalla, cuando uno escoge el brazo correcto donde apoyarse.
El ejército y su rey aún no han salido a la batalla, pero ya se sienten triunfadores. Confiar en Dios ‒verdaderamente y no solo de palabras‒, nos inspira una seguridad incomparable.
¿Hay algo más grande que Dios? Bueno, “si Dios es con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31)
Verso 9. El verso 9, que es una declaración casi paralela al verso 1, sería una aclamación de todo el pueblo para culminar el servicio. Así declaran que dependen por completo del Rey Jehová (1 Crónicas 29:23).
Su última petición es, tal como empezó, que el Rey les oiga cuando lo invoquen.
Este Salmo no es una súplica por la bendición divina sobre una empresa humana y egoísta. Es una expresión de entera confianza en el brazo poderoso divino frente al conflicto y la prueba, en el contexto de la esperanza del pacto.
La próxima vez que te halles en tu “día del conflicto”, apóyate en el brazo de Jehová. Quizás no puedes verlo ni tocarlo, pero desde su centro de operaciones en los Cielos puede concederte tus peticiones; y cuando lo demás falle, la potencia salvadora de su diestra aún estará disponible para ti.
Encuentra aquí más recursos del Salmo 20. como el salmo en audio, para imprimir en pdf, etc.