John Maxwell nos narra una historia bastante peculiar acontecida en el mundo de los negocios a mediados del siglo XX, protagonizada por un par de hermanos llamados Dick y Maurice.
Suspirando por el “sueño americano” esta pareja de hermanos se mudó de New Hampshire a California en 1930 en búsqueda de mejores oportunidades para emprender.
En 1937 se les ocurrió una gran idea: colocaron un restaurante “Drive-in” (semejante a nuestros “auto servicio” actuales) en Pasadena, donde la gente cada vez era más dependiente de sus automóviles, y la sociedad se movilizaba rápidamente.
El negocio floreció como ellos no esperaban. En 1940 se estaban mudando a una nueva localidad más prometedora con un local más grande, y en 1948 introdujeron cambios significativos al concepto (ya no más “drive-in”), envases (ahora de cartón), menú, costos, y velocidad de servicio.
A esa altura el restaurante estaba ingresando más de 350.000$ al año, y a cada hermano le quedaban 100.000$ de ganancia, lo cual era una suma altísima para el momento.
Si Dick y Maurice habían salido de su pueblo buscando el sueño americano, parece indudable que lo habían conseguido. ¿Tienes idea de cuál era el apellido de esos dos? Era el mismo que daba nombre al negocio: McDonald’s hamburgers.
¡Entonces vaya que les fue bien! Pues… Alto ahí vaquero.
En 1952 comenzaron a intentar ampliar el negocio a través de franquicias, pero fracasaron rotundamente. ¿Y cómo llegó a ser McDonald’s lo que es hoy? Tendríamos que dejar de hablar de Dick y Maurice, y comenzar a hablar sobre Rav Kroc.
Los hermanos se asociaron con él en 1954, y al cabo de 5 años Kroc tuvo éxito en aperturar 100 restaurantes.
Él era un líder nato y con una visión estratégica; hizo una serie de movimientos importantes que catapultaron a McDonald’s a convertirse en una empresa nacional, y luego mundial. En 1962 compró los derechos exclusivos de los hermanos por 2.7 millones, y como resultado, hoy en día la franquicia cuenta con más de 21.000 restaurantes en unos 100 países.
El punto es: aunque lo que todo el mundo conoce es el apellido de aquellos dos hermanos, el crédito de lo que conocemos hoy como McDonald’s en realidad no es del todo suyo. Si no hubiese sido por Kroc, probablemente McDonald’s no sería lo que es.
Por eso me gusta uno de los subtítulos que Maxwell usa: “La historia detrás de la historia” [Las 21 leyes irrefutables del liderazgo, pp. 9-11].
El Salmo 21 hace algo similar. Nos cuenta la historia que hay detrás de una historia. Le da el crédito a quien realmente lo merece.
Salmo 21
Al estudiar el Salmo 20 comentamos que aquel y éste poseen un vínculo estrecho. Aquel toma lugar en una liturgia previa a la salida del rey a la batalla, y por eso se compone de una serie de peticiones a Dios en favor de su “ungido”, y expresiones de confianza en la salvación divina.
El Salmo 21 viene a ser la segunda parte o la continuación de la escena plasmada en Salmo 20. Donde, tras regresar victorioso el rey de la batalla, el pueblo alaba a Dios; reconoce que sus oraciones han sido contestadas, y ahora visualiza un tiempo de bonanza y paz para el rey. Y, a su vez, futuras victorias sobre sus enemigos.
Así que el Salmo 21, también litúrgico, fue diseñado como un canto de acción de gracias para ser entonado en un servicio cultual al retorno de la batalla.
El hecho de que el sobre escrito del Salmo 21 replique el mismo del Salmo 20, junto a las correspondencias tan evidentes en tema y vocabulario (en hebreo, ej. “alegrar” y “salvación” [20:5, 21:1], comparar 20:4, 5c con 21:2), nos lleva a concluir con seguridad que se trata del mismo autor (David), y muy probablemente del mismo episodio histórico (es posible que 2 Samuel 10).
Sin embargo, ya dijimos que por ser un Salmo litúrgico quizás haya sido utilizado en lo posterior como parte de estas ceremonias religiosas previo y post a las campañas militares.
La estructura del Salmo posee tres elementos principales: una primera sección de seis versículos (vv. 1-6) donde la asamblea se dirige a Dios en una lluvia de alabanzas por causa de las bendiciones y favores prodigados a su rey (que aparece en este Salmo como un personaje pasivo y receptáculo de la “misericordia del Altísimo” v. 7).
Luego el verso 7, que se haya suelto en medio de las dos estrofas (concluyendo la progresión de la primera sección y aperturando la segunda), y sirve como centro teológico del pensamiento del Salmo.
Luego, en una segunda sección de seis versículos (vv. 8-13), la asamblea prosigue en su canto de gratitud, considerando la victoria obtenida como una promesa de consiguientes triunfos de Dios sobre sus enemigos. La sección termina con una oración en forma de doxología que bien enmarca el hilo de lo que la precede.
Una inclusión mayor delimita la forma del Salmo: “jehová – poder” (vv. 1, 13), y estos dos extremos guardan un nexo interesante con el verso central. En los tres se resaltan respuestas humanas a cualidades o acciones divinas, y en los 3, para mayor realce, se cuentan las únicas menciones de “Jehová” en el Salmo.
Pero el del centro sobresale entre los 3, porque exalta el factor de la confianza del rey en Dios como el elemento clave que abre todas las puertas del Salmo. Como el rey confía en la hesed (misericordia, lealtad) de Dios, no será conmovido.
De manera que la confianza ocupa un lugar muy importante en el argumento del Salmo 20, pero también del Salmo 21.
Explicación del texto
Verso 1. Hoy puedo decir que me siento muy identificado con este texto.
El día de ayer una amiga que comentó que llevaba un poco más de 24 horas sin luz en el sector donde vivía, y se rumoraba que incluso podrían durar en esa situación una semana.
De inmediato comencé a clamar a Dios, haciéndolo un motivo muy personal, diciéndole que yo en verdad creía que él podía hacer volver la luz esa misma noche a casa de mi amiga. Allí estuve como media hora pidiéndole que me dejara ver su gloria en este particular.
Esta mañana, pensando que nada había sucedido, le volví a plantear mi ruego. No pasó una hora para que mi amiga me escribiera diciéndome que ayer antes de la medianoche había vuelto la luz.
Entonces leo: “El rey se alegra en tu poder, Jehová; y en tu salvación, ¡cómo se goza!” (v. 1), y así me siento yo. Feliz, gozoso de confirmar una vez más cuán grande, bueno y poderoso es el Dios al que sirvo.
¿Cómo no gozarse cuando nuestros ojos contemplan las respuestas a nuestras oraciones? En Salmos 20:5-6 la asamblea había asegurado a Dios que si éste contestaba y atendía a su ungido con la potencia de su diestra, ellos se iban a alegrar mucho en su salvación.
Y ahora el verso 1 del Salmo 21 nos intenta transmitir la gran alegría que siente el rey, quien vio la salvación de Dios, la respuesta a su oración, y ahora se goza en su poder.
Es imposible no querer cantar, no querer agradecer, o no estar ansioso por contarle a otra persona lo que sucedió.
Esa clase de alegría es frecuente cuando aprendemos a permitir a Dios ser Dios. Lo cual no es otra cosa que realmente confiar en Él.
A menudo, debido al miedo o la incredulidad, no oramos con decisión. Dejamos nuestros pedidos en el aire, en la nebulosa, para no arriesgarnos a un posible desengaño. Le decimos a Dios: “Padre, necesitamos esto, pero hazlo como tú prefieras”.
Esa sería una buena oración, si no fuese porque oramos así por nuestra falta de fe.
Y el detalle es que pocas cosas pueden fortalecer más nuestra fe que las oraciones contestadas. Mas si no oramos con decisión, jamás veremos respuestas precisas; y nuestra fe permanecerá convaleciente.
El pueblo oró a Dios por salvación, se confió por entero al poder divino, salieron a la batalla, y Dios hizo su parte. ¡Los caballos y carros de los enemigos fueron inútiles frente al poder de Dios!
Luego nos queda la recompensa de gozar, alabar y contar a otros la grandeza de nuestro Dios.
El esquema que muestran ambos Salmos es sencillo: el rey confía, Dios obra, el rey se goza. El rey pone la confianza y la alabanza. Dios pone el poder y la salvación.
De hecho, en todo el Salmo los seres humanos son agentes pasivos; prácticamente no se mencionan acciones que ellos protagonizan. El actor principal, el agente que ejecuta, bendice, salva y ordena es Dios.
Nosotros confiamos, y nos gozamos. De Dios son las grandes cosas.
Versos 2 al 6. El verso 1 no sería tan significativo para nosotros si no tuviéramos el Salmo 20 como antecedente. Y mucho menos significativo sería si a partir del verso 2 el salmista no empezara a contarnos el porqué de la alegría real.
Porque con tan radiante introducción nos preguntamos: Okey pero, ¿qué sucedió?
–Primera razón: Dios contestó al pedido de su corazón. En Salmos 20:4 el pueblo había solicitado a Dios que diera al rey el deseo de su corazón, y cumpliera sus planes. Comentamos que se trataba de una oración real por prosperidad en su empresa bélica; evidentemente el plan del rey no era ser derrotado.
Ahora el verso 2 del Salmo 21 nos informa (y el pueblo alaba) que Dios escuchó y contestó esta oración. Hizo conforme a lo que el rey había pedido, y no se negó al ruego de sus labios.
Esto para nosotros se presenta como una confortante promesa: si alineamos nuestro corazón con el corazón divino, podremos orar y ver respuestas a nuestras súplicas. Porque estamos orando en la voluntad de Dios.
El Señor no respondió la petición de un corazón egoísta, vanidoso y jactancioso, que oraba tontamente. Respondió al pedido del corazón de un hombre que entendía cuál era la voluntad de Dios, y se esforzaba por andar en ella.
Por consiguiente, confiaba en que Dios podía colocar su sello sobre sus empresas.
No podemos afirmar con certeza cómo se dio la victoria. Si acaso a ellos les habría tocado pelear o no. Pero sabemos que de una u otra manera el pueblo entendía cuál era la historia detrás de la historia: Dios era el responsable del triunfo. Y lo hizo en respuesta a sus oraciones.
El crédito de ninguna manera se lo lleva el rey. Aquí todos entienden que el autor de los triunfos, éxitos, logros y favores es el General y Rey supremo: Jehová.
¿Qué peticiones inquietan en este instante tu corazón? Yo te aconsejo que las evalúes en base a la voluntad divina. Y si armonizan, cree. Confía. Dios puede y quiere concedértelas si oras.
–Segunda razón: salió a su encuentro con bendiciones de bien. Todas las razones están relacionadas y apuntan en la misma dirección, aquí las separamos únicamente para dar valor al precioso arte que constituye esta estrofa del Salmo.
Se presenta a Dios como saliendo al camino para encontrarse con salmista, lleno de dones y regalos. Semejante a la escena de Génesis 14:17ss donde Melquisedec sale al encuentro de Abraham para bendecirle después de la batalla con Quedorlaomer.
Solo que en este caso las bendiciones de Dios no son posteriores a la victoria, son la victoria misma; algo semejante a Salmos 59:10.
La fidelidad y la obediencia son las condiciones del pacto para recibir las “lluvias” de bendiciones que Dios ha asegurado a los suyos (ver Deuteronomio 28:2). Y sin embargo, Dios no está obligado a impartirlas. Él bendice a sus hijos ¡solamente porque desea hacerlo!
¿Las quieres? Te diré que Dios ha salido a nuestro encuentro con grandes, abundantes y disponibles bendiciones en sus manos. Pero éstas se reciben a través de Jesucristo (Efesios 1:3). Si lo quieres a él, puedes tener todo lo demás.
–Tercera razón: Corona de oro fino has puesto sobre su cabeza. Esto podría ser literal, si comparamos el texto con 2 Samuel 12:30. Pero es más probable que se trate de una metáfora para referirse a la ratificación o defensa divina de la autoridad de David para reinar, y mucho más allá: la elección de su descendencia.
De la misma manera el Nuevo Testamento promete para los fieles que peleen la batalla y resistan la prueba, la “corona de la vida” (ej. 2 Timoteo 4:8, Santiago 1:12).
–Cuarta razón: vida te demandó y se la diste. La largura de días en lo antiguo era considerado un signo común del favor divino, y era parte de las promesas del pacto. Pero no solamente con relación a la duración de la vida personal, sino también la de la descendencia (véase 2 Samuel 7:19, 1 Reyes 3:14, Salmos 23:6, 61:6, 89:29, 36-37, 91:16, Proverbios 3:2, 16).
La asamblea da a entender que el rey ha pedido a Dios una vida larga y abundante; en respuesta, Dios ha guardado su vida del peligro, le ha dado un gobierno estable y duradero.
La conocida fórmula de saludo a un rey por lo general incluía la expresión del deseo personal de una larga vida para el rey y su linaje (p. ej. 1 Reyes 1:31, Nehemías 2:3).
También en este caso Dios ha prometido vida eterna a los que se allegan a él con plena certidumbre de fe (Juan 3:16, 10:28, Romanos 2:7).
–Quinta razón: grande es su gloria… honor y majestad has puesto sobre él. Aunque el rey goce de honor y majestad, el Salmo pone en claro las cosas: esto es resultado de lo que Dios ha hecho por él. Una vez más se muestra a Dios como la causa directa de todas las bendiciones que reposan sobre su ungido.
–Sexta razón: has hecho de él manantial de bendiciones; lo llenaste de alegría. Con su bendición, Dios ha hecho a David participante de la promesa hecha a Abraham en Génesis 12:1-3; por esa razón, David se ha convertido en un distribuidor (o manantial) de bendiciones para el pueblo que gobierna, y para las naciones alrededor.
A su vez, la presencia de Dios y la seguridad de su aprobación y su agrado es el mayor motivo de alegría del salmista, tal como dijimos con el Salmo 16:11.
Verso 7. Ya adelantamos que este versículo se levanta como el centro teológico del Salmo. El rey confía por entero en la hesed (misericordia, lealtad pactual) de Dios, y por esa razón no será conmovido de su lugar; no resbalará ni temerá (ver tb. Salmos 16:8, 15:5).
Confiar en su Rey le aseguró la victoria por la cual pedía en el Salmo 20, le granjeó todas las bendiciones que se enumeran en los vv. 2-6, y además, le liberará de sus enemigos en el futuro.
La clave de todo esto es la fidelidad de Dios al pacto de gracia que ha hecho con sus hijos. Por ser él completamente leal, es una sólida roca para sostener la fe. Y su lealtad se manifiesta en su cuidado, protección, guía, bendición y salvación.
Mientras tanto el ser humano confía, y se goza.
No sé si el lector lo habrá notado, pero estamos mostrando también cómo todas estas bendiciones alcanzan a los seguidores de Jesucristo. Y la clave sigue siendo la misma: la fe en el Señor.
Versos 8 al 12. En los versos 8 al 12 el pronombre “tú” continúa, y consideramos que la persona a la cual hace referencia permanece como la misma. Por tanto, el sujeto sigue siendo Dios y no el rey.
Podemos entender que en estos versículos Dios asume a los enemigos de Israel y su rey como enemigos propios. A fin de cuentas, la elección de Israel como dispensador de las bendiciones espirituales le convertía en el pueblo de Dios, del cual Jehová era Rey (ver Salmos 20:9).
Por tal motivo, los enemigos de Israel son también, con certeza, los enemigos de Dios. De manera que aquí el texto pasa a relatar la esperanza del pueblo en las futuras victorias de Dios sobre los enemigos de Israel y su rey.
Se muestra a Dios como alcanzándolos con su diestra poderosa (v. 8, 20:6), consumiéndolos como fuego al tiempo de su voluntad (más lit.), destruyendo a su descendencia, y recompensándoles duramente por sus maquinaciones en contra de su pueblo.
Esta descripción va mucho más allá de los hechos literales contemporáneos y llegan a confluir con el gran día de Jehová donde Dios finalmente ajustará cuentas con todos los que le aborrecen.
Así que la victoria que Dios concede a su rey llega a convertirse en una promesa de liberación de todos los enemigos de su pueblo; y más allá, de todos los pecadores.
Verso 13. Finalmente, el Salmo culmina con una oración exclamativa de tipo doxológica. El pueblo pide a Dios que continúe engrandeciéndose con su poder, mientras ellos continúan respondiendo en adoración y alabanza.
Desde el principio hasta el fin Dios es el protagonista. Él es quien tiene el poder, es quien salva y obra con majestad.
Nosotros confiamos, y nos gozamos.
Encuentra aquí más recursos del Salmo 21. como el salmo en audio, para imprimir en pdf, etc.