
El 17 de septiembre de 1944 el teniente coronel John Frost, al mando de 500 hombres del segundo batallón de paracaidistas ingleses, capturó el extremo norte del puente Anrhem, en Holanda, sobre el río Rin, durante la segunda guerra mundial. De conseguir dominar el puente, podría convertirse en una ruta directa que llevase a los aliados justo al corazón del país alemán.
En el lado opuesto, los granaderos alemanes se aferraban tenazmente al extremo sur del puente.
El plan era arriesgado pero posible. Al tomar el extremo, cosa que ya habían hecho, debían comunicarse por radio para recibir refuerzos, mantener la posición y enfrentarse con los enemigos. Lamentablemente para Frost, el primer día de la batalla descubrieron que la frecuencia de todos los radios que se les habían entregado estaba equivocada.
Sin posibilidad de comunicarse con las fuerzas aéreas y los refuerzos de infantería, la misión estaba condenada al fracaso, y sus vidas pendían de un hilo. Los técnicos de radio movían las antenas y aparatos sin conseguir resultado alguno.
Tras tres días de lucha, sólo restaban 150 hombres del batallón. Los alemanes, incapaces de poder desalojar por completo a los ingleses, trajeron tanques Tigre de 60 toneladas para demoler todos los edificios que les servían por escondite. Cuando al fin se precipitaron a cruzar el puente, los ingleses sabían que sería su fin.
En ese momento, “Un oficial inglés se arrodilló junto a una de las radios, acercó el micrófono a su boca y gritó: «Habla la Primera Brigada de Paracaidistas. No vamos a durar mucho tiempo más… ¡Por favor, apúrense! ¡Por favor, apúrense!» La única respuesta que recibió fue un breve chasquido de estática, y a continuación un silencio devastador” [Kim Johnson, El Regalo, p. 120. Citando a Cornelius Ryan, A bridge too far, 1974, p. 438]
Finalmente los ingleses tuvieron que rendirse y Frost fue tomado prisionero.
Al igual que aquel hombre con el micrófono en su mano, Jesús también estuvo enviando señales de auxilio al Cielo sin recibir respuesta. Sus palabras fueron “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Pero incluso antes que Jesús, la frase ya había sido pronunciada por el autor del salmo 22.
Salmo 22
Veo muy difícil que en un top 3 de los salmos más polémicos no se halle el salmo 22. Mientras que para muchos cristianos es casi una piedra angular de la esperanza mesiánica en el Antiguo Testamento, para otros estudiosos es una piedra en el zapato que desearían sacarse de encima.
Pues, cualquiera que desea desestimar las profecías bíblicas, y entre ellas el mesianismo de Jesús, necesita enfrentarse con él. Por ello la crítica histórica lo ha desmenuzado, otros han argumentado un origen tardío de su composición, otros más alegan cumplimientos intencionales, y demás.
En el lado opuesto del puente, el cristianismo tradicional considera el salmo 22 como una profecía mesiánica legítima, y de las más importantes de todo el AT; de hecho, se ha dado en denominar el “Salmo de la cruz”, y se han escrito himnos inspirados en sus palabras.
Es uno de los Salmos más citados directa o indirectamente dentro de los evangelios, y sus profecías mesiánicas serían al menos 5: 1) el abandono de Jesús por parte de su padre (vv. 1-2, 11), 2) el desprecio y las burlas de la muchedumbre (vv. 6-7), 3) las mismas palabras y acciones de la turba en el Calvario (v. 8), 4) descripción muy apropiada del estado de Jesús en la cruz (vv. 14-17), y 5) la repartición de sus ropas por parte de los soldados (v. 18).
Algunas de las referencias de los evangelios a estos textos se hallan en Mateo 27:35, 39, 43, 46; Marcos 15:24, 29, 34; Lucas 23:27, 34, 35; y Juan 19:24, 28, 20:25.
El hecho es que, al menos Juan 19:24 y 28, usan la fórmula que los otros evangelistas utilizan en ocasiones para hablar del cumplimiento profético: “para que la escritura se cumpliese” (ej. Mateo 1:22, 2:17, Juan 2:17, 15:25). Por lo tanto, los cristianos van al salmo 22 y dicen: ¡aquí se profetizó sobre Jesús!
El problema de esta manera de interpretar la fórmula profética es que tiende a minimizar casi por completo el contexto y la intención original que el pasaje tuvo. Se coloca el nombre de Jesús en el Salmo 22 cuando él originalmente no estaba allí.
Es más, en algunos comentarios se da la impresión de que el salmo fue escrito sobre Jesús, noción que es del todo errada. Ningún lector original, y probablemente ni siquiera el autor, haya pensado en un principio que esto era una “profecía” (de acuerdo a nuestra manera de entender el término).
Profecía mesiánica
¿Es el salmo 22 una profecía mesiánica? Si entendemos “profecía” como una predicción acerca de cosas que ocurrirán en el futuro, y que así fue entendida en un principio, entonces la respuesta es no.
Pero si entendemos “profecía” como discretas pistas que Dios inspiró a los autores a dejar mientras hablaban de sus propias experiencias, y que en el futuro adquieren un significado nuevo, rico y completo tras los eventos de la vida de Jesús, entonces la respuesta es sí.
De esa forma, Thompson explica que la palabra “cumplir”, pleroo, no se refiere a una profecía que se lleva a su cumplimiento esperado, sino a un texto antiguo que cobra nuevo significado gracias a un evento reciente [Alden Thompson, ¿Hay que tenerle miedo al Dios del Antiguo Testamento?, p. 173-175]. En otra oportunidad comentaremos más sobre esto.
El punto es señalar que el salmo 22 no fue escrito como una profecía. El autor registró la manera como percibía eventos de su propia vida, pero Dios le inspiró a consignar detalles que luego adquirirían un significado mucho mayor en la vida de Jesús.
Autoría y estructura
Tradicionalmente la autoría del salmo ha sido atribuida a David, pues su nombre es el mencionado en el sobre escrito del mismo. Así también, un estudio filológico concluye que las figuras y formas lingüísticas utilizadas son comunes a los salmos escritos por el “dulce cantor de Israel” (2 Samuel 23:1).
El único problema con que nos enfrentamos es determinar la circunstancia tan difícil que pudo haber dado origen a la descripción allí plasmada. Sabemos que David atravesó por momentos de cruel angustia y sufrimiento, pero quizás no de la magnitud que aquí se relata.
Lo que nos deja con 4 posibles soluciones: 1) no ha quedada registrada esta experiencia de la vida de David; 2) narra sus sufrimientos con un lenguaje más bien figurativo e hiperbólico, 3) lo describe de esa forma por inspiración divina para señalar más allá de sí mismo, al Mesías; o 4) David no es el autor.
Para efectos de este comentario, consideramos más acertadas las opciones dos y tres. En ambas juntas, inclusive, podría descansar la razón.
El salmo ha llegado a nosotros con dos divisiones principales. En la primera el autor describe ampliamente la angustia de sus sufrimientos (vv. 1-21), y en la segunda el clamor por socorro se muda en expresiones de alabanza y gratitud por la liberación realizada (vv. 22-30).
Explicación del texto
El abandono. El salmista está pasando por una circunstancia muy difícil desde varios puntos de vista, pero la carga más pesada para él es sentirse abandonado por el Señor. Esto es lo que desgarra su alma, lo que hace que todos sus demás pesares sean todavía más dolorosos.
En la primera mitad del salmo clama y pide al Señor al menos en cuatro oportunidades su auxilio:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación? Y de las palabras de mi clamor?” (v. 1)
“Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche no hay para mí descanso” (v. 2)
“No te alejes de mí, porque la angustia está cerca y no hay quien me ayude” (v. 11)
Y en la cuarta oportunidad el clamor se intensifica: “Más tú, Jehová, ¡no te alejes! Fortaleza mía, ¡apresúrate a socorrerme!” (v. 19)
David se sentía totalmente abandonado por Dios, en al menos dos sentidos. En primer lugar, no recibía ningún tipo de auxilio de su parte; y en segundo, aunque clamaba no había respuesta. Silencio, estática… Sus oraciones se elevaban día y noche, pero el cielo parecía estar cerrado a su voz.
Mientras tanto, sus enemigos se amontonaban contra él; pero Dios parecía estar muy lejos de su salvación.
Y de todas maneras, el autor le sigue llamando “Dios mío”. No ha perdido su fe. No se observa ayuda ni respuesta, pero Jehová sigue siendo el Dios de David. No ha dejado de creer.
Es ésta la nota más lúgubre de toda su angustia. Un hombre que sufre, sí, pero más allá de eso, es un hombre que no experimenta el más mínimo respaldo del Dios que ha sido su fortaleza. Lo que guarda algunas semejanzas con el contenido del salmo 38.
Todo parece indicar que Jesús se había familiarizado muy bien con este salmo. Probablemente desde que tuvo consciencia de su misión, vio en las palabras de David un presagio de lo que sería su propia experiencia. Así, cuando enfrentó el momento más doloroso de su vida ‒la separación del Padre‒, vio en las palabras del verso 1 un pálido reflejo de sus propios sentimientos: parecía que Dios le había abandonado.
En la cruz tampoco hubo ayuda para el Salvador. Daniel 9:26 ya había advertido que no habría nadie en favor del Mesías al morir. Pero tampoco hubo respuesta a sus plegarias, no hubo confirmación del amor del Padre, no hubo ángeles que viniesen a consolarle, todo fue silencio en aquella hora.
¿No nos ha sucedido eso a nosotros? Orar una y otra vez, y sin embargo, que Dios parezca estar a mil años luz… En esa circunstancia tan apremiante el salmista consigue anclar su fe en dos pilares sólidos.
Los dos motivos de confianza. En la primera sección, a pesar de sentirse abandonado por Dios y rodeado de burlas y peligros, al borde de la muerte, David se aferra al menos a dos motivos en particular que mantienen su fe de pie a pesar del torrente de dolor.
El primer motivo con el que apela al Dios que le ha desamparado, es la experiencia de sus padres. “En ti esperaron nuestros padres y tú los libraste. Clamaron a ti y fueron librados; confiaron en ti y no fueron avergonzados” (vv. 4-5).
Él observa en la vida de sus antepasados un ejemplo capaz de calmar la ansiedad de su alma. Ellos también tuvieron que esperar, la respuesta y el auxilio no vinieron inmediatamente; ellos esperaron y fueron librados. Clamaron, confiaron, y no quedaron chasqueados.
Algo parecido a lo que dice Salmos 25:3 “Ciertamente ninguno de cuantos en ti esperan será confundido”. Él pude tener paz al saber que Dios a veces está en silencio, pero jamás deja solos a sus hijos. En el momento preciso actúa y salva. Le corresponde creer.
El segundo motivo de confianza radica en su propia experiencia pasada. Se apoya en que Dios se ha hecho cargo de su vida desde su nacimiento. “Desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios” (v. 10). Fue encomendado a Dios al nacer, y desde ese momento le hizo “estar confiado” (v. 9).
Así que al mirar atrás en su propio andar, puede ver que la mano de Dios nunca se ha apartado de su lado. Siempre ha sido su apoyo, ¿por qué no lo sería ahora?
El oprobio y el quebranto. No es fácil saber cuál es la situación precisa que David está afrontando, pero sabemos que dos cosas le afectan de manera especial: el oprobio de los hijos de los hombres, y las fuertes amenazas contra su vida. Sin embargo, parece lógico pensar que el primero es de algún modo derivado del segundo.
Nadie dice ser “gusano y no hombre” simplemente porque se están burlando de él. Parece que el salmista está siendo sometido a alguna situación de quebrantamiento durante la cual la gente puede pasar, verlo e injuriarle.
La situación y las burlas son tales que se considera a sí mismo “oprobio de los hombres y despreciado del pueblo” (v. 6). Tampoco es casualidad que los términos “gusano” y “despreciado” reaparezcan en Isaías en el contexto de los poemas del siervo de Jehová (Isaías 41:14, 49:7, 53:3).
Menciona: “Todos los que me ven se burlan de mí” y le decían: “Se encomendó a Jehová, líbrelo él; sálvelo, puesto que en él se complacía” (vv. 7-8). No sabemos cuál sería con precisión la condición del autor, pero lo cierto es que estos mismos hechos y palabras se repitieron en el Calvario pero ahora dirigidas al Cordero de Dios (Mateo 27:39, 43, Marcos 15:20).
Para el autor eso debió haber sido como un dedo en su llaga. No sólo por las burlas y la humillación, sino por el pensamiento punzante de que el Dios a quien se había encomendado y en quien se complacía, no le libraba.
Por otro lado, el peligro de muerte debió de ser en gran manera intenso. Se ve a sí mismo rodeado como de toros y leones que habrían contra él su boca (vv. 12-13), que simbolizan la furia de sus enemigos.
Dice ser derramado como el agua, y todos sus huesos haber sido descoyuntados. Siente su corazón derretirse, su vigor languidecer por completo; padece de deshidratación, y casi percibe el olor al polvo del sepulcro (vv. 14-15).
Los malignos le han rodeado y desgarrado sus manos y pies. La posición en la que se encuentra le hace prácticamente capaz de contar todos sus huesos, y mientras tanto ellos miran y observan; en tono burlesco, se reparten sus vestidos (vv. 16-18).
Es fácil entender por qué se han asociado los padecimientos del autor con la crucifixión, pues hay muchos detalles que convergen. Toda esta descripción puede haber sido la que, al ser vista por sus enemigos, dio lugar a las burlas de los versos 6 al 8.
Llega la respuesta. No es nada clara la sintaxis del verso 21, pero mientras que el primer verbo es un imperativo, la forma del último es un qal perfecto; por lo que no es descabellado suponer que el salmista recibe una respuesta que sirve como transición de la primera a la segunda mitad del salmo.
Quizás esta respuesta involucró la liberación. Algún hecho portentoso por medio del cual Dios salvó su vida.
Más en la experiencia de Jesús esta respuesta fue la seguridad con la cual se aferró por última vez al cuidado de su padre, antes de encomendar su espíritu en sus manos y morir.
El Padre que había estado lejos ahora se mostraba cercano. No hubo noche tan negra como para hacer morir la esperanza, y tanto David como el salvador vieron la luz de un nuevo día de victoria.
Alabanza y gratitud. Ahora el panorama de desolación y angustia cambia, y en virtud de la liberación efectuada por el Señor, el salmista está deseoso de alabar, anunciar el nombre de Dios y derramarse en gratitud.
Dice que anunciará su nombre a sus hermanos, y lo alabará en “medio de la congregación” (v. 22, 25), que pagará sus votos al Señor en abundancia (vv. 25-26). Después de una salvación de ese calibre, todos anhelaríamos publicar nuestra gratitud y gloria al Señor.
El verso 22 fue citado en Hebreos 2:12 con relación a Jesucristo, y Mateo 28:10 parece ser también una referencia indirecta. Jesús seguía teniendo en mente el salmo 22 después de su resurrección, porque la segunda mitad alude a los resultados de la obra del Mesías.
De esta forma, las referencias a la alabanza dentro de la congregación tendrían que ver con la primitiva difusión de las buenas nuevas dentro de la localidad de Jerusalén, de Judea; se habla exclusivamente de la “descendencia de Jacob”, “descendencia toda de Israel” (v. 23), de la “gran congregación” (v. 25).
La posteridad. Pero el salmo culmina con una nota que ya no puede ser vista de manera local. Se dice que “todos los confines de la tierra” se volverán a jehová, y todas las familias de las naciones adorarán delante de él (v. 27). “La posteridad lo servirá”, y “esto será contado hasta la postrera generación” (v. 30).
Es difícil ver esto bajo el lente de meramente la situación local y personal que vivió el rey David. Los últimos versículos de alguna manera se proyectan al reinado universal de Dios y a los efectos, para la posteridad y para todas las naciones, del sacrificio de Jesús.
Él “lo hizo” (v. 31), él lo consumó, y el mundo anunciará su justicia.
Así que aunque el Salmo 22 comienza con un clamor desesperado, culmina con un triunfo de consecuencias eternas. Apertura con la agonía de David, pero cierra con el reinado del Mesías.
Dios nunca nos desampara, él sabe lo que hace. Confía. Nunca se ha ido.
Encuentra aquí más recursos del Salmo 22. como el salmo en audio, para imprimir en pdf, etc.