explicación del salmo 26 nube de palabras

Allí estaba yo, sentado en el banquillo de los acusados. Era mi segundo semestre en la universidad y ya me hallaba metido en un buen lío.

Esperando mi turno para ingresar a la sala de la comisión disciplinaria, me preguntaba qué cosa habría yo hecho mal, por la cual tuviera ahora que dar cuentas.

Repasaba las últimas semanas de mi vida y por supuesto que podía ver muchos errores cometidos. De cualquiera de esas fallas tontas podría ser sentenciado culpable, pero no recordaba ninguna eventualidad de mayor envergadura, que verdaderamente diera razón a mi citatorio.

Cuando mi compañero de clases salió, noté que era mi turno. Al entrar, vi allí sentados al decano de la facultad, y varios profesores de muy alta estima para mí. Me sentía avergonzado de estar en ese lugar.

Pronto me explicaron la situación. Un cable de una computadora del laboratorio de investigación había desaparecido. Y las cámaras captaron únicamente a dos personas que se habían sentado en ella. Mi compañero y yo.

Con el pequeño problema de que, debido al ángulo de la cámara, no era posible saber quién lo había hecho.

Me sentía muy nervioso pero a la vez seguro, porque sabía que no había cometido ningún delito. Respondí a todas sus preguntas con sinceridad, y traté de mantener la calma. Gracias a Dios los profesores me conocían, e intuían que yo no era el responsable. Mi historial era intachable, y carecía de malas juntas (esto será importante después).

Finalmente, tras una revisión de las habitaciones hallaron el cable entre las pertenencias de mi compañero. Qué alivio sentí… Y a la vez, tristeza por él.

Debo decir que pasar por el banquillo de los acusados puede ser bastante angustioso.

Sin embargo, si se me preguntaba si yo era culpable de un delito de gravedad mi respuesta sin titubear era negarlo por completo. Pero es cierto que si se me preguntaba si yo era culpable de algún error, desacierto, metida de pata, mi respuesta evidentemente tendría que ser afirmativa.

En el Salmo 26 el salmista defiende su inocencia delante de Dios, y le invita a refrendarla. Pero tracemos esta distinción: ser inocente no implica ser completamente inocente.

Salmo 26

¿Cómo te sentirías estando sentado en el banquillo de los acusados, pero frente al Dios del cielo? ¿Tendrías la moral para argumentar tu inocencia?

La oración que se eleva en este Salmo pareciera ser de carácter estrictamente personal, previo al servicio público de culto. Claramente el Salmo no es una liturgia de admisión, ni una simple declaración de inocencia como la de los Salmos 7 o 17; pues aquí las referencias al culto, y la muy disimulada presencia de enemigos y/o acusaciones nos impiden clasificarlo fácilmente.

Hay dos elementos que están muy claros en el escrito: ética y rito. Inmediatamente eso nos conduce a pensar en lo que hemos comentado al desglosar los Salmos 15 y 24, hay condiciones (éticas) para presentarse delante de Dios (rito). Estos dos asuntos son inseparables.

Para poder participar del culto, Dios exige ciertas condiciones morales. De hecho, el cumplimiento de estas condiciones por parte del adorador son las que brindan validez al rito. En muchos pasajes de la Biblia se atestigua que a Dios no le sirve de nada nuestro servicio religioso si no le obedecemos en amor, justicia y lealtad (ver p.ej. Isaías 1).

Por esa razón, el escrito pareciera consistir más bien de un momento de reflexión previo al culto, donde el Salmista medita en las condiciones éticas para poder acudir al servicio religioso de adoración, y por un breve instante se siente acusado.

Se debate consigo mismo si está moralmente habilitado para presentarse delante de Dios en su santuario, y por eso ingresa a la oración a manera de un escenario judicial; donde su intención es que Dios le analice y ratifique su inocencia.

Su consciencia no lo condena, pero reconoce que puede estar equivocado (obedeciendo a Proverbios 16:2 y 21:2). Por ese motivo pide al Juez celestial que le examine, le escudriñe y le pruebe; y expresa repetidamente su anhelo de practicar la integridad, para finalmente ser hallado entre los justos y no con los pecadores.

En el banquillo de los acusados el salmista defiende con mucha fe su inocencia. Pero en lugar de ser esto una atribución jactanciosa, se basa en el principio que comentamos arriba, ¿te acuerdas?: ser inocente no implica ser completamente inocente.

El salmista está libre de cargos que pudiesen impedirle la participación del culto, defiende su lealtad a Dios, pero con eso no quiere decir que esté libre de errores y tachas. Si esa fuese la condición para el culto a Jehová, ninguno de nosotros podríamos participar de él con alegría.

Muy dentro de nosotros, nos sentiríamos completamente indignos.

Aunado a eso, el salmista deja entrever en varias oportunidades su dependencia de la misericordia y la salvación de Dios. Es decir, él no está intentando justificarse a sí mismo, está argumentando su conformidad al pacto divino de gracia.

Declara estar dentro de la misericordia de Dios, y por ello habilitado nos solamente para adorar al Señor, sino también para morar con él para siempre.

La estructura del Salmo está configurada por una inclusión mayor en los versos 1-2, 11-12 que responden a la repetición de la palabra “integridad” y a la correspondencia de las ideas: en ambas el salmista declara su inocencia, el pedido de juicio da como resultado la redención, y la confianza llega a ser motivo de bendición.

Luego el cuerpo se compone de dos movimientos que fluyen en forma paralela a manera de dos ciclos consecutivos pero reiterativos. El primero comienza en el verso 2 y termina en el 5, mientras que el segundo comienza en el verso 6 y culmina en el 10. Observa la disposición:

Verso 2: La prueba del fuego (la acción de Dios)
Verso 6: Rito de purificación con agua (la acción del hombre)

Verso 3: lealtad y fidelidad de Dios
Verso 8: santuario y gloria del Señor

Verso 4 y 5: el hombre se distancia de los malvados
Versos 9 y 10: Dios no lo confunda con los malvados

Explicación del texto

Versos 1 al 3. No es poco común que uno piense estar haciendo las cosas bien, cuando esa no es la realidad. Podemos tener las mejores intenciones, hacer nuestro mayor esfuerzo, y aun así eso no garantiza que estamos en el sendero correcto.

Por eso el salmista entra voluntariamente al tribunal del cielo, y pide a Dios que le juzgue, le examine y vindique su caso (ver tb. Salmos 7:8, 35:24, 43:1).

Como seres humanos necesitamos evaluarnos a nosotros mismos, y pesar cómo estamos andando delante de Dios. Pero al estudiar el Salmo 139 comentamos cuán imprescindible es para nosotros pedir a Dios que nos revele las profundidades de nuestras intenciones y pensamientos.

No tenemos nada qué perder con un juicio tal. Si alguno de nuestros pasos se ha desviado del sendero correcto, el Señor nos ha de mostrar dónde estamos fallando a fin de que podamos suplicar su guía y su poder.

Y si gracias al Señor estamos avanzando rectamente junto a Jesús, entonces él podrá vindicar nuestro caso y atestiguar a nuestras consciencias que somos hijos de Dios.

Al evaluarse a sí mismo el salmista supone y defiende haber estado andando en integridad delante del Señor (Ezequías también hizo una protesta similar en 2 reyes 20:3). Él declara su inocencia; pero de igual manera se coloca en sujeción al juicio divino, que es capaz de revelar lo más profundo de su alma.

No siente temor de pasar por el banquillo de los acusados porque al repasar el historial de sus acciones lee rectitud y justicia. Más bien, lo que lee es una firme confianza en Dios que le ha impedido resbalar y caer en el pecado.

Podemos apreciar aquí a una persona que se ha aferrado de tal manera del seguro e infalible brazo del Todopoderoso, que puede enfrentar el juicio de Dios con confianza, sabiendo que es el mismo Señor quien lo ha sostenido y encaminado.

La declaración de inocencia es paralela a la del verso 11, y el imperativo de juicio encuentra contraparte en el imperativo de redención.

Aun así en el verso 2 el salmista pide a Dios que le pruebe detenidamente, que le haga pasar por el fuego del examen, a ver si su carácter es metal o escoria. Pero la invitación “pruébame” en la Biblia usualmente (por no decir “siempre”) aparece en labios de una persona que se sabe inocente. Aunque, recalcamos, no completamente inocente.

Sin embargo, esta acción divina de examinar, juzgar y probar para comprobar la pureza del orante, encuentra su paralelo en el verso 6 donde el mismo salmista lleva a cabo una acción de purificación.

Aunque el salmista se sabía íntegro e inconmovible en cuanto a su proceder (según el verso 1), reconoce que hay una dimensión todavía muy grande que su consciencia quizás no alcanza a cubrir; le denomina: “mis íntimos pensamientos (riñones, ver Salmos 7:9) y mi corazón” (v. 2).

En ese lugar solo Dios puede leer con suficiente claridad. Evaluar sus intenciones, pesar sus sentimientos.

Pero aún eso no genera temor al salmista. Pues en el verso 3 el salmista nos da la razón de su éxito espiritual: día a día contempla la misericordia divina, y anda en la verdad de Dios.

La misericordia del eterno constituye la mayor y mejor motivación para una vida recta. Y a su vez, se presenta como la salvaguardia del justo en todos aquellos “cargos menores” que no echan por tierra su protesta de inocencia.

Por otro lado, andar en la “verdad” de Dios implica andar en su ley, porque el término “verdad” para el hebreo no es algo abstracto ni intangible, es algo concreto y preciso; la verdad es la palabra de Dios y sus lineamientos. Andar según ellos es andar en la verdad.

Así que la misericordia de Dios y su ley son los dos elementos regidores de la vida del salmista, y es por ese motivo que puede enfrentar el juicio de Dios con confianza.

Ambos elementos encuentran su contraparte en la “gloria” de Dios que se revela en el Santuario. La misericordia y la verdad de Dios son, en esencia, su gloria.

Versos 4 y 5. Para presentar uno de los argumentos en favor de su inocencia el salmista nos refiere a otro grupo que conforma los personajes de la composición. Pero su mención de ellos cumple solamente un papel de contraste y oposición.

En estos versos el salmista pareciera estar diciendo haber seguido la directriz del Salmo 1 (ver comentario en Explicación del Salmo 1)  respecto a apartarse de los pecadores, y no tener asociarse con ellos.

Pero hay varias cosas interesantes, y es que el contraste que se crea con estos personajes genéricos nos ayuda a entender la clase de inocencia a la cual se refiere el salmista. Aquellos son hipócritas, malignos, impíos, pecadores, sanguinarios, y llenos de sobornos; pero el salmista no tiene parte alguna con ellos.

Su perfil espiritual se define por oposición a estos hombres, lo que nos sugiere que en términos generales el salmista se aparta de todo aquello que se rebele contra la ley de Dios y sus principios.

De esa forma el salmista nos está diciendo: ¿tú ves todo lo que ellos hacen? Bueno, yo jamás he participado de sus pecados. Por lo tanto (y a esto se refieren los versos 9 y 10), si ellos serán excluidos de tu presencia y condenados, yo no merezco compartir su suerte.

Entendemos entonces que el salmista había procurado conformar su vida a la santa y buena ley de Dios y sus requerimientos, apartando sus pasos de las sendas de los malos.

Versos 6 y 7. El verso 6 es paralelo al verso 2, pero en este caso el salmista no hace referencia a una obra de examen ejecutada por el Juez divino para comprobar su inocencia, sino a su propia búsqueda de la inocencia y la pureza de la santidad.

Así como el Santuario incluía entre sus muebles un lavacro en el que los sacerdotes se levaban, que representaba la pureza, para poder ingresar al Lugar Santo (Éxodo 30:17-21), así también los hebreos cumplían con rituales de lavados que simbolizaban la limpieza ceremonial y espiritual (ver por ej. Deuteronomio 21:6, Mateo 15:2), y la inocencia (Mateo 27:24).

Por ello el salmista usa esta figura de lavar las manos en inocencia para referirse a la búsqueda de la santidad en todas las acciones (ver tb. Salmos 73:13). El Salmo 24:4 alude a lo mismo cuando menciona que solo podría ingresar al templo el “limpio de manos”.

Nuestro accionar precisa estar revestido de la santidad y la pureza que solo Dios puede impartir.

Aquí aparece entonces la primera relación evidente entre lo ético y lo ritual en el Salmo. El salmista ha limpiado y continuará limpiando sus manos y su accionar para poder participar junto con los adoradores en el templo junto al altar.

Si Jehová le prueba, le juzga puro y le vindica, él podrá entrar al santuario y hacer oír a todos su gratitud hacia el Señor, sus maravillas. Podrá alabarle en espíritu y verdad, expresando su amor y su adoración sincera.

Aquí vemos a un hombre deseoso de que no le sea negada la oportunidad de presentarse en el santuario para vaciar su alma en alabanza y gratitud.

Versos 8 al 10. Y es que para el salmista verdaderamente la casa de jehová no es una obligación, ni su servicio una rutina. No es una obediencia penosa o una adoración lúgubre. Él ama habitar en la estancia sagrada de la presencia de Dios.

Esto nos habla de devoción, de entrega, de experiencia profunda, real. El salmista no solo se abstiene de hacer lo malo y asociarse con los pecadores, sino que se deleita en el lugar donde mora la gloria de Dios.

Allí, como en ningún otro lugar, puede contemplar con mayor claridad la misericordia y la verdad divina que mencionó en el verso 3. El servicio del templo y el altar, el cabrito, el sacerdote, el arca, los dos compartimientos, y sobre todo la shejiná, hablan de la gloria, la misericordia y la justicia del Señor.

El salmista se ha apartado de los pecadores para no correr su suerte con ellos. En su lugar, él anhela ser hallado entre los hijos, los fieles, los amigos de Dios; aquellos que morarán en su presencia para siempre.

Versos 11 y 12. Finalmente el salmista reitera su deseo de andar en integridad y en justicia, pero aclara estar plenamente consciente de su necesidad de la redención, y de la abundante misericordia del Señor.

La integridad del cristiano es resultado de la intervención salvífica de Dios, y luego no es independiente a esta. Siempre será un fruto de una relación, y no una causa de la relación.

Mientras que aquellos hacen lo malo y por eso Dios arrebatará sus vidas, el salmista se ha propuesto seguir andando rectamente delante de Dios, y le pide que su futuro sea distinto.

Y por haber estado andado su pie en rectitud, procede a reforzar su esperanza de entrar prontamente en la congregación que camina al santuario (o que adora en él) y en medio de ella bendecir con júbilo al Señor.

A través del recorrido pudimos notar que el salmista no pretende ser perfecto en absoluto, ni carecer de errores. Pero él sabe cuáles son los cargos que podrían eximirle de adorar a Dios en su presencia, y de todos ellos, por la misericordia de Dios, se declara inocente.

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