Él estaba enamorado de aquella chica. A esa altura llevaba poco más de 2 años insistiendo por ganar su corazón, sin éxito. Pero hacía poco tiempo había recibido de su parte una serie de señales, de las cuales intuía que finalmente sus esfuerzos estaban produciendo resultados.
Hasta ahora ella lo había considerado su “mejor amigo”, y sabes lo que eso significa. Él, sin embargo, casi todos los días la visitaba en su hogar, llevándole algún detallito. Era dedicado, atento, y sinceramente interesado en todas sus necesidades, gustos y proyectos.
Con el tiempo el panorama se fue esclareciendo, pues, ella comenzó a abrirse a la idea de dar un paso más en la relación. Y aun así, desde entonces el camino no fue nada fácil.
Llegó un día decisivo. Juntos acudieron a un sábado juvenil, pero ella salió a conversar con otras personas, se retiró antes de tiempo, y sin avisarle. Lo que precipitó un desenlace.
Al llegar en la noche a su casa la llamó. Conversaron breves minutos. Un diálogo algo tenso. En resumidas cuentas, le dijo que si no tomaba una decisión lo perdería.
Toda esa noche estuvo triste, llorando. Se sentía fracasado, y desilusionado. ¿En qué había fallado? ¿Cómo es que tanta dedicación y sacrificio no habían rendido frutos? Lloró y oró toda la noche.
Por eso, conversando conmigo años después, la catalogó como “la peor noche de su vida”.
“Le pedí a Dios que me orientara en qué debía hacer. Le dije: «Padre, ella jamás me ha escrito una madrugada [sabes que duerme bastante]. Si tú de verdad quieres que yo siga con esto, te pido que por favor ella me escriba esta madrugada. Así sabré yo qué debo hacer»”.
Cuando él despertó en la mañana, tenía un mensaje de ella en su teléfono que decía: “Necesito que vengas hoy. Tenemos que hablar”; enviado a las 3:28 AM.
Él se presentó en su casa a las 5:00 PM. Y, bueno… la vida le cambió. ¡Ella quería estar con él!
Al contarme lo sucedido, me dijo unas palabras que yo no olvido: “Fue la peor noche de mi vida, seguida del mejor día de mi vida”.
Me emociona pensar en eso. ¡Por más pésimo o triste que pueda ser un día, el siguiente quizás sea maravilloso!
Una historia parecida, pero diferente, inspiró el Salmo 30.
Salmo 30
Hablar del Salmo 30 significa tener un par de cosas claras.
-En primer lugar, es notorio que la problemática del salmista está relacionada con un conflicto de enfermedad-sanación.
-En segundo lugar, es también evidente que el salmista se halló al filo de la muerte, a pocos pasos del seol, cuando Dios vino al rescate y le dio vida.
Este plano antitético de muerte-vida, que viene a ser la clave temática del Salmo, arroja luz sobre la cantidad de planos opuestos que conforman la médula del escrito: ira-favor, enfermedad-sanación, instante-vida, noche-mañana, lamento-baile, ropa áspera-vestido de alegría, cantar-silencio.
-En tercer lugar, estamos de acuerdo en que el género del Salmo coincide con un Canto de Acción de Gracias. La alabanza ocupa un papel predominante; el salmista le está contando a Dios lo que él mismo hizo en su momento de crisis, lo que no tendría mayor sentido a menos que consideremos sus palabras como una confesión pública. Esto concuerda con las expresiones colectivas del Salmo (v. 4).
Estos 3 asuntos son casi indiscutibles. Sin embargo, hay un aspecto pendiente por definición: la posible determinación de un contexto histórico más específico.
Una mirada al encabezado en hebreo se lee lieralmente “Salmo canto de la dedicación de la casa de/para David”. Lo que podría sugerir algún tipo de evento histórico. De las propuestas interpretativas sugeridas (o de corrección del texto hebreo), nos inclinamos por asociar el Salmo con el relato de 1 Crónicas 21:1-22:1.
Este trágico y controversial relato de la Biblia muestra a David mandando a censar al pueblo de Israel y sufriendo las consecuencias de una acción tal, inspirada por el orgullo.
Dios envía al profeta Gad a presentar 3 opciones de castigo al rey, y le pide escoger cuál desea. Él elige, y entonces se desata una terrible plaga entre el pueblo, y David se humilla a orar a Dios para que detenga la destrucción.
Se le indica que ofrezca holocaustos en la era de Ornán el Jebuseo, y tras obedecer el mandato, Dios acepta su ofrenda con fuego del cielo. Al cabo de esto, cesa la plaga.
David entiende que ese lugar ha recibido una sanción especial de parte de Dios; y lo selecciona como el lugar donde se levantaría el futuro templo de Jerusalén, consagrando allí el altar.
Comparar el Salmo con este relato muestra algunas coincidencias notables. Pero queda un asunto pendiente: el conflicto del salmista tiene toda la apariencia de ser estrictamente individual. Lo que representa una complejidad para el relato de 1 Crónicas 21:1-22:1.
Por ahora nos toca conformarnos con un Salmo de gratitud por una sanación milagrosa.
La estructura del escrito fue planificada de manera que acentúe los sentimientos de gratitud y alabanza del salmista. Y se basa en un esquema que incluye 4 elementos: crisis, súplica, liberación y acción de gracias.
Aunque esos elementos por sí mismos sugieren cuál podría ser la secuencia de eventos, el Salmo instaura su propio orden. Comienza con una declaración de liberación (v. 1), pero luego los versos 2 al 5 reproducen los elementos en este orden: súplica, liberación, acción de gracias. Y finalmente los versos 6 al 12: enfermedad, súplica, liberación, acción de gracias.
Así que nos queda un esquema en 3 movimientos que se va retrotrayendo y ensanchando, a medida que el salmista introduce nuevos elementos.
El gozo que siente arranca de sus labios una alabanza inicial que, a su vez, desemboca en un primer repaso de sus memorias, terminando con una declaración central referente a la ira y al favor divino. Luego de tomar una bocanada de aire, rememora de nuevo explicando más cabalmente lo sucedido, culminando con una exultante alabanza.
El esquema de regresar al punto anterior para añadir detalles produce una imagen mental similar a aquella persona que narra un evento tan emocionante para sí que de vez en cuando se detiene y dice: “¡Ah pero no te había dicho…”, “Y eso no es todo, te cuento que…”.
Nos detenemos finalmente en el punto central del Salmo: la sucesión momento de ira–favor toda la vida, noche de lágrimas–mañana de alegría (v. 5). Comparadas con las mañanas radiantes del favor divino, las noches de lágrimas son tan solo un fugaz destello.
Un día triste y sin gracia puede ser seguido de uno de gloria y alabanza. ¿Qué lo cambia todo? Dos amigos nuestros: la oración, y el arrepentimiento.
Explicación del texto
Liberación. Al comentar el Salmo 29 decíamos que lo que el ser humano haga o deshaga no cambia los atributos o el carácter de Dios. Es decir, en un sentido estricto nosotros no podemos darle a Dios “gloria”, porque la gloria es suya. No podemos “exaltarlo”, porque él es supremo. No podemos “magnificarle”, puesto que él es magnífico y majestuoso.
Todo lo que podemos hacer como seres humanos es reconocer su gloria, su superioridad y su magnificencia. También podemos hacerlo aparecer glorioso o exaltado delante del mundo con nuestra presentación de él. A través de la alabanza, o de nuestra obediencia a sus mandatos.
Lo cierto es que la primera palabra de este Salmo se hace eco del deseo del salmista de reconocer y publicar la grandeza de la persona de Dios y sus hechos.
Pero en lugar de pertenecer este verso al esquema “acción de gracias”, es evidente que se trata del primer anuncio de liberación. Cuando comparamos los versos 1, 3 y 11 (los 3 momentos de liberación) es notorio que cada uno utiliza verbos de movimiento o transición de un escenario a su contraparte.
Este verbo en particular proviene de una raíz que alude al acto de sacar agua de un pozo (ver Éxodo 2:16, 19). En el verso 3 Dios da vida al salmista rescatándole de la muerte. En el verso 11 cambia su lamento, le quita su ropa áspera y le viste de alegría.
A través de cada una de estas figuras el salmista se muestra en una situación de la cual ha de ser librado por la acción divina. David hace hincapié en esta transición de abajo a arriba, de muerte a vida y de lamento a alegría, porque constituye el motivo de acción de gracias del Salmo.
Sencillamente, sin “liberación” tendríamos que cambiar el género del Salmo a súplica. La respuesta divina a las oraciones del salmista es lo que marca la diferencia.
Y es también la respuesta de Dios la que borra la risa de los enemigos del salmista. Por carecer de papel protagónico en el Salmo, entendemos que ellos solamente actúan como espectadores de la crisis personal de David. Alegrándose por su sufrimiento.
Pero al sacar al salmista del peligro y exaltarle, el Señor aparece y acalla sus burlas.
Súplica. Entonces la secuencia se reinicia, y el salmista se vuelve de efecto a causa, de liberación a súplica. Básicamente nos cuenta lo que sucedió previo a la intervención divina anunciada por el verso 1.
Leer el verso 1 es como llegar al salón de clases 5 minutos antes de que el profesor acabe. Escuchamos únicamente resoluciones y conclusiones. Por eso le pedimos al salmista que vuelva un poco más atrás en la historia.
Para que exista una respuesta, debe antecederle primero una súplica, ¿no es así? Así que el verso dos retrocede al capítulo anterior y nos muestra al salmista clamando con denuedo y angustia a su Dios.
Mas ahora, visto en retrospectiva, puede hablarnos de una súplica escuchada y contestada: “a ti clamé y me sanaste” (v. 2). El verbo sanar, muy general por naturaleza, alude a la restauración física y mental del salmista al ser librado de la crisis de salud, pero también de angustia, que vivió previo a la intervención de Jehová.
Para conocer el contenido de ese clamor elevado, escuchado y contestado, sin embargo, corresponde esperar que el salmista nos proporcione después más detalles adicionales.
Por ahora tenemos un hombre en crisis que ora a Dios, es sanado, exalta a Dios y se goza del tragar grueso de sus enemigos.
Liberación (II). El segundo ciclo, inaugurado en el verso dos, había vuelto un paso atrás para mostrarnos al salmista todavía en su angustia orando a Dios para recibir la sanación. Y ya sabemos lo que sucede luego: es librado por intervención divina.
El verso 3 añade algunos detalles importantes referentes a esta liberación; pues hasta ahora no teníamos idea de lo crítica que era la situación. El salmista estuvo tan grave que temió por su vida. Se vio en la inmediatez de la muerte.
Varias veces en los Salmos vemos aparecer expresiones similares a estas (ver Salmos 13:3, 16:10, 18:4-5, 28:1, 56:13, 86:13), donde el débil ser humano clama a Dios al advertir su propia impotencia ante la proximidad del peligro de muerte.
Sin embargo, el salmista, nuevamente valiéndose de imágenes de transición, explica cómo Dios hizo subir su “alma” del “seol” (sobre ambos términos véase Explicación del Salmo 16 y El infierno en la Biblia), y le dio vida antes de descender a la sepultura.
La antítesis de vida/muerte, como lo referimos en la introducción, es el eje principal del Salmo, y más exactamente, de la liberación esperada. Dios rescata al salmista de los lazos de la muerte, impartiéndole vida en abundancia.
Acción de gracias. El primer ciclo regresó tras los pasos del verso 1 y explicó que previo a la liberación el salmista clamó a Dios en oración. Entonces la muerte que se cernía sobre él, fue disipada por la vida divina.
Ahora las memorias del salmista desembocan en una expresión de alabanza. De esa forma se completa el ciclo inicial: súplica – liberación – acción de gracias.
En este verso, la única expresión colectiva de un Salmo intensamente personal, el salmista invita a todos los santos de Dios a cantarle, y celebrar la memoria de sus hechos, de sus manifestaciones de bondad y misericordia en el trato con sus hijos (Salmos 97:12).
En este sentido, hemos de destacar el papel que el recuerdo desempeña en la adoración. 1 Crónicas 16:4 menciona que fueron escogidos levitas para recordar, confesar y alabar al Dios de Israel.
Las intervenciones de Dios, como evidencias de su solícito amor y su lealtad, deben ser recordadas y atesoradas. Así, cada tanto podemos celebrar los testimonios vívidos de su tierno cuidado y su poder.
Los “santos” de Dios en este texto son los jasidim, adjetivo derivado del hebreo hesed. Sabemos la importancia de este término con relación al carácter de Dios; por lo que aquí solamente podemos decir que los jasid son aquellos que han sido enseñados de Jehová, y su carácter ha llegado a compartir su característica más básica y primordial: el amor divino.
Luego en el verso 5 dando continuidad al motivo de acción de gracias, el salmista pronuncia unas palabras de gran repercusión para el contenido del Salmo y para la vida: “porque por un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida”.
La mención de la “ira” de Dios, implica que David está relacionando la experiencia acaecida sobre él con una disciplina divina. Este es uno de los motivos que nos llevó en un inicio a proponer la historia del censo como posible contexto histórico.
Recordemos, sin embargo, que la “ira” de Dios no es una explosión de rabia por la desobediencia de los seres humanos, es más bien el juicio moral y sagrado de Dios sobre el pecado [ver ¿Qué quiso decir Dios cuando dijo: la venganza es mía, yo pagaré? Y ¿Cuál es la diferencia entre expiación y propiciación?].
Y aunque Dios es “lento para la ira” (Éxodo 34:5-6, Números 14:18, Salmos 103:8-9), longánimo y paciente con el pecador, de ninguna manera quiere decir que Dios pase por alto el pecado y sus consecuencias. El pecado destruye al hombre, por eso Dios no puede tolerarle cómodamente.
Y aun así, el salmista coloca la ira de Dios en su correcta perspectiva: ésta es apenas momentánea (Isaías 26:20-21, 54:7-8), ocasional, es tan solo un momento comparada con su favor que dura toda la vida.
Algunos piensan que Dios es un Dios de ira. Pero no hay nada más ajeno a la realidad.
La noche de lloro es seguida de la mañana de alegría. Un día tan terrible como el que experimentó David por su pecado puede ser bien descrito en esa noche de lloro; pero el arrepentimiento del hombre elimina el motivo de ira (pecado), y Dios vuelve el lloro en alegría para el que clama.
La enfermedad fue dura y recia, pero el favor de Dios es más grande y más perdurable que la angustia. La mañana de la misericordia llega y acaba con la oscuridad del pecado y la muerte.
Estas palabras del salmista enseñan claramente que el pecado tiene consecuencias. Pero allí donde el pecado abundó, sobreabundó también la gracia de Dios. Y su perdón es tan veraz como que la mañana vendrá tras la noche triste.
Enfermedad. En el verso 6 inicia el nuevo ciclo que abarcará hasta el final del Salmo. En esta ocasión el salmista retrocede un paso más en el relato de los hechos, añadiendo un nuevo elemento anterior a la súplica: la enfermedad.
En el verso 6 David nos cuenta qué lo llevó a esa condición de angustia, dolor y (casi) muerte. Nos cuenta que el mal le sobrevino gracias a la extrema autoconfianza que poseyó sus pensamientos y acciones durante una etapa de su vida.
“En mi prosperidad dije yo: «no seré jamás conmovido»”. ¡Observa ese alegato tan soberbio! El favor de Dios, tal como lo plasma en el verso 7, lo había plantado seguro y firme como un monte alto, pero él confundió la misericordia divina con suficiencia humana.
Se dejó llevar por las inclinaciones de su corazón, y llegó a estar convencido de que nada de este mundo podría removerle de su lugar, pues era “inconmovible”. Lamentablemente, cuando el hombre deja de reconocer que es el amor divino el que lo tiene de pie, Dios debe hacerle notar el gran peligro que corre su alma. Por ese motivo su favor es retirado.
Entonces el salmista dice “Escondiste tu rostro, fui turbado” (v. 7). La enfermedad le sobrevino al salmista al retirársele la bondad divina que él antes había confundido con fortaleza humana.
Ésta fue la causa de su mal, y hasta que reconoció, humilde, su dependencia del poder del Altísimo y su propia insignificancia, Dios no puedo restaurarle. Le estaría causando un mal, si David no aprendía la lección.
Cuando Dios escondió su rostro del salmista, entonces vino la turbación.
Súplica (II). A su caída y la manifestación de la ira divina entonces siguió la súplica mencionada brevemente en el verso 2. Pero como señalamos allá, el contenido de esa súplica es registrada aquí en los versos 8-10.
David suplica y clama a Dios, le pide que tenga misericordia, y con fervor le ruega que sea su ayudador. Acompaña su petición utilizando el argumento del “polvo” (ver Salmos 6:5): ¿De qué te sirve mi muerte? En el polvo no podré alabarte, ni anunciar tu verdad.
Palabras que replican la noción hebrea de que al morir el hombre se convierte en polvo, y el aliento de vida regresa a Dios.
Liberación (III). Un vez más el salmista describe cómo Dios atendió sus ruegos, y cambió su lamento en baile, y le quitó las ropas de duelo vistiéndole de alegría. Ambas imágenes solamente refuerzan el eje principal que tiene que ver con muerte/vida; añadiendo a éste imágenes relacionadas con celebración.
El duelo ahora es fiesta.
Acción de gracias (II). Finalmente, el salmista reitera su deseo de cantar a Dios, gloria suya, y no permanecer callado. El argumento del polvo prácticamente le demanda hacer aquello que de no haber existido la liberación, jamás habría podido haber hecho nuevamente: alabar a Dios y anunciar su verdad.
Y la euforia y el gozo son tales que derivan en la última frase del Salmo: “Jehová Dios mío, ¡te alabaré para siempre!” (v. 12).
Antes había dicho “no seré jamás conmovido” (v. 6), mas ahora usa palabras similares para afirmar: “desde hoy y hasta que tú tengas a bien darme vida, yo te voy a alabar mi Dios”.
Quizás hoy tú te halles en tu noche de tristeza y llanto. ¡No esperes más para clamar a Dios! El perdón y su favor son tan ciertos como la mañana. Y al salir el sol, tú también podrás celebrar la memoria de su amor infinito.
El pecado no tiene por qué mantenerte vagando lejos de su presencia; ora hoy, y él cambiará tu vergüenza en victoria.
Encuentra aquí más recursos del Salmo 30. como el salmo en audio, para imprimir en pdf, etc.