El mundo del deporte no ha terminado de salir de algún escándalo cuando ya se ve envuelto en uno nuevo.
Una de las noticias que en su momento más atrajo la atención de las cámaras y micrófonos fue la confesión de dopaje del que era en su momento el beisbolista mejor pagado de las Grandes Ligas, el tercera base de los Yankees, Álex Rodríguez.
Inclusive Obama habló de esto como una «noticia deprimente».
Después de darse a conocer el fraude, publicados los resultados del dominicano en una prueba anónima de dopaje realizada en 2003 a más de 1.000 peloteros, Rodríguez se presentó ante ESPN y confesó haberse inyectado Testosterona y algunas otras drogas durante tres temporadas (2001-2003), mientras jugaba para los Rancheros de Texas.
Pidió perdón y se justificó explicando que cuando se convirtió en el mejor pagado a su llegada al equipo sureño, las altas exigencias que sintió de parte de la administración y la opinión pública, aunadas al hecho de que muchos otros peloteros lo hacían, le llevaron a querer rendir al máximo a toda costa.
«He sido un estúpido, un idiota, un ingenuo […]. Lamento mucho lo que hice. Hoy quiero quitarme este mono de mis espaldas» ‒fueron algunas de sus palabras. [Citadas en Fernando Zabala, Dímelo de frente, p. 87].
A pesar del intenso acoso de los medios de comunicación, puedo imaginar que Álex a partir de ese momento sintió que respiró. Había guardado ese secreto por muchos años, y ahora al fin se liberaba de él, confesando su falta y pidiendo perdón. Por eso habló de un “mono en sus espaldas”.
Si te ha sucedido, sabrás a qué sensación se refirió. Definitivamente es como «sacarse un gran peso de encima». Es como si ya nada pudiera causarte daño.
Creo que no hay nadie mejor que el autor del salmo 32 para hablarnos sobre esto.
Salmo 32
Este salmo es colocado dentro del grupo de salmos penitenciales, junto a Salmos 6, 38, 51, 102, 130, 143. Sin embargo, hemos de notar una diferencia fundamental que separa a este de los demás: no hay penitencia.
Aunque parezca extraño, en esta composición el autor no pide perdón, no ruega a Dios que lo escuche y lo limpie de su maldad, no hay arrepentimiento, no hay una súplica de liberación, nada. Todo esto tuvo su lugar, pero en el pasado.
Lo que nos lleva a cuestionar seriamente si puede considerarse un salmo penitencial de la misma clase que los demás. Su tema es penitencial, pero no su forma. En lugar de confesar, el autor habla de la confesión.
Comprender esto nos lleva a incluirlo preferiblemente en la clasificación de Salmos de acción de gracias; pero con un tinte de sabiduría, como bien lo anticipa el sobre escrito masquil (lit. una instrucción).
Así que el autor, presumiblemente David, compone un canto de acción de gracias a Dios por su misericordia y perdón con el propósito de compartir con su audiencia su propia experiencia de aprendizaje en cuanto a la confesión.
De hecho, en la estructura del salmo bien se notan ambos énfasis: recuerdo e instrucción. David publica las lecciones aprendidas sobre el pecado y la confesión por medio de ambas vías, evidentes en la estructura simétrica del pasaje, tal como lo presenta la Biblia de estudio MacArthur:
1. El recuerdo de las lecciones (32:1-5)
A. Lecciones de resultados (1-2)
B. Lecciones de resistencia (3-4)
C. Lecciones de respuestas (5).
2. Al transmitir las lecciones (6-11)
C´. Lecciones de respuestas (6-7)
B´. Lecciones de resistencia (8-9)
A´. Lecciones de resultados (10-11)
Después de su caída con Betsabé y el asesinato de Urías, David intentó «hacerse de la vista gorda» por un tiempo. Pensó que sus hechos no serían descubiertos, y no fue sino hasta que Natán vino a reprenderle, que David finalmente confesó su maldad con las palabras del Salmo 51.
Tiempo después escribe el salmo 32 como un testimonio de su gratitud por el perdón divino recontando su propia experiencia previa a la confesión. En realidad no es difícil imaginar cómo la consciencia le carcomía durante esos casi nueve meses que mantuvo oculto su secreto, ¡un mono en sus espaldas!
Por lo que el salmo 32 tiene un mensaje penitencial, puesto que habla de la confesión y la aconseja con urgencia, pero no es penitencial en sí. Ya David había pasado por ese trecho, y había experimentado la benevolencia de Dios; ahora, como un redimido de la pesada carga del pecado oculto, podía instruir a otros.
Explicación del texto
En los primeros 5 versículos David introduce el tema desde el punto de vista de su propia experiencia pasada.
Bienaventurado. Los versos uno y dos, como ya mencionamos, son paralelos a los versos 10 y 11, pues David inicia y culmina con los resultados que proceden de la obediencia a la instrucción que se brinda en la sección central del salmo.
La bendición o bienaventuranza pronunciada en estos dos primeros versos se constituyen en una introducción muy bien planificada, pues, de inmediato capta la atención de la audiencia que David se proyecta para este salmo en especial.
Es decir, si yo estoy sufriendo bajo la carga de un pecado inconfeso, ¿qué otra cosa puede llamar más mi atención que la frase “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado”?
Pocas, de seguro.
Ahora bien, fácilmente este versículo pudiera servir de conclusión a un relato de confesión y perdón, pero David lo ha colocado al inicio con la intencionalidad de describir el resultado previo a la causalidad. Con la intención evidente de conducir al lector de la condición anhelada al proceso mediático necesario.
Todos queremos ser perdonados, ¡claro! Pero la gran mayoría no damos los pasos necesarios para alcanzar el perdón.
El autor, que había pasado por esa experiencia, asegura que será feliz y bendecido el hombre que encuentre el perdón de Dios.
A continuación se utilizan 3 palabras que frecuentemente aparecen juntas en el Antiguo Testamento como dando énfasis a la totalidad del accionar pecaminoso humano. “Transgresión” (pesha), “pecado” (hattá), “iniquidad” (awon), se mencionan también juntas en Éxodo 34:7 y Salmos 51:1-2; y es significativo que Números 14:18, haciéndose eco del texto de Éxodo, mencione “toda clase de pecado y rebelión”.
Cada una de ellas parece presentar una tonalidad diferente en el mismo cuadro general del pecado. En el caso de pesha, su significado ha sido asociado con el de rebelión, violación, traspasar la línea. Es una transgresión que desprecia el mandato de Dios, que rehúsa obstinadamente seguir el camino que se ha indicado.
Hattá, por otro lado, es la palabra que más a menudo se utiliza para hablar del “pecado” en el AT, y proviene de un verbo cuya acepción es “errar al blanco”. Hattá no transmite la misma actitud de rebeldía que pesha, sino que alude simplemente a un yerro en el proceso de alcanzar el ideal de Dios. Puede ser incluso por desconocimiento.
Finalmente, awon parece ser casi un sinónimo de hattá, pues no se observa mayor diferencia entre ambas. Pero el uso de awon tiende a incluir en sí misma el propio pecado, la culpa por el pecado y el juicio de Dios sobre el pecado [Merrill F. Unger, Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y Nuevo Testamento, p. 211].
Otros han relacionado awon con distorsión moral o perversidad; lo que tendría que ver con el pecado que está tan íntimamente arraigado en nuestro corazón, la propia condición de nuestra naturaleza (Salmos 51:5).
Esto haría muy significativo que David diga que Jehová “no culpa de iniquidad (awon)”.
Sin embargo, cabe mencionar que estas palabras a menudo son más sinónimas que otra cosa. Cuando se las coloca juntas, la intención es señalar la profundidad y la totalidad del pecado humano. Desde la naturaleza con que fuimos concebidos, los pensamientos, y hasta las acciones más alevosas.
Pero el salmista retrata la magnitud del perdón divino que borra y olvida el pesha, que cubre y expía el hattá, y que no imputa o culpa al hombre de awon. En cada caso, la idea es enfatizar que el perdón de Dios puede alcanzar al pecador. No hay maldad alguna que escape de su hesed, su misericordia.
Mientras callé. Después de hacer su bendito anuncio de felicidad para todo aquel que recibe el perdón de Dios porque no hay resto de engaño alguno en su confesión, David regresa en el tiempo y relata su experiencia cuando aún no había recibido este maravilloso don.
La experiencia, vale la pena mencionar, no es nada tentadora.
Dice que mientras calló (¿qué calló? Su pecado, claro) sus huesos se envejecieron con su gemir todo el día, y su verdor “se volvió en sequedades de verano”; pues la mano de Dios, según dice, se agravó sobre él de día y de noche.
Esta es la primera lección de resistencia. David se había rehusado a confesar su pecado y sentía cómo la mano de Dios se agravaba sobre él cada hora del día. Gemía, sufría, y su vigor se había consumido por completo en sequedad y desdicha. Su rostro reflejaba angustia, palidez.
Cuando menciona que la mano de Dios se agravó sobre él no se está refiriendo a que Dios lo estaba castigando con algún tipo de enfermedad o dolencia debido a su pecado, pues no hay ninguna alusión a sanación en el resto del salmo; habla más bien de la misma circunstancia del salmo 38:3b y 4:
“Ni hay paz en mis huesos a causa de mi pecado, porque mis maldades se acumulan sobre mi cabeza; como carga pesada me abruman”.
Es decir, David sentía la pesadísima carga de la ira de Dios sobre el pecado (38:3a), y mientras más tiempo pasaba el remordimiento de tener eso allí guardado le enfermaba, y le abrumaba con mayor intensidad.
Se había resistido a abandonar su pecado por medio de la confesión, y he allí las consecuencias. La transgresión puede ser al principio placentera, pero luego regresa y cobra cara la factura.
Su intención al relatar esto es que se note el contraste entre la bendición de la confesión (vv. 1-2) y la desdicha del silencio (vv. 3-4). Que el lector reconozca lo absurdo de intentar cargar con el mono en la espalda, y vea en la propia experiencia del salmista el propósito divino para su propia vida.
No es que el Señor nos exprima hasta sacarnos la confesión, es que la consciencia humana tiene dos opciones: o responde a las impresiones del Espíritu Santo y se aparta del mal, o se endurece contra las mismas. De escoger la segunda opción, el camino será tortuoso; hasta que finalmente nuestro corazón se convierta en una piedra insensible.
Al fin y al cabo, somos nosotros los que nos destruimos. Bien lo dijo el sabio: “El que encubre sus pecados no prosperará” (Proverbios 28:13)
Mi pecado te declaré. Pero llegó un momento en que no pudo luchar ya más consigo, y desnudó todo su corazón delante del Señor. Declaró lo que había encubierto, confesó sus maldades y con corazón sincero suplicó al Señor su perdón y gracia.
Dios ya lo sabe. De antemano sabe lo que hemos hecho. Nuestros pecados y rebeliones están abiertos a sus ojos. Entonces, ¿por qué no confesar?
1) Porque la confesión requiere humildad, 2) nos avergüenza cuando no hemos entendido correctamente el carácter de Dios, y 3) demanda un anhelo de justicia. Porque, ¿cómo puedo confesar y pedir perdón por un pecado que no estoy dispuesto a abandonar? Esa es la parte más difícil.
Pero David dio el paso, y dijo: “confesaré mis rebeliones a Jehová” (v. 5). Él respondió a la invitación que hace la gracia de Dios, y Dios le respondió a él. Por eso las melodiosas palabras que debieran resonar en la mente de quien se ha levantado de su plegaria contrita: “Y tú perdonaste la maldad de mi pecado”.
Dudo que se haya escuchado una voz del cielo anunciando el perdón. Pero la paz que inundó su corazón después de haber confesado, y creyendo por fe en la promesa de misericordia, David tuvo la certeza de que había sido perdonado plenamente.
Lo que ahora siguió fue la interrogante: ¿por qué esperé tanto? El Padre está deseando por su vida que el hijo pródigo vuelva a casa, pero él está por allá debatiéndose si es que estará dispuesto a recibirlo o no. Después, disfrutando del banquete preparado para él, se habrá preguntado «¿Por qué no me decidí antes?».
El padre está esperando por ti. No permitas que tus pecados te alejen de sus brazos. “El que encubre sus pecados no prosperará, más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13).
Ahora David deja atrás la experiencia que vivió y comienza a disertar sobre la forma cómo la confesión restablece esa relación entre Dios y el hombre. Es el comienzo de un nuevo caminar ahora fundado sobre la confianza en el Señor, lleno de gozo, alabanza y seguridad; y siendo dirigido por él.
Por esto orará a ti todo santo. Esta nueva sección de respuestas es paralela a la anterior. Así como David respondió a las invitaciones de la gracia del Señor, confesó y fue perdonado, la garantía de su misericordia y su presteza es la razón que moverá a “todo santo” a orar mientras todavía hay oportunidad para hacerlo.
Pues Dios también responderá no sólo librando del yugo del pecado, sino también de la “inundación de muchas aguas” que no llegarán hasta él (v. 6). Y el salmista confirma esto con la exclamación “tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me rodearás” (v. 7).
Tras la confesión, la relación de amor y cuidado con el Padre se restaura. Y la oración vuelve a ser elevada con la seguridad del cuidado y la liberación divina en toda situación de apremio.
Te enseñaré el camino. A esto sigue una nueva resistencia. Ya no resistencia a la confesión, sino a la oportunidad de permitir que el Señor guíe la nueva existencia.
El que peca ha caído por apartarse de la voluntad del Señor. Tras la confesión y el perdón lo que se esperaría del creyente es que se consagre nuevamente para seguir al Señor obedientemente, como la única seguridad para evitar reincidir en una experiencia dolorosa como esa.
Si después de ser perdonado David hubiese salido a repetir el mismo patrón, ¿hubiese tenido algún sentido?
Por eso en el verso 8 el salmista cita las palabras del Señor que muestran su deseo de hacernos entender y enseñarnos el camino por el cual hemos de andar. Pero en el verso 9, usando el ejemplo del “caballo” o el “mulo”, advierte contra la tonta resistencia a la guía divina.
Por ser “sin entendimiento”, ellos deben ser sujetados con cabestro y freno para poder conducirlos. De la misma manera, el que no presta oído a escuchar el consejo del Señor tendrá que sufrir muchos embates en la vida. Muchas caídas y dolores, que el Señor quisiera ahorrarnos.
La resistencia a la dirección es casi tan terrible como la resistencia a la confesión. Es el mayor error que podemos cometer después de haber recibido la gracia de Dios.
Mas al que espera en Jehová. Por eso la última sección, que vuelve a los resultados, dice “Muchos dolores habrá para el impío” (v. 10). En lugar de una bienaventuranza, para el que desprecia la dirección del Señor sólo habrá dolor, caídas y quebrantos.
Por el contrario, “al que espera en Jehová lo rodea la misericordia”. “El que confía en jehová es bienaventurado” dice Proverbios 16:20.La hesed de Dios rodea al que confía, el que cree, el que avanza confiando en su sabia y benevolente dirección.
El que aprende sus caídas, y se levanta por la fe en Dios, siempre estará rodeado de su favor inmerecido. Estarán abiertos para él los brazos amantes del Padre. Pero hesed abarca más que el perdón; todos los dones del amor divino están representados por ella.
La historia no puede terminar sin una alabanza, por supuesto. “Alegraos en Jehová y gozaos, justos; ¡cantad con júblilo!”.
Un hombre pecó, sufrió, confesó, fue perdonado y redimido, librado de angustias, guiado y rodeado de misericordia. De su experiencia e instrucción aprendemos lo suficiente como para no vivir más en dolores, ¡ya no más monos en la espalda! Confesión y sujeción, es la clave.
De eso se trata el salmo 32.
“Gustad y ved qué bueno es Jehová. ¡Bienaventurado el hombre que confía en él!” (Salmos 34:8).