explicación del salmo 33 nube de palabras

Cuando acabas de terminar de ver una película de Marvel y comienzan los créditos, ¿qué haces?

Si acaso decidiste levantarte del sillón, probablemente el ruido de la escena post-créditos te haya hecho volver a la carrera. Aunque después de más de 30 escenas de este tipo, comenzando por Iron Man en 2008, ya casi todos estaremos más que acostumbrados a esperarlas.

Marvel sin duda ha popularizado esta clase de escenas cuya historia no es ni exclusiva de la franquicia, ni tan reciente como se podría pensar.

“Las escenas post-créditos se han convertido hoy en un elemento narrativo casi fundamental para hilar conexiones entre películas, aclarar algunos vacíos de guion que no se habían resuelto durante el metraje normal y, como no, lanzar las habituales bromas o guiños a la audiencia” [https://hipertextual.com/2019/07/breve-historia-escenas-post-creditos]

Este mismo artículo proporciona una breve reseña de la historia de las escenas post-créditos, que se remonta hasta los años 60.

La prehistoria de las escenas post-créditos podría comenzar con el final del filme de Ocean´s 11 original (1960), donde Frank Sinatra, Sammy Davis jr. y su “pandilla” caminan por un bulevar en Las Vegas durante los créditos de la cinta.

Luego en 1963 las películas de James Bond inauguraron una nueva tendencia: al final de la película se veía aparecer un cartel que anunciaba la próxima entrega. Y Los Silenciadores (1966) dio un paso más adelante en la utilización del recurso tal como lo conocemos hoy.

Pero la película que el cine acredita como la primera en presentar una escena post-créditos contemporánea es The Muppet Movie (1979). Donde al final del rodaje los personajes aparecían viendo la misma película en un cine, y uno de ellos rompía la pantalla para mandar a todos a casa.

Luego tenemos El Joven Sherlock (1985) y Masters of de Universe (1987), que fueron mayores progresos en el intento de usar la escena post-créditos para enlazar la película con una secuela (aunque nunca tuvieron una).

En lo posterior se sumaron Star Wars, Piratas del Caribe, Harry Potter y X-Men, pero fue Marvel quien acabó de llevarla a su máxima expresión.

Y todo esto te lo cuento porque, curiosamente, es difícil pasar por alto la relación tan estrecha entre el verso 11 del Salmo 32 y los primeros versículos del Salmo 33.

Así que, ¿por qué no? Quizás aquí nos encontramos con una antiquísima “escena post-créditos”.

Salmo 33

Si nos volvemos un momento al Salmo 32, podremos notar con una breve lectura que el hilo de pensamiento del Salmo podría haber terminado en el verso 10. Pero se adiciona el verso 11. Una radiante alabanza añadida para remachar un Salmo de confesión.

Y cuando avanzamos un poco más en nuestra lectura nos encontramos con un Salmo que 1) no tiene sobreescrito, y 2) repite varias de las palabras que aparecen en el último verso del poema anterior (“alegrar”, “jehová”, “justos”, “cantad”, “júbilo”, “rectos”-“íntegros”).

¿Conexión? Innegable.

Así que la invitación que se nos había hecho a alabar y cantar a Jehová al final del episodio anterior, ahora se nos explica y desglosa. ¿Por qué ha de ser alabado el señor? Ese es el desafío que vamos a indagar.

De manera que la breve (y poco conexa) alabanza de 32:11, constituye el puente entre una confesión y un Salmo del género hímnico. Que retoma los elementos básicos del verso 11 y los amplía en una introducción hímnica amplia, de 3 versículos. Que junto con la amplia conclusión de 3 versículos (vv. 20-22) constituyen el marco del Salmo; ambas con dos menciones de “Jehová”.

En el cuerpo, como es de esperar, se nos contesta la pregunta fundamental que ya hemos mencionado: ¿Por qué ha de ser alabado Jehová? Para eso el himno se vale de una forma en apariencia acróstica, pues es un Salmo alfabético (22 versículos – 22 letras del alefato hebreo). Aunque en realidad no siga el orden de las letras del alefato.

Pero, tal como un Salmo acróstico, el escrito desarrolla dos ideas fundamentales sin demasiada hilación o progresión entre sí. Estas son: Dios como creador, y Dios como Señor de la historia. Juntas se presentan como las razones básicas que hacen a Jehová digno de nuestra alabanza y adoración.

Un detalle más que se añade al género de Himno y la forma acróstica es la disposición del Salmo en unidades. Es decir, formalmente el Salmo se compone de 22 estrofas, aunque en ocasiones cada verso sea independiente o se sume a otros más para dar forma a una idea en particular.

De manera que la estructura queda organizada de la siguiente manera:

  1. Preludio de alabanza (vv. 1-3)
  2. Razón para la alabanza (vv. 4-5)
    1. Poder soberano del Señor en la naturaleza (v. 4)
    2. La providencia soberana del Señor en la historia (v. 5)
  3. La respuesta de alabanza (vv. 6-19)
    1. El poder soberano del Creador (vv. 6-9)
    2. La providencia soberana del Creador (vv. 10-19)
  4. Oración final (vv. 20-22)

Es llamativo el orden de las ideas de la introducción y la conclusión. El Salmo principia con una alabanza y culmina con una oración, una confesión de fe (fácilmente pudiera ser a la inversa). Al parecer, la intención de la alabanza es señalar al pasado, mientras que la oración final encara al futuro.

Un último detalle son los elementos con los cuales Dios se relaciona en la composición. En el comienzo hablamos de la tierra y la naturaleza (vv. 5-9), luego reducimos a las “naciones” (vv. 10-11), de allí al “pueblo” escogido (v. 12).

Pasamos del plano general a un plano individual con los “hijos de los hombres” (vv. 13-17), hasta llegar a “los que lo temen” (vv. 18-19).

Con esta confluencia de planos, entendemos que el Salmo muestra a Dios como Creador, legítimo Señor y Sustentador de todo lo que existe. Entonces, ¡alabémosle! ¿O no basta con ese motivo?

Explicación del texto

Preludio. Asumo que los fanáticos de la “reverencia” no habrán de tener estos versículos marcados entre los “Favoritos”, en su App de Biblia. Aquí hay demasiada alegría y gozo para lo que ellos son capaces de soportar.

La reverencia tiene un lugar preciado en la adoración, pero eso de ninguna manera le resta valor a las vibrantes notas de alegría, al grito de júbilo (traducción literal del verbo ranan, “alegraos”), a las aclamaciones y los instrumentos.

Dios no espera de nosotros caras largas delante de su presencia (el único día del calendario religioso judío que era para esto era el Día de la expiación, 1/354 aprox.); él anhela que acudamos a él con desbordante gratitud, alegría, con alabanzas, con cánticos nuevos en nuestros labios, con excelencia y júbilo…

¿Quién dijo que Dios se complace en lo aburrido? ¿En un culto deprimente? ¡Jamás! Este texto y tantos otros, son la prueba de lo contrario. Los justos se alegran, alaban, se gozan, tocan y cantan. Y el Señor recibe con agrado la ofrenda de alabanza de sus hijos fieles.

Razones diversas traen a nuestro corazón alegría y emoción, aunque ésta sea momentánea o fugaz; pero si alguien desea la felicidad permanente debe aprender a alegrarse “en Jehová”.

Alegrase en Jehová es gozarse en sus virtudes, en sus privilegios, en sus dones perfectos; alegrarse en Jehová es apreciar lo que él hace, detallar sus manifestaciones de misericordia y amor, aprender a disfrutar cada segundo de la vida desde la perspectiva de la fe en el Dios del Universo.

Por eso alegrarse en Jehová no es algo que sucede en un momento (aunque se puede manifestar pública y expresivamente en algunos momentos más que en otros, como en la ocasión de alabanza que aquí se señala), es una experiencia diaria y constante. Dios hace posible ser feliz todos los días.

El verso 1 dice también que “en los íntegros es hermosa la alabanza”. Una traducción más precisa sería que en los íntegros es apropiada la alabanza. Sin embargo, afirmamos que para Dios es igual de hermosa que apropiada la alabanza que proviene de un corazón sincero.

En el verso 2 se mencionan dos instrumentos: el kinnor, que es algo semejante a la lira, y el nébel, que unido al “decacordio” se refiere probablemente a un arpa de 10 cuerdas. El salmista está invitando a la asamblea a elevar a Dios lo mejor de su música y su instrumentación.

Y a los instrumentistas se unen los compositores, pues el salmista pide se entone “cántico nuevo” (Salmos 40:3, 96:1, 98:1, 144:9, 149:1). Nuevas canciones son testimonios de nuevas experiencias junto a Dios.

Esto es un llamado interesante a no caer en la monotonía, ni repetir siempre las mismas cosas. La frescura de lo nuevo, del incesante fruto de nuestros talentos consagrados a Dios, es de olor grato a él.

El salmista culmina el preludio con un imperativo de excelencia y de júbilo; dos cualidades que sin duda no pueden faltar en el servicio de adoración a un Dios perfecto y alegre.

Ya 32:11 nos había animado a alegrarnos y cantar con júbilo al Señor. La cuestión es, ¿por qué hacerlo?

La razón. Los versos 4 y 5 resumen en breves palabras las razones fundamentales que convierten al Señor en el objeto supremo de la alabanza humana.

Ambos versos destacan en términos generales la rectitud, la justicia, la fidelidad de los hechos y las actuaciones de Dios en su soberanía sobre la historia de la humanidad. Señalan también la extensión y la omnipresencia de la misericordia divina, que llena toda la tierra y se asoma en cada porción de la creación de Dios (Salmos 119:64).

La mención de “la palabra de Jehová” adelanta también el tema de la soberanía creadora de Dios en los versos 6-9; donde el salmista relata la sencillez y  a la vez la infinitud del conocimiento del evento creador, que fue producido en respuesta a la orden de la palabra del Señor.

En forma sintetizada estos dos versos nos introducen a la dignidad del Dios que creó el mundo con poder, lo sostiene con su misericordia, y lo gobierna con justicia.

Y además de eso, “llena la tierra” al final del verso 5 advierte al lector del advenimiento del primer plano de actuación divina: la tierra desde un punto de vista universal, el mundo natural.

La soberanía creadora de Dios. Entonces el salmista prosigue en reflexionar acerca de eso de la “palabra de Jehová”, y termina por plasmar en los versos 6 al 9 un comentario grandioso al relato creador de Génesis 1.

La palabra de Jehová no solo es recta, como había mencionado en el verso 4, sino que desde el principio ha sido el agente activo de Dios para dar origen a la vida, con orden, perfección y belleza.

Fue por la acción de su palabra que fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos (las estrellas y astros) por el solo aliento de su boca. El solo pensamiento inspira alabanza. Dios habló, pronunció, e inmediatamente las fuerzas naturales, las partículas y átomos obedecieron las indicaciones previamente establecidas por la sabiduría divina, y en cuestión de pequeños instantes cosas increíbles que el ser humano jamás acabará de comprender en su totalidad, vinieron a la existencia.

Por la única acción de las palabras de Dios. Hebreos 11:3 dice que por la fe entendemos que “el universo fue hecho por la palabra de Dios”. Y como para hacer más impresionante la declaración anterior, agrega: “de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”.

Ahora, ¡Cómo sería si moviese un dedo!

¿Puedes imaginarte el poder y la autoridad que tiene la palabra divina? Y el argumento del autor es que la misma acción poderosa de su palabra que dio origen a su creación, es la que hoy gobierna el mundo.

En el verso 7 el salmista continúa ampliando esta idea del señorío divino sobre la creación, al juntar las aguas en su lugar, y guardar en depósitos los abismos. Dios es Señor, es Rey, Gobierna con poder.

Por eso “toda la tierra” (recalcamos) ha de temer a jehová, y temblar delante de él “todos los habitantes del mundo” (v. 8). “Porque él dijo y fue hecho; él mandó, y existió” (v. 9).

Un texto cuya sola lectura parece transmitir una especie de corriente. De alguna manera, la palabra de Dios se convierte en materia.

La soberanía de Dios sobre la historia. Entonces el plano se reduce de la tierra y el mundo natural como el todo de la creación, a las naciones; y el salmista muestra la soberanía de Dios sobre todas ellas, pues tiene autoridad para frustrar sus propósitos y maquinaciones haciéndolos nulos (Nehemías 4:15).

Por el contrario, su voluntad permanece para siempre. Su plan no puede ser frustrado ni menoscabado. Su palabra guía los acontecimientos de la historia, y no hay quien detenga su mano y le diga “¿qué haces?” (Daniel 4:35).

Y sumado a su soberanía, se halla la eternidad de Dios. Su dominio es sempiterno, es perpetuo. Los pensamientos de su corazón permanecen de generación en generación por los siglos de los siglos. Jamás termina, jamás muere, jamás pasa, Dios siempre está y siempre reinará.

Por ese motivo puede ser feliz y dichosa la nación cuyo Dios es jehová, más específicamente, el pueblo que él escogió como su heredad (Deuteronomio 7:6, Salmos 68:10, 74:2, 106:5). Ahora con el verso 12 pasamos a un plano más reducido todavía.

Jehová creó el mundo, Jehová gobierna las naciones, Jehová escoge a su pueblo. Y bienaventurado el pueblo que recibe al Eterno y Señor como su gobernante. ¡Qué privilegio el de Israel!

Pero recordemos que la elección de Israel no fue exclusiva sino inclusiva. El plan de Dios era alcanzar a todas las naciones a través de este pueblo especial.

Es de esperarse que el Dios que creó el mundo (y “formó los corazones” de los hombres) no se conforme con un solo pueblo. Su plan de rescate comenzó con Israel, pero de allí se extiende en todas las direcciones hasta llenar la tierra.

Los motivos de alabanza no acaban aún. El salmista nos traslada ahora a una dimensión más personal, donde puede observarse la manera cómo se relaciona el señorío y el gobierno divino con cada ser humano en particular.

Desde los cielos Dios mira a los hijos de los hombres, a todos al mismo tiempo sin que escape ninguno de ellos. Él los formó, formó sus corazones y les dio vida. Con su palabra creó cielos y tierra, pero el corazón de ellos lo ha formado con la solicitud y la diligencia de un artesano.

Es su creador, pero también es su preservador y sustentador. Por esa razón el texto afirma que no solo los formó, también está atento a todas sus obras.

Él no ha desatendido a su creación, no la ha descuidado. Vela por ella, vela por sus criaturas incesantemente. Anhela guiarles por el camino eterno. Desea pastorearlos como a ovejas de su prado. .

También los versos 16 y 17 expresan un principio muy importante en este contexto, que descorre el velo de las cosas celestiales para mostrar la mano divina sobre y detrás de todo.

El rey no se salva por lo numeroso de su ejército, ni el valiente por su fuerza. La salvación no viene por el caballo ni la grandeza de la fuerza libra a nadie. Es la providencia de Jehová la que salva.

Aunque nos fijemos en las cosas equivocadas, y atribuyamos los hechos a motivos terrenales, detrás de la historia está Dios, y sus planes que no pueden ser frustrados.

Por eso los versos 18 y 19 contestan mostrando la verdadera filosofía de la historia, y reduciendo el plano más todavía, de los “hijos de los hombres” a aquellos que temen a Jehová.

El ojo de Jehová está sobre ellos para cuidarles, guiarles y bendecirles (Job 36:7); les libra de la muerte (en la batalla), y daráles vida también en el tiempo de hambre (Salmos 37:19).

Lo que estos versos tratan de decir es que el cuidado, la protección y el alimento no fluyen de causas naturales. Son el resultado de la intervención divina en la historia, en favor de aquellos que esperan en su misericordia y lealtad.

Oración. Si el Salmo ha resaltado la soberanía, fidelidad, rectitud y justicia de Jehová en su gobierno del mundo, con poder y autoridad, como lo testifica el relato de la creación, entonces la oración que culmina el Salmo cobra mucha fuerza.

El salmista se incluye dentro de un “nosotros”, que, se sobreentiende, son los que temen a Jehová y esperan en su misericordia. Y dice a Dios que sus almas esperan en él, que no hay otra ayuda ni otro escudo para ellos que el Señor.

Por haber confiado en el Señor su corazón ha de alegrarse en él (cf. el pueblo elegido y bienaventurado de Dios, v. 12). Y pide finalmente que, según han esperado en él, su misericordia sea sobre ellos.

La conclusión del Salmo, en realidad, aplica a los fieles del Señor de forma resumida el compendio de motivos de alabanza reseñados hasta ahora. Que el Dios que hizo los cielos y la tierra, que gobierna la historia con poder, muestre a ellos su misericordia, y estarán seguros.

Aunque el Salmo sea un himno de alabanza, es tan práctico como una meditación. Su mensaje tan necesario para la vida. Alabado sea Dios, el Creador, y Señor de nuestra vida.

Que su misericordia no solamente llene la tierra, también nuestro corazón.