Hoy en día en occidente un cristiano se viste, toma su Biblia, sale a la calle, va hasta su iglesia, adora y regresa sin ningún problema. Entre semana se reúne en grupos pequeños, envía mensajes de esperanza por su celular; la iglesia tiene oficinas y hospitales, produce películas, hace ayuda humanitaria, evangeliza y se difunde.
Pero para llegar a este estado presente de relativa paz (no en todos los lugares), los cristianos tuvieron que pasar a veces por el valle de sombra de muerte. Ser cristiano, por varios siglos no fue tan sencillo.
Bajo el gobierno de Diocleciano se llevó a cabo a la última gran persecución de los cristianos por parte del imperio romano; esto después de al menos nueve períodos en los cuales, ya fuera por edicto imperial o por escarnio popular, los seguidores de Cristo sufrieron persecución entre los siglos I y III d.C.
Cuando Diocleciano sube al poder en 284 d.C lo hace con una política restauracionista en materia religiosa, queriendo llevar el imperio de vuelta a las tradiciones antiguas. Defendió públicamente que sólo el favor de los dioses podría devolver a Roma la «edad de oro».
A la promoción de un despertar religioso siguió la intolerancia.
El 23 de febrero del 303 ordenó arrasar la recién construida iglesia cristiana de Nicomedia y confiscar todos sus tesoros. Y al día siguiente publicó su edicto contra el cristianismo, prohibiéndoles el culto y la defensa judicial, esclavizando a los libertos, removiendo de los cargos gubernamentales a los cristianos y ordenando la destrucción de sus propiedades.
Rápidamente se desataron crueles torturas y asesinatos. Encarcelaron a tantos obispos que tuvieron que liberar a los criminales, y eran quemados vivos si se rehusaban a ofrecer sacrificios a los dioses romanos. Decenas de miles de cristianos murieron durante esos años.
Lamentablemente, eso es solo un ejemplo de lo que ha sucedido vez tras vez en la historia humana. Las personas íntegras y justas, que siguen a Dios y le adoran, no están exentas de sufrir en manos de los infieles.
Esa es la historia del salmo 35. Experiencia de un creyente que, acosado por la injusticia y la persecución, ruega a Dios que le extienda su mano de misericordia. Pero también pide justicia.
Salmos imprecatorios
El salmo 35 ha sido catalogado dentro del grupo de los salmos imprecatorios (5, 58, 69, 109, 137). Ahora bien, imprecar significa “manifestar con exclamaciones el deseo de que a alguien le suceda algo malo”. Surge la pregunta: ¿cómo puede la fe en Dios ser compatible con deseos como esos?
Frases como: “Quiebra, Dios, sus dientes en sus bocas” (Salmos 58:6); “se alegrará el justo cuando vea la venganza; sus pies lavará en la sangre del impío” (v. 10); “derrama sobre ellos tu ira y el furor de tu enojo los alcance” (Salmos 69:24); “dichoso el que tome tus niños y los estrelle contra la peña” (Salmos 137:9); parecieran ser más apropiadas para Hitler que para un autor de los salmos bíblicos.
¿Cómo entender esto?
Si bien el salmo 35 no contiene expresiones muy fuera de tono, sí pide que sus enemigos “sean avergonzados y confundidos” (v. 4), que su camino sea tenebroso y “el ángel de Jehová los persiga” (v. 6), y que caigan en su propia red con quebranto (v. 8).
¿Qué pasó con el mandato de Jesús de volver la otra mejilla? ¿De amar a los enemigos? Algunos detalles merecen consideración al estudiar los salmos imprecatorios:
– No debemos esperar que en este tiempo de la historia de Israel la madurez espiritual fruto de la revelación divina estuviera al mismo nivel que cuando Jesús propuso estándares más elevados en el siglo I d.C, que fueron más tarde confirmados y ampliados en los libros del NT. Todavía a los “fieles creyentes” del AT les faltaba mucho para llegar a ese estado.
– Sin embargo, a pesar de expresar a menudo sentimientos que parecen no armonizar con el cristianismo posterior, los autores de los salmos estaban dispuestos a vaciar su ira delante de Dios, y al fin y al cabo, dejarle a él hacer justicia y ejecutar venganza. No cedían a sus sentimientos para tomar el caso en sus manos, confiaban que Dios se haría cargo.
– Por otro lado, estos salmos contribuyen a hacernos notar que la inspiración de las escrituras no anula el carácter humano. Dios inspiró a los seres humanos a escribir, pero no invalidó sus propios rasgos de carácter. Las escrituras son una mezcla divino-humana, lo que nos responsabiliza de estudiar cabalmente lo que Dios, a través de los autores y sin pasarlos por alto, tuvo la intención de transmitir.
– Complementando lo anterior, probablemente Dios haya tenido a bien incluir estos escritos en la Biblia debido a que ilustran la transparencia con la cual el orante se dirige a Dios. No tiene temor de abrir su corazón por completo delante de él y expresar todo lo que siente. A través de ello, Dios nos muestra la “humanidad” de los escritores bíblicos, que no son perfectos. Y a la vez, el ejemplo de franqueza en la oración que tenemos oportunidad de imitar.
– Finalmente, Kraus cita a Franz Delitzsch cuando dice “Todas las maldiciones de esos salmos brotan de la fuente pura de un celo abnegado por el honor de Dios» [Los Salmos 1-51, p. 558-559].
Con esto en mente, procedamos con el análisis del salmo.
Salmo 35
El salmo 35 reproduce en buena medida el género literario de la súplica de un inocente. Cuyos elementos incluyen: clamores de intervención divina, acusaciones contra los enemigos, afirmaciones de inocencia, juicios contra los enemigos, la interrogante “¿hasta cuándo?”, votos de alabanza y gratitud, entre otros.
La composición de este salmo refleja un activo diálogo del orante con Dios que se desarrolla en tres secciones principales, las cuales terminan cada una de ellas con una alabanza. En la primera de ellas se destaca la intervención divina (vv. 1-10), en la segunda el accionar de sus enemigos en contraste con el del orante (vv. 11-18), y en la tercera nuevamente la intervención divina que traerá justicia a él y sus enemigos (vv. 19-28).
Sin embargo, cada sección arrastra consigo material de las secciones precedentes.
Así también, en el diálogo se presentan 5 clases de contenido: acciones divinas, pecados de sus enemigos, fracaso de ellos, méritos del orante y alabanzas. Estas 5 clases las utilizaremos para desglosar el mensaje del salmo.
La situación del orante no es muy clara, al describirla utiliza imágenes de batalla (vv. 1-3, 6, 10), y de caza (vv. 7-8), pero es la imagen judicial la que parece tener menos carácter metafórico (vv. 1, 11, 21, 23).
Algunos han visto cierta semejanza entre este salmo y los salmos de apelación (7; 17); sin embargo, no es suficiente argumento para indicar que el salmo se enmarca un pleito judicial, puesto que las imágenes de procesos de este tipo son importadas para describir situaciones de angustia, conflicto y persecución.
Parece ser que una gran dificultad le ha sobrevenido al orante (v. 15), lo que ha ocasionado que algunos que antes eran sus amigos se hayan vuelto en su contra (vv. 12-16). Es posible que por esa misma causa le estén llevando a juicio con razones infundadas (vv. 7, 11, 21-22); lo que podría suponer que la adversidad es una enfermedad y le están acusando por algún pecado oculto.
Cual fuere la situación, sabemos que sus ex amigos buscan su vida, han colocado trampas contra él, le han escarnecido, y el salmista apela a Jehová como quien puede hacerle justicia y defender su causa.
Explicación del texto
Como bien muestra Schokel [Schokel, Salmos I, p. 530], La primera sección se estructura de la siguiente manera: Acción de Dios-fracaso-pecado-fracaso-alabanza.
Acción de Dios. El salmo inicia de lleno con una súplica de intervención divina formada por 7 imperativos en los versos 1 al 3. La primera palabra del texto, el hebreo rib (“disputa”), que es utilizada más de 80 veces en la Biblia hebrea en un marco judicial, es un alegato a Dios como juez justo y salvador.
El orante dice a Dios: ¡Disputa!, ¡Pelea!, ¡Echa mano del escudo!, ¡Levántate!, ¡Saca la lanza!, ¡Pelea con tu espada contra mis perseguidores y di a mi alma: “Yo soy tu salvación”! El comienzo de su oración es más dramático e intenso, muy difícil de exagerar.
Sus palabras de inmediato nos posicionan en un campo de batalla dónde él está indefenso y asechado, y sólo Dios, vestido de guerrero, puede ser su salvación. Parecido a las palabras que dirigió David a Saúl en 1 Samuel 24:15, el salmista pide a Dios que dispute su causa, y pelee con sus enemigos. Que consuele su alma con la seguridad de su pronta liberación.
Fracaso. En las secciones de fracaso el salmista anticipa el fin de sus enemigos, en virtud de la intervención divina que actúa en su favor.
En los versos 4-6 pide que sean “avergonzados y confundidos” los que buscan su vida e intentan el mal contra él, palabras que se usan en el contexto de una escaramuza fallida que acaba en huida.
Pide que resulten como el tamo que el viento arrebata, se lleva lejos y no deja rastro alguno de su existencia (Salmos 1:4, Daniel 2:35).
Solicita que en su huida el ángel de Jehová los acose y persiga por caminos “tenebrosos y resbaladizos” (cf. Jeremías 23:12). En resumen, que les vaya terriblemente mal; y no les queden ganas algunas de volver a intentar perjudicarle.
Pecado. A continuación presenta el primero de los cargos en contra de sus enemigos. En el verso 7 dice “sin causa escondieron para mí su red en un hoyo” que era un método de caza de animales, también mencionado en Salmos 7:15, 9:15.
Quiere decir que habían puesto trampas en el camino maquinando su mal; pero nuevamente hablando de fracaso, el salmista pide que la misma red que habían escondido les dejase atrapados (v. 8) ‒la copia del resultado de 7:15‒, cayendo en ella “con quebranto”.
Aquí se inserta el primer voto de alabanza que concluye la primera sección. “Entonces mi alma se alegrará en Jehová; se regocijará en su salvación” (v. 9), no quiere decir que el salmista se alegre del fracaso o la caída de sus enemigos, sino más bien de que Dios le libre a él de sus maliciosas intenciones; se regocijará de su grandeza y su bondad.
Como es evidente en los salmos e incluso en las narrativas y los mensajes proféticos, a la salvación de Dios siempre le sigue la alabanza. Si el alma no se goza en alabar a Dios es porque no le atribuye la liberación. Es porque, quizás, no se siente verdaderamente agradecida.
En este primer voto de alabanza la intención parece ser casi totalmente personal. El salmista se alegrará en Jehová y en su salvación, recordará que no hay otro como él, ¡todo su ser, hasta sus huesos lo dirán!, pues su poder se manifiesta al librar al afligido, al pobre de los que son más fuertes que él.
La segunda sección comenzará con un orden invertido, ampliando lo que sabemos de los pecados de sus enemigos. El orante los describe como “testigos violentos”, lo que refuerza la imagen judicial. Buscan acusarlo con falsedades que él desconoce, le preguntan pero él no tiene idea de lo que le dicen porque lo han fraguado con mentiras en su contra.
Dice también que le han pagado “mal por bien” (Salmos 38:20, Jeremías 18:20), y con eso afligen su alma. En su lugar, en otro tiempo él solo les había brindado su apoyo y empatía, tal como lo muestra en los beneficios (vv. 13-14).
La mención de “cuando ellos enfermaron” (v. 13) parece ser una referencia indirecta a que la actitud contraria de ellos se da también en el contexto de una enfermedad del salmista. Lo que podría explicar todo el origen de la situación.
Pero cuando ellos enfermaron él no los acusó, sino que les trató con amistad, hizo duelo y ayunó para interceder en oración a su favor. Dice haberse humillado por ellos como lo haría por un pariente muy cercano, como por su propia madre (v. 14).
Pero ahora le devolvían todo lo contrario. Se “alegraron” de su adversidad, y se juntaron contra él para despedazarlo con sus juicios y calumnias (vv. 15-16). Por eso la difícil frase de “mi oración se volvía a mi seno” (v. 13) podría entenderse como un arrepentimiento por las plegarias elevadas en su favor, o como una solicitud de que Dios le recompense ahora por el buen trato que les dio antes a ellos en su enfermedad.
Qué lamentable condición. En lugar de recibir compasión de sus amigos que había ayudado y socorrido, le pagaban con acusaciones y humillaciones.
Acción. El salmista se dirige nuevamente a Dios y, contrito y abatido, le dice “Señor, ¿hasta cuándo verás esto? Rescata mi alma de sus destrucciones, mi vida de los leones” (v. 17).
Él sabe que Dios está al tanto de todo, pero le inquieta que no le ve actuar. Siente que sólo está mirando. ¿Hasta cuándo seguiría únicamente actuando como un espectador más? Por eso el ruego del verso dos: “¡Levántate en mi ayuda!”.
El salmista anhela ver a Dios actuar, y prontamente. Los leones están muy cerca de él, casi abriendo sus fauces, pero Dios puede rescatar su vida “de sus destrucciones”.
Alabanza. Entonces la segunda sección culmina con un nuevo voto de alabanza, ya no únicamente personal. Su gratitud traspasará la barrera de la alegría y el gozo en sus huesos para confesarle “en la gran congregación”, para alabarle “en medio de numeroso pueblo”.
El gozo y la alegría brotarían de lo íntimo de sí para ser compartidos con su congregación, con su pueblo.
La tercera estrofa describe por última vez los pecados de sus rivales. Le odian sin causa (v. 19, Salmos 69:4), de lo que se infiere su completa inocencia (v. 7), y guiñan el ojo para provocarle (Proverbios 6:13).
Ellos no hablan lo bueno, sino palabras engañosas contra “los mandos de la tierra” (v. 20). Se ríen de él, se burlan y dicen ser testigos con sus propios ojos de las falsas acusaciones (v. 21).
Acción. El salmista interpela a Dios pues sabe que él es testigo fiel de todo cuanto sus enemigos le han hecho, y le pide que no calle (v. 22); petición similar a la de Salmos 28:1. Le ruega que despierte (v. 23, Salmos 7:6) y se mueva para hacerle justicia, para defender su causa, para vindicarle (vv. 23-24). Desesperado, se entrega completamente a la buena voluntad de Dios.
Y pide por última vez vergüenza y confusión para los que se alegran de su mal (v. 26).
A continuación, el salmo alcanza el estado de calma cuando el orante reposa y anticipa su pronta salvación. Invita a los que están “a favor” de su causa justa a cantar y alegrarse, a decir “Sea exaltado Jehová, que ama la paz de su siervo” (v. 27).
Dios no se alegra en ver a sus hijos sufrir bajo la mano del perseguidor u opresor; ¡el ama la paz, la paz de sus hijos! Y no demorará en librar su causa; a pesar del mal que parece imperar en el mundo por un tiempo, el Señor jamás abandonará a su rebaño.
Finalmente, el salmista eleva un último voto de alabanza: “¡Mi lengua hablará (o meditará) de tu justicia y de tu alabanza todo el día!” (v. 28).
Que cuando Dios obre en nuestro favor, cuando responda esa oración que tanto hemos elevado, que cuando nos libre de las manos que buscan nuestro mal, nuestra lengua tampoco se canse de hablar y meditar en su bondad.
Amigo querido, si te sientes abrumado por la injusticia con que los infieles te asedian, confía a Dios tu causa; Él “peleará por nosotros” (Deuteronomio 20:4, Nehemías 4:20).
Esta bien, la vénganla divina por que los buenos deben ser maltratados en todo sentido y los malos salir libres como si nada no es Justo!!!!