El 12 de abril de 1961 se produjo un hecho que representaría un salto gigantesco en la carrera por conquistar el Espacio Exterior. Aproximadamente desde 1930 Estados Unidos y la Unión Soviética habían estado haciendo numerosos esfuerzos por plantar bandera en la órbita espacial; esfuerzos que se intensificaron con la Guerra Fría.
En esos años destacó el nombre de Sergei Korolev, quien fue el ingeniero-jefe del programa espacial soviético, y quien dirigió a los rusos en el envío de satélites artificiales al Espacio, misiones no tripuladas, y misiones tripuladas por animales como Laika, Albina, Tsyganka, Belka, Strelka, y otros más.
Alrededor de una docena de misiones tripuladas fueron enviadas al espacio en las cápsulas “Vostok”, que él mismo diseñó, junto a otros artefactos importantes. Tras dos misiones exitosas en marzo de 1961, Korolev determinó que ya era el momento de enviar un hombre a la órbita terrestre.
En la madrugada del 12 de abril Yuri Alexeievich Gagarin, teniente de las fuerzas aéreas soviéticas, de 27 años de edad y menos de 1,60 m de estatura, fue despertado para poner en marcha la operación de despegue. Y minutos antes de las 6:00 AM Vostok I estaba partiendo del cosmódromo soviético de Baykonur.
El viaje duró alrededor de 108 minutos, durante los cuales Gagarin dio una vuelta a la órbita terrestre, descendió, se eyectó, y terminó su misión en un campo de Rusia.
De esa manera Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en salir al espacio exterior y ver la tierra desde afuera. Allí pronunció su famosa frase de “La tierra es azul”.
Pero, ¿tienes idea de cuál fue el mayor descubrimiento de Gagarin?
Al salir de los límites de nuestra atmósfera terrestre, Gagarin pudo ser testigo de una poderosa verdad. El Salmo 36:5 había dicho que la misericordia de Dios llegaba hasta los cielos y las nubes; pero al salir de nuestra atmósfera, Gagarin pudo entender que la misericordia de Dios alcanza todos los rincones del infinito Espacio Exterior.
Salmo 36
El Salmo 36 es semejante a esa canción que catalogaríamos de “común” al escuchar su ritmo, melodía y letra, pero que la conservas porque tiene un par de destellos impresionantes que te inspiran y te erizan la piel. ¡Exactamente así!
De hecho, si careciéramos de la sección central (vv. 5-9), o ésta simplemente sufriese ciertas adaptaciones para asumir un tono más convencional, entonces quizás estaríamos hablando de «otro Salmo más…»; pero esta sección enriquece el poema de tal manera, que la sección final es como la vuelta a la normalidad tras la parte más palpitante de una pieza musical.
El poema es atribuido a David, y el encabezado se asimila al Salmo 18 con la alusión a él como “Siervo de Jehová”. En pasajes como el Salmo 89:3, 20, 2 Samuel 3:18, 7:29, 1 Reyes 11:13, 32, 14:8, 2 Reyes 19:34, 1 Crónicas 17:4, 27, Jeremías 33:22 y otros más, Dios llama a David su “siervo”.
La mención de David con este título crea cierta conexión con la conclusión del Salmo 35, cuando dice “Sea exaltado Jehová, que ama la paz de su siervo” (v. 27).
Inmediatamente le sigue este Salmo con este encabezado, y podríamos deducir a partir de ello algo bastante interesante.
Primeramente tengamos en mente que ha creado bastante curiosidad el hecho de que este Salmo se mueva de una meditación acerca de la maldad de los impíos, a una consideración de la grandeza de la misericordia divina y otros dones perfectos de Dios.
¿Por qué este orden? ¿Y por qué ambos temas en un Salmo, si carecen de una correlación directa?
El Salmo cobraría un sentido peculiar si lo leemos, hasta cierto punto, como una continuación del tema que le precedió en el Salmo 35, que es un Salmo imprecatorio.
Nuevamente volverían a escena los que han perseguido, juzgado y turbado al “siervo de Jehová” en la figura de los malvados, pero la misericordia de Dios y su justicia se estiman muy superiores para salvaguardar la vida del salmista, y aún más, la de todas sus criaturas.
No estoy queriendo proponer que esta relación fue intencional en la composición de ambos Salmos, sino que el coleccionista tuvo a bien colocarlos juntos, y enlazarlos por el título de “Siervo de Jehová” por observar cómo el Salmo 36 responde a la meta narrativa del Salmo 35.
Estos motivos refuerzan la identificación del género del Salmo con una meditación que integra ciertos rasgos hímnicos a partir de la segunda mitad, y añade una súplica como epílogo.
No hace falta, entonces, entrar en muchos detalles respecto a la estructura ya que su disposición está bastante clara.
En los versos 1 al 4 el salmista medita acerca del progreso del pecado en el corazón, las palabras y los caminos del malvado. Pero por mayúsculo que sea el pecado y la infidelidad de aquellos, la fidelidad de Dios no conoce fin; y a éste pensamiento sublime se orientan las palabras del salmista en los versos 5 al 9. Pero lo hace con una belleza poética de alta categoría.
El final del Salmo, los versos 10 al 12, son un añadido final que confiere un sentido aplicativo al Salmo. La oración póstuma mezcla las dos secciones anteriores en una petición: que tu misericordia y tu justicia amparen a tu siervo ‒y a todos cuantos te conocen‒ de las maldades de los impíos.
Explicación del texto
Verso 1. La meditación del salmista comienza con un pensamiento totalmente distintivo en la revelación bíblica. No debido a la primera palabra del Salmo, que es el hebreo neum (“oráculo, palabra [inspirada], declaración”) y aparece más de 360 veces en el AT; sino la utilización que se le da a esta palabra.
Mientras que en casi todos los usos de este término en la Biblia hebrea el que pronuncia u origina el oráculo es Dios, en este caso el mensaje viene de otra dirección. Notemos la manera como algunas Biblias traducen este texto:
“Un oráculo para el impío es el pecado en el fondo de su corazón” (BJ 1975)
“Solo el pecado habla al impío en el fondo de su corazón” (BL 1995)
“La maldad habla al malvado en lo íntimo de su corazón” (DHH 1994)
“A los malvados el pecado les susurra en lo profundo del corazón” (NTV 2009)
“En lo profundo de su corazón el pecado convence al perverso de hacer el mal” (PDT 2012)
Como podemos notar, estas versiones coinciden en interpretar el texto de manera que el oráculo en lugar de ser revelado por el Señor (y esto es lo que hace de este verso algo realmente peculiar), es revelado por la personificación de la transgresión, el Sr. Pecado.
En lugar de escuchar y atender la voz de Dios, el impío escucha la voz del Sr. Pecado, y la considera de tan alta estima como si de un oráculo divino se tratase. Y así como oír la Palabra de Dios engendra fe en el corazón, oír la palabra del Sr. Pecado solo puede engendrar maldad y corrupción.
El salmista no encuentra otra explicación plausible para la profunda degradación del corazón humano, que concluir que el Sr. Pecado ha llegado a convertirse en el Dios a quien el transgresor escucha y obedece. Diría que el único a quien escucha.
Así de poderoso como es un “Así dice Jehová” en la boca de los profetas de Dios, son para el transgresor los deseos de su corazón inspirados por el Sr. Pecado.
De manera que el pecado tiene entrada libre para susurrar a lo profundo del corazón de él, e incluso convencerle de hacer deliberadamente su voluntad.
Esto debería hacernos considerar algo seriamente. Creo que solo hay dos voces que hablan a nuestro corazón, porque Jesús dijo claramente que aquel que con él no junta, entonces desparrama (Mateo 12:30).
Así que las dos voces que en nuestro corazón escuchamos son la de Dios por un lado, y la del Sr. Pecado por otro. Las caricaturas no se han equivocado del todo al colocar a un angelito y a un diablito peleando por convencer al ser humano de tomar una u otra decisión.
La cuestión es: si sabemos que no estamos completamente del lado de Dios, si sabemos que no por lo general no estamos escuchando su voz, entonces, ¿qué voz estamos escuchando?
Qué peligro que, sin saberlo, podríamos estar endiosando al pecado en nuestras vidas.
Según la construcción del texto, está claro que la segunda parte del verso 1 no es la cita del oráculo, es un comentario adicional y consecuente. Después de todo, aquel que prefiere escuchar la voz del Sr. Pecado, y obedecerle “en paz”, necesita también hacer su corazón insensible al “temor de Dios”.
Este “temor de Dios” no es el que hemos comentado en otras oportunidades, aunque de éste es claro que también carecen. Pero en este caso, el pasaje, utilizando un sustantivo diferente (heb. pajad), se refiere a temor literal, espanto, miedo.
Es decir, hacen el mal ¡sin tener ningún tipo de remordimiento de consciencia! No temen a Dios, y descartan toda insinuación del Espíritu de Dios que impulse a volverse del mal camino, entendiendo que Dios, su palabra, y la rendición de cuentas, todos son reales.
La ira de Dios debería inspirar en el pecador un sentido de peligro, un llamado de alerta. La transgresión expone al ser humano a la condenación eterna, al cáliz de la ira de Dios, y si no genera temor enfrentarse cara a cara con el Dios que has blasfemado, entonces tu condición es preocupante.
Versos 2 al 4. Después de la singularidad del sentido del verso 1a, la segunda mitad del pasaje (y seguida de los versos 2 al 4) retorna a la “normalidad” con una típica descripción sapiencial del proceder de los malvados.
El verso 2 complementa la idea del verso 1b. Delante de los ojos del impío no existe respeto ni temor a Jehová; por ello, en su lugar se lisonjea de la impunidad de sus maldades. El Sr. Pecado le lleva a creer que nadie se enterará de sus iniquidades, y mucho menos aborrecerán o condenarán sus hechos.
Esto deriva para él en jactancia. Se complace en convencer a su corazón de que puede obedecer libremente los dictados del pecado, y aun así ser absuelto de toda culpa (Deuteronomio 29:19, Salmos 10:3).
Pero recordemos las palabras de Jesús cuando dijo que “no hay nada oculto que no haya de ser descubierto, ni escondido que no haya de salir a la luz” (Marcos 4:22). Y no solamente en esta vida difícilmente algo queda escondido para siempre, sino que el sabio Salomón dijo: “porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa oculta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:14).
Así que el impío se jacta en una gran mentira. Pues su maldad será hallada, y no cabe duda que será también aborrecida. Su pecado le ha cegado al punto de creer que no verá las consecuencias de sus acciones, pero Dios hace justicia; en este mundo y en el venidero.
A continuación el salmista se detiene a destacar la iniquidad y el fraude que caracterizan a las palabras de los impíos, un aspecto ya conocido por nosotros (ver tb. Salmos 5:9, 12:2-3, Proverbios 6:12).
Es imposible que no sea así cuando la Biblia deja en claro que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). Eso que el pecador está atesorando en su corazón, la maldad que está maquinando, hallará expresión en sus palabras.
Los propios dichos de su boca revelarán lo que ha tenido lugar en sus pensamientos, y por lo tanto su hablar estará impregnado de engaño, fraude y toda clase de corrupción moral.
Al comentar el Salmo 14 llegamos a la conclusión de que el “necio” es aquel que se rehúsa a reconocer a Dios y obedecerle. Bien, ahora el salmista menciona en el verso 3 que el malvado ha dejado de ser “sensato” o cuerdo; ha dejado de “hacer el bien”.
Se ha convertido en un necio, en un inepto, al negarse a escuchar las palabras de Dios, prestar su oído al Sr. Pecado, permitir que le convenza de hacer el mal, y además jactarse de su “astucia”.
De manera que el impío no puede ser más considerado una persona sabia. Ha despreciado la sensatez, al abandonar el camino del bien. Se ha incapacitado a sí mismo para juzgar y analizar, al rechazar la justicia.
En cambio, emplea las facultades de su mente para meditar en sus maldades, anda por caminos torcidos y su mente se insensibiliza hasta no sentir ningún tipo de remordimiento.
De esa manera en los versos 1 al 4 se resumen dos secuencias del pecado: corazón – pensamientos – palabras – acciones; y, es seducido por el pecado – abandona el bien – se propone hacer el mal – lo ejecuta – se endurece.
También hallamos una secuencia espacial: corazón – ojos – palabras – cama – camino. Todos confluyen en el progreso de la potestad del pecado sobre el ser.
Versos 5 al 7a. El cuadro gira abruptamente. No más malvados, no más pecado. Sentado en la silla ahora se haya Dios, y el salmista se eleva en la contemplación del ser divino, en la manifestación de los atributos de su carácter, a una alta cúspide poética y espiritual.
Coloca los atributos de Dios, tales como su misericordia, su fidelidad, su justicia y sus juicios, en un plano espacial, contemplado desde su propio punto de vista humano. Su misericordia, tan alta que llega a los cielos (Salmos 57:10); su fidelidad, hasta las nubes; su justicia, tan imponente y elevada como los montes (Salmos 71:19); sus juicios tan profundos como los grandes abismos.
El salmista ubica, en el plano espacial en relación consigo, las metáforas más adecuadas para describir lo indescriptible: la gloria del carácter de Jehová. Así como son más altos los cielos que la tierra, y más profundos los abismos, la fidelidad, la misericordia y la justicia del Eterno son incomprensibles para la mente humana.
No solamente llegan hasta los cielos, sobrepasan nuestra atmósfera terrestre, y alcanzan cada rincón del universo.
De manera que la fidelidad de Dios queda en marcado contraste con la infidelidad humana. Su justicia con la iniquidad de ellos. Su misericordia con su jactancia. Y sus juicios con su insensatez.
Y la puesta en escena de cada uno de estos atributos actúa en favor de sus criaturas; el texto dice que con su misericordia y amor Jehová preserva “al hombre y al animal”. Desde la mayor y más inteligente de sus creaciones, hasta el más pequeño de los organismos vivos, todos gozan de la bondad y el amor con que Dios gobierna su universo (Salmos 145:9).
A todos y a cada uno Dios los preserva, conserva y protege. En esto se manifiesta su justicia y fidelidad.
La universalidad de “hombre y al animal” (v 6) se reduce a “los hijos de los hombres” (v. 7), éste a “los que te conocen” (v. 10), y de éstos a la primera persona del singular (v. 11); lo que quiere decir que tanto la creación infinita como el ser humano diminuto, el insecto o la bacteria, en todos estos planos, pequeños y grandes, se hace evidente la benevolente disposición del Señor.
La palabra “misericordia” (heb. hesed) articula toda la segunda sección del Salmo. La apertura en el verso 5, concluye su primer micro-movimiento en el verso 7a, y abre la última sección en el verso 10. Por lo que la palabra clave del pacto divino, hesed, es la que gobierna la interacción del eterno con sus criaturas.
El primer movimiento (vv. 5-7a) culmina entonces con una alabanza “¡Cuán preciosa (o “costosa”), Dios, es tu misericordia!” (similar a 31:19).
Versos 7b al 9. El verso 6 había señalado que hombres y animales son preservados por la justicia y la fidelidad de Dios; pero, ¿es el sustento la única provisión de la abundante misericordia de Dios que alcanza a los hombres?
Cuando el verso 7b reduce la población a “los hijos de los hombres” también se amplía el alcance y las provisiones derivadas de la superabundante misericordia divina.
El salmista menciona, por ejemplo, que debido a su preciosa misericordia todos los hombres pueden acercarse y ampararse bajo la sombra de las alas del Buen Señor. Ya en el Salmo 17:8 y Deuteronomio 32:11 esta metáfora había aparecido para indicar refugio y protección.
Como un ave a sus polluelos, Dios esconde a sus hijos bajo sus alas para brindarles tierno cuidado y protección. Ningún hijo de Dios se acerca a él en búsqueda de calor y refugio para ser rechazado. Dios recibe a todos, tal es su misericordia.
De la misma manera, el Señor es presentado como un anfitrión muy generoso (ver Salmos 23:5-6); en casa de quien los hombres pueden ser completamente saciados de su “grosura”; que, debido al contexto entendemos como los bienes y delicias espirituales de las cuales se participa en el santuario del Señor (ver Jeremías 31:14).
En Dios y su servicio el hombre encuentra todo lo necesario para su completa satisfacción y felicidad (Salmos 16:11), pues Dios suple mucho más abundantemente de lo que pedimos (Efesios 3:20). De verdad, recrearnos en su voluntad y en adoración llega a ser nuestra comida.
Sin embargo, el lenguaje poético nos invita a no asumir una interpretación espiritual como el único significado del Salmo. Más bien, la grosura y los torrentes de Dios suplen toda la necesidad humana, pero especialmente la necesidad de su alma.
La palabra traducida por “delicias” en el verso 8 es el hebreo edén; sí, la misma que dio nombre al huerto que Dios creó para Adán y Eva (Génesis 2:8); que causalmente también tenía ríos (Génesis 2:10-14).
El salmista nos traslada a la delicia del hogar primitivo de nuestros primeros padres, donde la presencia de Dios era real y visible. Esa misma presencia es la que suple deleitosamente la sed humana, con los torrentes de la gracia divina; pues él mismo es manantial de vida (Jeremías 2:13).
Él es fuente de vida, y también de verdadera vida. O mejor dicho, fuente de todo aquello que alimenta y embellece la vida. Por eso podemos pedirle, y recibir de él “agua viva” que sacia nuestra profunda sed (Juan 4:10).
Pero Dios no provee únicamente a su pueblo de alimento y bebida, él es también la luz. Y solo en su luz el hombre puede ver la luz (1 Pedro 2:9). Gracias a la luz divina, el hombre puede ver la luz en su vida. Dios alumbra los ojos, para hacernos posible ver luz, y no oscuridad.
De manera que el salmista declara categóricamente que la superabundante misericordia divina, alta y profunda, suple toda nuestra necesidad, e imparte verdadera vida al hombre que se acerca por la fe.
Versos 10 al 12. El último movimiento del Salmo es una oración que aplica algunos de los elementos de su meditación. En el verso 10 estrecha aún más la población al pedir a Dios que extienda su misericordia a los que le conocen y su justicia a los rectos de corazón.
Es decir, que manifieste esa amorosa benevolencia hacia los suyos, les muestre su favor y les preserve la vida. Que haga realidad todo aquello por lo cual le ha exaltado, y lo haga perpetuamente.
La última reducción llega a ser un pedido en primera persona: que proteja al salmista del pie y la mano del impío, única conexión directa con la primera sección del Salmo. Dios ha de librar con su justicia a los que le conocen, de la mano de los malvados de los versos 1 al 4.
Y finalmente el verso 12 es una contemplación de la derrota definitiva de aquellos que en algún momento se jactaron de que jamás serían derribados.
¿Conclusión? La fidelidad divina coloca a cada quien donde debe estar. El salmista ha de estar firme e inconmovible (v. 11), pero los malhechores serán derribados para nunca más levantarse.