
Piensa por un momento en una gran hacienda. ¿Qué hay allí? Pasto, claro. Pocos inmuebles, en comparación con el espacio vacío disponible. Agua en gran cantidad. Comida, jornaleros, quizás plantas, sembradíos, canales de riego o rociadores, corrales… Pero sobre todas las cosas: ¡animales!
Piensa en los pollos, pavos, bueyes, caballos, toros, las vacas, gallinas, yeguas, y la cantidad de animales (no solo en tipo, también en número) que cohabitan en una hacienda o granja. Y luego imaginemos que somos parte de esos animales.
Cuando nos llevan con nuestro nuevo propietario, nos pesan y nos marcan para identificarnos; nos hacen pruebas de salud para prevenir cualquier enfermedad o parásito, y comienza el proceso de engorde (en el caso del ganado vacuno, bovino, ovino, y otros).
Mientras más pese un animal, mayor será su volumen de carne, y mayor será su costo. Suponte que tú y yo nos estamos quedando atrás en el proceso, no engordamos tan rápidamente como otros; a los cuales los pastores miman, con mayor comida, para que su peso aumente rápidamente.
Llegamos a sentirnos envidiosos de aquellos animales más beneficiados. ¿Por qué no podemos ser como ellos? A nosotros nos descuidan, mientras ellos reciben las mejores atenciones médicas y alimenticias.
Pero lo que no alcanzamos a entender durante el proceso, es que aquellos animales que parecen “más bendecidos”, curiosamente en realidad son los más perjudicados: ¡serán los primeros en ser llevados al matadero!
Entonces, ¿te parece que son dignos de envidia?
Pensemos ahora en el Salmo 37. En su juventud quizás el salmista se sintió tentado a envidiar a los malignos y malhechores debido a su prosperidad; pero ya adulto nos recuerda que su bienestar es transitorio, y su final no es mejor que el de un becerro engordado.
Salmo 37
El dilema de la retribución a buenos y malos aparece como tema central de los Salmos en al menos dos ocasiones. Anteriormente ya comentamos la segunda de ellas, el Salmo 73.
En él Asaf plasma el conflicto interior de un siervo de jehová que no entiende por qué los malos, los injustos, los pecadores, prosperan, mientras los leales y fieles pasan por tantas pruebas y sufrimientos.
Su sabiduría humana fracasa en el intento de comprender la respuesta al dilema, y, desilusionado, entra al Santuario del Señor. Allí comprende “el fin de ellos”, y su propia visión del presente cambia de forma radical.
Podríamos decir que el salmista discierne (valiéndonos de una expresión que usamos al comentar el Salmo 21) la historia detrás de la historia. Tal conocimiento trastorna su experiencia, y desde ese instante jamás vuelve a desear ser como uno de ellos.
Es entonces cuando pronuncia unas de mis palabras favoritas de las Escrituras: “¿A quién tengo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Salmos 73:25).
Junto al libro de Job, estos 2 Salmos reflexionan en este dilema de la justa retribución sobre buenos y malos en el universo divino. A la discusión podemos añadir algunos comentarios de los libros de Proverbios y Eclesiastés.
En ese grupo Proverbios expone quizás la reflexión más tradicional. En el universo de Dios el justo es bendecido, mientras el malo es castigado, sufriendo las consecuencias de sus acciones.
Sin embargo, es evidente que en esta vida las cosas no siempre son tan sencillas. Por eso el Salmo 37 avanza un poco más en su presentación de este asunto, al mostrar que no en todas las ocasiones se cumplen los aforismos de Proverbios. Aun así, el destino final de ambos grupos (justos e injustos) es presentado como el argumento principal para mantenerse del lado de la justicia.
El libro de Eclesiastés aporta a la discusión su propia perspectiva testimonial en cuanto a la historia. Y ésta, en lugar de ser simple (como podría pensarse al leer los Proverbios), es muy compleja. La mayoría de las veces difícilmente podríamos considerarla “justa”‒al menos en un primer momento‒, algo que no debería sorprendernos [ver nuestro artículo ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?].
Sin embargo, el sabio Salomón también concluye su libro presentando el juicio final como el argumento de toque en favor de una vida de obediencia y lealtad al Señor, y amor al prójimo.
Teniendo por fundamento todo lo anterior, el Salmo 73 aporta el sentido de satisfacción y felicidad presente que deriva de una más plena comprensión de Dios, sus propósitos y promesas. Mirando por la fe el futuro, el autor puede enfrentar las inquietudes del presente con sobrada alegría, al considerar a Dios como su posesión más valiosa.
Por último el libro de Job declara: aunque no podamos comprender el porqué de las injusticias de este mundo, pues no tenemos si quiera un pequeño atisbo de la cantidad de fuerzas, motivos, intereses y razones que interactúan en el gobierno divino del universo (¡no tenemos ni idea! Y si lo pones en duda, solamente lee los capítulos 38-41 de Job); hemos de confiar y rendirnos a la sabiduría del Señor. Él es Dios, y no se equivocará con nosotros.
Los mayores aportes a este diálogo de parte del Salmo 37, todavía bastante simplista, son:
1) Que constituye un puente entre el universo «básico» de Proverbios, y los universos más complejos del Salmo 73, Eclesiastés y Job.
2) Exalta la retribución, no siempre veloz pero siempre segura, del Juez Celestial.
3) Se destaca por concentrarse en las felices prerrogativas de los santos de Dios.
La composición del Salmo es alfabética, al igual que los Salmos 9-10, 25 y 34. Lo que quiere decir que el inicio de cada verso sigue el orden de las 22 letras del alefato hebreo, comenzando por la primera letra en el primer verso.
Pero esta vez cada letra abarca por lo general dos versículos; lo que da como resultado un Salmo acróstico extenso, de 22 estrofas y 40 versos.
El género sapiencial rige la discusión, que más allá del argumento general (descrito arriba) carece de progresión o ilación. El Salmo recalca la misma idea una y otra vez, de distintas maneras.
La estructura del texto podemos dividirla en una visión panorámica de la meditación (vv. 1-2), primer desarrollo de la idea principal (vv. 3-11), luego una serie de pensamientos proverbiales (vv. 12-24), breve testimonio personal (vv. 25-26), segundo desarrollo (vv. 27-34) y el testimonio final (vv. 35-40).
Finalmente, es bastante probable que este Salmo haya sido compuesto por David hacia el final de su vida (v. 25). Como hombre de edad y experiencia, reflexiona sobre ese error tonto que a menudo cometemos de envidiar a los malos. “No tiene caso” dice él, “a ellos les irá muy mal, y a nosotros muy bien”.
Explicación del texto
Versos 1 y 2. Pero es cierto que es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Nadie escarmienta por cabeza ajena, ¿no? Y por eso es habitual que tengamos que atravesar series de circunstancias que nos lleven a comprender aquello que, muy probablemente, ya otro ha tratado de enseñarnos por haberlo vivido.
El anciano David preferiría ahorrarnos el malestar que provoca el ardor de la envidia. A nosotros nos corresponde escuchar la voz de la sabiduría, o aprender por nuestra propia cuenta.
El punto es que, por injusta que la vida pueda parecer, no tiene caso impacientarse a causa de los corruptos, los políticos ladrones, los mentirosos, los marañeros, los viles, el vecino abusivo, el estafador, y todos los demás… (Proverbios 24:1, 19). Ni tiene sentido tener envidia de ellos (Proverbios 3:31, 23:17, La envidia en la biblia).
¿Por qué? “Porque como la hierba serán pronto cortados y como la hierba verde se secarán” (v. 2). Envidiar a los impíos es como envidiar a la hierba, que ahora se ve verde y bien cuidada, pero muy pronto se secará y morirá (Salmos 90:5b-6). Como envidiar al ternero engordado, que en breve será llevado al matadero. ¿Vale la pena envidiar tal prosperidad ilusoria?
Estos dos versículos constituyen una visión panorámica de toda la reflexión. Incluye: 1) el consejo (no impacientarse, no envidiar), 2) los personajes (justo sobreentendido y los malvados malhechores), y 3) la causa preponderante (su aparente bienestar es temporal).
Solo piensa en la cantidad de implicaciones que tiene envidiar a los impíos. “Su vida es mejor que la mía”, “vale más la pena desobedecer a Dios”, “prefiero sus recompensas temporales que mis recompensas eternas”, Y eso sería una absoluta equivocación, al pasar por alto el panorama completo.
Envidiar al impío, por cierto, nos inhabilita para poder atraerle hacia la senda de la verdad; pues nuestra mente está más ocupada deseándole el mal. De esa manera Satanás gana doble victoria: el impío sigue siendo impío, y el creyente se enreda con el pecado de la envidia.
¿Solución? Comprender el panorama completo desde la perspectiva de Dios, y, especialmente, las bendiciones de pertenecer al bando correcto.
Versos 3 y 4. Estos versos dan comienzo al primer desarrollo de la idea principal, que, a su vez, en inicio se concentra en las bendiciones disponibles para el justo:
En el verso 3, habitar en la tierra y apacentarse en la verdad. Para esto es imprescindible confiar en Jehová y hacer el bien, en lugar de andar pendientes de lo que hacen los demás. El siervo de Dios debiera estar concentrado en lo suyo, amando a Dios y amando a su prójimo. Desviar la mirada de nuestro norte y de nuestro deber es en sí mismo peligroso.
El resultado es la participación de las promesas del pacto, entre ellas habitar la tierra prometida, y deleitarse en la prosperidad que deriva de la fidelidad divina. La fórmula entonces sería: confiar, ocuparse en el bien, y gozarse en los dones divinos que nos son concedidos.
En el verso 4, recibir por concesión todas las peticiones de su corazón. Para esto, antes debemos llegar a considerar a Dios nuestro mayor deleite. Este verso no trata de decir algo así como: “complazco a Dios y él me da lo que quiero”; no.
En su lugar, al recrearnos en Jehová llegamos a entender lo que él quiere; y eso se convierte, a su vez, en lo que nosotros queremos. De hecho, en Isaías 58:14 deleitarse en Jehová es resultado de la obediencia a su voluntad y sus leyes; producto del cristianismo llevado a la práctica.
En el verso 5, ver la mano de Dios dibujando camino derecho para sus pies. Esta bendición pertenece a aquellos que primeramente han encomendado su camino al Señor y confiado en él para ser guiados. Dios jamás dejaría una encomienda como esa sin respuesta, el salmista dice “Él hará” (Proverbios 16:3).
Dos palabras, extraordinario significado. Él lo hará. ¿Qué más podemos decir?
En el verso 6, exhibir su justicia y su derecho. Y aun cuando los malvados intenten empañar nuestra reputación con críticas, juicios, chismes y calumnias, Dios se las arreglará para mostrar nuestra justicia tan claramente como la luz del mediodía. Y en mi tierra ¡vaya que hace sol al mediodía!
Versos 7 al 11. Teniendo en cuenta las bendiciones y privilegios de los que Dios hace partícipes a sus hijos, ¿qué deberían estos hacer cuando ciertas dudas o inquietudes toquen a la puerta de su consciencia? ¿Qué actitud podrían asumir cuando se asome la tentación de la envidia?
El consejo del experimentado salmista es “guarda silencio ante Jehová y espera en él” (v. 7). No reclames, no grites, no vociferes, no llores, haz silencio, y espera en Dios. A su tiempo Dios se hará cargo, confía. Hay tiempo para hablar, pero también hay momentos para hacer silencio y esperar delante de Dios.
Luego la segunda mitad del verso 7 reproduce la misma idea del verso 1, aclarando un importante detalle adicional. Luego de reiterar la orden “no te impacientes/ no te alteres a causa del hombre que hace lo malo”, el verso 7 explica “no te alteres con motivo del que prospera en su camino”.
Entonces entendemos que la tentación que el Salmo confronta no es la de sentir envidia hacia los malos y su rebelde proceder en sí, sino la de enviar la prosperidad de tales personas, que parecieran ser bendecidas pese a hacer lo malo.
No hemos de alterarnos y juzgar a Dios por la prosperidad de ellos, pues, la cosmovisión cristiana muestra que Dios no es el único que prospera. Satanás también prospera a las personas, aunque esta clase de bienestar proporcionado por el enemigo de las almas es sumamente engañoso y fugaz.
Tanto la prosperidad del impío, como las tribulaciones del justo se dan en el marco de un gobierno divino “imperfecto” (desde la óptica humana) puesto que se trata de un mundo “imperfecto”. En un mundo de pecado es imposible que exista un sistema de retribución perfecto, ya que la justicia de Dios debe interactuar con infinidad de factores en la procura de impartir salvación a cada persona de este mundo.
Pero ese es un tema para otra oportunidad. Hemos explicado algunos detalles en ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?
El consejo del salmista prosigue diciendo: “Deja la ira, desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo”, y el paralelismo del verso 9 explica la declaración del verso 2: “Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová heredarán la tierra”.
Ese es el primer y más importante punto a tomar en cuenta al considerar el asunto de la retribución. De hecho, es la idea central del Salmo.
Aunque los malvados parezcan prosperar en este mundo, el final de su vida está firmemente decretado: destrucción y muerte. Aunque los justos parezcan sufrir y padecer, el destino de su vida está firmemente establecido: recompensa y gloria.
Por ese motivo no tiene caso airarse o enojarse con Dios por ser “injusto”, ni mirar por la ventana de la casa con añoranza mientras aquellos hacen de las suyas; pues son los justos quienes gozarán de las bendiciones perpetuas, mientras los impíos serán arruinados (Job 27:13, 14ss).
Reaparece (y ya se torna llamativo) el motif de “heredar la tierra”; entonces notamos que se menciona 6 veces, en los versos 3, 9, 11, 22, 29 y 34; sin duda jugando un papel importante en el Salmo.
Pienso que David resume toda una amplia gama de bendiciones presentes y escatológicas bajo la promesa de heredar la tierra. Porque heredar una tierra es símbolo de prosperidad, permanencia, resguardo, etc… Pero Jesús tomó este texto (o más exactamente el verso 11) y lo aplicó a la promesa final de heredar la Tierra Nueva (Mateo 5:5, ver tb. Isaías 57:13).
“Dentro de poco” el malo ya no existirá ni habrá lugar para él; a diferencia de los mansos, que heredarán la tierra (vv. 10-11). La estancia de los malos será buscada y no será hallada, pero los mansos “se recrearán con abundancia de paz”.
Esta nueva imagen de los justos que ahora se recrean en la abundante paz de la tierra que Dios les ha dado por heredad, deriva, por supuesto, de la cumplida inexistencia del mal y los malvados.
Así que en los versos 3 al 11, primer desarrollo de la idea principal, el salmista recalca las razones que tienen los justos para no impacientarse o alterarse a causa de la prosperidad de los malvados. Primeramente sus propias y grandiosas bendiciones, y en segundo lugar, el fatídico destino de los impíos.
Versos 12 al 24. A continuación nos encontramos con una serie de dichos proverbiales, que acentúan aún más la poca ilación que caracteriza las ideas plasmadas en el Salmo. Por ese motivo dedicaremos poco espacio a este apartado.
En los versos 12-13 y 14-15 el mensaje es similar. El salmista afirma que los impíos maquinan contra los justos, desenvainando su espada y apuntando con su arco al pobre y al menesteroso pretenden matarlos, pero Dios, mientras tanto, se ríe de ellos (Salmos 2:4).
Las cosas les saldrán tan mal, que su misma espada atravesará su corazón, y su arco será quebrado. Dios se ríe de ellos porque su día está cercano, cuando deberán rendir cuentas por todos los males causados a sus hijos, y a él por consecuencia.
Los versos 16 y 17 traen nuevamente a escena el dilema de la prosperidad. Pero el salmista dice francamente que es mejor lo poco del justo que las riquezas de los pecadores (Proverbios 15:16). En su escasez el justo cuenta con la bendición y la aprobación de Jehová que le sostiene; esa es su tarjeta de crédito.
En los versos 18 y 19 el salmista destaca el cuidado de Dios sobre los “íntegros”, a quienes conoce cabalmente (Salmos 1:6, 31:7, 15). Él es su heredad (Salmos 16:5-6), los guarda en tiempos de dificultad, y aun en los días de hambre los sacia (Job 5:20).
El verso 20, ahora hablando de los “enemigos de Jehová”, dice todo lo contrario. A ellos nadie los salvará de la muerte.
El verso 21 contrasta el carácter del justo y el impío. Mientras que éste con sus “riquezas” (v. 16) no es capaz si quiera de pagar sus deudas, es deshonesto e infiel, el justo tiene lo suficiente y está lleno de misericordia para apoyar a otros cuando así lo necesitan.
Los versos 23 y 24 son similares a 18-19 por concentrarse en las bienaventuranzas de los justos. Dios ordena sus pasos (1 Samuel 2:9), es quien aprueba su camino, los levanta si han caído, y los sostiene de la mano.
Versos 25 y 26. En ellos el salmista deja de lado por momento la meditación sapiencial, y da a conocer su propio testimonio personal: en su larga vida, jamás ha visto a un justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan (Salmos 109:10), ¡porque la promesa de Dios es real!
Más bien, por la misericordia que llena su corazón tiene suficiente para prestar y compartir (esto “en todo tiempo”), y su descendencia es para bendición de todos.
Versos 27 al 34. En la cuarta sección el salmista vuelve a desarrollar la idea principal, pero ahora con un enfoque práctico más pronunciado.
Aconseja a los hombres apartarse del mal y hacer el bien (Salmos 34:14), si desean vivir para siempre. Esto por una razón simple: Dios no desampara a sus santos; pero sus santos son los que viven en rectitud.
Por tanto, vivir en rectitud delante de Dios es igual a vivir eternamente.
Los versos 30 y 31 tendrían un aire similar a 21 y 22 por detenerse nuevamente en el carácter. El hombre justo habla sabiduría, habla justicia, y tiene la ley escrita en su corazón. Por ello sus pies no resbalarán (Salmos 15:5).
El verso 34 aparece como una síntesis de la meditación. El consejo es esperar en Jehová pacientemente y guardar su camino, Dios se encargará de exaltar a los suyos y llevarlos a heredar la tierra. Por otro lado, y en simultáneo, los pecadores serán destruidos, y los justos verán con sus propios ojos el triunfo del bien y la justicia.
Versos 35 al 40. Los últimos 6 versos del Salmo constituyen una conclusión a manera de testimonio personal.
Al impío el salmista lo vio muy enaltecido, como “laurel verde” (¿te acuerdas del verso 1?), pero al momento pasó y no lo vio más. No pudo hallarlo. Mientras tanto, el final que aguarda al “hombre de paz” es dichoso.
A diferencia de la extinción final de los transgresores y su posteridad (v. 38), Dios es la salvación de los justos, es su fortaleza en la angustia; es su ayudador y su libertador, los librará “por cuanto en él esperaron” (v. 40).
Así que el final del Salmo conecta nuevamente con el consejo de la idea central.
¿Por qué impacientarse o alterarse por causa de la prosperidad de los malos? Mejor esperar en Jehová; a su tiempo él dará a los impíos su recompensa, y librará a los justos de sus manos.
Esperar en Jehová, ser paciente en el bienhacer, guardar su camino, atesorar la ley en el corazón, confiar, y hacer silencio…Porque estamos en el bando ganador.
Pero el que envidia, ya ha despreciado al Señor en el corazón.
La pregunta que haría es: ¿Todavía te gustaría ser el ternero engordado?
Por mi parte, con tal de heredar la Tierra Nueva, elijo correr mi suerte con los justos.