Si hoy has dedicado algunos minutos a curiosear dentro de tus redes sociales, es posible que te hayas cruzado con un fenómeno interesante, gracioso y viral denominado “memes”.
Sin buscarlos, sin quererlos, sin estar pendiente de ellos, ¡de igual manera están allí! La gente los crea, los comparte y los viraliza. Inclusive conozco personas que ingresan al Facebook solamente para ver y compartir memes. Y he leído a otros afirmar que son el contenido más valioso que pueden aportar.
Aunque hoy hablemos del “meme” como la imagen o el gif que de alguna manera transmite una idea graciosa, hemos de recordar que el origen del concepto se remonta hasta 1976 cuando el evolucionista Richard Dawkins lo confeccionó en su libro El gen egoísta.
Surgió de la comparación básica de un gen (gene en inglés), digamos que la unidad básica que almacena información genética y la reproduce en otro ser vivo a la semejanza propia; con algún tipo de unidad básica de pensamiento o motivo que surge en el cerebro de alguien, pero que se replica y se extiende en la cultura humana.
De tal manera que según Dawkins un meme es una “creencia, una idea, una moda, etc… que se expande pasando de mente a mente, reproduciéndose y multiplicándose” [https://amp.elmundo.es/f5/comparte/2018/03/31/5abb5329e5fdea7b078b4608.html]
Ese concepto ha mutado hasta llegar a ser lo que entendemos hoy por hoy cuando decimos “meme”, pero la esencia básica sigue siendo la misma, añadiendo el nuevo componente importante del propósito: la risa.
Los memes se han convertido en parte de la vida. Y es común que algún evento o frase los hagan emerger nuevamente en nuestro pensamiento. Este fue mi caso con relación al Salmo 40.
Hay un meme popular que retrata a un hombre y una mujer juntos, por lo general en una cama. La mujer se pregunta en quién estará pensando su pareja, cuando en realidad la mente del hombre está en otro asunto muy distinto (¿lo recuerdas?), ejemplo: ¿qué pasará con Messi tras abandonar el Barcelona?
Cuando leí el último verso del Salmo inmediatamente me acordé de este meme (y ese es el poder de estas imágenes, ¡saltan a la memoria!).
Porque, tal y como lo dice el Salmo, es reconfortante saber que Dios piensa en nosotros. ¿No crees? Allá sentado, en el Cielo, a muchos kilómetros de distancia, hay un Padre tierno y amoroso que no nos olvida.
Esa es la espléndida idea final del Salmo que a continuación estudiaremos.
Lo que dice el Salmo 40
El Salmo 40 ha de estar muy agradecido con el autor de Hebreos por sacarle del montón y volverlo popular. Debido al trato mesiánico que se le da a los versículos 6-8 en el capítulo 10 de la carta más veterotestamentaria del Nuevo Testamento, el presente Salmo ha navegado en la órbita de las composiciones más destacadas y conocidas del Salterio.
Eso no implica, sin embargo, que el Salmo esté libre de cuestiones difíciles de resolver o interpretar.
Una de ellas, y probablemente la más llamativa, es la disposición (y con ella el sentido) de los 3 movimientos que le conforman (aunque pudiéramos separar el Salmo en 7 estrofas más o menos regulares).
Después de leer el Salmo notamos con facilidad la presencia de estos 3 movimientos diferenciados: vv. 1-5, 6-10, 11-17; pues las transiciones entre cada una de estas secciones son lo bastante abruptas. No solamente esto es ruidoso (puesto que argumenta en contra de la unidad de composición), sino que también lo es el orden en que han sido colocadas.
En favor de la unidad señalamos que existen varias conexiones lingüísticas que atan la tercera sección a la segunda. Por ejemplo: las menciones de “misericordia y fidelidad” (vv. 10, 11), y por otro lado, la aparición del factor voluntad de Dios (vv. 8, 13) ya sea en la forma de revelación, o en forma de un deseo respecto al accionar del Señor.
La transición de la primera a la segunda sección no necesita tanto respaldo lingüístico puesto que la conexión entre los sucesos narrados en los versos 1 al 4 con los versos 9 y 10 es evidente. En ese contexto existe suficiente razón para procurar encontrar sentido a la porción de 6-8 en su relación con las demás, como veremos ahora.
Al hablar de la disposición de las ideas debemos mencionar que el Salmo sigue un patrón similar al Salmo 27 y algunas porciones del Salmo 22; a saber, primero una sección de acción de gracias, alabanza, seguida de una sección de lamento y súplica.
Es un orden curioso que, de ser invertido, podríamos entender que se refiere a la misma situación. El salmista se lamenta, suplica, recibe la respuesta, es liberado y adora. Pero en el orden original el salmista es liberado, agradece, adora, y luego se lamenta y suplica.
Eso nos lleva a suponer que no se trata de una misma eventualidad, sino más bien de dos diferenciadas. Como si la situación pasada de peligro enseñase al salmista cómo actuar de cara a la situación presente de angustia.
El Salmo comienza relatando casi en esquema narrativo la vivencia del salmista cuando se hallaba en el pozo de la desesperación, en el sufrimiento y la angustia. El salmista, que clamó a Dios pidiendo su liberación y esperó en él con paciencia, fue testigo de cómo el Señor se inclinó a él, le sacó del lodo, puso sus pies sobre tierra firme, y le dio una nueva razón para cantar y alabarle.
A esta salvación divina el salmista respondió en los versos 4-5 evangelizando; es decir, proclamando las virtudes y los hechos de Dios.
Lo que nos conduce a la segunda sección (vv. 6-10), donde David, en respuesta a lo sucedido reconoce el llamado o la misión suprema de su vida, la cual es básicamente hacer la voluntad de Dios: ser testigo de su fidelidad y poder, mucho más que meramente rendirle tributo con sacrificios de animales.
Y la segunda sección culmina la primera mitad del Salmo con el mismo énfasis ‒que a esta altura ya podemos identificar como una idea central para el desarrollo de este escrito‒: hablar de Dios, no callar, compartir el conocimiento de él, publicarlo, darlo a conocer.
Tras este recorrido de acción de gracias, que entendemos es una narración de alguna eventualidad anterior, ¿qué sucede? El salmista retorna a su dolorosa realidad presente, por lo que apela a la misericordia y la fidelidad de su Señor. Por la fe entiende que Dios pronto pensará en él, y no tardará en darle una mano.
El contexto histórico es prácticamente imposible de descifrar con el más mínimo grado de certeza.
Explicación del Salmo 40
Versos 1, 2, 3
El salmista se haya en lo profundo del hoyo. El pozo es caluroso, profundo y más que exasperante. Hay mucho lodo, rugen las aguas subterráneas, y mientras más intenta escalar a la superficie, más se hunde. En el pozo abunda la frustración.
Reconociendo que será imposible salir del abismo por sus propios medios, el salmista se abandona a gritar y esperar. Sabe que hay alguien afuera del pozo, pero ese alguien conoce el momento exacto en que ha de sacarlo. Así que espera con paciencia.
Finalmente, su ayudador atiende a sus pedidos de auxilio, se inclina hacia el pobre fatigado, y le saca con un buen jalón de aquel pozo. Después de hacerle subir, le coloca sobre tierra firme, le ayuda a andar nuevamente derecho, y prende el equipo de sonido para que pueda cantar.
Así ilustró David la operación de rescate divino en su favor. Aquel pozo de lodo cenagoso (Salmos 69:2, 14, 15) representa la aflicción, los problemas y las amenazas que se ciernen sobre el salmista sin que este pueda escapar con éxito. Lo intenta de distintas maneras, una y otra vez, pero el pecado, sus enemigos, y las aflicciones de esta vida le sujetan al fondo.
Mas el salmista cuenta con un recurso muy valioso: antes de caer en el pozo, caminaba en los alrededores con un amigo querido. Al distraerse, cayó. Pero su amigo todavía está afuera, y puede socorrerle. Ese amigo es Dios.
El salmista llama y espera pacientemente. Entonces Dios, cual fiel amigo, aparece para librar al salmista. Le saca del pozo, le pone sobre tierra firme (Salmos 37:23), endereza sus pasos, y le inspira a cantar alabanzas una vez más.
Qué relato más inspirador. Dios vela por su siervo, escucha sus plegarias, se inclina a él y también le rescata.
Puesto que se enfatiza en el hebreo, destaco el factor paciencia. David persevera en sus oraciones, es paciente, y Dios se manifiesta. Destaco también la forma como entiende el salmista la actuación de Dios: “se inclinó a mí”, una imagen bastante conmovedora de la solicitud divina por sus queridos hijos.
Destaco también el factor “cántico nuevo”. ¡A Dios le gusta brindar nuevas razones para que sus fieles le adoren! Este es un tema que ya ha aparecido antes, y recurrirá en el futuro dentro de los salmos (33:3, 96:1, 144:9); puesto que cada canción nueva es testimonio de una nueva experiencia con el Señor.
El verso 3 finaliza diciendo que “verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová” (v. 3). Desde este momento ya se asoma el propósito testimonial de la acción de gracias de David. El propósito es que la gente observe, se entere, y entonces alaben a Dios y confíen en él. ¡La gente debe saberlo!
Tal es la importancia del testimonio personal. Lo que Dios hace por ti, por mí, podría inspirar a otros a acercarse a él. Podría motivarles a confiar, a creer en el Todopoderoso brazo divino.
Versos 4, 5
En la secuencia del poema los versos 4 y 5 bien pudieran ser las palabras del “cántico nuevo” mencionado en el verso 3. Después de terminado el repaso histórico de la experiencia pasada, el salmista se detiene a mencionar los versos de alabanza con los que en aquel momento Dios le inspiró a alabarle y agradecerle.
El verso 4 nos lleva del testimonio personal a la conclusión extraída del mismo en forma de una máxima o dicho proverbial: “Bienaventurado el hombre que puso en Jehová su confianza, y no mira a los soberbios, ni a los que se desvían tras la mentira”.
Tal afirmación es fruto de la propia experiencia del salmista. El hombre feliz es aquel que escoge confiar en Jehová, en lugar de tomar parte con los soberbios o los que se desvían por caminos equivocados de mentira.
La felicidad, la paz, la recompensa, esperan a los que esperan pacientemente en Dios y su voluntad perfecta, confiando, no parcial sino absolutamente en él. De verdad, serás feliz cuando puedas escoger a Dios para reposar en él tanto en los buenos tiempos como en los no tan buenos. Incluso cuando se está en el pozo de lodo cenagoso.
¡Y el verso 5 es excepcional! Dios ha sido tan bueno, tan bondadoso y atento, tan frecuentes sus maravillas, tan abundantes sus misericordias, que intentar contarlas o enumerarlas es un esfuerzo destinado al fracaso.
Cada día que pasa Dios aumenta para con nosotros sus favores. Mientras más abrimos nuestros sentidos, más observamos la mano poderosa de Dios que endereza nuestros pasos y hace llover bendiciones. Dios no se cansa de bendecir a sus hijos, y el salmista lo sabe.
Me gusta como lo plasma la Nueva Versión Internacional: “Muchas son, Señor mi Dios, las maravillas que tú has hecho. No es posible enumerar tus bondades en favor nuestro. Si quisiera anunciarlas y proclamarlas, serían más de lo que puedo contar”.
Vale la pena aprender ese texto de memoria y repetirlo cada vez que sea necesario. Mas sin embargo, el hecho de que enumerar todas las bendiciones de Dios sea prácticamente imposible no nos ha de impedir hablar de ellas cada vez que haya oportunidad. ¡Que Dios se haga famoso por nuestros testimonios!
Versos 6, 7, 8
Cuando el salmista reflexiona en cómo podría agradecer a Dios por tan grande gesto de amor y cuidado, surcan por su mente los rituales ceremoniales de sacrificios y ofrendas. Pero entonces reconoce una verdad solemne: para Dios, una ceremonia que no está acompañada de la actitud del corazón carece de valor alguno.
El salmista dice que a Dios no le agradan el sacrificio y la ofrenda, y que no ha demandado sacrificio ni holocausto. ¿Cómo se entienden estas declaraciones cuando Dios dedicó buena parte del Pentateuco a legislar precisamente sobre sacrificios y holocaustos?
David no está queriendo afirmar que el sistema ritual carece de validez. No es esa de ninguna manera la intención del texto. David, dirigiéndose directamente a Dios, está diciendo: yo sé que para ti no es suficiente eso de ofrecer sacrificios y holocausto. Esperas muchísimo más de mí.
Observa el texto. “A ti no te complacen sacrificios ni ofrendas, pero has abierto mis oídos para oírte” (NVI). Es decir, Dios ha cavado en los oídos del salmista en el sentido de que Dios ha limpiado el canal auditivo para poder hablarle y hacerle entender su voluntad.
Entonces el salmista ahora puede comprender correctamente qué espera Dios de él: no meros sacrificios (Salmos 51:16), sino obediencia, alabanza, completa lealtad y devoción.
Recordemos lo que dijera Samuel a Saúl no mucho tiempo antes: “¿Qué le agrada más al Señor: que se le ofrezcan sacrificios o que se obedezca a lo que él dice? Obedecer vale más que el sacrificio, y el prestar atención, más que la grasa de los carneros” (1 Samuel 15:22).
Este texto es fundamental. No es que Dios desapruebe los sacrificios, simplemente no es suficiente. A Dios no le sirve la sangre de un animal, le sirve nuestra entrega, nuestro amor. ¡Eso sí le sirve!
Entonces el salmista está entendiendo que Dios espera mucho más de él que un par de animales degollados en un altar. Espera que él mismo sacrifique su voluntad para seguir a Dios con todo su corazón. Otras personas ya han notado y mencionado la relación estrecha de estos textos con Romanos 12:1-2: nosotros somos el verdadero sacrificio.
Así lo da a entender el verso 7. El salmista capta que Dios no quiere sacrificios, “Por eso dije: aquí me tienes ‒como el libro dice de mí‒. Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad; Dios mío, tu ley la llevo dentro de mí”.
Los animales, a un lado; aquí estoy yo, para hacer tu voluntad y vivir tu ley.
La frase “como está escrito de mí en el rollo [pentateuco]” (v. 7), podría estar aludiendo, en el caso de David, a Deuteronomio 17:14-20.
El verso 8 es una prueba de lo que puede llegar a experimentar un cristiano cuando se acerca a Dios de la forma correcta. Inspirado y seducido por la gracia, guiado por el Espíritu Santo, en oración y estudio, sincera y espontáneamente, doblegado y salvado por Jesús, haces tuyas las palabras del salmista: me agrada hacer tu voluntad, oh Dios, y tu ley está en medio de mi corazón.
¿Quién dijo que la ley de Dios no tiene valor? ¿Quién dijo que la ley es un yugo difícil? Quizás la ley mal comprendida lo sea. Pero la ley bien comprendida, es nada más y nada menos que la mismísima voluntad de Dios.
¿Y qué cristiano podría decir que no es importante obedecer la voluntad de Dios?
Pasar tiempo con Dios, contemplarle, aceptar su gracia plenamente suficiente, son los pasos que convierten a seres humanos pecadores en hombres cuyo agrado es hacer la voluntad de Dios. La ley en el corazón, como lo diría después Jeremías, no significa que la ley cambie o mute, significa que ahora la ley perfecta y amante de Dios es quien gobierna la vida del hombre.
Sin necesidad de regaños o imposiciones, el hombre hace suya la voluntad de Dios: su ley.
Cuando estos versículos (vv. 6-8) son aplicados al Señor Jesús (Hebreos 10:5-7) absorben una dimensión mucho mayor.
Jesús viene a este mundo, como lo había profetizado todo el Antiguo Testamento, para reemplazar los sacrificios de animales, y proveer el único sacrificio que podría proporcionar perdón y salvación. Y Jesús ciertamente es el supremo cumplimiento de las palabras del verso 8, pues se deleitaba en hacer la voluntad de su Padre (Juan 4:34).
Quizás no pienses igual que yo respecto a la ley o la voluntad de Dios. Pero Dios no se equivocó. Haz las paces con la ley, y mírala como realmente es: tus votos matrimoniales con Dios. Los frutos de tu amor por él.
Versos 9, 10
Entonces, para terminar la primera mitad del Salmo, el salmista, en obediencia a la voluntad de Dios, y continuando con el hilo de pensamiento del verso 5, anuncia la justicia y los hechos de Dios delante de las asambleas. No ocultó, no cerró sus labios, ni encubrió la justicia en su corazón.
Es decir, el salmista vindica su rol de evangelista. Dios le salvó, él no puede hacer menos que dar testimonio. Cuenta las buenas nuevas, anuncia las virtudes de Dios, evangeliza.
Versos 11, 12, 13, 14, 15
En este punto ocurre el giro dramático de los acontecimientos. Antes, acción de gracias y alabanza. Pero a partir del verso 11, el Salmo se convierte en una plegaria con gran lamento.
Como en otros Salmos de este tipo, el salmista solicita la intervención de la misericordia divina en medio de los muchos males que le rodean y le atormentan, sobrepujan sus fuerzas humanas, y su corazón desfallece.
Pide por una liberación urgente, así como confusión y vergüenza para sus enemigos que han procurado su mal. Aquellos que se han burlado de él incluso con carcajadas, y mofas (v. 15).
En su mayoría todas estas frases ya nos suenan conocidas de nuestros estudios anteriores. El salmista está afligido, y siguiendo su propio consejo del vero 4, confía en Dios como su victorioso Salvador.
Versos 16, 17
En contraste con el final que pide para los impíos enemigos (v. 15), en el verso 16 el salmista ruega por los que buscan a Dios, pidiendo para ellos alegría y regocijo en el Señor. Que siempre puedan disfrutar de la bondad de Dios y alabarle por ello.
Y como última expresión de fe, el salmista declara que aunque se encuentre afligido, pobre y necesitado, “Jehová pensará en mí”. No puedo dejar de decir lo mucho que me gustan esas palabras.
Puede que nadie se acuerde de ti, y tus redes sociales estén vacías de notificaciones, pero Dios piensa en ti. Tiene un afiche con tu rostro en su cámara celestial. Podrás encontrarte muy mal, pero Dios pensará en ti y te salvará.
Por eso dice “Mi ayuda y mi libertador eres tú, mi Dios, ¡no tardes!”. Tanto ha multiplicado Dios sus bendiciones sobre ti en el pasado. ¿Crees que te fallará ahora? Tranquilo. Allá en el Cielo hay alguien que piensa en ti, más de lo que crees. Confía.