Aunque el primer caso documentado de siameses se remonta hasta el siglo X d.C, la medicina tuvo que esperar al año 1902 para que se diera a conocer la primera operación de separación aparentemente exitosa. El caso es el de las hermanas siamesas xifópagas Radica y Doodica.

Estas hermanas nacieron en la India, en 1888. Su poblado natal las consideró una especie de “castigo divino”, por lo que las arrebataron de manos de sus padres. Demás está decir que la infancia de estas niñas de seguro no fue nada sencilla.

Con el tiempo fueron a parar con el circo Barnum & Bailey, que para ese tiempo tenía un show presentando algunas “rarezas”.

Lamentablemente Doorica contrajo tuberculosis, y cuando el circo llegó a Paris en 1902 su condición de salud empeoró. Como la situación era desesperada, en un intento por salvar a Radica el doctor Eugene-Louis Doyen intentó la operación de separación el 9 de febrero de 1902.

Aunque la operación fue considerada exitosa, Doodica murió 7 días después por la tuberculosis. Y Radica, su hermana, que también contrajo la enfermedad, murió un año después en un sanatorio cerca de Menton.

Pese a que la vida de las siamesas no se prolongó demasiado posterior a la hazaña, no dejó de ser impresionante la noticia de su separación.

En esta oportunidad estaremos dialogando acerca de lo que un caso de Salmos siameses ‒ya separados‒, tienen para decirnos.

Qué dice el Salmo 42

Cuenta la leyenda (algunos manuscritos hebreos) que en las edades pasadas los que hoy llamamos salmos 42 y 43 fueron en realidad uno solo. Así que, efectivamente, en algún momento posterior nuestros salmos siameses fueron separados.

¿Hay alguna evidencia que lo corrobore? El lector atento notará la repetición del mismo estribillo en 42:5, 11 y 43:5. También hay indicios de continuidad temática, y el Salmo 43 carece de encabezado (único en esta colección). Es probable, además, que las razones de la separación hayan sido litúrgicas.

Puesto que el género del Salmo 42 es identificado usualmente con un lamento individual; mientras que el Salmo 43 es más bien una invocación, o una súplica (no es sencillo definir el género de este Salmo), lo que está claro es que la confianza ha conseguido eclipsar los lamentos anteriores. Como decía, tal diferenciación podría explicar la separación “litúrgica” de ambas mitades.

La operación no es algo inusual, pues ya hemos comentado el mismo caso con relación a los salmos 9-10, y todavía nos faltan otros más.

La autoría de “los hijos de Coré” aparece 7 veces en esta colección que abarca los Salmos 42-72. Estos eran levitas, descendientes de Coré (1 Crónicas 6:16, 22, 31-33, 37, 38; 2 Crónicas 20:19), a quienes David comisionó la música del culto en el Santuario.

Es posible que en lo posterior hayan llegado a formar algún tipo de clan, grupo, academia, que incluía a músicos, cantores y compositores. De manera que este Salmo, según el hebreo, pudiera haber sido compuesto por ellos, o por otra persona para que ellos lo interpretaran.

Y ese hecho hace todavía más difícil descifrar la situación histórica, el sitz in leben en que el Salmo se sitúa. Los versos parecieran llevarnos por el pedregoso sendero de la enfermedad del salmista, quien, atribulado y oprimido por sus enemigos, busca a Dios como un ciervo desesperado y sediento.

Sin embargo, como veremos luego, ciertas sugerencias se inclinan a favor de una lectura davídica del Salmo. En ese caso, David lo habría compuesto para ser interpretado por este grupo de músicos y cantores.

Acerca de la etiqueta de “Masquil” (instrucción) puedes leer nuestro comentario en el Salmo 32. Sin embargo, no deja de ser interesante que un Salmo como este sea calificado de esa manera. Probablemente debamos entender las experiencias y emociones del Salmo a través del lente de una clase o enseñanza para nosotros como lectores.

(Te invito a intentar leer este Salmo desde esta perspectiva)

El escrito se secciona en 3 estrofas: 42:1-5, 6-11, 43:1-5. Cada una termina con una repetición del estribillo: “¿Por qué te abates, alma mía? Espera en Dios” (vv. 5, 11, 43:5). Y otra repetición es importante para la estructura del Salmo: “¿Dónde está tu Dios?” (vv. 3, 10). El Salmo 43 también se hace eco de esta pregunta en el verso 2.

La primera estrofa se ocupa principalmente de la sed o necesidad personal de Dios por parte del salmista. La segunda es testigo del combate del salmista por creer en medio de sus pruebas. Y la tercera la dejaremos para comentar en el Salmo 43. ¡Te espero!

El estribillo constituiría la “instrucción” principal que el Salmo proporciona. Primeramente el autor a sí mismo; y luego a los futuros lectores. Ella encausa todo el desarrollo de la trama hasta un final climático: que no se abata tu alma, espera en Dios. ¡Porque aún habrás de alabarlo!

Un último detalle interesante respecto a este Salmo (42-43) es que el nombre divino “Elohim”, característico de esta colección, aparece 22 veces. Una vez por cada letra del alefato hebreo. No creo que sea casualidad.

22 Menciones en 16 versículos produce una cierta saturación, que coadyuva al mensaje del Salmo. Dios está presente, y muy cercano. Aunque pueda parecer distante, y la sed del alma se incremente en la tribulación, y los enemigos se burlen preguntando dónde estará, la verdad de la cercanía y la victoria de Dios es ineludible.

Por eso, ¿por qué te abates?

Explicación del texto del Salmo 42

Versos 1, 2, 3

Hay un himno cuya letra y música realmente me encantan. Dice así:

Como el ciervo clama por las aguas

mi alma anhela a Dios.

Solo tú satisfaces mi ansiedad

llenándome de paz.

(Coro)

Solo tú eres mi sostén

¿a quién iré sino solo a ti?

Yo te rindo mi vida entera

para siempre a ti, mi Dios

Como podrás darte cuenta, la letra y el título de este himno (“Como el ciervo”) están inspirados en el Salmo 42:1: “Como el ciervo brama por las aguas, así clama por ti, Dios, el alma mía”.

Sin embargo, cuando yo escuchaba ese canto mi mente se trasladaba a una pradera apacible, con numerosos riachuelos y corrientes de aguas. Entre ellas yo veía a un ciervo, sediento, que encontraba la saciedad.

Estos días, leyendo el Salmo, he podido darme cuenta que la imagen es un tanto diferente a la que comúnmente me había creado.

En lugar de tratarse de un ciervo que en la pradera encuentra la tan deseada agua, el salmista retrata a un ciervo que en un paraje desértico no consigue el líquido vital para sobrevivir. No es una imagen apacible; más bien, asfixiante, desesperante.

Nota la similitud con lo que dijera el salmista en Salmos 63:1 “Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela en tierra seca y árida, donde no hay aguas”.

El salmista brama, clama, por Dios. Su alma está en tribulación y no alcanza a encontrar paz, ni siquiera en la presencia de Dios, que percibe muy distante de sí mismo. Quizás tú sepas de lo que estamos hablando. Son esos momentos donde la vida parece haber perdido todo el color. No encuentras el sentido. Agobiado y abandonado, vas en busca de Dios como agua en un desierto.

Porque, estés pasando o no por algo semejante, comparto contigo un secreto: el ser humano podrá olvidarse de Dios durante gran parte de su vida. Pero tarde o temprano, en algún momento de su existencia, reconocerá que hay huecos que solo Dios puede llenar. Hay una sed que solo Dios puede saciar.

Y en ese instante también te sentirás como un ciervo, sediento, dispuesto a ir donde sea necesario para saciar tu sed mortal. Y Dios tendrá sus brazos abiertos para ti.

Cuando el salmista dice “¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?” el lenguaje nos remite a Éxodo 23:17 y Salmos 84:7 donde se hace alusión a las peregrinaciones de los israelitas en ocasión de las fiestas anuales.

Pero alguna circunstancia le impide al salmista acudir a la presencia de Dios, que se manifiesta visible y activamente en el recinto del templo. Considerado detenidamente, el Salmo parece insinuar que tal circunstancia es una enfermedad; y la consiguiente (y frecuente) opresión de los enemigos.

Así que el puzzle se va armando: enfermedad, más el rechazo y la persecución, más el sentido de la ausencia de Dios, llevan al salmista a desear intensamente su consuelo y su ayuda.

De hecho, en el verso 3 todos estos elementos se juntan: el salmista llora desconsoladamente día y noche por su aflicción, mientras sus enemigos le atizan con una pregunta que, al menos a mí, me haría perder los estribos: “¿Dónde está ese Dios tuyo?”.

Enfermedad, opresión, y sentido de la ausencia de Dios. Juntos, esos tres elementos pueden desplomar a cualquiera. Estás en cama, el único que puede ayudarte parece estar ausente, y los que quieren tu mal no se cansan de sacártelo en cara.

Versos 4, 5

Hay recuerdos tristes, los hay neutros, y los hay felices. Pero la mezcla de un estado emocional decaído con recuerdos felices, de esos que incluso tienen que ver directamente con nuestro sentir presente, pueden producir diferentes efectos.

En este caso, el salmista habla de sus recuerdos de aquellas oportunidades en que viajaba con las multitudes hasta la casa de Dios, y el ambiente se llenaba de voces de alegría y alabanza. Todos impregnados de un ánimo festivo por la memoria de los hechos de Dios, que le daban sentido y forma a esas festividades a las que acudían.

Al acordarse de esto, el salmista probablemente no podía evitar una profunda añoranza. Quería estar allí. Quería ser sano para poder adorar al Señor. Quizás teniendo el mente el relato de Ana (1 Samuel 1-2), desesperado “derrama su alma” dentro de sí, vaciando en oración todas sus tristezas y congojas (1 Samuel 1:15, Salmos 62:8, Lamentaciones 2:19).

Y recibe respuesta.

El primer estribillo fue colocado aquí con una intención temática evidente. Al derramar su alma al Señor, el salmista encuentra la esperanza y la fe que necesitaba en esta coyuntura de su vida. Como si estuviera orando y el Espíritu Santo susurrase las palabras exactas a sus oídos.

Entonces él mismo responde a sus tristezas y congojas: “¿Por qué te abates, alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarlo, ¡Salvación mía y Dios mío!” (v. 5).

Qué texto maravilloso. Para muchos la oración no ha sido el medio para obtener una respuesta de parte de Dios, sino que la oración misma ha sido la primera respuesta. En la meditación y la quietud de la oración es cuando más susceptible está nuestra mente a las impresiones del Espíritu Santo.

Es entonces cuando el salmista despierta, abre sus ojos, y reconoce que no hay razón para seguir abatido. Se renueva la confianza, nace la esperanza, el Espíritu le anima a esperar en el Señor, pues la sanidad y la restauración han de llegar. ¡Aún he de alabarlo!

La confianza de volver pronto a la presencia de Dios comienza a arder una vez más. Y regresan a la boca del salmista las palabras “¡Salvación mía y Dios mío!”.

Es verdad que las cosas no siempre marchan como queremos. Y también es cierto que más a menudo marchan mal. Pero la vida de fe es opuesta al abatimiento y la turbación. Sencillamente no congenian ambas cosas. ¡Si crees en un Dios poderoso no andarás con la cabeza gacha!

Si hay razones para sonreír, hazlo, disfruta. Si hay razones para llorar, hazlo, está bien. Pero siempre, en uno u otro momento, espera en Dios. Si esperas en su voluntad, como dice una canción popular reciente, “todo va a estar bien”.

Versos 6, 7

Sin embargo, queda claro que el coro en el verso 5 fue tan solo el primer golpe. La pugna con el abatimiento prosigue todavía en la mente y la plegaria del salmista.

Al comenzar la segunda estrofa (v. 6-11) el salmista reconoce con franqueza su estado de depresión: “Dios mío, mi alma está abatida en mí”. Su abatimiento todavía está allí, aunque su manera de expresarlo es mucho más atenuada.

El primer golpe ha surtido su efecto, e inmediatamente después de su reconocimiento el salmista dice a Dios que pese a estar lejos de Sión, el monte santo, se acordará de Jehová en la tierra de los hermonitas, desde el monte Mizar.

El monte Hermón está ubicado hacia el norte de Israel, en una cordillera montañosa de la cual es la cumbre más alta. Allí nacen las aguas del Jordán. Es posible que Mizar sea una de las montañas que componen esta cordillera; aunque se desconoce su ubicación exacta.

Se ha sugerido que este pasaje conecta el Salmo con el relato de 2 Samuel 17:22, 24. De esta manera, si David es su autor, el texto estaría diciendo que aún en el destierro, distante y perseguido, se acordará de su Dios. Y ello cambiaría también la interpretación de la situación que hemos relacionado con enfermedad.

En el verso 7 el salmista denuncia la acumulación de aflicciones que han venido sobre él. Pareciera valerse de expresiones contextualizadas al espacio geográfico del alto Jordán, en la cordillera de Hermón.

Habla de abismos que llaman a otros, personificando el eco de las cataratas que se crean al derretirse la nieve del Hermón. Estos abismos son símbolos de las aflicciones y juicios que le apenan (Jeremías 4:20, Ezequiel 7:26).

El salmista les percibe como ondas y olas que pasan sobre él una tras otra ahogándole; como si retratase los torrentes del alto Jordán en época de abundantes lluvias.

Verso 8

Aun así, el salmista está decidido a creer en la cercanía de Dios en medio de sus pruebas. La fe combate con el desánimo y el dolor. Entonces el salmista dice: “Pero de día mandará Jehová su misericordia y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida”.

La noche de la aflicción se ha cernido sobre él, y es el momento de esperar en Dios (v. 5); pero el salmista se anticipa a la mañana, cuando Dios enviará sobre él su amor, gracia y misericordia (heb. hésed). Así que, en la noche de prueba, como emblema de su confianza y paz, los “cánticos” de Dios estarán con el salmista (Job 35:10, Salmos 32:7).

Considero que este verso es el clímax del salmo. Donde el creyente afligido se rinde y confía en la providencia del Señor.

Versos 9, 10

Ambos verbos son una plegaria al Señor, introducida por la fórmula “Diré a Dios”. En esta plegaria nuevamente se mezclan los 3 elementos del principio: aflicción, abandono y opresión.

Ahora el salmista plantea francamente el escenario a Dios, pero ahora desde la perspectiva del creyente confiado que cree en la pronta intervención divina. Su confianza le llama “Roca mía”.

Le pregunta el porqué de su olvido y abandono, mientras sus enemigos le han afrentado con aquella pregunta que casi rompe hasta sus huesos: “¿Dónde está tu Dios?”.

Pero nuevamente la plegaria se encuentra con la misma contesta resonante: ¿Por qué te abates, alma mía? Espera en Dios, porque aún he de alabarlo.

Y así culmina el Salmo 42. ¿Qué sucederá ahora con el salmista? ¿Triunfarán las tristezas, o la fe? Te invito a averiguarlo en Explicación del Salmo 43.

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