En febrero de 1942, en Detective Comics #60, apareció por primera vez una figura emblemática de los comics de héroes, y especialmente de la serie de DC Comics. Se trata de la conocidamente apodada “Bati-señal”.

Para beneficio de quien no tenga idea de lo que estamos hablando, la “Bati-señal” es un dispositivo de señal de socorro que consiste en un reflector con la imagen de un murciélago; permitiéndole así desplegar la figura de un gran murciélago que alumbra los cielos. Y es utilizada como una especie de “llamada de emergencia” al superhéroe Batman.

Según las distintas líneas de tiempo de la saga de Batman planteadas en comics y películas, la “Bati-señal” fue creada por Harvey Dent (según Batman, 1989), o por James Gordon (en Batman begins).

Pero en ambos casos fue colocada al servicio del departamento de policía de Ciudad Gótica; como un método de contactar o invocar a Batman cuando su ayuda fuese necesaria al afrontar algún peligro, amenaza o crisis de seguridad.

Encendían la “Bati-señal”, el murciélago iluminaba los cielos, y Batman aparecía para salvar el día.

Puedo imaginar el aliento que debe dar contar con esa «ayuda extra», ese apoyo oportuno de alguien capaz. Sin embargo, lo interesante del asunto es que la policía no podía llamar a Batman a conveniencia. No era para bajar un gato de un árbol o darle un empujón en el “Bati-móvil”.

Su función específica era pedir su ayuda para hacer justicia.

Y por eso quisiera que notes que así como es de efectiva la Bati-señal, es también el llamado que los hijos de Dios hacen a su Padre para que haga justicia.

Dios siempre está atento, pendiente de que algún hijo suyo le invoque a través de la oración, una frase, una palabra, un pedido de ayuda, para acudir en su auxilio.

Y Dios no solamente oye el llamado. Él viaja a 100 veces la velocidad de la luz, cruza las galaxias y el espacio sideral, salva a sus amados, vence a los enemigos, les da su merecido, ¡y así los libra de toda angustia!

Por eso, en el Salmo 54 yo veo algo semejante a una “Yahvé-señal”. 

¿Cómo entender el Salmo 54?

El Salmo 54 es un Salmo sumamente sencillo; graduado de la misma escuela del Salmo 25. Casi pareciera una lección para aprender cómo funciona el género de súplica. Una manifestación muy básica y programática del género.

Sin embargo, me gustaría darle un buen punto a favor. A medida que pasa el tiempo me voy identificando más y más con las oraciones sencillas. Sin demasiado artilugio. Sin demasiada poesía. Y eso es precisamente lo que caracteriza a este Salmo.

Es una oración a Dios, una “Yahvé-señal”, donde el orante clama al Señor pidiendo que haga justicia. Pero no se esfuerza en ganar méritos literarios o artísticos, convenciendo a Dios con la belleza de su composición. Es una oración sincera, puntual, confiada.

Y ampliamos más nuestro entendimiento del sentimiento del Salmo cuando permitimos que el sobreescrito nos ponga en contexto.

David estaba refugiado en el bosque Horet con sus hombres. Escucha la noticia de que los filisteos están atacando Keila, una ciudad israelita. David consulta al Señor si debe ir a librar a Keila. Dios le contesta que vaya. Los hombres de David no quieren ir, les parece peligroso. David vuelve a consultar, y Dios le dice que vaya.

David va con sus hombres y rescata a Keila de mano de los filisteos. ¿Y qué hace Saúl? ¿Cómo actúan los israelitas vecinos? Saúl convoca a Israel para atacar a David; y Dios le revela a su siervo que los mismos vecinos de Keila lo entregarían en manos del rey (Ver 1 Samuel 23).

Luego David huye con sus hombres al desierto de Zif, ¡y los zifititas van a soplarle a Saúl su ubicación! (1 Samuel 23:19).

Entonces, David se arriesga, pone en peligro a sus hombres, ¡y aun así sus paisanos le siguen tratando como a un traidor!

¿Puedes comprender la frustración, el desánimo que estaría oprimiendo al salmista? Además de eso, al recibir el informe de los de Zif Saúl sin demora sale a la caza de David. Así que David está chasqueado, y en grave peligro.

¿Qué hace el amado de Dios? El lector de los salmos ya lo debe imaginar: él ora. Activa la “Yahvé-señal”. Pide a Dios que haga justicia. Que le vindique y juzgue su causa.

David apela de varias maneras al Juez del universo: “Sálvame por tu nombre” (v. 1); es decir, por tu fama, tu reputación de juez justo. “Con tu poder, defiéndeme” (v. 1); debido a su fuerza y autoridad, le compete hacer justicia. “¡Córtalos, por tu verdad!” (v. 5); su fidelidad e integridad demanda que haga respetar los derechos del inocente y satisfaga las demandas de la justicia.

A la vez, David “voluntariamente” ofrece devolver a Dios su gratitud, alabanza y sacrificio.

La estructura del texto es tan sencilla como el salmo mismo:

-Oración por liberación (vv. 1-2)

-Motivo de liberación (v. 3)

-Expresión de confianza, y anticipo de liberación (vv. 4-5)

-Acción de gracias por la liberación (vv. 6-7).

La ubicación histórica del Salmo lo convierte en un Salmo hermano del 52, puesto que tan solo unos días mediaron entre la escritura de estos dos poemas.

Por último me gustaría dejar en la mente del lector la esperanza plasmada en las palabras de este Salmo. Aunque David se ve traicionado y perseguido por sus enemigos, por personas que él ni siquiera conoce, confía que Dios aún está de su lado, y que diligentemente sostiene su vida.

Al final, el Salmo termina con una frase de victoria y gratitud: “Porque él me ha librado de toda angustia y mis ojos han visto la ruina de mis enemigos”.

Tan fiable como la “Bati-señal”, es la oración sincera y confiada al Señor. El Héroe de héroes siempre hará justicia a los suyos.

Explicación del texto

Verso 1

Creo que pocas cosas en la vida pudiesen provocar un sabor de boca más amargo que la ingratitud. Que tus buenas intenciones, los favores brindados, y aún los sacrificios abnegados que has hecho, no sean valorados.

Que las personas que has intentado ayudar, te reprochen. Que aquellos que has amado, te traicionen. Y aquellos a quienes has servido, has orado por ellos, has tendido tu mano sin esperar nada a cambio, te den la espalda.

Así se sentía David. Decepcionado, frustrado, temeroso, y abatido por ser tratado como no merecía. Por recibir odio a cambio de su sacrificio, y amenazas a cambio de amor.

¿Qué hacer ahora? ¿Valía la pena seguir? Aquellos sobre quienes estaba destinado a reinar soplaron a Saúl su escondite. Y nuevamente solo había una pequeña estrella de esperanza para él en un cielo oscuro y nublado.

Así que el poeta de Dios activa una vez más la “Yahvé-señal”; su recurso infalible.

“Oh Dios, sálvame por tu nombre, y con tu poder defiéndeme” (v. 1).

En este texto aparecen los dos primeros imperativos de petición: “Sálvame” y “defiéndeme”; complementados por otros dos imperativos del verso 2. Siempre característicos del género de la súplica.

David apela al Señor; apela a su fama, su buen nombre, su reputación y carácter justo; apela a su poder, a su autoridad, a su esfera de competencia; y basándose en esto suplica a Dios que le salve de las intrigas que se han sembrado en su contra. Que le defienda de las amenazas de sus enemigos y la persecución del rey Saúl.

A veces no hay que decir demasiadas cosas. David sabe lo que necesita, sabe a quién debe pedirlo, y sabe cómo debe pedirlo. Dios prometió y empeñó su palabra en que defendería a sus hijos. David apela a esta promesa divina, a las garantías divinas, al poder divino, y pide salvación y defensa.

Pienso en Proverbios 18:1 cuando dice “Torre fuerte es el nombre de jehová; a él correrá el justo, y será levantado”.

Pero más que defender, el verbo hebreo se refiere a juzgar, vindicar. El pedido de David es que Dios actúe como un justiciero. Después de todo, él puede contemplar con claridad las acciones, los móviles, las intenciones de aquellos que han actuado en perjuicio suyo. Por su posición favorable, es el único que puede satisfacer su deseo y poner las cosas en orden.

Recordemos que en textos como Salmos 43:1-2 y 26:1 el salmista solicita que Dios juzgue su causa. Y su inocencia condena a los culpables. A inocencia y la pureza de motivos de David condenan a los traidores y perseguidores. Por ende, David pide a Dios que “por su nombre”, y “por su poder”, haga justicia.

Verso 2

En el verso dos el salmista pide a Dios que escuche su oración, conocido clamor de los Salmos 5:1-3, 13:1-3, 17:1. Es el clamor del hombre que ora y anhela tener la seguridad de que su petición ha sido escuchada.

También pide que sus razones y ruegos sean atendidos. Que no caigan en oídos sordos. Reitera al Señor la importancia y la urgencia de la petición.

Realmente cuando nosotros oramos, y repetimos, recalcamos, no es porque creamos que Dios no presta atención, o que logramos algo con hacerlo de esa manera. Lo hacemos porque es algo que nos preocupa, y como nos interesa sobremanera, no lo dejamos en standby con facilidad.

Ese motivo de interés es el que nos impulsa a repetir, a pedir con cierta urgencia; a decirle al Señor “Señor, óyeme por favor”.

Verso 3

La partícula causativa ki une la petición de los versos 1 y 2 con la causa del verso 3. El salmista explica muy leve y superficialmente el motivo de su súplica: “Porque extraños se han levantado contra mí, y hombres violentos buscan mi vida”.

Estos “extraños” evidentemente tendrían que ser los habitantes de Zif, que se han levantado contra David. Es curioso que el salmista utilice un término que usualmente aplica para los extranjeros, para referirse a hombres israelitas.

Pero allí está la paradoja del versículo; que son sus propios hermanos los que se han levantado contra él, como si fuesen extraños y extranjeros. No tienen en su corazón los valores de Israel, ni la dignidad del pueblo de Dios.

“Hombres violentos buscan mi vida”. La naturaleza de la poesía hebrea nos indicaría poner esta oración en paralelismo sinónimo con la anterior. Sin embargo, prefiero aplicar esta frase en mayor medida a Saúl y sus hombres.

A pesar de que los informes de los zifitas atentan contra David, no son ellos los hombres violentos que buscan su vida.

Por esa razón, en este texto vemos mezclados los motivos de consternación y angustia que inquietan a David: la traición e ingratitud de sus hermanos, y las amenazas y persecuciones por parte de Saúl.

Ninguno de estos grupos “han puesto a Dios delante de sí”. “No les importa Dios en lo más mínimo” (v. 3 NTV). Proceden sin el menor sentido de sujeción al Señor. Y, de hecho, importándoles muy poco.

Versos 4 y 5

Me gusta la irrupción de la interjección hinneh, “He aquí”, en el pensamiento del orante. Muchos se han levantado contra él queriendo acabar con su vida, y otros más le han traicionado sin escrúpulos, como si fuesen desconocidos; pero “he aquí Dios es mi ayudador”.

Es poderosa esa frase. “El Señor es el que sostiene a mi alma”. ¡Él está de mi parte! El Héroe de héroes, el justiciero por excelencia, está a mi lado. Sostiene mi alma, protege a los que me ayudan. Él es mi ayudador en este conflicto.

De manera que David en su plegaria se aferra a la esperanza última, absoluta, pero a la vez la más poderosa con la que cuenta: el respaldo de Jehová. Enciende la Yahvé-señal y sabe que no será defraudado.

Recuerda esto bien: Dios sostiene tu vida. Nadie puede tocarte sin permiso de Dios. Nadie puede quitarte tu vida si Dios dice “No lo harás”. Nadie tiene derecho a hacer contigo lo que le parezca. Dios te sostiene, si lo quieres. Dios te cubre si lo aceptas.

En el verso 5 la fe le inspira a anticipar su victoria, así como la derrota total de sus enemigos. David piensa que Dios aplicará la ley del talión: Dios les devolverá el mal que ellos pensaron hacerle.

Dios es fiel, Dios es verdadero, actúa con justicia, no cabe duda que dará a los traidores y a sus violentos enemigos lo que merecen.

“¡Córtalos!”, dice el salmista. “Acaba con ellos” (v. 5 NTV). La justicia exige que muera el que pretende matar, ¿verdad? De todas maneras, no olvidemos lo que hemos hablado sobre los Salmos imprecatorios en algunos comentarios. Especialmente el Salmo 35.

David no quiere venganza personal, fruto del resentimiento. David quiere ver a Dios haciendo su voluntad, mostrando su justicia a un mundo impío y pecador que piensa que puede obrar y conducirse como quiere. Pero están equivocados. La verdad de Dios demanda justicia.

Versos 6 y 7

La confianza que David deposita en su Dios se eleva a las más elevadas alturas en los versos 6 y 7 cuando expresa su certeza total en la liberación divina.

David promete a Dios darle ofrendas voluntarias ‒en lugar de ofrendas precisas establecidas en la ley‒, como una evidencia tangible de su deseo de alabarle. Su alma descansa en un Dios cuyo “nombre” (v. 1) es bueno. ¡Desea alabar ese nombre!

¿Y por qué, David? ¿Por qué alabarlo a pesar de las traiciones y los peligros de muerte? No estoy seguro de si el verso 7 es un anticipo, o es una realidad ya palpable, pero el salmista contesta: “Porque él me ha librado de toda angustia, y mis ojos han visto la ruina de mis enemigos”.

Es decir, Dios vindica, libra, defiende al inocente. Pero también juzga, condena y arruina al enemigo culpable. Estas son las dos caras del quehacer del Juez divino; lo que hacen los héroes: salvan a los inocentes, y dan su merecido a los culpables.

Gracias a Dios, sabemos que esta oración tuvo respuesta. Dios libró a David de sus angustias, y finalmente también vio la ruina de todos sus enemigos.

Dios es fiel, mis amigos. Él es verdadero, es justo, es un Héroe de verdad. Sin comparación.

Te sugiero que si alguna injusticia hoy oprime tu alma, vayas a Dios sin muchas palabras. Cuéntale tu sentir, abre tu alma, cree, confía, alaba al Señor, deléitate en aquel que sostiene tu vida, y verás que no hay paz equiparable a esa.

Pero no conforme con eso, “tus ojos verán”. Verás la respuesta a tus oraciones. Porque ninguna “Yahvé-señal” que se activa, queda sin respuesta.

Si quieres ver más recursos del salmo 54 puedes entrar aquí.

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