explicación del salmo 9

En ocasiones mi niñez se asemejaba bastante a un tribunal. Te podrás imaginar: somos dos hermanos, y él me lleva año y medio de distancia. Él era imperactivo en exceso, y en buena medida desobediente. El prototipo de niño inquieto, alegre y revoltoso. 

Por otro lado, yo, el hermano menor, era demasiado tranquilo, tímido, reservado, sumiso, callado… 

Eso, sin duda, no era una buena combinación. 

La mayor parte del tiempo nos la llevábamos bien, jugábamos juntos y compartíamos felices. Pero a veces él amanecía con las revoluciones alteradas, e invertía todas sus fuerzas en molestarme; y cuando le provocaba me golpeaba o irritaba, o me quitaba algún juguete. A continuación seguían una serie de manotazos, y yo acaba llorando.

En ese momento acudía al as que tenía bajo la manga: “¡Mamaaa!”. 

Cuando corría hacia mi mamá, ella escuchaba el relato de lo sucedido, y actuaba según lo que consideraba más justo. A veces yo era el perjudicado, pero la mayoría de las veces lo era mi hermano.

Así que cuando acudía a ella, era porque sabía que actuaría con plena imparcialidad. Amaba tiernamente a sus dos hijos, y por ello estaba en capacidad de fungir como juez entre ambos. 

Si colocas a una madre a decidir un caso entre su hijo y otro jovencito ajeno, será para ella complicado tomar una decisión que perjudique a su hijo si ésta es de carácter trascendental. Pero si le pides que juzgue entre dos de sus hijos, sus decisiones estarán motivadas por el amor y un sentido natural de la justicia.

Cuando invocaba a mi madre posterior a un conflicto con mi hermano, ella dictaba sentencia: regañaba o castigaba al culpable y favorecía al perjudicado. 

En una escala mucho mayor, donde la autoridad de una madre no tiene jurisdicción, al verse perseguidos y pisoteados los hijos de Dios solo pueden acudir en búsqueda de vindicación al Juez de toda la Tierra; Jehová. 

El Salmo 9 es la oración de acción de gracias de un inocente afligido que canta a su Dios, a su juez, en gratitud por actuar a su favor.

Salmo 9

El Salmo 9 es el primero de los salmos acrósticos recopilados en el salterio (10, 25, 33, 34, 37, 38, 103, 111, 112, 119, 145), que son salmos compuestos con la intención de que el comienzo de cada verso refleje el orden de las letras del alefato hebreo; sin embargo, entre ellos hay diferencias notables de forma.

El Salmo 9 destaca entre los acrósticos por su irregularidad. Ya fuese por preferencia del autor, o por serias dificultades en el proceso de preservación del texto, nos encontramos frente a un salmo acróstico que carece de una estructura precisa y que salta algunas letras, rompiendo con el orden esperado de una composición de esta clase. 

Además de esto, el Salmo 9 es un acróstico incompleto, a menos que nos inclinemos por la opinión de los estudiosos que dicen que los salmos 9 y 10 conforman una sola unidad. Opinión que es corroborada por la tradición griega de la LXX, que junta ambos en un solo escrito.

La misma tradición hebrea ha tenido a bien colocarlos juntos principalmente porque de otra manera el acróstico no sería completo, y debido a que sus temas están evidentemente relacionados. 

Es notorio también que ambos salmos coinciden en repetir buena proporción del vocabulario clave del escrito; y, a su vez, que el Salmo 9 extrañamente termina con la misteriosa palabra selah, que no es común al final de los cantos.

Así que, aunque en este comentario trataremos los Salmos 9 y 10 por separado, en realidad estamos de acuerdo en afirmar que juntos conforman una sola obra en dos partes. 

En cuanto a la autoría del Salmo, por inducción no encontramos suficientes detalles que sustenten una opinión contraria a la que presenta el sobre escrito del mismo. A saber, que éste fue escrito por David. 

Salvo la irregularidad de la composición, que se adjudica a la mala preservación del texto, no parece haber algún argumento convincente en contra de la autoría davídica. Por el contrario, el tema, el estilo y el vocabulario coinciden con el sello del rey de Israel.

Sin embargo, intentar descifrar alguna circunstancia histórica específica de la cual se derive el escrito sería un ejercicio imposible. Sencillamente, carecemos de pista alguna. 

Por último, la estructura del Salmo 9 es bastante homogénea. Su organización se compone de una doxología introductoria (vv. 1-2), seguida de una serie de estrofas muy similares en términos de espacio (vv. 3-4, 5-8, 9-10, 11-12, 13-14, 15-16, 17-18, 19-20).

Por ser un salmo acróstico cabría esperar que cada estrofa empezase con una nueva letra del alefato hebreo, pero esto no siempre su cumple. En ocasiones se saltan letras, o la estrofa simplemente parece ignorar el estilo de composición. Otro detalle interesante es que los versos que componen la estrofa no dan continuidad al uso de la letra que corresponde.

Debido a su forma, el Salmo en realidad no cuenta con un orden progresivo, o con una serie de ideas hiladas hasta llegar a un clímax esperado. Más bien, su orden es impetuoso y disperso, y el mensaje de las estrofas no avanza en una misma orientación. Las ideas se amontonan y se yuxtaponen las unas a las otras, en ocasiones cayendo en la redundancia.

El mensaje del Salmo, aun así, es suficientemente claro: los que confían y se refugian en Jehová podrán padecer y ser afligidos, pero Dios es el juez de la tierra. Él dicta sentencia contra los malos, pone fin a sus intenciones, y al pobre y oprimido que cree en él, le hará justicia.

Explicación del texto

Versos 1 y 2.

La doxología inicial del salmo anticipa el género de la composición: un salmo de acción de gracias. El salmista expresa ávidamente su deseo de alabar a Jehová con todo su corazón, de contar todas sus maravillas, alegrarse y regocijarse en él, de cantar al nombre del Altísimo. 

Rápidamente surge la pregunta en la mente del lector: ¿por qué rebosa el salmista de semejantes deseos de alabanza y adoración? La respuesta es el género del Salmo: David se siente exultante, profundamente agradecido, deseoso de publicar a viva voz las “maravillas” de Dios. Es decir, lo que sigue a continuación es un canto de gratitud y alabanza, motivado por algún hecho especial. 

Pero es destacable la forma cómo el salmista describe la alabanza que se propone tributar al Dios del cielo, “te alabaré con todo mi corazón”. 

Cuando una persona intenta dejar en claro que lo que siente o lo que hace es con todo su empeño, sus fuerzas y sus afectos, ¿cómo lo dice? ¡“Con todo mi corazón”!

Acerca de David no podría decirse aquello que se dijo de los escribas y fariseos: “De labios me honra, pero su corazón está lejos de mí”. No, no, no, ¡muy difícil! El salmista deseaba alabar a Dios, pero no de los labios para afuera, hipócritamente, o parcialmente, su adoración brotaba desde lo íntimo de su ser, y con toda la fuerza que le era posible.

Esa es la clase de alabanza que nuestro Padre ansía. Él no la exige, él no la demanda, él no nos obliga, y por eso espera que si hemos de alabarlo, lo hagamos con pasión, entrega, amor, gratitud… Al alabar, él quisiera que pusiéramos en el altar todo lo que somos. 

¿Has visto a un violinista cuando toca su instrumento con gran ímpetu? ¿Has visto cómo se mueve, y cómo transmite con cada músculo de su cuerpo? La alabanza a Dios es eso y mucho más. Es entrega. Entregarse por completo a Dios. 

Así que el salmista anhela alabar y regocijarse en Jehová por sus maravillas, ¿pero hay algún motivo en especial que tenga en mente?

Versos 3 y 4.

En la primera estrofa del salmo el escritor muestra cuál su motivo de gratitud y alabanza, a la vez que presenta a los personajes que protagonizan el desarrollo poético de una circunstancia de fondo que no conocemos. 

Los personajes, una tríada ya bastante común, son: 1) los enemigos, también llamados “los malos” y “las naciones”; 2) Dios, que es visualizado sentado en el trono listo para presidir el juicio con justicia, librar al oprimido y enviar a los malos al seol;  3) el salmista, que se ve a sí mismo como representante del grupo de seguidores fieles de Dios, pobres, angustiados, afligidos y menesterosos. 

Ahora bien, el motivo de alabanza lo da a conocer en este texto partiendo del efecto a la causa. 

Efecto: los enemigos perecieron delante de Dios.

Proceso: Dios mantuvo la causa del salmista.

Causa: Dios se sentó a juzgar.

El motivo de alabanza del salmista entonces implica el papel de Dios como juez justo del mundo, su causa librada, y sus enemigos humillados y destruidos. Cada uno de estos elementos vuelven a aparecer una y otra vez a lo largo del salmo. 

Y es menester acotar que solo aquel que ha vivido una experiencia donde Dios manifiesta su justicia, y recompensa la fe y la paciencia del justo, entiende cuánta alegría y regocijo llena el corazón del salmista. 

Como creyente a veces es posible llegar a agotarse de tanto padecer a manos de los incrédulos, de la falta de respeto, la opresión, la negativa a la petición de poder practicar las creencias libremente, pero llega el momento donde Dios actúa. Y las lágrimas cambian en victoria. 

Solo el que lo ha vivido sabe lo que David sentía. La resolución del juicio divino es semejante ‒pero en mucha mayor medida‒ al instante cuando, después de haber sido golpeado por tu hermano, vas en búsqueda de tu mamá y ella resuelve el problema. Toma cartas en el asunto. Por ello el juicio divino es motivo de gozo, y no de miedo, para los que han optado por el bando de Dios.

Versos 5 al 8.

Los versos 5 al 8 ponen lado a lado el desenlace de la vida de los malos con la inmutabilidad y la permanencia de Dios. Dios actúa para reprender a las naciones en su perversa voluntad, destruir al malo y borrar su nombre eternamente. Luego plasma gráficamente el cuadro de completa desolación en el verso 6.

Destrucción, asolamiento, muerte, ¡hasta la memoria de ellos perece!, eso es lo que espera a aquellos que buscan el mal de los amados hijos de Dios, y por ello se han colocado en abierta oposición contra el juez justo.

Mas su destrucción eterna es comparada con la eternidad de Dios. “He aquí, Jehová permanecerá para siempre” (v. 7, 102:12). También la Biblia dice que “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17). 

El nombre del malo será borrado eternamente y para siempre, pero Dios y su pueblo permanecerán por los siglos sin fin. ¿Cuál desenlace parece más atractivo? Dios está pronto a juzgar a las naciones, y su juicio es con plena rectitud; ante el tribunal divino, ¿nos hallamos nosotros en peligro de muerte, o en espera de la vida?

Versos 9 y 10.

Se nos dice que Jehová es refugio para el pobre en el tiempo de angustia. Esto no quiere decir que Dios sea socialista o comunista, ni que sienta favoritismo por los menos adinerados, por encima de los que tienen bienes de este mundo. [Puedes consultar nuestro artículo sobre La prosperidad en la Biblia]. 

David mismo no podría ser considerado un “pobre”. Más bien, en la figura de los pobres el texto se refiere a todos aquellos oprimidos, pobres en espíritu, que desmayan bajo la carga impuesta por los poderosos de este mundo. El pobre es imagen del que sufre, del que padece. 

Y Dios, que es un Dios de libertad, amor y justicia, siempre ha sido y será en el último tiempo un lugar seguro, donde podrán refugiarse los afligidos siervos de Dios. En el tiempo de angustia, el tiempo estrecho, donde el camino se hace cada vez más oscuro, Dios es un refugio donde el fiel puede esconderse, en espera de su liberación.

Y en el verso 10 el salmista declara que todos los que conocen a Dios confiarán en él, pues ha demostrado ser fiable. Ha demostrado que no desampara a los que le buscan. De hecho, su propia experiencia constituye una evidencia de la fidelidad divina para las generaciones posteriores.

Por eso es que tu testimonio de gratitud y alabanza es importante. ¿Quién podrá confiar en Dios en el tiempo de angustia si no hay quien haya acudido al refugio divino y haya sido protegido y vindicado? ¿Si no hay quién cuente las grandes cosas que Dios ha hecho por él?

Los hombres se sienten seguros dentro de fortalezas, búnkers, cuartos de pánico, etc… Pero el hijo de Dios sabe que el lugar más seguro son los brazos de su Padre. Un refugio incomparable. 

Verso 12.

Cuando el texto dice “El que demanda la sangre se acordó de ellos”, está hablando de Dios como el legítimo “vengador de la sangre”, una figura bíblica del AT a quien le era permitido vengar la sangre de un pariente cercano en caso de homicidio (Números 35:19). Y Dios se presentó a sí mismo como el que demandaría la sangre en Génesis 9:5. 

Por lo tanto, Dios escucha el clamor de los afligidos, y se acuerda de los enemigos de ellos para demandar la sangre que han derramado. Es decir, Dios es quien suple las demandas de la justicia, a través del juicio divino, que descansa sobre los principios más sublimes de la rectitud y la justicia.

Los hombres no tienen por qué adelantarse y procurar satisfacer la justicia con sus propias manos, cuando Dios ha prometido levantarse como el juez justo y dar el pago que cada quien merece. Nunca habrá un ajuste de cuentas semejante en plenitud y perfección al que vendrá por parte de la sabiduría divina.

Versos 13 y 14.

Parece que todos los problemas de David aún no habían sido resueltos. Es común en los cantos de acción de gracias encontrar súplicas concernientes a peticiones que todavía están vigentes en la vida del salmista. En este caso, David pide que la misericordia divina se manifieste para librarlo de los que lo aborrecen.

En esta ocasión nuevamente deposita toda su fe en Jehová, quien ‒según dice‒ le ha levantado de las puertas de la muerte (es decir, le ha salvado la vida cuando toda esperanza perecía). Y confía en que una vez más podrá alegrarse y gozarse en la salvación de Dios, y contar sus alabanzas en las puertas de la ciudad. 

La misericordia de Dios no tiene tiempos ni modos, pero siempre es suficiente para salvar al que se refugia en él.

Versos 15 y 16.

Estos dos versos se hacen eco de otros pensamientos presentes en los salmos (ej. Salmos 35:7-8) que muestran el principio del boomerang. Éste indica que Dios se da a conocer, Dios revela su justicia, cuando el malo cae víctima de sus propios planes, enlazado en la obra de sus manos. 

La historia de Amán y Mardoqueo es el ejemplo bíblico más gráfico de este principio. Dios se encarga de ordenar las circunstancias para que los propósitos de los malos sean frustrados, cayendo en sus propias funestas intenciones, y los justos salgan victoriosos; así se da a conocer, cuando ejecuta su juicio soberano.

Versos 17 y 18.

Nuevamente esta estrofa presenta un contraste notable. Mientras que los versos 5 al 7 contrapusieron la desolación de los impíos con la eternidad divina, los versos 17 y 18 contraponen los resultados de olvidarse de Dios, con los no olvidados menesterosos y pobres. 

Los malos serán trasladados al seol, dice el verso. Queriendo decir que morirán y allí perecerá su memoria. Este es el fin para los “que se olvidan de Dios” (v. 17).

Mas “No para siempre será olvidado el menesteroso, ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente” (v. 18). 

El impío que se olvida de Dios perecerá para siempre; pero el justo, a quien le ha tocado padecer y afligirse por causa de sus enemigos, no será olvidado para siempre. Su juez pronto se levantará, se acordará de él, y le hará justicia. 

Versos 19 y 20.

Estos versículos constituyen la única conclusión lógica posterior al desarrollo de todo el contenido del Salmo. Una vez más resuena el esperado clamor profético de “Levántate, Jehová” (ver tb. Salmos 3:7). Se anticipa el momento en que el juez, que ha estado sentado en el proceso investigativo, se levante a dictar y ejecutar la sentencia.

Ya no se refiere el salmista a un juicio retributivo “común”, como parte de la labor divina de mantener el equilibrio en el mundo, sino al juicio escatológico, donde todas las naciones serán juzgadas delante del trono divino.

Y es curiosa la nota final del salmo: “¡conozcan las naciones que no son sino hombres!” (v. 20). A los seres humanos a veces se nos olvida nuestra posición, y nuestro papel en el mundo. Llegará un momento, sin embago, donde Dios mostrará sin lugar a dudas quién es el único superior, y le recordará al hombre lo que es: una criatura. Algunos, lamentablemente, lo habrán entendido muy tarde.

Dios traerá toda obra a juicio al fin de los días, por eso el “fin de todo discurso es este: teme a Dios, y guarda sus mandamientos” (Eclesiastés 12:13).

Si quieres más recursos del Salmo 9 entra aquí.

Deja una respuesta