Recuerdo que cuando cursaba mi segundo semestre en la universidad, el horario no era demasiado favorable. Casi todas las materias que inscribí despertaban mi interés, salvo un par que el pensum incluía de formación básica o general.
Una de ellas era Comunicación oral y escrita; que para mí representaba algo muy cansón, pues, estaba relativamente avanzado en ello y algunos compañeros requerían de reiteradas explicaciones en los contenidos más sencillos.
Cuando llegaba el martes era un verdadero sufrimiento. El horario indicaba una seguidilla de clases de 45 minutos, para terminar el día con 135 minutos de Comunicación.
El reloj marcaba la hora y el estómago ya crujía, mis ojos deseaban cerrar sus ventanas, y escuchar más de 2 horas a una misma profesora, que dicho sea de paso redundaba con frecuencia, hacía que los minutos transcurrieran con extenuante lentitud.
Sin embargo, en algunas ocasiones el ambiente se tornaba tan pesado, que la misma profesora reconocía que no tenía sentido mantenernos en ese cautiverio. Y pronunciaba las palabras mágicas: «Creo que ya estuvo bien por hoy. Señores, buenas tardes». Siempre culminaba con esa frase.
De pronto, era como si el hambre y el cansancio no existieran más, renacían la alegría y la pasión de vivir, uno recogía sus cosas como si de una carrera se tratase, y empujaba la puerta del salón casi gritando: “¡soy libre!”. Salía cantando y silbando, para almorzar y disfrutar de una tarde de amenas actividades.
Quizás la descripción anterior te suene un poco exagerada, pero en ese pequeño instante realmente se sentía de esa forma.
Algo similar ‒pero no comparable‒ con las emociones que transmite el inicio del Salmo 126. Los cautivos fueron libertados, aunque ya no de un salón de clase.
El problema del trasfondo
La gran interrogante que el Salmo 126 presenta es la respuesta a las preguntas “¿cuándo?” y “¿por qué fue escrito?” Que nos ayudarían a identificar sobre qué cautividad se está hablando, y cuál es la relación entre los versos 1-3 y 4-6.
De hecho, la falta de respuestas definitivas en cuanto al trasfondo de los Salmos es una de mis grandes frustraciones.
Se han propuesto algunas soluciones posibles, entre ellas:
1) Se trata de un salmo que fue escrito tras el regreso de los exiliados del cautiverio babilónico, y la segunda parte consistiría de una oración por plena restauración; que todavía estaría en el futuro. 2) también surgió a partir de la estadía de los judíos en Babilonia, pero la segunda parte del salmo se adjudica a una nueva situación de servidumbre. 3) El salmo tuvo su origen en el retorno del rey David y sus tropas a Jerusalén, tras la sublevación de Absalón. 3) El hecho que se describe pudo tratarse simplemente del resurgimiento del pueblo tras una época de fuerte crisis.
Cualquiera de las tres propuestas podría ser válida, pero aquí nos inclinamos por la primera. Es difícil hacer encajar la expresión “cautividad” aunada al reconocimiento sorpresivo de las naciones en el verso 2, y la magnitud del gozo que se expresa, en algún contexto que no fuese tan trascendental como el regreso de la cautividad nacional.
Más bien, al ser interpretado de esa manera el salmo parece cobrar completo sentido. La segunda sección se refiere a un anhelo que todavía no ha sido cumplido, y es que el pueblo no solamente esperaba regresar a su patria, sino ver el cumplimiento pleno de las promesas de Dios a Israel.
Por lo tanto, la alegría y el gozo debido a los eventos pasados, descritos con el pretérito perfecto en los versos 1 al 3, se muda en expresiones más bien lúgubres pero teñidas de esperanza, descritas con verbos en imperativo e imperfecto en la segunda mitad.
El salmista alaba a Dios por lo que ya ha ocurrido, pero confía que todavía hay historia por contar.
Comentario al texto
El encabezado “Cántico gradual”, que lo identifica como parte de una serie de Salmos que fueron utilizados por los adoradores que se desplazaban hacia Jerusalén con motivo de una de las fiestas religiosas anuales, probablemente no refleja la intención original del autor.
Sin embargo, el doble recordatorio hímnico que proporciona no tendría mejor ocasión para memorial que los peregrinajes anuales.
En primer lugar, enfatiza el cumplimiento de la palabra de Dios, la alabanza, el gozo desbordante al ver las evidencias de su grandeza, la exaltación de Israel por sobre los pueblos. Y en segundo lugar, los adoradores se unen para pedir a Dios por la prosperidad nacional.
Versos 1 al 3
Verso 1. Me fascina la forma de expresión del verso uno; suena tan real, auténtica, e incluso contemporánea. El salmista rememora que cuando Dios cumplió su palabra haciendo volver a Sion de la cautividad; y dice que fueron “como los que sueñan”.
Si vamos al relato de Hechos 12 allí notamos que cuando Pedro estaba siendo liberado de la cárcel pensó que estaba soñando. Así que esta expresión no difiere de la forma como nosotros la entenderíamos. El salmista está diciendo, sencillamente, ¡que no se lo podían creer!
En un momento vivían en vergüenza y desdicha por estar lejos de su nación, del templo, de las promesas; y en otro instante estaban regresando a su país con dones y riquezas, tal como Dios lo había dicho. Sin duda debió parecer un sueño.
Y en la experiencia de Israel, ¿cuántas cosas no lo habrían parecido? Esas personas tuvieron oportunidad de ver, más cerca que ningún otro, la gloria y la belleza de Dios. Desde cruzar el mar rojo en seco, hasta regresar a su país en el momento justo que Dios lo había señalado (véase Jeremías 25:11, 29:10, Esdras 1, Isaías 45:1). Una vida de sueños hechos realidad.
Verso 2. El salmista continúa en sus recuerdos y observa que no solamente se sintieron como si soñaran, dice que “nuestra boca se llenó de risa y nuestra lengua de alabanza”.
Es lógico, ¿no crees? ¿Cómo imaginas a esos repatriados en su viaje de regreso? Me es difícil figurármelos callados y cabizbajos, mucho menos aún tristes o deprimidos, conversando de sus penas y angustias. ¡Todo lo contrario! Dice que su boca estaba llena de risa y alabanza.
En los rostros ya no había sombra de lo que habían sido sus noches de lamento; desbordaba la alegría, el gozo, la gratitud a Dios, los himnos de alabanza. Puedo ver a la congregación cantando, riendo, llena todavía de asombro por lo que Dios es capaz de hacer. Lo que hace por ellos.
Y eso, por supuesto, también tuvo un efecto en las naciones que les rodeaban. Si yo publico mi gozo y las maravillas del Señor, ¿no lo verá el mundo? Israel sonrió y alabó, y El salmista comenta que los foráneos decían: “¡Grandes cosas ha hecho Jehová con estos!”.
Qué maravilloso, ¿no crees? Para eso había escogido Dios a Israel, para que el mundo pudiese conocerle por medio de sus grandes bondades para con ese pueblo especial. Las naciones tuvieron una muestra de las cosas grandes que Dios es capaz de hacer (Joel 2:21, Lucas 1:49).
Verso 3. La alegría no solamente había sido real en el pasado, también lo era en el presente: “¡Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros! ¡Estamos alegres!”. Y todo derivado del reconocimiento de las grandes cosas que Dios hace. No solamente las naciones podían verlo, ellos mismos lo sabían muy bien en sus corazones. Y eso les producía gran alegría.
Aplicando el texto. La primera parte de este salmo nos ofrece un panorama muy rico para la reflexión cristiana. Disfruto la forma como un creyente aprende a ver la mano de Dios detrás, encima, al frente y atrás de todo lo que hace. ¡Pero es que hay cosas que son casi sorprendentes!
La vida junto a Dios es una vida de sorpresas. Sus promesas parecen irreales, es verdad; pero él nos invita a soñar despiertos.
Cuando mi hermano y yo éramos pequeños mi papá nos decía: «Les tengo una sorpresita». En cuanto nosotros le preguntábamos cuál era, él contestaba: «Observa y verás». La vida con Dios es así. Cree, observa y verás.
A su vez, la liberación de la cautividad es un tipo de la redención suprema en Cristo. Esto en particular parece imposible, pero Dios lo hace posible. Que un pecador pueda ser convertido y transformado, hecho heredero de los dones celestiales, supone ser solamente cosa de películas. Pero Dios nos invita a soñar despiertos.
Creemos, observamos y entonces las cosas que suceden inevitablemente llenan nuestra boca de risa, de alabanza y gozo, de celebración, de emoción y triunfo. Eso es lo que acompaña a la verdadera vida de fe.
Ser libre al fin, ya sea del salón, de Babilonia o del pecado y la muerte, es una experiencia de intensa alegría.
Y las personas lo ven. Ellos también se sorprenden de lo que Dios es capaz de hacer. De cómo muda la tristeza en victoria, de cómo convierte a un cautivo en un feliz adorador. ¡Publica tu gozo, expresa tu fe, no calles! Que el mundo vea que tienes a un Dios grande. Grande de verdad.
Versos 4 al 6
La cosa se enreda cuando llegamos a la segunda sección del salmo.
Verso 4. Las expresiones de júbilo parecen haberse desinflado. ¿Por qué un cambio tan brusco?
Dios había hecho promesas muy elevadas a Israel a través de los profetas. Ellos habían depositado su esperanza en que el regreso del cautiverio traería consigo también el retorno al pináculo de la humanidad; el Mesías vendría a colocarlos nuevamente en la cima, el nuevo templo tendría más gloria aún que el de Salomón, y a través de Israel se instauraría el reino celestial entre los hombres.
Sin embargo, el regreso de la cautividad, a pesar de estar acompañado de gran alegría y gozo, se quedó corto ante sus ojos. El templo era como nada comparado con el anterior (Esdras 3:11-12), y políticamente ni siquiera recobraban su independencia.
La plena restauración todavía parecía estar en el futuro. Así que en el verso 4 el salmista suplica al Señor que vuelva la cautividad como los arroyos del Neguev.
El Neguev era la zona más desierta de Judea. Pero en la temporada de lluvias, especialmente en otoño, el Neguev cambiaba dramáticamente; podría confundirse incluso con un lugar distinto. Se llenaba de manantiales de aguas.
Igual de dramática era la intervención que el salmista pedía. Una obra que, tal como el inicio del retorno de la cautividad, solo Dios podría realizar.
Los arroyos del Neguev son utilizados como una metáfora de la abundancia, la prosperidad y la vitalidad, que contrastan con el panorama desértico que le antecede. De la misma forma, la cautividad convirtió a Judá en un desierto, y sólo Dios podía hacer fluir nuevamente la abundancia como un río cuyo cause no cesa.
Versos 5 y 6. Para cerrar el himno, el salmista coloca en paralelo la figura de la prosperidad que utilizó en el verso 4 (los arroyos del Neguev), con una nueva figura, que es una cosecha abundante.
Pero ahora, en lugar de destacar el poder de Dios que obra de formas impensadas y asombrosas, pone de relieve la experiencia muchas veces penosa del creyente.
Contraste que muestra que, si bien Dios es siempre fiel a su palabra y hace las cosas mucho más grandes, sorprendentes y portentosas de lo que esperamos (Efesios 3:20), antes de poder cosechar con regocijo, nos corresponde pasar por el período de espera y trabajo arduo, ilustrado por las lágrimas del que siembra.
Así como el que no siembra no segará, se reconoce que el que no sembrare en justicia y fidelidad y no esperara con paciencia y constancia, tampoco disfrutaría de la bendición del Señor.
Sin embargo, originalmente el texto tenía por intención señalar la seguridad de la contestación de Jehová a la petición del verso 4: aunque ahora les tocase pasar por el tiempo de lágrimas, Dios haría volver su cautividad en restauración. Tal y como a su tiempo el agricultor vuelve con gozo trayendo sus gavillas, el pueblo se gozaría nuevamente en el favor de Jehová.
Aplicando el texto. Los versículos 5 y 6 proveen un patrón que es sumamente útil y aplicable a casi cualquier cosa en la vida: el trabajo podrá ser penoso, pero el fruto siempre es con regocijo. El precio del gozo siempre vale la pena.
Y este principio de vida aplica sobre todo en la vida cristiana.
Al obrero de Dios a veces le tocará derramar lágrimas, pasar por tiempos de crisis, rechazo y dolor. La evangelización en ocasiones puede convertirse en una tarea difícil y llena de frustraciones. Pero el que predica la palabra lleva “la preciosa semilla”, y si siembra con disciplina, a su tiempo verá los frutos de su trabajo.
Y ese fruto hará que, en comparación, la pena se vea muy pequeña.
Y por otro lado, la vida cristiana se resume en la misma dinámica. Esta vida es la siembra, a menudo con muchos afanes y sacrificios. Pero como bien diría el apóstol: “No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos si no desmayamos” (Gálatas 6:9).
Si no desmayamos en sembrar, un día cosecharemos; y el gozo jamás acabará.