explicación del salmo 15 nube de palabras

Te contaré sobre una buena amiga que hace casi dos meses inició el proceso de abrir una cuenta bancaria personal. Para eso debía reunir una serie de requisitos: inscribir su Rif, una carta de trabajo, referencias personales, declaración jurada, planilla de datos personales, cédula laminada y fotocopia, constancia de residencia, e incluir todo dentro de un sobre manila tipo carta.

Su primera visita al banco se produjo a finales del mes de marzo, y aunque ella pensaba que llevaba todos los papeles en orden, la devolvieron por unos detalles en la carta de trabajo. «Qué broma…», regresó un poco chasqueada, pero eso no la iba a detener.

A su segunda visita, faltaba un sello húmedo. A la tercera, esperó toda la mañana y finalmente no la atendieron.

En la cuarta ocasión nuevamente aguardó toda la mañana, y cuando al fin la atendieron, no se pudo contactar con una de las referencias personales. Por tal motivo, una vez más, regresó a su casa sin cuenta. Se sentía desanimada, casi a punto de tirar lo toalla con ese banco.

Esta semana acudió por última vez. Esperó un par de horas bajo el sol estridente, ingresó, la atendieron, corroboraron todos los requisitos, y cuando llegó la hora de contactarnos, me envió la foto de su tarjeta de débito. ¡Qué alegría sentía esa muchacha!

Nota que así como un banco exige ciertos requisitos para abrir una cuenta, así como una empresa demanda ciertas cualificaciones o competencias de parte de sus empleados, así como una chica espera de su futuro esposo algunas cualidades específicas, ¡Dios también tiene algunos requisitos! O al menos eso dice el Salmo 15.

Casi todos los entes u organizaciones de este mundo se reservan los derechos de ingreso, bajo ciertas condiciones. Tú habrás pasado por esa situación penosa de tener que devolverte con las manos vacías por alguna razón.

Bien, de la misma manera el Salmo 15 presenta algo así como los “Requerimientos de ingreso” a la presencia de Dios.

Y, así como por una sola firma, un solo sello, o la imposibilidad de llamar a una persona, el banco obligó a mi paciente amiga a regresar vez tras vez, si así de inflexibles son sus demandas, ¿cómo serán las de Dios?

Definitivamente, no habrán de ser opcionales.

Salmo 15

Este Salmo forma parte del grupo de los salmos más conocidos del salterio. Aunque breve, no se puede cuestionar que tiene un alcance espiritual y teológico tremendo. Marca la diferencia entre todos los demás cantos por la relevancia escatológica de su tema, así como por sus implicaciones universales y a la vez personales.

Es muy atractiva la posibilidad de escudriñar en el contexto vital y típico del Salmo, puesto que con anterioridad ha sido considerado por los estudiosos una “Liturgia de admisión”. ¿A qué se refiere eso? Se especula que podría ser algún tipo de canto que se entonaba al momento de acudir los adoradores al santuario.

Los laicos probablemente entonaban la pregunta de admisión del verso 1, y un levita contestaba con una respuesta litúrgica que exponía los requisitos con que debían cumplir aquellos que deseaban ingresar al santuario para adorar al Rey.

Sin embargo, no todos los detalles encuadran con esta posibilidad, puesto que las palabras “habitar”  y “morar” no se usan comúnmente para hablar del ingreso al santuario en actitud de adoración por parte de los habitantes de Israel.

Si la liturgia fuese entonada y dirigida al sacerdocio, o si se tratase más bien de un Salmo instructivo, quizás podría cobrar mayor sentido, siendo que de los sacerdotes sí podría decirse que habitan o moran en el santuario.

A este argumento debe añadirse el final del Salmo: “El que hace estas cosas no resbalará jamás” (v. 5).

De tratarse de una liturgia de admisión, el final debiera ser otro. En lugar del verbo “resbalar”, esperaríamos una invitación a ingresar, entrar, recibir, o algo semejante. Pero en lugar de ello encontramos esa metáfora intrigante, que nos invita a interpretar la pregunta del verso 1 como algo más bien simbólico.

En vez de referirse a la posibilidad de ingresar al templo, el Salmo probablemente está haciendo referencia al carácter que se espera de la persona que habita en la presencia de Dios, que vive en unión con él.

Un carácter como el descrito en los versos 2 al 5, que se considera digno de ingresar al monte de Dios y habitar con él, garantizaría de alguna manera un cimiento estable moralmente hablando. Por lo tanto, una persona que viva bajo estos estándares no tendría por qué resbalar o caer jamás.

Nos inclinamos a pensar que el Salmo podría tratarse originalmente de una reflexión de carácter personal, que procura responder a la interrogante acerca de quién es digno, quién está en la capacidad de poder habitar en compañerismo con Jehová en su santa presencia.

Y que (¿por qué no?) en segunda instancia pudo haberse utilizado como una liturgia cúltica, tal como comentamos que sucedía con el Salmo 24:3-6 (ver Explicación del Salmo 24), que constituye una versión abreviada de la liturgia de admisión del Salmo 15.

Por esta razón nos encontramos con un hombre (probablemente el salmista David) que se halla reflexionando en cuanto a una pregunta de inmensas implicaciones. ¿Quién es capaz de habitar junto a Dios? ¿Cuál ha de ser el carácter moral del ser humano para ser bienvenido a su casa?

El argumento del Salmo es, básicamente, que existen condiciones de admisión. Y no es uno, autónoma y humanamente, quien coloca las condiciones de acuerdo a su criterio subjetivo. Dios, el anfitrión, es quien define los requisitos de entrada.

El Salmo carece de una estructura elaborada. Solamente cuenta con una introducción en la forma de dos preguntas paralelas que constituyen el inicio del Salmo (v. 1), una conclusión contundente (v. 5b), y la descripción de los requisitos de ingreso (vv. 2-5a) que, según la tradición rabínica, resumen los 613 preceptos de la Torá.

Sin embargo, la descripción de los requisitos de ingreso ha sido elaborada en doce cicloss de tripletes expresados en positivo y en negativo.

Veamos la disposición:

  1. Tres rasgos éticos en enunciado positivo (Salmos 15:2):
    Su vida de integridad
    Justicia en su accionar
    Sincero y fiable en su hablar
  2. Tres rasgos éticos en enunciado negativo (Salmos 15:3):
    No hiere a los demás con su lengua
    No daña al prójimo
    No vitupera a su familia y amigos, ni los permite
  3. Tres rasgos éticos en enunciado positivo (Salmos 15:4 a-c):
    Rechaza a los réprobos
    Respeta al pueblo de Dios y le honra
    Es responsable y cumple su palabra
  4. Tres rasgos éticos en enunciado negativo (Salmos 15:4 d- 5b):
    No es inconstante
    No es codicioso
    No puede ser sobornado

Un último comentario antes de proceder con el estudio del texto es que el mensaje de este Salmo no debiera ser considerado solamente en una perspectiva terrenal, ya sea cúltica o espiritual, sino que también tiene una dimensión escatológica.

Las figuras del monte de Dios, Sión, y el tabernáculo reaparecen en el Apocalipsis, pero esta vez repletas de los redimidos de Dios. Por lo tanto, es posible conferir a los requisitos de admisión expresados en este Salmo una dimensión escatológica y universal, que alcanza a describir el carácter de los que finalmente tendrán parte en la ciudad de Dios.

Explicación del texto

Verso 1. El salmista se dirige a Dios en segunda persona presentándole como el digno anfitrión celestial, y le interpela con una pregunta que inmediatamente despierta la curiosidad de todos los lectores.

Es una escena semejante a un entrevistador que coloca el micrófono en boca de un personaje importante, tras hacerle una pregunta importante, y todos los oídos se abren para escuchar cuál será la respuesta, ¡aún más importante!

Con la única diferencia que en esta oportunidad el personaje importante es el eterno y santo Dios, y en lenguaje simbólico la pregunta alude a la posibilidad que tiene cada ser humano de cultivar una relación salvífica con él.

La pregunta “¿quién?” no espera recibir un nombre por respuesta, sino la descripción de una clase de persona. Es como si le preguntas al decano de una facultad: ¿Quién sale egresado de esta carrera? Lo que recibirás por respuesta es una serie de calificaciones y competencias.

De la misma manera, Dios no discrimina etnias, razas, pueblos y naciones, Dios no ha determinado tampoco quién se salva y quién se pierde, no ha excluido a nadie de la oportunidad, él solo busca un carácter. Busca un modelo de persona, hecha conforme a la imagen de su hijo (Romanos 8:29).

Los dos hemistiquios del verso 1 siguen el principio del paralelismo sinónimo de la poesía hebrea. Quiere decir que ambos verbos (“habitar” y “morar”) no se están refiriendo el primero a una estancia temporal y el segundo a una más permanente (como podrían indicarlo los verbos hebreos); ambos son colocados en paralelismo, y la idea que transmiten es la misma: una estancia.

El interés central del versículo no es determinar cuánto tiempo estarán ellos allí, eso es secundario. La pregunta está orientada a descubrir quién está habilitado para habitar allí, el tiempo es relativamente de poca importancia.

Siendo que lo que más nos interesa es extraer una aplicación contemporánea para este texto, nos gustaría resaltar que la permanencia en la morada de Dios comienza en esta tierra ¡y se extiende por los siglos de los siglos!. Así que, si hay un verbo que pueda utilizarse para hablar de una estancia completamente permanente, ese sería el apropiado.

Finalmente, puesto que el salmista alude a la figura idílica del “tabernáculo” en lugar de hablar del templo, entendemos que probablemente el Salmo hay sido compuesto antes de la construcción del templo de Salomón.

Este tabernáculo era la manifestación física y temporal de la presencia de Dios en la tierra, allí en su medio era que se revelaba la gloria de Jehová. Era el centro de adoración israelita, algo semejante al centro de operaciones salvíficas de Dios en la Tierra.

Por tal motivo, el tabernáculo simboliza la cercanía a la persona divina. El Nuevo Testamento muestra a Jesús como el que vino a levantar su tienda (lit. su tabernáculo) entre nosotros (Juan 1:14); por esa razón la visión espiritual original del Salmo se amplía con relación a los cristianos en la persona de Jesucristo. Él ciertamente es la presencia de Dios.

Así que esta pregunta en doble miembro prepara el camino para que la reflexión del salmista le lleve a enumerar aquellas cualidades éticas y morales que Dios espera de aquellos que se acercan a su presencia.

Lo que cobra mucha importancia, puesto que el libro de Levítico reúne todas las “leyes de santidad” que habilitan al ser humano para poder ingresar al santuario terrenal. Entre estas leyes se cuentan leyes morales, éticas, sanitarias, cultuales, etc…

Pero en esta exposición de los requerimientos divinos lo único que se cuenta es lo ético y moral.

Se resalta que el cumplimiento de todas las leyes sanitarias, civiles y ceremoniales de la Torá no es lo que define de primera mano quién puede acercarse a su presencia en compañerismo divino, sino la integridad, la justicia, la fe puesta en acción.

Ni siquiera son esgrimidas las leyes que regulan la adoración, la interacción vertical del hombre con Dios. Él mismo diría después que “no todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos” (Mateo 7:21).

Lo que cuenta delante de Dios es la fe en la calle, la fe en la casa, la fe al salir del culto, la fe por la noche, la fe en la mañana. Lo que hacemos, la manera como el evangelio transforma la vida, es lo que cuenta.

Oh, una acotación: listas semejantes a esta aparecen en Salmos 24:3-5, Isaías 33:14-16 y Zacarías 8:16-17.

Verso 2. Nos encontramos con el primer trío de cualidades del hombre que puede entrar al santuario de Dios y hacer en él su morada.

El hecho de que el texto describa al “hombre de Dios” modelo desde ambos puntos de vista (lo que hace y lo que no) demuestra que el verdadero creyente no solamente se limita a no pecar. Hay un mundo de cosas por hacer, una parte activa que demuestra que el sarmiento verdaderamente está unido a la vid de Dios.

De manera que las primeras 3 cualidades éticas que se anuncian podríamos decir que prácticamente resumen todas las que aparecen en lo posterior.

El que anda en integridad. Recordemos que los hebreos, a diferencia de nosotros, piensan en concreto y no en abstracto. Por esa razón la metáfora de “andar” en la Biblia da a entender un camino que se escoge para transitar por él; lo que nosotros llamaríamos (en abstracto) un estilo de vida.

La palabra “integridad” en hebreo es nada menos que el término tamim, que Dios usa en Génesis 17:2 para decirle a Abraham “Anda delante de mí y sé perfecto”. Es también la que aparece en Génesis 6:9 cuando se describe a Noé diciendo “era perfecto entre sus contemporáneos”. Y, a su vez, se utiliza para hablar de las virtudes del patriarca Job (Job 1:1).

Así que lo que parece proponérsenos aquí es nada menos que la excelencia moral que aquellos hombres de antaño tuvieron para con Dios y para con sus semejantes. Sin embargo, antes que consideremos que es imposible alcanzar esta cualidad (¡y es apenas la primera!) vale la pena mencionar que el significado de tamim es “completo, entero, íntegro”.

Dios no aspira a que nosotros no tengamos defecto alguno moralmente hablando, pues eso es relativamente imposible para un ser humano que ha nacido en pecado.

La aspiración que tiene para con el “hombre de Dios” es que la santidad inunde cada ramo de su vida, que no disimule sus faltas, que sea íntegro y completo, que todo su ser lo rinda a Dios para que su “espíritu, alma y cuerpo” sea santificado por el poder de lo alto. Que en todas sus transacciones pueda tener la inscripción “Santidad a Jehová” en su frente. Eso espera Dios.

¿Es difícil? Ciertamente requiere sacrificio. ¿Es imposible? No, Dios lo hace posible.

El hombre de Dios elige un estilo de vida de integridad, y anda en él con toda sujeción a su Señor.

Y hace justicia. Después de una declaración tan amplia y abarcante como la anterior, nos trasladamos estrictamente a la dimensión de las acciones. Según el texto, el hombre de Dios hace, practica, vive la justicia.

La justicia está en abierta oposición al pecado, que es el componente principal de la naturaleza humana posterior a Génesis 3. Eso implica que la vida del hombre de Dios es anti-natural. A diferencia de Pablo en Romanos 7, el hombre de Dios sabe lo que debe hacer y lo hace. De hecho, ama hacerlo.

Dios quiere hacer en nosotros una transformación tal que la justicia llegue a correr por nuestras venas. Hacer lo justo, ser fieles a Dios, defender la causa del afligido, apartarnos del mal, cumplir con las leyes del cielo, amar a nuestros semejantes…

Las acciones del hombre de Dios están bañadas por un pleno sentido de justicia, como la brújula se muestra siempre leal al polo.

Algo semejante a lo que dice 1 Juan 3:6-10. No que el hombre de Dios ya no peque ni cometa errores, sino que se abstiene de practicar el pecado. El mal ya no reina en él, ahora es esclavo de la justicia (Romanos 6:18).

El que habla verdad en su corazón. Salmos 12:2 menciona que los hombres “adulan con los labios, pero con doblez de corazón”. Eso es lo contrario a lo que hace el hombre de Dios, según la tercera característica.

No solamente habla lo bueno, habla la verdad, habla con honestidad, y de su boca salen palabras de vida para vida, sino que lo que sale por su boca es lo que piensa en su corazón. No es hipócrita, no aparenta, es plenamente franco cuando habla, y lo hace con total sinceridad.

Él tiene claro que “de toda palabra ociosa los hombres darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36). Por ello sus palabras también han pasado por el poder refinador del Espíritu Santo. Del buen tesoro de su corazón solo puede sacar cosas buenas, así como un árbol bueno solo puede dar buen fruto.

Verso 3. Pasamos entonces al primer triplete de enunciados en negativo, ya que se quiere destacar no solamente lo que el hombre de Dios hace, sino también lo que se abstiene de hacer. Esta doble perspectiva, positiva y negativa, tiende a enfatizar la excelencia del carácter que se describe.

El que no calumnia con su lengua. El hombre de Dios se cuida de andar hablando mal de los demás (Levítico 19:16, Salmos 34:13), proferir falsos comentarios, se abstiene de criticar y juzgar con malas intenciones.

Ni hace mal a su prójimo. Esta es una frase muy amplia, naturalmente incluida dentro de “hace justicia”. El hombre de Dios jamás causa daño intencional a una persona. Ni en palabras, ni en hechos, ni en pensamientos, ni por “accidente”. Calcula y estudia sus acciones de manera que pueda bendecir a otros, en lugar de perjudicar.

Ha entendido que inclusive las palabras hirientes han de ser desechadas de su vocabulario. Y que mejor es callar en un momento de ira que rezongar con comentarios que puedan dejar huellas para mal.

Se podría decir que filtra todas sus palabras y acciones para determinar cómo puede hacerle el bien a su prójimo.

Hagamos una pausa. ¿Podrías imaginar lo bendecida que sería tu comunidad y tu iglesia con hombres y mujeres así?

Ni admite reproche alguno contra su vecino. La integridad del hombre de Dios alcanza incluso a lo que sus oídos están dispuestos a escuchar. No admite reproches hipócritas acerca de los demás. No se presta para conversaciones donde se deshuese a las personas a sus espaldas. Tal como es franco para hablar, es también franco para oír.

Él desearía que a su mente solo ingrese lo puro, no noble, lo que es de buen nombre, lo virtuoso (Filipenses 4:8). Para eso, procura pensar siempre el bien de las personas, y se abstiene lo más que puede de creer en malos comentarios.

Verso 4. Esta es la segunda tríada de cualidades éticas enunciadas en forma positiva.

Aquel a cuyos ojos el indigno es menospreciado. Él se esfuerza en discernir qué compañía le conviene y cuál no. Por esa razón, a sus ojos no es bien visto el que actúa contrariamente a los principios expuestos en este Salmo. Se muestra respetuoso y justo con todos, pero de ninguna manera estima al que no teme a Jehová.

Pero honra a los que temen a Jehová. Así como se cuida de aquellos que podrían ejercer sobre él una influencia perniciosa, el hombre de Dios honra, respeta, alaba, encomia a los que obedecen a Dios.

Su criterio no se basa en cuestiones humanas, en raza o posición social, se basa únicamente en los principios del Cielo. Como Jesús, el hombre de Dios podría decir que “el que hace la voluntad de mi Padre ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mateo 12:49-50).

El que aun jurando en perjuicio propio, no por eso cambia. El hombre de Dios es responsable, es completamente leal, y su palabra la tiene en alta estima. Respeta y cumple lo que ha prometido, aunque le perjudique (no se incluye aquí lo espiritual o moral). Su integridad es tal, que no retrae un juramento aunque éste no le reporte provecho.

Prefiere estar a cuentas con Dios y con el mundo, que el beneficio personal o material.

Verso 5. Quien su dinero no dio a usura. No presta para recibir intereses, no se aprovecha de los desvalidos. Da sin esperar nada a cambio, o al menos solo recibiendo lo que es justo. Si presta es para ayudar, porque ama la justicia, no para beneficiarse de alguna manera a costa de los demás.

Ni contra el inocente admitió soborno. La ley de Dios prohíbe el soborno (ver Éxodo 23:8, Deuteronomio 16:19 y Proverbios 17:23), él, por supuesto, la respeta. No tiene el menor interés de causar daño al inocente por dinero. Sabe que hay un Dios en el cielo a quien tendrá que dar cuentas al fin de los días.

Verso 5. El salmo termina diciendo que “el que hace estas cosas, no resbalará jamás”. Los criterios divinos de admisión son tan santos y puros, que constituyen una plataforma moral suficientemente sólida. Ninguno que por ella ande, caerá ni resbalará.

Podemos nosotros preguntarnos: ¿Cómo puede alguien cumplir con todas estas condiciones? Solo hay una respuesta posible: “El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:2-4).

Un ser humano, en su condición de pecado, jamás podría alcanzar los requerimientos divinos. Pero la Palabra de Dios dice “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Corintios 5:17). Cerca de Jesús, cosas grandes ocurren.

¿Sanaciones? Sí. ¿Milagros? También. Pero el mayor milagro que nuestros ojos pueden ver es la transformación de un infeliz pecador, en un cabal hombre de Dios. ¿Te gustaría experimentarlo?

Descubre aquí todos los recursos del Salmo 15.