explicación del salmo 17 nube de palabras

Pienso que a veces los salmos parecieran reproducir el esquema típico de una película de acción. Hay un protagonista tipo “damisela en apuros”, hay un héroe valeroso y un grupo de rivales enemigos que intentan salirse con la suya.

Las películas usualmente comienzan presentándonos a los personajes. Y en esa fase introductoria nos muestran al protagonista como alguien relativamente bueno, justo, bondadoso, que no le hace mal a nadie, y trata de hacer las cosas bien.

Con eso logran conquistar nuestra perspectiva en su favor, se gana nuestros afectos, y a lo largo de la película esperamos y deseamos que le vaya genial.

En el lado opuesto nos colocan a los enemigos. Ellos son todo lo contrario al protagonista, y representan casi todos los antivalores. Causan sufrimiento y dolor, se valen del engaño, y desean someter a todos bajo su voluntad. El protagonista es una piedra en el zapato para sus planes, y por eso desean acabar con él.

Por supuesto, ellos se ganan nuestra aversión, y realmente deseamos que les vaya mal. Que acaben pisoteados y avergonzados. ¡Mientras peor les vaya, mejor!

Pero en la trama es evidente que el protagonista jamás podrá vencerlos solo, y por esa razón acude al héroe.

Él, quien es una persona valerosa y audaz, accede a defender la causa del bien. Y en el momento más emocionante de la película se atraviesa abruptamente en los planes de los malvados, y lucha con ellos con su espada hasta derrotarlos.

Finalmente todo vuelve a un estado de completa tranquilidad, donde la amenaza ha sido erradicada, y el protagonista goza nuevamente de los privilegios de hacer el bien. Por eso la popular frase al término de cuentos y películas: “Y vivieron felices para siempre…”.

Ahora lee nuevamente el Salmo 17 y verás como casi todos los elementos están presentes. ¡Estamos casi frente a un drama de acción, pero en la Biblia!

En la vida no siempre la trama es tan sencilla, pero si hay algo cierto, es que al final el bien triunfará.

¡No nos adelantemos!

Salmo 17

Hasta el momento ya hemos estudiado varios salmos relacionados con las vivencias penosas de sus autores, en los cuales se nos plasman sus oraciones a Dios en procura de auxilio divino en medio de la opresión o persecución de los enemigos.

La gran mayoría de ellos, como hemos podido observar, han procedido del ingenio poético del rey David. Quien a lo largo de su vida se vio obligado a clamar a Dios en varias oportunidades donde el peligro de muerte se cernía sobre él. Días bastante difíciles, sin duda.

El presente Salmo nuevamente porta en su encabezado el nombre del prolífico autor de Belén. Esta vez con la sencilla clasificación de “oración”, por lo que no nos complicaremos demasiado en definir el género literario de la composición.

Sin embargo, vale la pena destacar que la súplica del salmista parece estar enmarcada en una terminología judicial; que por momentos da lugar a declaraciones de inocencia, en la misma línea del Salmo 7, solo que en una forma mucho más breve que aquel.

El Salmo contiene muchos imperativos y jusivos, que alcanzan en total la suma de unas 17 peticiones que el salmista eleva a Dios (más o menos evidentes de acuerdo la traducción). La composición se caracteriza por estar plagada de correspondencias en sus distintos movimientos, tales como 1) labios (vv. 1b, 4); 2) esconder (vv. 8, 12); 3) ojos (vv. 2b, 11b); 4) pasos (vv. 5a, 11a), etc…

De la misma manera se hallan muchas correspondencias entre el Salmo 17 y el Salmo 16, aunque no nos detendremos en ellas. Las tales aparecen como un argumento adicional que sustenta la autoría davídica de ambos escritos.

Si hablamos de contexto histórico, este Salmo pertenece al grupo de aquellos acerca de los cuales hemos dicho que carecemos de detalles suficientes como para hacer una propuesta formal que no pase de la simple conjetura.

Pese a eso hemos mencionado con anterioridad que la intención fundamental de los salmos es poder ser releídos en diferentes situaciones, y ser apropiados por los orantes. Eso implica que la virtud de un salmo radica en la adaptabilidad, y no en su especificidad; virtud que disminuye cuanto más se ahonde en detalles competentes al contexto histórico original.

La estructura del escrito puede ser interpretada de dos formas principales. La primera presta atención al énfasis que reciben los protagonistas en las distintas secciones, de manera que como resultado observamos una disposición quiástica en cuatro movimientos:

A. Énfasis en la persona del salmista (vv. 1-8)

B. Énfasis en los enemigos del salmista (vv. 9-12)

B´. Énfasis en los enemigos del salmista (vv. 13-14)

A´. Énfasis en la persona del salmista (v. 15)

Otra manera de visualizar la estructura radica en el contenido de las estrofas.

A. Apelaciones pidiendo vindicación y justicia (vv. 1-5)

B. Apelaciones pidiendo rescate y liberación (vv. 6-12)

C. Apelaciones pidiendo represalia y reposo (vv. 13-15)

Esta estructura temática deja en evidencia el esquema “peliculezco” del Salmo, que comienza con una presentación del orante y su causa justa en términos de un examen judicial. basándose en su inocencia procede luego a pedir el socorro de Dios, el “héroe”. Presenta sus acusaciones contra sus enemigos, y demanda que el héroe se levante a darles su merecido. El Salmo finaliza entonces con la certeza de un nuevo estado de reposo para el salmista, algo parecido a “vivir feliz para siempre”.

De manera que para beneficio de este comentario nos valdremos de la segunda propuesta estructural, dividiéndola más minuciosamente:

  1. Apelaciones pidiendo vindicación y justicia (vv. 1-5)
    1. Invocación del proceso judicial (vv. 1-2)
    2. Declaración de inocencia del orante (vv. 3-5)
  2. Apelaciones pidiendo rescate y liberación (vv. 6-12)
    1. Pedido de rescate (vv. 6-9)
    2. Acusaciones contra los enemigos (vv. 10-12)
  3. Apelaciones pidiendo represalia y reposo (vv. 13-15)
    1. Represalias contra los enemigos (vv. 13-14)
    2. Certeza de reposo y paz del orante (v. 15)

Explicación del texto

Versos 1 y 2. Como dijimos anteriormente, en los versículos 1 al 5 el salmista utiliza lenguaje judicial para dar fuerza a su presentación delante del tribunal divino, en audiencia con el Juez eterno para presentar su causa.

Apertura su oración con 3 verbos que invitan a Dios a atender la súplica del salmista e investigar su caso: oye, atiende, escucha. Los tres verbos son a su vez complementados por 3 sustantivos: causa justa, clamor, oración

Puesto que oración/clamor son puestas en paralelo con “causa justa”, entendemos que Dios es el Juez, pero también es aquel a quien ora el salmista todos los días. No tiene que pedir una cita, ni esperar su turno; no tiene que aguardar las minucias de un proceso legal; una oración es suficiente para presentar su caso.

Con Dios no existen protocolos ni burocracia, el único requisito es una oración sincera. Y éste no escapa a la realidad del salmista, pues dice “escucha mi oración hecha de labios sin engaño”. Esta frase alude tanto a los motivos sinceros que mueven al orante, como también anuncia de antemano la inocencia de su causa.

El salmista está consciente de su proceder justo, de otra manera no trataría de engañar al Dios que todo lo ve y todo lo oye. Así que se acerca al trono de la gracia con completa honestidad, y argumenta delante de Dios que su justa causa merece una justa defensa de un Juez justo.

“De tu presencia” (v. 2) niega rotundamente que el salmista espere una resolución humana para su situación. Él no ansía la libertad que el hombre puede brindar, o el rescate que algún agente humano puede ofrecer; su defensa o vindicación deben venir de lo alto, del Santo y fiel.

Él es quien puede evaluar las evidencias y dar una respuesta definitiva y satisfactoria. Por su posición como gobernante del Universo, Él puede vindicar por completo al inocente y oprimido que eleva con sinceridad su oración.

Si él acudiese a alguna otra instancia, ajena a la presencia de Dios, ciertamente no podría decir confiado “vean tus ojos la rectitud”. Que es una construcción similar a “miren tus ojos por mis caminos” (Proverbios 23:26).

No se refiere a otra cosa sino a hacer lo que es recto. Le pide al Señor que haga con él conforme a lo que es justo. Esperar que esto suceda en el mundo es una vana ilusión. Pero la rectitud es inherente al carácter de Dios, y a la forma como gobierna el mundo (Salmos 9:8, Isaías 45:19).

Hasta este momento de la película empezamos a sospechar el rumbo que seguirá la trama. Sabemos que hay un protagonista en aprietos, y éste recurre al héroe para que venga en su auxilio.

Versos 3 al 5. A continuación el salmista presenta a Dios las evidencias que posee en favor de su inocencia. Y es en este momento que estamos conociendo un poco más el carácter del protagonista, e identificándonos con su causa.

De hecho, la descripción que el salmista hace de sí mismo no es con intención de contarle a Dios cuán bueno es; sino que en el lenguaje simbólico judicial se precisa de un inocente para que haya un culpable. Si él mismo no está libre de cargos, ¿qué derecho podría tener de reclamar justicia?

Por eso el Salmo prosigue con una declaración de inocencia por parte del orante que, a la luz de sus propios comentarios, entendemos que puede ser fácilmente corroborada por Dios. De hecho, Dios mismo ha tenido parte en este proceso de investigación.

El salmista defiende una inocencia casi completa:

  1. “Tú has probado mi corazón, me has visitado de noche; me has puesto a prueba y nada malo hallaste” (v. 3) parece ser una alusión a los pensamientos y las intenciones del salmista. En la noche, en la soledad, donde se revelan los verdaderos motivos de las personas, Dios ha escudriñado el corazón del salmista y no ha encontrado en él maldad. El paralelismo de “probar” con “escudriñar” en el Salmo 26:2 aclara que el término, al referirse a una acción divina, se refiere a un examen completo de las motivaciones. Job también afirmó algo semejante a esto (Job 23:10).
  2. “He resuelto que mi boca no cometa delito” señala la inocencia del salmista en sus palabras y expresiones. Rememora la firme determinación que ha tomado de no ofender ni dañar con su lengua. Santiago 3:2 resalta lo difícil que es la pureza y la santidad en el hablar.
  3. “En cuanto a las obras humanas… yo me he guardado de las sendas de los violentos” (v. 4), se traslada a la dimensión de las acciones, y David menciona que por la Palabra de Dios él se ha librado del pecado y sus malos caminos (Salmos 119:9). Y aun no siendo eso suficiente para él, pide a Dios que le afirme en su camino (nótese el contraste con las “sendas de los violentos” v. 4), para que de ninguna manera él resbale.

En este punto conocemos el corazón íntegro y fiel del salmista, que verdaderamente acusa inocencia y pureza en sus motivos, como Dios bien ha podido comprobarlo al examinar las evidencias.

Versos 6 al 9. Sobre la base de su causa justa comprobada, entonces el salmista está en su “derecho” de apelar al Dios del cielo en procura de rescate y liberación. A partir de aquí el lenguaje simbólico relacionado con la escena judicial parece diluirse, por haber completado su papel.

El verso 6 inaugura una nueva serie de peticiones, donde el salmista implora a Dios que actúe en respuesta a su imperiosa necesidad. Pero éstas comienzan con una expresión muy confiada en la atención divina: “Yo clamo a ti, pues tú me responderás” (Nacar-Colunga 1944), “A ti clamo, oh Dios, porque tú me respondes” (Biblia al día, 1989).

El salmista no tiene ninguna duda de que Dios le responderá esta vez, porque siempre le responde. Mucha gente me dice que orar a Dios es como hablar con un teléfono descolgado, ¡pero eso no se asemeja a lo que dice el salmista! Para él, pedir algo a Dios es recibir una respuesta segura.

Quisiera que entiendas eso. Cuando oras, siempre hay respuesta. Dios siempre responde, y no demora. Lo que sucede es que a veces no responde como esperamos.

Le pide a Dios que muestre sus “maravillosas misericordias” (similar a Salmos 31:21), una expresión que realmente me gusta. Los hechos misericordiosos y llenos de amor de Dios se distinguen entre los sucesos de la historia humana (más lit.). ¡Y el salmista quisiera que se muestren una vez más!

David conoce a su Señor como un Dios que salva. Él salva a todos los que se refugian bajo su diestra, a los suyos, a los que conoce. Él mismo lo ha vivido por experiencia. El Señor libra portentosamente, socorre y guarda a los que en él confían.

Lamentablemente, no puede salvar a aquel que no ha querido arrimarse a bajo su sombra. Casualmente hoy veía una imagen que decía: “El sol es para todos, pero la sombra del Omnipotente es solo para quien decidió entrar al abrigo del Altísimo”. Si te juntas al Señor, confía en su salvación, porque él no defrauda a los suyos.

Y utiliza dos imágenes para hablar del tierno y solícito cuidado de Dios: “guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas” (v. 8).

El salmista se compara primeramente a una pupila, indefensa ante todos los agentes del medio ambiente, pero que es supremamente protegida por el cuerpo (cf. Deuteronomio 32:10, Proverbios 7:2, Zacarías 2:8). Se compara también con un polluelo, cercado por las alas protectoras de su madre (Deuteronomio 32:11-12)

Con la solicitud que transmiten esas imágenes, pide el salmista a su Señor que le proteja de los malos que le oprimen, de los enemigos que buscan su vida.

¡Ya entendemos el porqué de todo esto! El salmista inocente que confía en el Señor precisa que Dios dispute su causa contra sus enemigos que buscan su mal. La trama de la película se va dirigiendo hacia una resolución final.

Versos 10 al 12. No nos vamos a detener mucho en esta sección del Salmo. Solamente vamos a destacar que así como el salmista presentó evidencias de su inocencia, en esta porción presenta las acusaciones contra sus enemigos.

Indiferentes al sufrimiento humano y duros de corazón, arrogantes, soberbios, malintencionados, que buscan atrapar a David y echarlo por tierra como un león se esconde para arrebatar su presa. Definitivamente encuadran perfectamente con el “prototipo” de malo de película.

Versos 13 y 14. La resolución que el salmista espera de esta penosa experiencia es que su héroe, Dios, se levante de su trono, y les dé su merecido. Por las palabras del verso 13 y el inicio del verso 14 casi puedo imaginarme a un ser celestial vestido del Zorro, peleando con ellos con su espada, y dejándolos en el piso humillados.

Quizás así no sucede literalmente. Pero Dios se encarga de poner a cada quien en su lugar, y salvar a los suyos. Pues tiene todo el poder y toda la autoridad para hacerlo. Al fin y al cabo, él es el Juez del mundo.

El final del verso 14 da a entender que aquellos hombres malvados no miran más allá de esta vida, y por ello sus anhelos de gratificación y satisfacción reposan sobre la complacencia y los placeres de este mundo. Hasta cierto punto, parecen prosperar humanamente hablando, reciben aquello que desean y se sacian de bienes.

Pero esta prosperidad es apenas circunstancial. El que vive para este mundo, con este mundo perecerá. El que siembra para este mundo, con este mundo segará.

Verso 15. Pero las expectativas del salmista se mueven en un plano muy diferente. Y en este texto se presentan como el esperado “final feliz” de nuestra historia.

“En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (v. 15).

Aquellos han puesto su esperanza en las cosas de este mundo, en la satisfacción terrenal y pecaminosa. Nada más opuesto a las expectativas del salmista.

Lo que su corazón anhela, lo que verdaderamente traerá satisfacción a su alma será cuando contemple el rostro de Dios en justicia, cuando despierte a la semejanza de física y moral del Creador.

Los paralelismos con Salmos 16:11, Daniel 12:2 y 1 Juan 3:2 indican que el salmista verdaderamente creía en la resurrección de los justos; y en eso colocaba su fe. Vivir para siempre junto a Dios en justicia, vaya que es un buen proyecto de vida.

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