explicación del salmo 29 nube de palabras

Aunque tiendo a ser bastante olvidadizo con relación a los eventos de mi vida, especialmente cuando se trata del lapso abarcado desde mi nacimiento hasta el día de hoy, hay una ocasión que jamás podré olvidar.

Tenía 10 años y era mi primer campamento con el club de los Conquistadores. Jamás había viajado sin la compañía de mis padres. Y después de habernos preparado por casi un año, te puedes imaginar lo emocionadísimo que estaba por lo que vendría a continuación.

A decir verdad los primeros días del campamento se habían encargado de aguarme todas las ilusiones. Se había tornado cansón en exceso y menos divertido de lo que me había imaginado. Repetidamente decía que ya quería regresar a mi casa.

Pero llegó el miércoles. A breves minutos de participar en el evento de Exhibición de Marchas, cuando todos estábamos uniformados con el traje de gala, empezó a caer una pequeña lluvia que con el paso de los minutos se fue intensificando.

Al poco tiempo se convertiría en la tormenta más estrepitosa que he presenciado. La gente corría de un lado a otro con desesperación, las estructuras de los toldos volaban, algunas quedaron atrapadas en los árboles. Cayeron relámpagos, y uno de ellos cortó un árbol por la mitad. Los truenos resonaban a intervalos regulares y opacaban la voz de llanto de los jovencitos.

Después de haberme escondido unos minutos dentro de una carpa, cuando abrí el cierre me asusté al ver que el toldo de mi club estaba a punto de desplomarse sobre mí. Como pude salí y corrí hacia un bus, donde un grupo de muchachos se habían refugiado.

Cuando acabó todo, el ambiente en el campamento era desolador. Casi nos sentíamos damnificados.

Como podrás imaginarte, ese día más que nunca añoraba regresar a mi cálido hogar. Pero, irónicamente, a partir del jueves aquel campamento fue de las mejores experiencias de mi infancia.

Tú habrás vivido tus propias experiencias con grandes tormentas; probablemente mucho más abrumadoras que la mía.

Sin embargo, por buena que sea la descripción intuyo que no se ha de comparar con la del Salmo 29.

Salmo 29

El salmista es especialista en mirar el mundo natural con “anteojos espirituales”. Ya hemos notado que al contemplar los árboles, los cielos, las estrellas, el sol, el salmista discierne en cada uno de ellos la gloria, la bondad, y la grandeza divina.

Por doquier la naturaleza le susurra, le narra y le dibuja distintas facetas del carácter del eterno Creador. Y desde el objeto más diminuto de la creación hasta el distante astro espacial, en cada uno de ellos, es posible discernir detrás al Rey Todopoderoso y su obra.

En este caso el salmista contempla la gloria divina en el retumbar de los truenos, el centellar de los relámpagos, el ruido de las muchas aguas, tal como se mezclan en una avasallante tempestad oriental.

Por eso este Salmo ha sido llamado “Cántico de la tormenta”, o “Los 7 truenos de la voz de Jehová”. El salmista encuentra en ese portentoso evento de la naturaleza una audición de la voz divina, retumbante y pavorosa.

Siguiendo ese procedimiento, contempla la tormenta y la describe como si de una manifestación teofánica se tratase. Con una destacada expresividad poética, y valiéndose de la rima y del recurso del ritmo para generar un ambiente sonoro similar al de una tempestad, el salmista enmarca estos 7 “truenos” en un Salmo que aborda de forma solemne el tema que realmente se plantea: el poder y la gloria debida a Jehová.

David no escribe un Salmo acerca de una tormenta. Escribe una hermosa pieza acerca del poder y la gloria de Dios, como se revelan en una tormenta.

Y sobre la base de esa imagen consigue impresionar la mente del lector o el intérprete inspirando el mismo temor hacia la gloria de Dios, mezclado con reverencia, sobrecogimiento, asombro, gozo expectante, que experimenta el ser humano delante de la furia de la tempestad.

Así que, si del Salmo 25 destacamos su falta de personalidad u originalidad, del Salmo 29 resaltamos todo lo opuesto. Es un Salmo atractivo a la vista, atractivo al oído, tan impresionante que no dudamos en sentenciar que alcanzó su objetivo: inspirar reverencia y honor para Jehová.

El género de himno es evidente desde la primera palabra del salmo, donde una voz anónima asume la palabra y pronuncia el imperativo citatorio.

Pero resalta la seguidilla de 4 imperativos rítmicos en los versos 1 y 2 que dan al preludio del Salmo un carácter solemne y real (tinte que encuentra confirmación en la conclusión solemne y real de los versos 10-11).

Sin embargo, la composición se caracteriza por un ritmo irregular, que hace uso de una clase de paralelismo expansivo; donde la segunda línea en lugar de repetir el contenido de la primera, descarta y/o adiciona algunas palabras que complementan la idea anterior.

Ejemplo:

  • “Voz de Jehová que quiebra los cedros”
    • “Quiebra los cedros del Líbano” (v. 5)
  • “Voz de Jehová que hace temblar el desierto”
    • “Hace temblar Jehová el desierto de Cades” (v. 8)

Esta disposición de ideas funge como una especie de onomatopeya equiparable a la tormenta. Lo mismo se puede decir de las arrítmicas apariciones de la “voz de Jehová” (que son 7 en total en los versos 3 al 9); a veces seguidas, a veces separadas, emulando la frecuencia de los truenos en una tormenta.

El ambiente regio y estremecedor de la tormenta se intensifica por la densidad con la cual aparece el nombre de Jehová. 18 veces en los 11 versículos del Salmo. Imponente y soberano, la presencia de Dios no es una parte del Salmo, es el Salmo en sí.

Pero la organización de estas menciones nos ayuda a visualizar también la estructura del escrito. Puesto que “Jehová” aparece 4 veces en los versos 1-2, 4 veces en los versos 10-11, y 10 veces en los versos 3-9.

Estos son los 3 movimientos del escrito: Un preludio hímnico y citatorio (vv. 1-2), la descripción gradual de la tormenta y su vertiginoso desplazamiento, revelando el poder y la gloria de Jehová (vv. 3-9), y una conclusión magnífica que revela al Rey del cielo entronizado en paz (vv. 10-11).

Un último detalle antes de proceder al estudio es que este Salmo tiene muchos paralelos en la literatura ugarítica. De hecho, es bastante semejante a un canto dedicado a Baal (considerado el “Dios de las tormentas”).

Por tal motivo, podemos imaginarnos a un israelita tomar ese escrito, modificarlo y decir: ¿tienes idea de quién es el verdadero señor de la tormenta? ¡Es Jehová! ¡Es su voz la que se escucha entre los truenos! Y te diré que no solamente es el Dios de la tormenta, es también Rey que trae paz a su pueblo. Por eso le adoramos. Y tú deberías hacer lo mismo.

Explicación del texto

Versos 1 y 2. Tal como la excelencia merece encomio, el sacrificio recompensa, y el amor más amor, la gloria exige adoración. El ser humano tiene una codificación natural que le impulsa a la adoración. Le damos nuestra devoción, nuestra atención y contemplación a aquello que entendemos como muy superior en algún sentido a nosotros mismos.

Pero aunque la belleza puede ser radiante, y el conocimiento muy amplio, aunque el sabor pueda ser inmejorable, o inconcebibles los hechos que ven nuestros ojos, lo único y el único que merece nuestra adoración es el Señor.

Él es el autor de la belleza, el conocimiento, los sabores y los hechos, el mismo originador de la realidad en que nos movemos y existimos. El copyright es suyo. Y toda la gloria terrenal es apenas un muy pálido reflejo de la gloria del Eterno.

Por ese motivo el Salmo comienza con un citatorio a la adoración, pero adoración verdadera. Otorgada a quien la merece. Al único que es digno.

Y nota que un concepto tan abstracto como “adorar” el salmista lo resume en algo tan sencillo como “dar”. Adorar es dar. Es dar tiempo, energías, talentos, recursos, afectos… pero en su más pura expresión adorar es darse a sí mismo.

El citatorio nos pide reconocer los atributos divinos. Nosotros no podemos darle a Jehová “la gloria y el poder”. Cuando decimos “darle gloria” en realidad nos estamos refiriendo a resaltar su gloria, alabarle, o dignificarle delante de la gente, haciéndolo aparecer glorioso.

En ese sentido, adoración es dar a Dios lo que es suyo por naturaleza. Nuestro tiempo, energías talentos, etc… los consagramos a dar a Dios honra, honor, gloria y alabanza; que por naturaleza le pertenecen. Recordemos que la gloria demanda de nosotros adoración, y el honor reconocimiento.

Pero en el verso 1 aparece la inusual mención de los “hijos de los poderosos”. El Salmo, de hecho, interpela en su inicio a estos personajes. Y la cuestión es, ¿quiénes son?

El hebreo se lee “hijos de dioses”, y es una frase equivalente a la que aparece en Salmos 89:6, donde es casi indudable que se trata de ángeles (ver tb. Job 1:6, 2:1). Sin embargo, preferimos inclinarnos por la propuesta que hemos presentado en Explicación del Salmo 82, acerca de estos títulos similares.

El Salmo estaría aludiendo a todos los seres que forman parte de la corte de Dios; que en la mentalidad israelita son tanto los ángeles como los poderes del mal y hasta los dioses de las demás naciones.

Así que el Salmo coloca a Dios por encima de todos los principados y potestades, le muestra mayor y más sublime que todos ellos y, de hecho, les ordena a ellos rendirle adoración y honor a Jehová.

La frase “la hermosura de la santidad” se refiere a la experiencia personal del orante (cf. 1 Crónicas 16:29). Cuando el adorador se presenta delante de Dios en espíritu y en verdad, deseando la mayor de todas las gracias, la santidad del carácter, y en devoción y con regocijo alaba y adora, se puede decir que lo hace con la hermosura (o el atavío) de la santidad.

Versos 3 al 9. Con el preludio el salmista abordó a los potentados celestiales y nos ordenó a todos reconocer la gloria y el poder de Dios.

Con eso colocó lo que viene a continuación en contexto: no es simplemente la descripción de una tormenta en términos de una teofanía; es una descripción del poder y la gloria de Dios como se manifiestan, por ejemplo, en la furia ensordecedora de una tempestad.

Así que procura situarte en la última gran tormenta que presenciaste, y trata de mirarla según los “anteojos espirituales del salmista”.

No son solo relámpagos, truenos y fuertes vientos, ¡eso es lo que se ve, se oye y se siente! Pero detrás de eso podemos alcanzar a imaginar la gloria de aquel que aparecerá en llama de fuego y los infieles morirán por el resplandor de su gloria (2 Tesalonicenses 1:8, 2:8), y cuya voz es como estruendo de muchas aguas (Apocalipsis 1:15). Del cual el autor de Hebreos dice que pronto su voz conmoverá la tierra y los cielos (Hebreos 12:25-27).

Todavía es un tenue reflejo de esa voz lo que resuena en una poderosa tempestad. De manera que ese evento ensordecedor y asombroso, apenas es una pruebita de la majestad, el poder, la gloria de Dios.

La descripción del salmista menciona la voz de Jehová 7 veces, y el verso 3 la entrelaza definitivamente con el sonido del trueno. En cada trueno el salmista escucha la voz del Señor que estremece (tb. Salmos 18:13, Job 37:2).

Su reseña comienza con una lluvia que va intensificándose hasta convertirse en un huracán. Y el traslado de un lugar a otro le confiere un sentido de extensión y poderío. El salmista mueve la imagen de escena a escena para conseguir plasmar en la mente del lector lo incontenible de la tormenta y su supremacía sobre los elementos naturales.

También es posible que se trate de una descripción diacrónica: la tormenta comienza en el mar Mediterráneo, desciende con furia sobre el Líbano, y se pierde por el desierto oriental.

La voz de Dios se comienza a escuchar sobre el mar, “sobre las muchas aguas” (v 3). Este es el inicio de la tormenta, y los truenos anuncian que se avecina una gran tempestad.

Como lo demuestra el verso 4 esa voz suena con potencia, suena con gloria. Así que nuevamente aparecen juntos los dos atributos centrales del Salmo, pero con palabras sinónimas. La voz de Dios en el trueno es un ejemplo de su poder y su gloria.

Luego en el verso 5 la tormenta se muestra azotando las montañas del Líbano, forradas de fuertes y hermosos cedros.  ¡Pero la voz de Jehová quiebra los cedros, los hace añicos! Los vientos huracanados y los relámpagos doblegan aquellos árboles imponentes y los hacen saltar “como becerros”, “como toros salvajes” (v. 6).

Las mismas montañas del Líbano y Sirión (otro nombre del monte Hermón, cumbre más alta del Antilíbano), saltan y se estremecen con el rugir de la tormenta.

A continuación el verso 7 descubre a Dios echando llamas de fuego; es decir, abundan las centellas y relámpagos que cortan (más lit.) los cielos como llamas de fuego, rompiendo la oscuridad de la noche y tronando con fuerza irresistible.

En el verso 8 la voz de Jehová se escucha en el desierto, haciendo temblar el desierto de Siria (llamado aquí el “desierto de Cades”). La misma voz también desnuda los bosques, desgaja las encinas y hace parir a las ciervos por el miedo (más lit., v. 9).

Es decir, la fuerza de la voz de Jehová es absolutamente irresistible. Y el poder de la tormenta, por supuesto, testifica del poder del Creador y Señor de la tormenta.

Por eso el verso 9 termina diciendo que “en su templo”, que aquí es una alusión a la tierra como tabernáculo divino, donde su poder se manifiesta en la naturaleza, “todo proclama su gloria”.

Cada relámpago, cada trueno, cada gota y cada viento, cada árbol y montaña que se estremece, cada vibración sentida en el suelo del desierto, todo nos lleva a pensar en la majestad del Dios que puede originar y dominar cada una de estas manifestaciones increíbles. [Sobre la revelación natural leer tb. Explicación del Salmo 19].

Absolutamente todo en este mundo rinde y proclama la gloria de Dios. A ellos debemos unirnos todos los que el Salmo ha convocado para dar gloria que el nombre de Jehová merece.

Pero el estruendo de la tormenta pasa, y lo que queda es la bonanza en la cual ahora medita el salmista. Nos lleva a recordar la forma como Cristo en Marcos 4 da la orden “Calla, enmudece” a la furiosa tormenta, y ésta se esconde como un niñito de la voz cargada de autoridad de su padre.

No queremos abandonar esta sección sin hacer breve mención del interesante comentario al Salmo 29 recopilado en el libro El Tesoro de David, con citas de Charles Spurgeon y algunos otros autores.

En la página 129 se cita a J. B. Mallison diciendo: “El caos no puede resistirte, escucha tu voz con obediencia, pero el corazón endurecido te rechaza, y tu voz poderosa llama muchas veces en vano a su oído. Tú eres mayor que cuando creas los mundos de la nada, cuando mandas al corazón rebelde que se levante de su abismo de pecado y siga por los caminos de tus mandamientos”.

Si no prestamos oído al poderoso y retumbante llamado de la gracia de Dios, tendremos que hacer frente a su estruendoso sonido en el día del juicio.

Versos 10 y 11. El final del Salmo ha regresado a la paz tras la tormenta. Y el mismo Dios que antes había hablado con poder, haciendo incluso dar a luz a los animales, aquel que preside el diluvio, se puede ver sentado en su trono como rey para siempre.

El término hebreo mabbul que se traduce por diluvio (solo aparece aquí y en Génesis 6-8), podría estar haciendo referencia al señorío de Jehová por sobre la tormenta desde el mismo principio de estas con el gran diluvio universal, o podría simplemente aludir a la tempestad reseñada previamente.

El punto es que Jehová es Rey, su gloria y su poder son indudables, y él gobierna tanto en el fragor de la tormenta como en la calma que le sigue. Por siempre, Dios es el Rey.

Es entonces maravillosa la declaración final del Salmo. Ese mismo Dios cuyo poder se ve pálidamente reflejado en una tormenta tan avasalladora, es quien fortalece a su pueblo (Salmos 28:8), y quien le bendice con dulce e inconmovible paz.

El ruido ensordecedor ha dado paso al tierno sonido de una tarde de paz y bonanza. Dios reina sobre el mundo, su poder y gloria se revelan por doquier, en la tormenta, pero también en la calma.

No terminaremos sin antes resaltar el asunto de la voz de Dios. Recuerda que Hebreos 12:25 dice “No desechéis al que habla”.

Si Dios está llamando hoy a tu corazón, anhelando volverte de muerte a vida, del pecado a la justicia, deseando hacerte renacer a una esperanza viva, ¡no cierres más tus oídos! Atiende a la poderosa voz de Dios. Y llegando a ser parte de su pueblo escogido, podrás ver su poder en tu vida.

Encuentra aquí más recursos del Salmo 29. como el salmo en audio, para imprimir en pdf, etc.