explicación del salmo 3

Siento mucha compasión por aquellos que están convencidos de que no existe nada más allá. De verdad no sé, no entiendo cómo hacen para vivir.

Si yo me viese obligado a creer que este mundo debo enfrentarlo solo, creo que vivir no tendría ningún sentido para mí. Sufrir, ser juzgado y perseguido, dar aprecio, amor, y recibir a cambio odio, decepción, hipocresía. Estar siempre afanados, repitiendo el mismo patrón opaco de todos los días, con escasas dosis de felicidad, administradas como con un gotero.

Y en medio del dolor y la desesperación, mirar a los lados únicamente para recordar que no hay nadie. Cuando más necesitas, no hay nadie a tu lado.

Realmente la vida sería un asco.

De ser así, imaginemos lo que diría el Salmo 3:

«¡Cuánto se han multiplicado mis enemigos! En el trabajo, entre los vecinos, entre aquellos que pensé eran mis amigos, ¡y hasta los suegros! Muchos son los que ahora, en la hora de la chiquita, se levantan contra mí. Al venir, ellos se burlan y me recuerdan que no tengo ninguna esperanza. ¡Y lo peor es que tienen razón! No hay escudo que me rodee, no hay gloria alguna en mi existencia, ni quien me devuelva el ánimo y el aliento. Clamo una y otra vez al aire, al vacío, y nadie responde.

»Cuando me acuesto en la cama por las noches, no alcanzo a conciliar el sueño por el temor que hay en mi corazón. No tengo paz ni reposo; de hecho, ni siquiera recuerdo lo que eso significa. La más mínima amenaza me hace temblar, pues me reitera lo vulnerable que soy.

»Si tan solo hubiera alguien o algo en este mundo que pudiera librarme de esta…»

Pero, a menos que mi vista esté en pésimas condiciones, o la versión de la Biblia que utilizo se caracterice por censurar las porciones negativas, yo no encuentro párrafos desalentadores como esos en el Salmo 3.

La experiencia del salmista no es nada similar.

Salmo 3

Es cierto que las cosas no siempre marcharán bien. De hecho, ¡a veces pueden marchar terriblemente mal! Conflictos, pruebas, tentaciones, vendrán. Por supuesto que lo harán. Si no me crees, consulta la historia de cada seguidor de Jehová o creyente en Jesús que se narra en la Escritura.

Un himno cristiano que me gusta mucho lo dice muy bien: “Él no prometió sol todos los días. Sé que a veces viene la tormenta”. Y otro más dice: “No pienses que en mis días siempre brilla el sol, pues nubes aparecen sin avisar, y cuando está oscuro a veces tengo miedo. No pienses que mis flores nunca morirán, a veces he pedido y me han dicho no. A veces yo espero, a veces yo me canso…”.

La vida no es color de rosa, y nadie dijo que lo sería. Pero en lugar de transmitir desaliento, la experiencia del escritor del Salmo 3 imparte una sana filosofía de vida. Allí cuando el mundo nos abruma, nuestro Dios será refugio y salvación.

El sobrescrito del salmo le hace cobrar todavía mayor significado: “Salmo de David, cuando huía de delante de su hijo Absalón”. Así que, si deseas ponerte en contexto vale la pena que leas detenidamente la narrativa de 2 Samuel 15-17, y de esa forma podrás entender la serie de sentimientos que están detrás de las palabras de este salmo.

La plegaria vino a la existencia en una de las circunstancias más agudas que le tocó atravesar a un amigo de Dios. David había perdonado a su hijo Absalón tras el asesinato de su hermano, y restauróle su dignidad real. Mas Absalón se valió de esto para ganar el favor del pueblo y levantar una sedición en contra de su padre, a la cual se unió una porción muy grande de los habitantes de Israel.

En la noche de mayor vergüenza y desaire de su vida, cuando casi todos se habían levantado en su contra, y a la cabeza estaba su mismo hijo, David compuso este cántico en forma de súplica y acción de gracias.

Su estructura la visualizaremos dividida en 4 estrofas y una doxología final: 1) apelación a Dios por los peligros presentes (vv. 1-2), 2) refugio en las intervenciones pasadas de Dios (vv. 3-4), 3) confesión de fe y seguridad en el presente (vv. 5-6), y 4) invocación de liberación (v. 7). Luego la doxología reitera la confianza del orante y pide la bendición de Dios (v. 8).

Esta división permite notar un cambio en la actitud del salmista, que se mueve de la angustia a la tranquilidad, y de la zozobra a la fe. David se encuentra muy atribulado por los peligros que se han juntado en derredor suyo, pero echa mano de la fidelidad de Dios que jamás le ha abandonado ni lo hará, duerme y se levanta más confiado que nunca en que Dios será su salvación una vez más.

Explicación del texto

Versos 1 y 2.

Cuando David dice que los adversarios se han multiplicado y muchos se levantan contra él, no se trata de una metáfora; está hablando literalmente. 2 Samuel 15:12 nos informa que la rebelión de Absalón estaba cobrando mucha fuerza.

Muchos que en otro tiempo habían sido sus consejeros fieles, o habían formado parte de su gabinete real, o habían peleado con él y por él en batalla, o habían gritado a viva voz «¡Larga vida al rey!» en la plaza, ahora habían cambiado de bando.

Le había tocado salir presurosamente del palacio, con los pocos que todavía permanecían fieles a él y su liderazgo, en una larga caminata desventurada, en la cual el ambiente que reinaba era por completo desalentador. No se escuchaba una mínima risa, ni mucho menos una palabra de gratitud. Todas las cabezas avanzaban con la vista hincada en el suelo, llenos de pena y pesar.

Las noticias que llegaban a la pequeña comunidad en fuga no eran esperanzadoras: todo Israel se iba en pos de Absalón (2 Samuel 15:13). Pensando en esto David siente, de manera especial; 1) el dolor de la traición, y 2) como si una gran ola de enemistad estuviese por sucumbir sobre él.

Por ello su clamor comienza con una descripción desesperada de la situación: ¡han proliferado mis adversarios! Y como si fuera poco, cada vez que decían “no hay para él salvación en Dios” (v. 2) Esas palabras taladraban la consciencia del ungido de Dios, pues, ¿qué tal si era Jehová quien había propiciado esto en su contra?

Las palabras de Simei pudieran haberle dado mucho en qué pensar: “Jehová te ha dado el pago de toda la sangre de la casa de Saúl […], y Jehová ha dado el reino en mano de tu hijo Absalón […] porque eres hombre sanguinario” (2 Samuel 16:8). Y la respuesta de David en esa ocasión nos sugiere que así fue, su consciencia estaba siendo amenazada.

Su hijo lo había traicionado, sus fieles le habían abandonado, y además, ¿qué tal si todo era un castigo de Dios?

Invitarte a ponerte en el lugar del salmista creo que no tendría mucho caso. Fue una situación en extremo delicada. Sin embargo, creo que podemos vernos a nosotros mismos en las palabras de David.

¿No parecen a veces los problemas multiplicarse alrededor nuestro, sin solución aparente? ¿No parecieran ponerse todos de acuerdo para hacernos la vida de cuadritos, y mientras tanto nos preguntamos dónde está Dios? Ciertamente, ya sean enemigos literales o metafóricos, en ocasiones todo parece confabularse en nuestra contra. Y a veces es difícil no dudar.

Versos 3 y 4.

Pero David sabe que las cosas no son así. “Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; mi gloria, y el que levanta mi cabeza” (v. 4).

Cuando examina su experiencia pasada, solo puede ver la mano de Dios guiándole a pesar de sus errores. Dios siempre ha sido fiel, cuidándole, bendiciéndole, animándole en la dificultad, ¡y ese Dios que él conocía no cambiaría de la noche a la mañana!

Su pasado le recordaba que aunque los enemigos se multiplicasen y se llenasen la boca diciendo que Dios le había abandonado, que su situación era tan desesperada que no había esperanza para él, él podía enumerar todos los momentos en los cuales Dios fue para él un escudo protector.

Dios había dicho a Abraham que era su escudo (Génesis 15:1), y David describe su experiencia con la fortaleza divina de la misma manera en un par de ocasiones (2 Samuel 22:3, Salmos 28:7). ¿Cómo no podría haber salvación para él si Jehová (y el “tú” es enfático) era su escudo?

El mundo podía decirle todo lo que quisiera, pero nada podría reemplazar la vivencia de David con Dios. En el momento de la prueba, la prueba fuerte, el único refugio firme y seguro donde podemos escondernos mientras arremete la ola, es saber que pertenecemos a Dios, y él siempre permanece fiel.

Aunque dolido y cabizbajo, humillado y llorando David salió de Jerusalén (2 Samuel 15:30), Dios era quien levantaba su cabeza (Salmos 27:6). Él le devolvía la esperanza y el valor para seguir adelante y no rendirse.

¡Qué bueno es recibir palabras de aliento! Pero cuánto más cuando el que nos impulsa a continuar es nuestro buen amigo Jesús.

Además, Dios nunca le había desamparado. Cuando él clamaba –el tiempo imperfecto del verbo hebreo habla de una acción repetida– Dios respondía. Sus súplicas nunca quedaron en el aire. El recuerdo de cada oración contestada era fuente de aliento para el aprieto en que estaba metido; Dios estaba de su lado, y Dios siempre respondía cuando él le necesitaba. Así que, ¿por qué desesperarse?

Ambas razones, que descansaban sobre las experiencias pasadas de la vida del salmista, contribuyeron a aliviar la angustia que le carcomía al ver lo grande de la adversidad con la cual se enfrentaba. Pero al contemplar la grandeza y el amor de su Dios, quien era su escudo, su gloria y su valor, quien jamás le había dejado solo, ni había permitido que sus clamores quedaran sin respuesta, la paz sobrepujaba a la desesperación en medio del mar turbado.

Versos 5 y 6.

No hay nada más difícil que conciliar el sueño cuando uno se siente preocupado, profundamente triste o temeroso. Por eso lo impactante de la frase que sigue: “Yo me acosté y dormí, y desperté, porque Jehová me sustentaba”.

Con la escena que nos describe 2 Samuel, era difícil pensar que David pudiese descansar. Sin embargo, ¡allí dice que durmió! Para que podamos comprobar que una experiencia sólida con Dios es suficiente para impartir paz y reposo a nuestra alma, reposo pleno. Saber que “Jehová me sustentaba” le permitió cerrar sus ojos esa noche tranquilo, y despertar al otro día con fuerzas renovadas.

David durmió, no debido al cansancio o al sueño, durmió como un acto de fe. Entre asechanzas, por fe cerró sus ojos, pues Dios era su guardador.

¿Las pruebas que estás viviendo te han quitado el sueño? La clave está en este texto: Dios como el escudo, Dios como la gloria, Dios como la esperanza, Dios como el que nos atiende, Dios como el que nos sustenta. Pero saberlo no es suficiente, hay que vivirlo.

De hecho, los enemigos que se habían multiplicado ya no aterran al salmista. “No temeré ni a una multitud que ponga sitio contra mí” (v. 6).

Aquí en mi país es común asustarse con solo escuchar el sonido de una moto en una calle sola u oscura. Pero David dice que no temerá a una multitud (ni 1, ni 10, ni 50…) que lo rodee buscando causarle mal.

Ciertamente muchos deseaban su mal, pero David ya no le temía. Había sido empoderado por la fortaleza divina. “Si Dios está conmigo, ¿qué puede hacerme el hombre?”. Pero para poder afirmar de esa manera debemos haber aprendido a ver a Dios tan real como la multitud que nos rodea. Nuevamente, la experiencia personal con Dios es la clave.

Definitivamente, lo único que estaba salvando al salmista de la desesperanza total, era saber que hay un Dios deseoso de ser su apoyo en todo momento y circunstancia. Al contrario de la perspectiva del que piensa que no hay nadie más allá, el que tiene fe en ese Dios puede mudar el temor en valor; porque allí donde flaquean las fuerzas humanas, se multiplican las fuerzas divinas.

Verso 7.

Ahora que su confianza ha sido fortalecida al mirar hacia atrás, y lleno de certidumbre encara el nuevo día, David vuelve a depositar su fe en la salvación divina.

Es cierto que su fe ha sido renovada, ¡pero todavía debe hacer frente a la crisis moral y política! Por ello mira al frente y dice: “Levántate, Jehová! ¡Sálvame, Dios mío!” (v. 7). David no pretende buscar la solución en un lugar diferente; en Jehová confía para su salvación. ¿Realmente hay alguna otra opción viable?

Y su certeza es tal, que usa una forma del verbo hebreo que es denominada el «perfecto profético». Que describe como ya ocurrido un acontecimiento que todavía se halla en el futuro, pero que se espera con plena confianza.

Cuando dice “tú heriste en la mejilla a todos mis enemigos”, en realidad no está afirmando que Dios ya ha respondido su clamor. Sino que su confianza en la respuesta de Dios es tal, que en el texto ya lo da por hecho; y por ello lo plasma con el perfecto profético.

Verso 8.

Finalmente, David aparta la mirada de su propia crisis personal, y enfoca el panorama general de Israel como nación. La salvación que él ansía no se trata únicamente de un beneficio individual; más bien, surge del deseo sincero de su corazón: que Dios continúe bendiciendo y guiando a su pueblo.

Por ello el salmo no termina con una nota de súplica, o una expresión personal de confianza, sino que se aproxima a Dios como representante de toda la nación, y ruega que el Señor bendiga a su pueblo. Tanto sobre aquellos que han permanecido fieles al rey, como aquellos que se han rebelado. Si el Señor bendice a su pueblo, todo marchará bien.

Su prioridad no era su bienestar, sino el bienestar y la paz de la nación sobre la cual Dios lo había puesto por gobernante.

Y mientras que la multitud de los enemigos se burlaba del fugitivo diciendo que para él no había salvación en Dios, David culmina diciendo “La salvación es de Jehová”.

La gente puede decir y opinar lo que quiera. Pueden argumentar y burlarse de nosotros. Pero Dios tiene la última palabra. Y por ello, nos lanzamos al vacío con él. No podemos buscar la liberación en otro lugar, pues la salvación es de Dios. Nada más, nada menos.

Te pregunto, ¿Cómo encaras tú las circunstancias difíciles de la vida? ¿Dirías que te identificas más con el Salmo 3 modificado o con el original?

Conoce a tu Dios, y verás la diferencia.

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