¿A quién no le gustan los finales felices? Quizás alguno diga «¡No!»; pero estemos claros de que, en el fondo, por supuesto que nos gustan.

Sin embargo, es cierto que en la vida real no ocurren con mucha frecuencia. Especialmente porque, en los hechos, es difícil determinar “el final”. Por ejemplo: aquel hombre se esforzó durante años para sacar adelante su carrera universitaria, con muchos sacrificios, y sorteando muchos obstáculos.

Finalmente se encuentra en el día de su graduación. Se siente victorioso, casi en la cima del mundo. Todas las penas ahora han valido la pena. Cualquiera que conozca la historia contempla la escena y dice: “¡Qué final feliz!”.

Pero, ¿qué tal si pasan los días y el hombre no consigue trabajo? ¿Qué tal si acaba en un área muy diferente a la que había estudiado, pensándose chasqueado? ¿Y qué diríamos si se convierte en un profesional relativamente mediocre?

No por eso podríamos decir que su vida no ha tenido un desenlace feliz, simplemente mostramos que aquí en este mundo no existe tal cosa como un “final definitivo”, hasta la muerte. Y para los creyentes, ni eso es tan cierto.

Sucede distinto en los libros y películas. Quizás una de sus mayores bondades es permitir a la audiencia quedarse con un final en su mente. Sea alegre o trágico, hay un final. En algunos casos éstos dejan dudas, o vacíos que la mente curiosa anhelaría llenar. Otros más dejan pie para suponer que hay otra parte después.

Y luego están los finales felices; tras los cuales cierras el libro o apagas el televisor con una sensación de satisfacción. «Todo encajó en su lugar».

Sin embargo, diré que a muchos no les gustan esta clase de finales, por considerarlos ingenuos o irreales, proporcionando falsas expectativas de la vida. Si tú eres de esos, te recomiendo que detengas aquí tu lectura. ¡Pare!

¿Por qué?

Recordemos que con el Salmo 42 iniciamos una historia sin final. Por ser un “salmo siamés”, su desenlace compete al Salmo 43. Y desde ya debo advertirte que, aun a pesar de todas las aflicciones del salmista, esta historia culmina con un final feliz.

Qué dice el Salmo 43

La historia comenzó con un ciervo sediento y desesperado por conseguir agua para sobrevivir. Hasta ese momento el agua se muestra necesaria y ¿positiva? Pero cuando la trama avanza, el agua llega a ser una amenaza: las cataratas y los torrentes de agua pasan uno tras otro sobre el pobre ciervo golpeando su cuerpo y atentando contra su vida.

Estas imágenes representan las angustias que viviera nuestro amigo el salmista (quizás David, como mencionamos en el comentario anterior), cuando, lejos del santuario, desterrado, afligido, oprimido, y sintiéndose abandonado por Dios, experimenta una cruenta lucha entre el abatimiento y la fe.

Según vimos en el Salmo 42, hay dos momentos en que el salmista conjuga los 3 elementos que estaban ocasionando su sufrir: aflicción, abandono y opresión; esto es en los versos 3, y 9-10. Ambos textos incluyen la pregunta clave repetida: “¿Dónde está tu Dios?”; y ambos toman lugar en el contexto de una oración o dan pie a la misma.

Descubrimos también que en respuesta a sus oraciones el salmista escucha el resonar del estribillo en su consciencia. Casi dictado por el Espíritu Santo. Y este estribillo contiene el pensamiento central del Salmo: “¿Por qué me abato? Mejor espero en Dios” (vv. 5, 11).  A su vez, este estribillo ayuda a conectar el Salmo 42 con el Salmo 43.

También mencionábamos que, mientras el salmista comienza el Salmo con una actitud ansiosa y desesperada, la fe va venciendo poco a poco a la angustia de sus pruebas. Tras el primer golpe del estribillo en el verso 5, y la confiada declaración del verso 8, el salmo termina y no nos queda claro todavía qué será del salmista.

Entonces el Salmo 43 viene a colocar la cereza del pastel. La tercera estrofa de la composición, donde, al parecer, finalmente la fe ha triunfado en el combate.

Si la primera estrofa se centraba por sobre todo en las angustias del salmista y su necesidad de Dios (42:1-5), y en la segunda estos mismos sufrimientos están aún presentes, pero ahora vistos desde una perspectiva de fe y seguridad en el socorro divino (vv. 6-11), la tercera representa la oración triunfante de un creyente que ha sido fortalecido por el Espíritu Santo, y decide sobreponerse a la crisis, ser vindicado por su Juez y salir airoso.

Explicación del texto del Salmo 43

Verso 1

Vamos a imaginar por un momento que la división Salmo 42-43 no existe. Eso sería equivalente a decir que la composición no acabó en el verso 11 del primer capítulo, sino que prosigue inmediatamente con el verso 1 del Salmo 43.

Si esto es así, entonces el segundo estribillo nuevamente influyó para cambiar el panorama de la composición, así como lo había hecho el primero. Por eso decíamos en el Salmo anterior que los estribillos guiaban el desenlace de la trama.

Después de haber expresado su confianza en el socorro divino (42:8) el salmista plantea unas preguntas bastante escrutadoras al Señor: “Roca mía, ¿por qué me has olvidado? ¿Por qué tengo que andar angustiado, oprimido por mis enemigos?” (v. 9).

Entonces, aunque la confianza crece en el corazón del salmista hay cosas que sencillamente no puede explicarse. De hecho, te tengo una noticia: Hay cosas que de este lado de la eternidad ¡jamás tendrán explicación! El salmista no entiende que Dios abandone a sus fieles, y los deje a merced de la opresión de sus enemigos.

Por eso el Salmo 43 inicia con una exclamación: “¡Júzgame!” (RV), “¡Declárame inocente!” (NTV), “¡Hazme justicia, oh Dios!” (NVI). Nota las similitudes con Salmos 7:8, 26:1 o 35:24. En estos casos los autores bíblicos han suplicado a Dios que se levante como juez y vindique la causa de sus hijos inocentes.

Ese es también el sentido en este texto. El salmista desea un punto y final para su aflicción. Dios no puede estar ya más tiempo desentendido. No puede ya más abandonarlo. Debe juzgar  su causa, y al hacerlo no podrá menos que declararlo inocente, y actuar en favor suyo.

“Defiéndeme contra esta gente que vive sin ti, rescátame de estos mentirosos injustos”. Así que el salmista no solo espera que Dios funja como juez… también que se desempeñe como su abogado. No quiere únicamente al juez imparcial que dicta una sentencia; anhela que Dios tome su caso en sus manos y le defienda de las acusaciones y las calumnias de sus mentirosos e injustos compatriotas (ver tb. 35:1 y 1 Samuel 24:15).

El salmista habla de “nación” (RV). Por ello entendemos que en la segunda mitad del verso 1 generaliza incluyendo a todo su pueblo, llamándole gente impía, mentirosa y perversa. No le pesan las palabras para afirmar que su gente está muy lejos del ideal que Dios aspira. Y, abrumado por la sed de libertad los mete a todos en un mismo saco.

Entendemos esto, sin embargo, como una generalización. Muchos son los que se han colocado en su contra en este momento de prueba. Y Dios es el idóneo para contender por él y hacerle victorioso.

A veces las pruebas de la vida te hacen sentir que todos están en tu contra, ¿sí o no? Pero mayormente es un efecto impresionista, producto de la predisposición. De todas maneras, lo cierto es que algunas personas se estaban oponiendo al salmista, y en ese momento de su vida, en lugar de amilanarse, le pide a Dios que le haga justicia.

Nunca dudes que Dios es capaz de cambiar el rumbo de la historia. Por más que otros quieran hacer tropezar tu fe y esperanza, recuerda que hay un Dios poderoso en los cielos. Y él pone a cada quien en su lugar.

Verso 2

El verso dos nos remite nuevamente a 42:3 y 9-10, aunque no se mencione la pregunta “¿Dónde está tu Dios?”, la idea es prácticamente la misma, con mayor intensidad.

Ahora el salmista contrasta las expectativas ideales del creyente con la realidad de la vida. Leemos: “Tú eres mi Dios y mi fortaleza: ¿Por qué me has rechazado? ¿Por qué debo andar de luto y oprimido por el enemigo?”.

Acabamos de decir que Dios cambia el rumbo de la historia, hace justicia, y pone a cada quien en su lugar. “Bien ‒nos dice el salmista‒, yo creo todo eso. Y confío en ese Dios. Pero, ¡Mira! Me ha rechazado, y por su abandono he andado enlutado por muchos días”.

Si tú eres mi Dios y mi refugio seguro, ¿por qué me has tratado así?

Imagínate a una persona intentando explicarle a su perro por qué hoy no ha podido comprarle comida. Algo similar sucedería si Dios intentase explicarnos por qué permite ciertas cosas. Pero algo podemos tener seguro, Dios no nos ha echado a un lado. No es su “estilo”.

Si algo sucede, tiene un motivo. Es natural para el hombre preguntar “¿Por qué?”; pero nunca entenderemos los porqués de Dios hasta que los aceptemos. Al aceptarlos, comenzamos a entender.

Lo cierto es que a pesar del aparente abandono, el salmista no ha renunciado a su fe en Jehová como su Dios y su único refugio. Esto es una importante lección para nosotros.

Y quiero que prestes atención a esto. La fe en Dios no puede nunca ser un negocio. Sí, «mientras me vaya bien sigo creyendo». En cuanto las cosas comienzan a marchar como no quisiéramos, al primero que abandonamos es a Dios, hasta encontrarnos en el hoyo, y sin remedio.

La fe en Dios es en las buenas y las malas. En el tiempo favorable y en el adverso. En la prueba y en la calma. En la salud y la enfermedad. No hay de otra. O es así, o no es fe.

Verso 3

Los versos 3 y 4 contienen la petición final del salmista. Hemos venido recorriendo un camino de altos y bajos. La fe luchando contra la melancolía de las pruebas. Podríamos decir que llegados a este punto, el salmista consigue subir a lo más alto de la colina; donde las nubes negras ya no opacan el brillante paisaje de la promesa divina.

El salmista pide dos cosas, luz y verdad. El propósito es que estas puedan guiarle. Y el lugar de destino es el monte santo de Dios, “donde tú habitas”.

Basándonos en todo lo que hemos dicho hasta ahora con respecto a ambos salmos, podemos afirmar con seguridad que la petición del salmista es literal. En lugar de referirse (meramente) a una experiencia mística o espiritual de cercanía con Dios, la plegaria involucra la guía divina en el retorno al monte santo de Dios, donde se haya el tabernáculo, para adorar allí como solía hacerlo antes (recordemos 42:4).

La luz, la misericordia de Dios, y su verdad, su fidelidad y permanencia, son los atributos a los que apela el salmista en su esperanza de retornar al monte de Dios, donde él tiene su habitación.

De alguna manera entendemos que el salmista visualiza en ese retorno el cierre de la brecha creada por el aparente abandono de Jehová. A su vez la petición se hace eco de 42:1-2, pues en el monte de Dios, se sobreentiende, podrá saciar la sed de su alma, su sed del Dios vivo.

Sin embargo, el salmista no puede retornar solo. Depende de la manifestación de Dios y su poder, representados por su luz y su verdad, para poder regresar al santuario y a la presencia de Dios.

Para nosotros, la luz y la verdad de Dios no nos han de guiar a un lugar o a un templo. Más bien, al elevar esta plegaria, pedimos al Dios eterno que nos guíe a su morada eterna. Que ilumine el sendero que nos llevará hasta él, para estar allí por siempre. Allí, en su monte santo, le alabaremos sin fin (Apocalipsis 14:1-3).

La luz y la verdad de Dios nos llevan de vuelta a él cuando hemos extraviado el camino. ¡Qué pedido más apropiado puede ser este para aquel que está intentando regresar a la casa del Padre!

Verso 4

La escena se mueve lentamente. Estando ya en el monte de Dios, el salmista se aproxima al altar. “Llegaré entonces al altar de Dios, del Dios de mi alegría y deleite, y allí, oh Dios, mi Dios, te alabaré al son del arpa” (v. 4).

Qué emocionante versículo. La luz y la verdad de Dios llevan al salmista al santuario, a la tan anhelada presencia de Dios. El salmista se acerca al altar, el altar del Señor, y le llama tiernamente el “Dios de mi alegría y deleite”. “Y allí, oh Dios, mi Dios, te alabaré al son del arpa (quizás “lira”).

Me gusta el comentario de un escritor:

“Cuando el habla no puede expresar el gozo, la música supera los límites del lenguaje”

(CBA)

Ya no más ciervos sedientos. Ni más añoranzas del ayer. Ya no más torrentes de aguas hasta la garganta, ni sufrir el abandono y la opresión. Si Dios escucha su oración, y le lleva hasta su presencia, el salmista ha de encontrar nuevamente la plenitud que tanto añora. El Dios de su alegría.

Muchas veces un encuentro con Jesús es lo que necesitamos. Aunque no te des cuenta.

Verso 5

Y te diré que la fe triunfó. Y un hombre afligido más, encontró el camino a la confianza plena.

Ahora cantamos todos: “¿Por qué estoy desanimado? ¿Por qué está tan triste mi corazón? ¡Pondré mi esperanza en Dios! Nuevamente lo alabaré, ¡mi Salvador y mi Dios!”.

Así que, en conclusión, podríamos decir que sí, esta historia tuvo un final feliz.

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