«Esperar», probablemente no sea nuestra palabra favorita.
Una de esas películas con las que casi todos lloran, es la que relata la historia del perro japonés “Hachi”. Y, precisamente, lo que nos conmueve tanto de la trama de esa icónica producción es la espera del perro, que jamás se cansó de aguardar por la llegada de su amo a la estación del ferrocarril.
Cuando Hachi era solo un cachorro, su jaula cayó del vehículo donde era transportado y se extravió entre los trenes, donde es hallado por Parker Wilson de camino a su casa. Pasado un tiempo, ambos habían llegado a construir una relación muy íntima.
En cierta oportunidad, cuando Parker se dirigía al trabajo Hachi lo siguió hasta la estación, y se rehusó a regresar sino hasta que Parker lo llevó de vuelta. Luego en la tarde intuyó la hora aproximada en la cual debía estar llegando su dueño, y se trasladó a la estación para aguardar allí su llegada.
A partir de ese día, se convirtió en costumbre. Hachi acompañaba a su dueño hasta que éste abordaba el tren, y al caer la tarde retornaba a la estación para recibirle en cuanto volviera.
Pero un día las cosas cambiaron. Hachi interceptó a Parker en la estación, con una pelota en su boca para jugar con él. Esta fue la primera y única vez que jugarían a la pelota, pues, esa tarde a Parker le dio un paro cardiorrespiratorio.
Durante los próximos días de los siguientes diez años, Hachi estuvo yendo a la estación mañana y tarde en busca de su amo. De hecho, se mudó a la estación del tren; y a la hora señalada se paraba en el mismo lugar, para esperar verlo aparecer.
Diez años después, deteriorado, viejo, sucio, Hachi falleció, todavía esperando por Parker.
Hay cierta clase de cosas que solo parecieran ser posibles en los animales, ¿no crees?
No es propio a la naturaleza humana esperar pacientemente. Debemos reconocerlo. Por eso traigo esto a colación; pues, en el Salmo 5 David dijo “de mañana me presentaré delante de ti y esperaré”, frase que atrae mucho mi atención.
Esperar en Dios, es quizás la disciplina espiritual menos practicada entre los creyentes. Mas David nos comenta su determinación de acercarse a Dios de mañana en oración, y esperar en él.
Hachi esperaba el retorno de su dueño, pero, ¿qué esperaba David?
Salmo 5
Algunos estudiosos han opinado que los salmos 3-7 tuvieron un origen común, paralelo a la narrativa de 2 Samuel 15-17. Es decir, que fueron compuestos por David en ocasión de la sublevación de Absalón en su contra.
Un solo elemento nos hace reconsiderar esta posición al menos en lo concerniente al Salmo 5, y es la mención del “templo” en el verso 7. No por un posible anacronismo, pues la palabra hebrea Hekal (palacio) se utiliza para hablar del santuario o tabernáculo, antes que existiese el templo de Salomón (1 Samuel 1:9, 3:3, 2 Samuel 22:7).
Lo que nos impulsa a cuestionar que el salmo surja en esa coyuntura histórica es que, al ser fugitivos, David y su gente no se hallaban cerca del tabernáculo. Lo que dificulta pensar en qué sentido podría referirse él a entrar “en tu casa”, y adorar hacia “tu santo templo”.
Claramente la autoría es davídica, pero el origen histórico parece tener que buscarse en un lugar distinto. Inclusive, parece más lógico considerar que el salmo no está adscrito a una situación determinada, sino que más bien da a entender un principio permanente en el relacionar del santo, Dios y el malvado.
Sin embargo, no descartamos la posibilidad de que sirva como la continuación del Salmo 4 (ver nuestro artículo allí), pues una lectura continuada sugiere que ambos están en estrecha relación. Lo que significaría que sí está asociado al episodio de Absalón.
En ese caso, debiéramos entender el verso 7 como una expresión de la fe de David de regresar a adorar en Jerusalén, o como una alusión simbólica a las bendiciones de la verdadera adoración.
La primera resolución parece bastante más probable, dada la conversación entre David y Sadoc acerca del arca del pacto en 2 Samuel 15:24-25.
Lo cierto es que el mensaje del Salmo 5 se eleva por encima de un episodio determinado. Un santo está buscando el rostro de Dios en oración, esperando en él con confianza por encima de sus problemas. Presenta la causa de sus enemigos, y la contrasta con la suya; presenta el devenir de sus decisiones, y lo contrasta con su futuro esperanzador. Finalmente, culmina con una exhortación apasionada a todos los que confían en Jehová.
De esa manera podemos dividir el poema en 5 partes:
-Los primeros 3 versículos colocan el marco necesario para entender el sentido de la composición. Al levantarse por la mañana (quizás después de haber suplicado y haber recibido la paz plena de Dios antes de ir descansar, cf. Salmos 4:8), el salmista acude una vez más a la presencia de Dios, en oración y súplica.
La frase “y esperaré” sirve de puente para el resto del escrito, puesto que evidentemente David espera una respuesta de parte de Dios. A continuación en el escrito explica implícitamente cuál es la causa de su oración: espera con paciencia en Dios, ya que, a diferencia de sus malvados enemigos que no habitan junto a Dios, son aborrecidos por él, y finalmente serán castigados y echados fuera por sus rebeliones, el justo entra y adora en la casa de Jehová, es defendido, y goza de su bendición.
Por tanto, David asume nuevamente esperar en Dios para el desenlace final de su situación angustiante.
-Los versos 4 al 6 caracterizan la relación entre Dios y los malvados, descrita con 6 acciones divinas.
-Los versos 7 y 8 desglosan la relación entre Dios y los santos en la persona del salmista, teniendo a los malvados en perspectiva.
-Los versos 9 y 10 se vuelven al desenlace de la relación entre Dios y los malvados.
-Los versos 11 y 12 se oponen a los dos versos anteriores al exaltar las promesas y garantías que competen a los santos como parte de su armónica relación con Dios.
Explicación del texto
Versos 1 al 3.
¿Te ha sucedido que crees estar conversando con alguien, cuando te das cuenta que no has estado más que hablando solo? Ya sea porque la persona está pendiente de otra cosa, no entiende buena parte de lo que dices, ¡o quizás se cayó la llamada!
Pero más frustrante aún es cuando terminas de orar a Dios, y sientes que tu oración «no pasó del techo».
El salmista comienza su oración procurando descartar por completo esta posibilidad. Dice: “Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré” (vv. 1-2).
Pero qué bueno es saber que, como dice el Salmo 65:2, “tú oyes las oraciones”. Debido a nuestra condición humana, a veces nos es difícil creer que realmente Dios tiene tiempo para nosotros. E incluso, si lo tuviera, se nos dificulta pensar que tiene la más mínima intención de darnos parte de su atención.
Pero el que se acerca a Dios debe hacerlo con fe, creyendo que recompensa a quien le busca. Por su gracia entramos delante de su presencia, y aunque seamos menos que un granito de arena en el universo, si Dios ha dicho que nos oirá, ¡creamos que así será! Podrá sonar irreal, pero Dios ansía que oremos.
Ciertamente Dios escucha nuestras palabras, considera nuestros susurros, gemidos y emociones, Dios está atento a cada expresión que brota de nuestro corazón, está pendiente, siempre en sintonía. Jamás se corta la señal con el cielo, ni nos manda el Señor al buzón de mensajes, nuestra invocación nos acerca a él como un súbdito al estrado del rey, como un joven acude a su amigo más confiable, como un hijo a su Padre amante.
Lo que define si Dios escucha nuestros clamores o no, no son las emociones que experimentamos al orar, la elocuencia de nuestras palabras, si lo hacemos más temprano o más tarde, o si ayunamos o no, ¡la única oración que no pasa del techo es la que elevamos como si fuese una obligación, la que repetimos sin sentido, aquella en la que las palabras salen de nuestra boca pero ni siquiera nos detenemos en pensar que estamos conversando con Dios, el Salvador, el Rey.
Una oración así no pasa de ser un ejercicio religioso.
Pero David está orando. Y el lenguaje que utiliza, el tono de súplica y la repetición de las ideas, nos hablan de la profundidad de su necesidad. Verdaderamente el salmista se sentía sediento de su Dios. De poder desahogarse con él, y recibir del Cielo la seguridad de que sus oraciones eran escuchadas y contestadas.
Esa intensa necesidad, surgida de la situación tan delicada en la que se encontraba, le impulsa a aprovechar cada oportunidad posible para clamar al Señor. Por ello, cuando dice que buscará a Dios en la mañana, no se está refiriendo a una especie de fórmula mágica basada en el horario de la oración; como algunos afirman usando este texto.
En Salmos 4:8 David se había acostado a dormir lleno de confianza, después de haber orado, pues solo Jehová podía hacerle sentir tan seguro. En 5:1 David se ha levantado, y de la misma manera que concluyó el día anterior, da inicio al siguiente: en oración.
Cuando dice que buscará al Señor de mañana está dando testimonio de la dependencia que está experimentando de su Padre, pues ya sea en la noche, en el día, en la tarde, y en cada oportunidad que se asome, necesita presentarse delante del Rey, y esperar en él.
¿Y qué esperará David? En el silencio, espera la respuesta de Dios a sus oraciones.
Y tú, ¿por qué oras? A veces nuestra necesidad es tan escasa, que llegamos a la oración como se llena un formulario. Y después de lleno, nos retiramos. Pero David era movido por una necesidad muy grande de recibir respuestas tangibles e intangibles a sus oraciones.
Las suyas no eran oraciones de rutina o pasatiempo, eran plegarias de lucha. Y cuando se lucha, se espera. Se aguarda hasta que Dios actúe. ¡Y de nuestras rodillas no nos levantamos! La necesidad te lleva a perseverar en oración hasta que Dios obre en el mundo exterior, o en lo interior de nuestro corazón.
Versos 4 al 6.
Lo cierto es que Dios pronto va a actuar. David puede esperar en breve una respuesta divina, debido a los asuntos que están en juego. Detrás de los protagonistas de los bandos en disputa, está en juego la reputación del bien y del mal.
Y en definitiva Dios estará por actuar, puesto que la relación de Dios con los malvados es totalmente antagónica. Dios es enemigo N1 del pecado, y debido a él, de todos los pecadores voluntarios y rebeldes.
Por ello David une el verso 3 con el verso 4 a través de la conjunción hebrea ki (“porque”, entre otros). Procede a explicar por qué razón se presentará delante del Señor en oración, dispuesto a esperar en él.
Dice que Dios 1) no se complace de la maldad, 2) ni le dará morada en su presencia al malo. 3) Los insensatos no estarán delante de sus ojos, y 4) aborrece a todos los que hacen iniquidad. 5) Destruirá a los que hablan mentira; y 6) abomina a los sanguinarios y engañadores.
Si eso es así, ¡es obvio que los malos no se saldrán con la suya!
La interacción de Dios con el pecado es nociva, tal como la energía pura que emana del sol es peligrosa para la materia que a ella se aproxima. Todas estas acciones que se mencionan solo ratifican que la justicia y la santidad de Dios no pueden coexistir con la maldad y la corrupción.
El Dios que rige el universo precisa tener juicios morales sobre la maldad, de otra manera el desorden sería total. Por lo tanto, todas las características mencionadas encajan perfectamente dentro de un modelo donde Dios está obrando para limpiar el mundo de la maldad. En ese modelo no queda espacio para tratar con el pecado de otra manera diferente a la descrita.
Ahora bien, al leer la manera como el salmista describe la forma de relacionarse de Dios con los malvados, debemos tomar en cuenta dos cosas:
1) Si bien las personas mismas están en el centro de atención, el objetivo no es tanto explicar el trato de Dios para con ellos, como la actitud de Dios hacia lo que ellos hacen.
2) Cuando David destaca estas acciones divinas, tiene el propósito de mostrar que la maldad con que sus enemigos han procedido está destinada a fracasar, pues se halla en abierta rebeldía y oposición contra del Dios santo.
Versos 7 y 8.
David, por el contrario, se halla en una posición muy distinta. En lugar de ser objeto de las acciones de rechazo divino enumeradas en los versos 4 al 6, por la abundante misericordia de Dios, David cuenta (o contará prontamente) con la posibilidad de entrar a la presencia de Dios en adoración.
El contraste es evidente cuando analizamos la descripción de dos situaciones tan diferentes ante los ojos de Dios: los unos, los enemigos, están en abierta oposición al Rey. Mientras que David, el protagonista del salmo, que espera la respuesta de Dios, es bien recibido en su casa de adoración.
Mientras que Dios aborrece a los que hacen iniquidad y abomina a los sanguinarios y engañadores, David dice a Dios: “guíame, Jehová, en tu justicia”. A causa de sus enemigos, David suplica a Dios que le guíe en sendas derechas de bien y paz.
Aquí queda del todo claro, y será sobreentendido en los versos 9 y 10, que el propósito de la oración y la espera del salmista está relacionado con sus enemigos. En los versos 4 al 6 simplemente habla de manera general acerca de los malvados, pero en el verso 8 es evidente que los “malvados” son sus enemigos, que buscan su mal; pero que más allá de eso, están acarreando sobre sí la ira de Dios.
Versos 9 y 10.
Ya después de haber aclarado que los “malvados” que no cuentan con ningún favor de parte del Cielo son sus propios enemigos, que han planeado y tramado su caída, ahora David habla directamente acerca de ellos, y pide a Dios su intervención definitiva.
No existe la sinceridad en los labios de ellos, todo su interior rebosa de maldad, su garganta es un sepulcro abierto y su lengua es mentirosa. ¿Cómo podría una persona así prosperar en contra de un santo de Dios? ¡De ninguna manera!
Su exclamación “¡Castígalos, Dios!”, es parte de las expresiones imprecatorias que aparecen en ocasiones en los salmos [para una explicación acerca de los salmos imprecatorios ver nuestro artículo Explicación del salmo 35], que surge del deseo de que la justicia de Dios sea revelada contra el mal existente.
El salmista espera ver a Dios triunfar por sobre el pecado de aquellos que se han rebelado contra él. David no se muestra como la víctima de la historia, más bien, señala que las intrigas, las transgresiones y rebeliones, los pecados e injusticias de sus enemigos, atentan contra el mismo Dios.
Por ello su confianza reposa sobre el juicio divino. Dios hará justicia y castigará al penitente infiel, echará fuera a los transgresores rebeldes, no porque se alzaron contra David; sino porque tuvieron en poco el gobierno y los principios divinos.
Versos 11 y 12.
Pero el desenlace de la historia es muy distinto para los santos de Dios. Los que confían en Jehová pueden alegrarse, alzar sus voces en sonido de júbilo para siempre, regocijarse y reposar tranquilos, porque el Señor Jehová es su defensor.
“Tú, Jehová, bendecirás al justo; como un escudo lo rodearás de tu favor” (v. 12). Esa es la promesa fiel. Los impíos están alineados en el bando equivocado, en el bando de la rebelión. De aquel lado la única expectativa es rechazo y muerte. Mas de este lado la promesa es bendición, defensa y gozo.
Por supuesto, todo esto el salmista lo está contemplando desde el altar de la oración. Pero teniendo claro desde el principio el desenlace de la historia, puede decirle a Dios “de mañana me presentaré delante de ti y esperaré” (v. 3).
Las cartas han sido colocadas sobre la mesa. Los destinos ya están decididos. La causa del salmista cuenta con el favor del eterno. Solo le corresponde esperar. Esperar la respuesta del Rey.
Hachi esperó 10 años. Nosotros, ¿Cuánto podemos esperar?
Si quieres más recursos del Salmo 5 puedes entrar aquí.