Entró por la puerta del gran salón con sus ojos fijos en aquel que estaba sentado en medio de la sala. Su rostro indescifrable escondía la mezcla de sentimientos que tenía por dentro. Tristeza, incomodidad, pena, compasión y un poco de ira, todo causado por el mensaje que se le había encomendado comunicar.

¿Cómo podría decirlo? Parecía que las palabras no podrían salir de sus labios, ¡amaba a aquel hombre! Lo respetaba como un fiel siervo de Dios. Le había visto crecer en la gracia, y madurar en sabiduría e inteligencia. Pero ahora se había equivocado. De hecho, había metido la pasta hasta el fondo. Se había embarrado. Y Dios lo quería mucho como para dejarlo perdido en su pecado.

Dios no iba a enviar su mensaje directamente. Enviaría a alguien. ¿Y adivina qué? Lo escogió a él.

Ahora estaba allí, de pie, quizás entre la vida y la muerte. Después de todo, el rey ya había asesinado a alguien. ¿Quién le aseguraba que no haría lo mismo esta vez?

Pensó que si cambiaba un poco su discurso quizás tendía un resultado más favorable. Y a la vez lograría su objetivo.

Su excelencia, he sabido de una injusticia que ha sido cometida en tu reino, y acudo a ti para que puedas juzgar este asunto. Se trata de dos hombres, uno rico y otro pobre. El rico, como podrás imaginarte, disponía de un gran rebaño de ovejas, vacas, caballos, y otros. Mas el pobre tenía una sola ovejita, a la que quería con toda su alma. Casi era como uno de sus hijos.”

Ya sabes bien como termina la historia. Y si no, puedes leerla en 2 Samuel 12. El escenario planteado por Natán a David, despertó la indignación del rey, y él mismo pronunció la sentencia: ¡Ese hombre pagará 4 veces lo que hizo!

“Bien, oh rey, ‒respondió Natán‒ ese hombre eres tú”.

David quedó desarmado.

Natán continuó. Y en sus palabras, vemos a un Dios dolido por el pecado de David. «Yo te bendije, te saqué de un rebaño de ovejas, te puse como rey de mi pueblo, te he prosperado y sostenido durante todos estos años, y te prometí muchísimo más. ¿Ahora me vas a salir con esto?

¿Qué podía responder a eso David? Menos mal que se limitó a reconocer: “pequé contra Jehová”.

Lo interesante de esto es que Dios no se presenta a David como Juez; se presenta como la parte afectada, la persona ofendida y agravada.

Esta escena arroja mucha luz sobre el Salmo 50.

¿Cómo entender el Salmo 50?

El Salmo 50 es como uno de esos capítulos o versículos de la Biblia que viven a la sombra de otros mucho más conocidos. En el mismo grupo está el salmo 22, el 90, el 118, y quizás uno que otro más.

Aunque el salmo 51 suele ser el más estudiado, comentado, y mencionado por los feligreses, puede ser sorprendente para el lector enterarse de que estos dos salmos contiguos poseen una estrecha vinculación temática.

Lo llamativo de esto es que según la información de los sobreescritos de ambos salmos, el primero pertenece a Asaf (primer salmo del libro cuya autoría corresponde a Asaf, luego 73-83), mientras que el segundo es una emblemática composición de David.

Asaf es un personaje del Antiguo Testamento mencionado en textos como 1 Crónicas 6:39, 15:16, 16:5, 25:1, 2 Crónicas 5:12, 29:30, Esdras 2:40, Nehemías 12:46.

Sin embargo, a partir del período post-exílico desaparece el personaje individual, y surge en escena un grupo denominado “los hijos de Asaf”. Todo indica que este fue una especie de agrupación o academia musical que dio continuidad al legado de su fundador, Asaf.

Acerca del Salmo 50 no tenemos la seguridad de si el autor fue Asaf, o la mención de su nombre es una fórmula acortada para hablar de los “hijos de Asaf”. Algunos opinan que fue compuesto por Asaf mismo.

El punto es que la semejanza y correlación de estos dos salmos es tan fuerte, que algunos han propuesto teorías para explicar el fenómeno: 1) alguno de los dos salmos fue compuesto para complementar el otro. 2) Alguno de los dos sufrió retoques editoriales para darle la forma final que hoy tenemos en nuestras Biblias.

Sabemos además que la diferencia de autores no impidió que estos dos salmos fueran colocados uno al lado del otro, haciendo más notoria aun su complementariedad.

Para que el lector pueda tener una idea, he aquí algunos de los versículos del Salmo 51 con más vínculos lingüísticos:

Salmo 51:5 – Salmos 50:8, 11

51:6 – 50:6, 7, 19, 21

51:13 – 50:9, 17

51:16 – 50: 6, 13, 19, 22

Y al menos 6 versículos más tienen paralelos lingüísticos con el Salmo 50.

Ahora bien, ¿cuál es la relación entre estos? El tema del Salmo 50 es una teofanía divina, donde el Señor acude a presentar una querella a sus siervos. Algunos estudiosos han observado que la querella sigue un patrón jurídico propio de los tiempos de Israel (podríamos hablar de esto como el “género”). Y cuyos elementos están presentes en relatos como:

1 Samuel 24 (querella entre David y Saúl)

1 Samuel 12 (Samuel actúa como mediador entre Dios e Israel)

2 Samuel 12 (Querella entre Dios y David)

Josué 7 (algunos elementos presentes en la querella de Dios y Acán)

Números 12 (Querella Dios y Aarón/María)

Esdras 9-10, Nehemías 9 y Daniel 9 (ejemplos de “confesión” dentro del proceso)

Esta clase de querella judicial se conoce generalmente con la palabra hebrea rib, e implica un conflicto entre dos partes que están ligadas “por una relación jurídica positiva (pacto, convenio) o natural (derechos naturales)” [Shockel, 703].

Para efectuarse el proceso judicial tienen que presentarse la parte ofendida y el acusado, deben existir testigos notariales que puedan corroborar o negar los hechos, y a veces también figura la persona del mediador.

El propósito de este proceso es obtener una reconciliación, que puede ser mediada por el pago completo de una pena, una compensación acordada, o el perdón.

En un proceso debidamente reunido, la parte acusadora presenta los cargos (ya sea que estén basadas en puntos específicos del convenio o pacto acordado entre ambos, o con los derechos de su persona o familia), y el acusado confiesa o se defiende. Finalmente, si el acusado confiesa, la parte ofendida decide bajo qué condiciones (si es que hay alguna) otorgar el perdón.

Este es exactamente el esquema que encontramos en los salmos 50-51 y constituyen una unidad litúrgica:

Teofanía, Dios presenta los cargos, acusa al pueblo de haber quebrantado el pacto, y ofrece reconciliación. David responde confesando su pecado. Reconoce que los sacrificios no sirven como compensación, apela a la misericordia divina, y promete sacrificios de alabanza.

El perdón no figura en los Salmos, pero sí en 2 Samuel 12, aunque acompañado por una pena.

De esa manera el esquema del Salmo 50 se organiza así:

Teofanía divina y convocación (50:1-6)

Primer discurso: reprensión sobre la futilidad de los sacrificios (vv. 7-15)

Segundo discurso: reprensión por la injusticia y la hipocresía religiosa (vv. 16- 21)

Invitación a la reconciliación (vv. 22-23)

¿Qué papel juegan los sacrificios dentro de la querella? Es posible que Israel estuviese considerando los sacrificios como la “compensación” que podía ofrecer a Dios por sus faltas; por ello Dios comienza su acusación poniendo en claro que sus sacrificios no son ‒ni serán‒ capaces de solucionar el problema.

Explicación del texto

Versos 1 y 2

Desde su inicio, el Salmo procura transmitir la solemnidad de lo que viene a continuación. Y para ello utiliza un título divino muy poco común en la escritura: “El Dios de los dioses, Jehová, ha hablado”. Solamente Josué 22:22 la repite, y por partida doble.

De inmediato este título invoca en la mente del lector tanto la supremacía divina como su propia identidad como Dios del pacto; tema clave para el resto del Salmo.

Este Jehová, Dios de dioses, habla y convoca a la tierra. Y el llamamiento es universal: desde el oriente hasta el occidente. Todos los pueblos son llamados a acudir como testigos de la querella que Dios planteará a su pueblo desobediente.

Los testigos son invitados a ratificar la fidelidad de Dios a su parte del convenio, hacer constar toda palabra, y a la vez servir como testigos de las fallas en las que el pueblo del pacto ha incurrido.

La importancia de la ocasión queda establecida por la magnitud de la convocatoria que Dios hace. Por cierto que todos los habitantes de Israel están incluidos en el llamado.

El verso 2 destaca el lugar desde donde Dios convoca, y donde juzga. Sión, por supuesto, la morada de su presencia (Isaías 12:6). El sitio que eligió para sí (Salmos 135:4). El Salmo 48 ya nos preparó de antemano para que en este verso se hable de Sión como “perfección de hermosura”.

La elección divina convertía esta ciudad, a los ojos de sus habitantes, en el mismísimo “gozo de toda la tierra” (Salmos 48:2). Y ciertamente Sión habría materializado esta imagen si hubiese sido fiel en su devoción a Jehová.

Sin embargo, en Lamentaciones 2:15 vemos cómo este orgullo nacional por momentos pudo volverse en contra de Israel.

Desde aquí, dice el Salmo, Dios ha “resplandecido”. Este es lenguaje de teofanía (Deuteronomio 33:2, Habacuc 3:3-4). Dios resplandece cuando juzga (Salmos 94:1). De hecho, Dios resplandecerá cuando venga por segunda vez (2 Tesalonicenses 1:8).

Por lo tanto, la frase advierte el proceso judicial que está por comenzar.

Versos 3 al 6

Después de colocar las bases del escenario, el salmista ‒quien actúa como representante de Dios‒ describe con amplia gama de sonidos e imágenes visuales la aparición del Señor.

Dice el salmista “vendrá el Señor y no callará”. Son evidentes los paralelismos que esta teofanía tiene con la teofanía fundacional: la entrega de la ley en el Sinaí. Ambas se dan en una montaña, el resplandor (Éxodo 24:10), la convocación (Éxodo 19:4), el pacto y sacrificio (Éxodo 24:5-7), Dios es dueño del mundo (v. 12, Éxodo 19:5), y otras muchas más.

Y la frase “no callará” parece también una alusión al relato del Sinaí. Después de escuchar la voz divina pronunciando el decálogo, el pueblo sintió temor, y pidió a Moisés que mejor Dios no les hablara directamente (Éxodo 20:19).

Pero Dios no va a callar. Expondrá con claridad su testimonio en contra del pueblo.

El fuego y la tempestad también son imágenes del Sinaí (Éxodo 19:16, 18). Dios viene en llama de fuego para consumir, y la tormenta va delante de él. Son conocidas en la Biblia las imágenes de humo, relámpagos y truenos como componentes de la teofanía divina.

En el versículo 4 se convoca a los dos testigos cósmicos y principales ‒cielos y tierra‒; aquellos que también fueron llamados en Deuteronomio 4:26 y 30:19 para ser testigos de las decisiones de Israel, para vida o muerte.

De allí en más los cielos y la tierra aparecen en la Biblia como los testigos por excelencia del pacto de Dios con su pueblo (Isaías 1:2).

En el verso 5 ya se deja oír la voz de Dios. Ordena que sean juntados sus “santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio”. Aquí “santos” no es una condición moral. No es el cumplimiento del pacto, sino el compromiso mismo. Los santos convocados son aquellos que han formalizado su pacto con Dios a través del sacrificio, y se deben a sus estatutos y condiciones.

En el verso 6 se advierte por adelantado que los cielos atestiguan y confirman la inocencia de una de las partes: Dios.

Recordemos que el procedimiento aquí expuesto es un conflicto entre partes. Aunque el texto mencione que Dios es el juez, no se trata de una escena donde Dios se sienta como juez a juzgar a su pueblo.

Dios “testifica” contra su pueblo (v. 7). Más que un juez, es un Dios ofendido que acude para contender con sus santos, y procurar una solución, una reconciliación.

El primer paso en un conflicto como este, sería ratificar que Dios mismo es inocente, es decir, ha permanecido fiel a las condiciones del pacto. Por esta razón, en el verso 6 los cielos atestiguan la inocencia divina; y su derecho a acusar y exigir a su pueblo una enmienda.

Versos 7 al 11

Dios inicia su discurso con un breve exordio, el verso 7. En este apela al pacto con la conocida fórmula “Yo soy tu Dios”, y “Tú eres mi pueblo”. En Éxodo 19.5-6 Dios dice a Israel que si escuchan y aceptan el pacto, ellos serán su pueblo especial.

En Deuteronomio 26:17-18 Moisés dijo “Has declarado solemnemente hoy que Jehová es tu Dios… Y Jehová ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión”. Este es el pacto: Dios es Dios de Israel, e Israel es pueblo de Dios. Como un matrimonio, donde cada una de las partes se compromete en amor y lealtad a la otra.

Pero este pacto es el que ha sido quebrantado, y por esa razón Dios dice: “Escucha, Israel, y testificaré contra ti”.

Entonces, ¿Cuáles son los cargos? ¿En qué ha fallado Israel?

Desde los versos 8 al 13 Dios expone una problemática que aparece en otros lugares de la escritura, como Isaías 1:10-20; 58; Amós 5:18-36, Miqueas 6:6-9. En cada uno de estos lugares Dios reprocha a su pueblo el ritualismo hipócrita que practica.

En el verso 8 Dios dice algo así como: la verdad es que no puedo acusarte por tu gran fidelidad en la presentación de esos sacrificios y holocaustos que me traes (¿sí se nota la ironía?).

El asunto no es que Israel haya fallado en sus ceremonias. Ni que haya olvidado algunos de los rituales establecidos en la ley mosaica. Ese no es el problema que inquieta a Dios, o le ofende. Él dice “No te reprenderé por esto”. No contenderé contigo porque lo hagas.

Pero sí me gustaría aclararte algo ‒continúa Dios‒, solamente por si se te ha olvidado. Yo no necesito quitarte tus becerros o machos cabríos, recuerda que ¡mías son todas las criaturas! Tanto las del bosque, como las de los collados, las aves, y todas las bestias del campo. Las domésticas y salvajes, todas son mías.

¿Entiendes la recriminación implícita? Los israelitas podían llegar a pensar que le estaban haciendo un favor a Dios con sus sacrificios. Podían creer que Dios los necesitaba, y perder de vista por completo lo que esos sacrificios significaban. Practicarlos sin ningún sentido.

Versos 12 al 15

Por eso Dios añade que si él tuviese hambre, no tendría que armarse de un sistema de sacrificios para que el hombre lo alimente. ¡NO! De ninguna manera. “Si yo tuviese hambre no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud” (v. 12).

Quisiera que notes la relación tan estrecha entre esta sección y el Salmo 51:16-17. A Israel le costó entender esta verdad. Pensaban que en sus rituales y sacrificios estaban sus méritos delante de Dios, “ganaban puntos”. Pero nada más lejos de la realidad.

Nadie podría “compensar” a Dios sus faltas con sacrificios. Lo que Dios pide es “sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia; te libraré y tú me honrarás”.

La relación de Dios con su pueblo demanda mucho más que la carne y la sangre de animales. Esas eran solamente ilustraciones de cosas mucho mayores que ellos aún no se imaginaban. Dios quiere una alabanza sincera, desea que el pueblo sea fiel y cumpla. Que lo que diga, lo haga. Desea que confíen en él, que le invoquen y le honren.

Comparados con ello, ¡los sacrificios son como darle 5$ a tu padre millonario! Cuando él solo quiere tu amor, gratitud y atención.

La oración, la alabanza, la obediencia agradecida, esa es la verdadera religión. Irónicamente algunos cristianos hoy también están abocándose más a “sacrificios”, que a lo que Dios pide realmente.

Así que Dios no recrimina al pueblo su fidelidad para cumplir con sacrificios y holocaustos; le reprende por lo que está dejando de hacer. Le amonesta contra su olvido de la verdadera religión, la verdadera piedad.

Versos 16 al 18

Dudo que el verso 16 implique un abrupto cambio de sujeto. Quizás no todo el pueblo forme parte de este grupo, pero creo que la amonestación principal, y que verdaderamente hace urgente la contienda, es la que sigue. Por ello considero que el “malo” se refiere de igual manera al pueblo de Dios.

Esta sección se aboca a la injusticia reinante. El desprecio de los mandamientos. La hipocresía religiosa que, aunada al fiel cumplimiento de los sacrificios, hacen de la religión de Israel algo sin duda despreciable.

En los versos 16 al 18 Dios recrimina al pueblo su aparente conocimiento de las leyes de Dios, quizás su repetición rutinaria de los mandamientos y las oraciones, cuando su desobediencia es abierta e inescrupulosa.

“¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes?”. O como traduce la NTV: “¿Para qué se molestan en recitar mis decretos y fingir que obedecen mi pacto?”.

Creo que no puede haber algo más aborrecible para Dios que esto. Fingir que se obedece, cumplir en parte, y luego salir a pisotear la corrección divina, y echar la palabra de Dios a la espalda.

En lugar de obedecer el mandato de Dios en Deuteronomio 6:6-9, y tener su palabra en la memoria, la boca, la muñeca, la frente; estos hombres van y la echan con indiferencia a sus espaldas.

Ver al ladrón y correr con él. Sentarse con los adúlteros. Reír con los burlones. Transgredir los mandamientos y complacerse con los que los practican. Lo contrario al consejo de Efesios 5:7, 11-13.

Estos hombres conocían la ley de Dios, cumplían fielmente con los rituales, pero hacían todo lo contrario a lo que Dios pedía. “Tú pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?” (Romanos 2:21).

Versos 19 al 21

Los versos 19 y 20 añaden otros males. La boca llena de maldad, sentarse con los ociosos a levantar calumnias. Criticar, engañar, mentir. Qué lástima que para algunos la religión sea solamente eso; un engaño, una falacia.

Por eso en el verso 21 Dios dice a este pueblo que ya no callará más. ¡Ni se le ocurra pensar que se complace con esas gracias! Ha llegado el momento de llamar al pecado por su nombre y colocarlo delante de su propia cara.

Por eso David dice “mi pecado está siempre delante de mí” (Salmos 51:3).

Dios te ama, sí. Y porque te ama no te dejará seguir perdido en el pecado sin reprenderte. De ninguna manera pienses que tienes a Dios de la barba. Puedes estar muy equivocado.

Versos 22 y 23

El Salmo termina con una advertencia y una apelación. Si desatienden la voz divina, y se niegan a confesar su pecado, Dios tendrá que aplicar sentencia de otra manera. Mucho más fuerte, por supuesto.

Pero “al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios”.

Hay esperanza para el pecador. Siempre hay esperanza. Dios es amplio en misericordia. Contiende, es cierto, pero lo hace para redimir; para reconciliar y perdonar.

Por eso te invito a leer cómo respondió David a la querella divina. ¿Se empeñaría en su inocencia? ¿O confesaría su pecado?

Averígualo en el Salmo 51.

Encuentra aquí más recursos del salmo 50.

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