Isaac Newton (1642-1727) es considerado el científico más grande de todos los tiempos. En 1684 publicó el primer gran libro de la física: “Principios matemáticos de filosofía natural”, partiendo de los estudios de Galielo y Descartes.

En la primera parte de la obra él elabora lo que se conoce como las 3 leyes de la dinámica, que rigen la interacción de las fuerzas y sus efectos tanto en los cuerpos celestes como en la vida terrestre.

La primera establece la ley de la inercia. Esta consiste en que todo cuerpo que se encuentre ya sea en estado de reposo o movimiento, continuará en ese estado a menos que una fuerza externa actúe sobre él.

La segunda ley señala que la aceleración que experimenta un cuerpo de masa constante es proporcional a la fuerza que recibe.

La tercera ley contempla el principio de acción y reacción. Se define diciendo que toda fuerza es ejercida en pares, es decir, que cada vez que se aplica una fuerza externa sobre un objeto, este replica con la aplicación de la misma fuerza, pero en la dirección contraria. De tal manera que toda fuerza tiene su opuesta de igual magnitud.

Por ejemplo, al jugar una partida de metras (o canicas) el jugador envía la metra 1 a X velocidad, y esta impacta con la metra 2. En el impacto la metra 1 ejerce una fuerza X sobre la metra 2 impulsándole a dejar su estado de reposo y moverse en la misma dirección; y a la vez la metra 2 ejerce la misma fuerza X sobre la meta 1, obligándole a quedar en estado de reposo. [www.fisicalab.com/amp/apartado/principio-accion-reaccion]

Aplicaciones de esta ley también se pueden ver en la interacción entre los seres humanos y el medio. Toda acción que un hombre realiza, ha de tener una reacción. Y toda decisión, una consecuencia.

El mensaje bíblico hace hincapié en este asunto.

Entendiendo el Salmo 52

Una de las cosas más llamativas del Salmo 52 es su sobreescrito. Este enmarca al Salmo en una ocasión específica, e identifica a los personajes principales por nombre.

El autor es David fugitivo, y escribe el Salmo cuando se entera que Doeg edomita, líder de los pastores de Saúl, le ha informado al rey que David estuvo en casa de Ahimelec, sacerdote de Jehová.

Saúl estaba persiguiendo a David encarnizadamente para matarle. La ayuda de Ahimelec al fugitivo sería considerada por el rey como una traición. Por tanto, Doeg se apresuró a contarle sabiendo que eso les costaría la vida a los sacerdotes de Nob.

Como podía esperarse, Saúl envió a Doeg a practicar un espantoso genocidio. Toda esta historia puedes leerla en 1 Samuel 21:7 al 22:23.

Pero David escribe el Salmo en el instante cuando se entera que Doeg ha llevado su informe al rey Saúl, y esto es evidente por el énfasis del poema: palabras, engaños, lengua, mentira.

El Salmo, sin embargo, es un “masquil” (ver Explicación del Salmo 32). Lo que quiere decir que aunque el salmista tiene en mente a Doeg, no se limita a él.

Más bien, se convierte en una figura típica del malvado arrogante que no ha puesto en Dios su confianza, ha amado el dinero, y ha practicado el engaño. Es una especie de modelo de rebeldía contra Dios, que acaba por destruir a sus semejantes.

Por tanto, el Salmo se convierte en una “instrucción” acerca de las decisiones, y el impacto de la tercera ley de la dinámica en el universo de Dios: si obras el mal, y te olvidas de Dios; al final Dios se olvidará de ti.

El malvado será destruido definitivamente (v. 5). Tal es la reacción última de las acciones de los malvados; representados por este personaje del Salmo.

El otro personaje es el justo, tipificado en la figura del orante, perjudicado por las acciones de los malos. Usualmente aparece como un sufriente.

Pero a diferencia del malvado que es desarraigado por completo, el justo aparece como un olivo verde, próspero y seguro en la casa de Dios (v. 8). En esto el Salmo se asemeja al paradigma del Salmo 1. Tras la sentencia divina el malo es destruido para siempre, mientras la vida del justo se prorroga por las edades.

Entonces, ¿de qué trata el Salmo? El último verso del Salmo nos coloca en el contexto de una plegaria. David está orando al Señor, quizás planteándole su preocupación por el caso, y en su meditación aparece el malvado, a quien confronta interpelándolo con la pregunta: “¿Por qué te jactas de tus delitos?”.

El verso 1 explica el desenlace de los eventos: aunque te jactes de tus maldades, te recordaré que el Dios que está allá arriba pondrá a cada quien en el lugar que le corresponde.

Es como un interrogatorio donde el malvado está en el centro de la sala, y David le acusa, proporcionando respuestas a preguntas tácitas del caso. Schokel menciona algunas de ellas: “¿Cuáles son sus amores o preferencias? ¿En qué se gloría? ¿Qué medios emplea? ¿Cuál es su conducta en pensamientos, palabras y acciones? ¿Cuál es su destino?” [728].

David define las acciones y reacciones del caso, tanto en lo que compete a los malvados como a los justos. Y culmina su meditación agradeciendo a Dios y declarando que a pesar de la injusticia, seguirá confiando en su misericordia.

Concerniente a la estructura del texto, en los primeros 5 versículos David confronta “proféticamente” las acciones del malvado con el futuro que le espera. Los versos 6 y 7 describen la respuesta de los justos. Y en los versos 8 y 9 la respuesta de David.

Explicación del texto

Verso 1

Pocas cosas suelen despertar más rápidamente un vivo y ardiente deseo de justicia que ver a un tipo malo, que ha hecho un agravio, se jacta de su “éxito”, y además se envalentona en su mal proceder, maquinando cuál será su siguiente víctima.

Oye, ¡cuánta indignación! Provocaría darle una “paliza santa”, ¿no crees? Vaya que sí, pero a eso no nos envió Jesús.

David está orando a su Dios. Y en su plegaria viene a su mente una escena semejante a ésta. Aquel que ha cometido un hecho vil y despreciable, se le presenta jactándose de sus delitos. David, todavía en su meditación, como en presencia de Dios, confronta con temple al enemigo.

“¿Por qué te jactas de maldad, oh poderoso?”. Con esta pregunta el salmista le invita a buscar una razón lógica que justifique su jactancia (ver 1 Reyes 20:11). Dime, ¿estás seguro que quedarás impune? ¿Crees que te saldrás con la tuya para siempre?

David le llama “poderoso” (heb. gibor), un término hebreo que comúnmente tiene una de dos connotaciones: una amplia, y otra militar. Es más probable que el uso aquí sea militar, y cargado de ironía, semejante a Isaías 5:22.

La última frase del verso 1 es compleja. Casi todas las versiones la traducen de forma similar a la Reina Valera 1960: “La misericordia de Dios es continua”.

Sin embargo, la Reina Valera Actualizada 2015, cambia hésed (misericordia) por hasid (Piadoso), recordemos que el hebreo más antiguo no tenía vocales, y lo que queda es semejante a esto: “¿Por qué te jactas, oh poderoso, de la maldad contra el piadoso? Todo el día”.

Podría ser una solución. Pero propongo una interpretación de la frase tal como se traduce en la mayoría de las versiones: el salmista le recuerda al “poderoso” fraudulento que la misericordia fiel de Dios por su pueblo del pacto es constante y permanente; y aunque por ahora pueda jactarse imprudentemente, el Señor se ha de manifestar a su tiempo.

Es esta interpretación la que se infiere de la NTV cuando traduce hésed por “justicia”. Y es que la lealtad de Dios se traduce tanto en misericordia a sus hijos, como en justicia para sus enemigos. Y ambos conceptos los tiene en mente el salmista cuando advierte al poderoso fraudulento que su jactancia es necedad.

Versos 2 al 4

Ya tenemos respuestas a, al menos, dos preguntas. ¿Quién es? Un hombre que se cree valiente por sus infamias (chismes, como veremos). ¿Y qué hace? Se jacta por ellas.

Los versos 2 al 4 continuarán brindándonos algunas informaciones adicionales. Con un énfasis especial en el uso que aquel hombre da a sus palabras.

David dice que este supuesto poderoso maquina agravios con su lengua (v. 2, 38:12, Proverbios 17:4). Y sabemos que el informe malicioso de Doeg trajo muerte a los sacerdotes de Nob (1 Samuel 22:9, 10, 18). También hemos visto aparecer con frecuencia en los Salmos el tema de las palabras y la condenación asociada a ellas (ver Salmo 12, por ejemplo).

Doeg es un ejemplo de lo que muchos han hecho antes y después de él. Con mentiras, engaño, y lisonjas, han ocasionado grandes problemas. Y, muchas veces, manchado la tierra de sangre.

El texto también responde a la pregunta ¿Cómo lo hace?: “Como navaja afilada” (v. 2). Así como un arma afilada corta sin mayor problema, el hombre “poderoso” engaña y miente, desgarrando y cortando a su paso. Es un instrumento hábil para hacer lo que desea, causando problemas y dolor.

¿Qué ama? Definitivamente ama el mal, mucho más que el bien. Y ama la mentira, más que la verdad. He aquí el problema principal de este hombre. No son sus chismes ni la jactancia; sino lo que hay detrás de ello.

Nos trasladamos a la esfera de los principios, los deseos, la visión del mundo. Y en lo más íntimo de su ser, este hombre prefiere lo malo antes de lo bueno. No le importa la verdad, pues la mentira es el instrumento que más se acomoda a sus necesidades.

El hombre que hace lo malo más temprano que tarde se ve obligado a invertir su escala de valores. Llegando a amar más lo malo que lo bueno.

Y su objeto especial de afecto son “las palabras perniciosas”, que devoran, corroen (heb.). “Te encanta destruir a la gente con tus palabras, ¡mentiroso!” (v. 4 NTV).

Verso 5

El verso 5 comienza con la partícula adversativa gam (“sin embargo”, “pero”). Su jactancia, mentiras y engaños le pasarán factura al “poderoso”.

Se usan 4 verbos para describir la sentencia total y definitiva que Dios pronunciará contra él, en respuesta a la pregunta ¿Y qué hará Dios?

“Por tanto, Dios te destruirá para siempre; te asolará y te arrancará de tu morada, y te desarraigará de la tierra de los vivientes”. Te asolará, te arrancará y te desarraigará. ¡Hasta que no quede nada, ni rastro!

Ese es el triste final que aguarda a los hombres como él. La misericordia de Dios es constante, sí, y su misericordia implica justicia. Misericordia para el arrepentido piadoso, y justicia para el malvado envalentonado.

Que no se engañe el transgresor de la ley de Dios pensando que Dios practicará el indulto generalizado. Suficiente ha advertido a través de su palabra que la paciencia tiene un límite.

Y los jactanciosos solo atesoran para sí ira “para el día de la ira” (Romanos 2:5).

El hombre malo es arrancado y desarraigado como se hace con un árbol enfermo, que no da buen fruto. Esta situación está en agudo contraste con la figura del justo, representada por un árbol frondoso en la casa de Dios (v. 8).

Versos 6 y 7

En los versos 6 y 7 se describe la respuesta de los justos a la sentencia de Dios sobre el malvado poderoso, y en su persona la de todos los impíos, mentirosos y hacedores de maldad de todas las edades.

El texto dice que “los justos lo verán y se asombrarán; se reirán”. A los justos que antes habían sufrido los agravios, los engaños y mentiras de aquellos hombres impíos, irreverentes y envalentonados, ahora les toca reír.

El Salmo 37:34 dice que los justos verán el fin de los malvados; y la misma risa de Dios en el Salmo 2:4 es replicada ahora por su pueblo, quien se ríe del fracaso de aquellos que tanto se habían jactado de sus males.

Hay sentencias que conmueven o enternecen. Pero también hay sentencias que satisfacen. Y no depende tanto de lo malo que el hombre hace, sino de la actitud con que lo asume. Como comencé diciendo, creo que no hay nada más irritable que aquel que hace lo malo y se jacta por ello.

También los justos dirán en aquel día: “Miren lo que les pasa a los guerreros poderosos que no ponen su confianza en Dios, sino que confían en sus riquezas y se vuelve más y más atrevidos en su maldad” (v. 7 NTV).

Así se responde la última pregunta: ¿Dónde puso su confianza? Definitivamente la puso en el lugar equivocado. Construyó su casa sobre la arena. Se olvidó de Dios, no hizo girar su vida sobre el eje divino, sino sobre el eje de las posesiones, las riquezas, los bienes de este mundo.

La consecuencia de esto es descender más y más en la escalera de la maldad; pues las cosas de este mundo en lugar de ennoblecer, degradan. Y como dice el texto, eso es lo que le sucederá a los hombres que eligen este proceder.

¿Moraleja? La mejor decisión es elegir a Jehová por fortaleza. Hacer de él el norte al cual apunte nuestra vida, y la roca sobre la cual descanse.

Eso es, de hecho, lo que hizo el rey David.

Versos 8 y 9

Mientras el malvado será destruido y arrancado, David vuelve a la paz cuando se afirma en la elección que él, por el contrario, ha hecho. Dice a Dios: “Yo estoy como olivo verde en la casa de Dios. En la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre”.

En lugar de poner su confianza en las cosas de este mundo, David las puso en la mano invisible pero poderosa del Eterno. De esa manera, en lugar de ser destruido, él está y estará seguro, plantado, sobrio en la casa de Dios.

Se representa como un olivo verde, que a diferencia del árbol seco (v. 5), es próspero y da fruto (Salmos 92:12-14). Por lo tanto, permanece para siempre. David declara con temeridad que Jehová y su misericordia (alusión al verso 1) han sido y serán su confianza eterna.

Esa misma misericordia que juzga y termina con el impío, es la que protege y sustenta al justo.

En el verso 9 el salmista culmina su meditación reposando nuevamente en la tranquilidad que la misericordia de Dios le imparte. La escena se desvanece y quedan él y Dios solos. Ha desaparecido el impío, y también el grupo de santos.

Entonces David dice: “te alabaré porque lo has hecho así, y esperaré en tu nombre porque es bueno”.

Agradece a Dios por asegurarle que la traición de Doeg será juzgada, y la misericordia divina le asegura su bienestar presente y futuro. Reitera su confianza (Salmos 25.3, 27:14), y promete dar testimonio delante de los “santos”.

Amigos, prestemos atención al llamado de la misericordia divina. “¡Que dejen los impíos su camino, y los malvados sus malos pensamientos! ¡Que se vuelvan al Señor, nuestro Dios, y él tendrá misericordia de ellos, pues él sabe perdonar con generosidad” (Isaías 55:7).

Aquí puedes encontrar más recursos del salmo 52.

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