Esa mañana Eliub se había levantado muy temprano, nervioso y con malestar estomacal por las ansiosas expectativas. Desde pequeño sus padres habían procurado formarle en el canto y enseñarle a tocar algún instrumento musical, con la idea de que en algún momento pudiese participar de la adoración en el templo.
¡Ahora había llegado su oportunidad! Recientemente, un «cazatalentos» de la división real encargada de la liturgia musical pasó por la ciudad reclutando cantores e instrumentistas. Multitud de personas acudieron a la gesta y, por supuesto, entre ellos Eliub. Se presentó a las audiciones y quedó seleccionado para formar parte del grupo de los trompeteros.
Pero, ¿por qué todo esto? ¿Cuál era la idea? La noticia había llegado a la comarca semanas antes: El rey David estaba organizando una procesión espléndida para trasladar el arca de su estancia en casa de Abinadab, a un nuevo reciento especialmente destinado para ella en Jerusalén, la capital del reino.
La corona no estaba escatimando nada para esta gran celebración. Se había provisto comida, un carro nuevo, sacrificios, lujo y belleza, vestiduras de gala, y la música no podía faltar. Varios coros de cantores tomarían participación, y junto a ellos, los instrumentistas.
Sin embargo, tres meses antes las cosas habían salido terriblemente mal, cuando Uza cayó muerto. Ahora el rey había vuelto a convocar al pueblo tras saber que Jehová había bendecido la casa de Obed-edom (donde se colocó el arca provisionalmente); y se fijó el día para reanudar la empresa.
Ese día había llegado. Eliub salió de su casa con su trompeta y se unió a las decenas de miles de personas que se habían congregado para la procesión. Tras caminar gran parte del trayecto disfrutando de la música, la alabanza, el regocijo y las danzas, llegó el instante más esperado.
La procesión se acercaba a las puertas de Jerusalén, y Eliub sabía que el repertorio indicaba que proseguía la pieza que a él más le fascinaba. La había ensañado con esmero, y sus pelos se ponían de punta con sólo imaginar el momento cuando retumbase en toda la asamblea.
Entonces, como a la llegada de una procesión real a su capital, la multitud entonó con centellante arrobamiento y gozo solicitando la apertura de los muros de Jerusalén:
“¡Alzad, puertas, vuestras cabezas! ¡Alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el rey de gloria!”
A lo que un pequeño grupo preguntaba: “¿Quién es este rey de gloria?”
Y la multitud, entonces, con mucha fuerza contestaba: “¡Jehová el fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla!”
Finalmente, después de los seguidos intercambios antifonales y la reiterada pregunta “¿Quién es este rey de gloria?”, los cantores respiraron hondamente, los instrumentistas procuraron producir el mejor sonido posible, y todo el pueblo se unió en una majestuosa contestación final:
“¡Es Jehová de los ejércitos! ¡Él es el Rey de gloria!”
Los trompeteros sonaron su estridente nota final, las puertas fueron abiertas, el arca fue situada en la tienda, y Eliub sintió que toda la preparación había valido la pena.
Como podrás notar, los versos de esta composición musical, son una cita del Salmo 24:7-10.
Salmo 24
A pesar que las propuestas para el origen de este salmo son múltiples, contemplando una posible fiesta de entronización de Yahvé a principios del nuevo año judío, una fiesta fundacional o una ceremonia de renovación de la alianza durante la fiesta de las cabañas, la opinión mayoritaria y más longeva lo enmarca en esta ocasión tan especial.
La escena parece cuadrar por completo. No es en absoluto descabellado pensar que David, amante de la música, haya compuesto él mismo o haya promovido la composición de cantos especiales para este evento tan importante para él y la nación.
La progresión en la utilización del nombre de “Jehová” (1 vez en vv. 1-2, 2 veces en 3-6, y 3 veces en 7-10) cobra más sentido cuando visualizamos este salmo siendo cantado en una procesión; lo que también explica las aparentes diferencias temáticas entre las 3 estrofas.
Finalmente, el énfasis en “Jehová de los ejércitos”, Jehová como poderoso y fuerte en batalla, es paralelo a la doble mención estratégica de este mismo título en 2 Samuel 6:2, 18.
Por tanto, afirmamos con seguridad que al menos la última sección de este salmo fue compuesta con ocasión del relato de 2 Samuel 6. Pero es casi seguro que el salmo es una unidad; la progresión del uso de “Jehová” en cada sección atestigua esto, y el uso procesional proporciona el trasfondo necesario para comprender las variaciones temáticas, que dicho sea de paso, avanzan hacia un clímax.
En la primera estrofa los adoradores meditaban en el reinado universal de Dios como creador (vv. 1-2), cabe esperar que estos versos fuesen entonados mientras el pueblo todavía peregrinaba lejos de Jerusalén.
La segunda, ya más cerca de la capital, presenta a los adoradores las condiciones requeridas para poder acudir al monte santo del Rey (vv. 3-6), y traslada el aspecto universal del reinado de Dios a la presencia local.
Y la tercera, justo frente a las puertas de la ciudad (y en el futuro quizás cantada frente al recinto del templo), aclama al Rey en su imponente entrada; visible, con el arca, e invisible, en cada servicio religioso.
Su escatología
Más allá de presentar los requisitos cultuales para ingresar al templo de Dios terrenal ‒lo que se ha llamado «Liturgia de admisión», y está presente en forma completa en el Salmo 15 y en forma resumida aquí‒, cada una de estas características prefiguran, escatológicamente, el carácter de los que morarán finalmente y por la eternidad en el monte de Dios (Apocalipsis 14:1-5).
Por otro lado, este salmo tiene un aspecto escatológico mesiánico que ya hemos venido comentando en el estudio de los salmos 22 y 23.
Juntos, los tres conforman una tríada que se enfoca en algún aspecto de la obra del Mesías. El salmo 22 retrata los sufrimientos de Jesús, el salmo 23 describe cómo el cordero de Dios finalmente atravesó el valle de sombra de muerte confiado en su pastor, y el salmo 24 apunta a la entronización de Cristo como Rey posterior a su ascensión.
Explicación del texto
De Jehová. El texto comienza por establecer la autoridad y la propiedad de Dios sobre el mundo entero y lo hace de la forma más categórica posible. “De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan”. Ambos versos se encuentran en paralelismo sinónimo, lo que quiere decir que transmiten la misma idea con palabras distintas.
“Tierra” y “mundo” son paralelos, al igual que “plenitud” y “Los que en él habitan”. Lo que el salmista quiere decir aquí es que Dios es el verdadero dueño de todo lo que existe, el mundo y todo cuanto lo habita, a él pertenece. Él es el Rey.
Mira a tu alrededor: la casa en la que vives, las calles, los árboles, los pajarillos, las hormigas, el viento, el cielo, las nubes, todas las posesiones materiales y locaciones naturales son de Dios, ¡tu propia vida, tu cuerpo, son de Dios!
¿Y por qué? “Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos” (v. 2). Dios la afirmó, Dios creó, Dios fundó, sin él el mundo no existiría, pues todo fue creado por él, por medio de él y para él.
Aquí se da por descartada cualquier teoría que pretenda hablar de la materia como “necesitando existir” y originándose a sí misma. Dios es el agente activo de la creación, fue su voluntad y su deseo, fue un plan precisamente calculado. Sin Dios, no hay mundo.
Y la creación, evidentemente, pertenece a su creador. Moisés lo dijo: “de Jehová es la tierra” (Éxodo 9:29, tb. Deuteronomio 10:14), y así mismo Pablo (1 Corintios 10:26, 28).
Como creador y legítimo dueño de la vida y la existencia, Jehová es el Rey universal.
Ahora bien, ¿quién puede acudir delante de la presencia del Rey? No es cualquier cosa esto. Tal y como una corte real se reserva el derecho de admisión, lo mismo sucede con la estada en la presencia del Dios del universo. El Rey requiere ciertas características de sus adoradores.
Y la intención de esto es que fuese también una medida de seguridad, pues la presencia de Dios puede ser una bendición o un peligro. Para el creyente sincero e íntegro es bendición a raudales, pero para el pecado es fuego consumidor.
Así que hay un alto ideal que se propone a todos los que desean subir al monte de Jehová y estar en su lugar santo. La lista completa se puede apreciar en el Salmo 15; sin embargo, aquí se mencionan un par de características:
“El limpio de manos” se refiere a una vida de justicia, como se describe en Salmos 18:20-24. Con las manos obramos, trabajamos, por eso se utilizan como símbolo de las acciones. El que adora a Dios no debe ensuciarse las manos con obras injustas, con deshonestidad o astucia. Una lista como la de Isaías 33:15 nos provee un pequeño vistazo de todo lo que esto abarca.
Dios desea manos limpias de toda maldad, pero de manera especial el siervo de Dios jamás debería cometer injusticias por negligencia o alevosía.
Para poder subir al monte de Dios nuestras manos tienen que ser imagen de la pureza de Cristo, y constantemente estar siendo lavadas por su sangre. Nadie que se presente con sus manos sucias por voluntad propia tendrá parte verdadera en la adoración de Jehová.
Pero el “limpio de manos” es colocado junto con el “puro de corazón” porque no solo se precisa que las acciones sean frutos de justicia, sino también que el sentir y la voluntad del hombre sean puros. Es lo mismo que el “limpio de corazón” que mencionó Jesús en Mateo 5:8. Se puede decir que para Dios las intenciones son más importantes que los hechos.
El corazón del ser humano es más bien engañoso y perverso (Jeremías 17:9), pero la oferta, el regalo que Dios anhelaría obligarnos a aceptar es crear en nosotros un corazón limpio (Salmos 51:10).
Solo Dios puede limpiar el corazón del sucio del pecado, pero a nosotros nos corresponde permitirlo.
“El que no ha elevado su alma a cosas vanas” puede tener dos sentidos. Puedes dar una hojeada a nuestro artículo La vanidad en la Biblia, para verlo más extensamente.
Estas “cosas vanas” pueden referirse, en primer lugar, a las cosas superfluas y transitorias de la vida; que Satanás procura presentar como una necesidad muy grande delante de nuestros ojos. El dinero, la fama, la posición, el aplauso del mundo, el vestido, en fin… todo aquello que por su naturaleza meramente terrenal se alza como un ídolo potencial que orienta al alma en una dirección totalmente equivocada.
Por otro lado, la vanidad se refiere frecuentemente a la idolatría, las costumbres religiosas equivocadas de los pueblos. En última instancia pueden estar implicados los falsos comentarios, los chismes y el perjurio.
El adorador del cual Jehová se agrada fija su mente en las cosas verdaderas y eternas.
“Ni ha jurado con engaño” no requiere mayor explicación. Ojo con lo que decimos y no cumplimos; incluso a sabiendas de que no lo haremos. Estos pequeños detalles acaban por dejar huellas profundas en el carácter.
Los que se acercan al Rey con un espíritu tal, una actitud completamente entregada a él, sin engaños ni simulaciones, entonces recibirán “la bendición de Jehová y justicia del Dios de salvación” (v. 5).
Dos beneficios se derivan del culto que se rinde de esa manera: Bendición, y justicia. No se congregan en vano, sino que son reconfortados y edificados por las bendiciones del cielo, y a la vez Dios continúa impartiendo al creyente que busca la justicia, aunque imperfecta, su justicia plenamente perfecta.
La estrofa retoma y termina diciendo algo parecido a: «esa es la clase de gente que verdaderamente busca tu rostro, Dios de Jacob» (v. 6). Evaluación que se presenta como una confirmación de que los adoradores cumplen con las características requeridas para subir al monte de Jehová.
Entrará el Rey de gloria. Y entonces llega el momento más esperado. Al fin y al cabo, toda liturgia o culto sólo tiene sentido si el Rey de gloria se presenta. Su entrada, su presencia es lo único que no puede faltar, y por ello la oportunidad de recibirle es también la parte más emocionante de todo esto.
Jehová es el Dios y dueño del universo, es el Creador, es el que habita en la santidad, y cuya presencia no debe ser tomada a la ligera. Pero es también un Rey muy personal, que quiere habitar con sus hijos y hacer morada con ellos. Que quiere dar bendición e impartir justicia a todo el que se acerca con el espíritu adecuado.
Ese es el Rey Jesús. Quien fue entronizado por encima de “todo principado y autoridad, poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero. Y sometió todas las cosas debajo de sus pies” (Efesios 1:21-22).
Es el Rey que fue recibido en el Cielo con alabanzas desconocidas para la mente humana, por su triunfo eterno. En su entronización se cantó “El cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (Apocalipsis 5:12).
Él es el Rey que alabamos, dueño del mundo, santo y personal. El mismo que ya plantó su bandera en la Tierra, y pronto vendrá a reclamarla como suya (Daniel 7:14).
Jehová, él es el Rey de gloria. Y a él yo quiero adorar en la pureza de la santidad.
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