Robert Newton Ford es uno de esos hombres que no tenía idea de lo mal que sería recordado por la posteridad. De esos que escribió su nombre en la historia con letras negras, ¡y mate!; Semejante a aquellos cuyas biografías no suelen contemplar muchas cosas positivas.
Nació en Missouri, el 8 de diciembre de 1861. Desde pequeño sentía gran admiración por Jeese James, quien fue un forajido que se unió a la guerrilla sudista de William C. Quantril para pelear en el bando de los confederados durante la Guerra de Secesión; y posterior a ella se unió a una banda que se dedicaba hábilmente a robar y asaltar trenes.
Pero a partir de 1875 su carrera de delincuencia recibió un golpe importante cuando la Agencia de Detectives Pinkerton fue contratada para acabarle. Entonces la banda se fue reduciendo, por muertes y arrestos, hasta que solo quedaron Jeese James y los hermanos Ford (Charlie Ford había llevado a Robert con James en 1880, cumpliendo así su sueño de conocerle y formar parte de su banda).
Jeese consideraba que ahora solo podía confiar en ellos.
Para el año 1882 el gobernador Crittenden estaba ofreciendo una recompensa de 10.000$ por el asesinato de Jeese James; y tuvo oportunidad de reunirse con los hermanos Ford en enero, después del asesinato de Wood Hite, y les prometió los 10.000 y un indulto total si le ayudaban.
Y así fue. El 3 de abril de 1882, estando de espaldas, limpiando un cuadro polvoriento en la sala de su casa, Jeese James fue asesinado por su amigo, Robert Ford, con un disparo en la nuca.
Su lápida, inmortalizada por las palabras de su madre, se lee así: “En memoria de mi hijo amado, asesinado por un traidor y un cobarde cuyo nombre no merece figurar aquí”.
Así quedó grabada en la historia una de las traiciones más emblemáticas de los Estados Unidos.
También en el salmo de hoy figura la dolorosa realidad de la traición, aparte de sus varios otros aspectos calamitosos. Pero la traición de un gran amigo es como la cereza que corona al pastel.
De qué trata el Salmo 41
Ya estamos frente al último Salmo de la primera colección del libro. Hemos recorrido una buena variedad de Salmos hasta ahora, y todavía nos falta camino por andar. Pido a Dios nos siga ayudando en el proceso de estudiar su santa Palabra.
Como podremos notar, cada colección del libro de los Salmos finaliza con una doxología, presente aquí en el verso 13. Es curioso también observar que tanto el primer Salmo de la colección, como el último, ambos se aperturan con una “bienaventuranza” (Salmos 1:1, 41:1).
Y podríamos decir que el Salmo 41 es un tanto irónico. Para comprobarlo, observaremos el desarrollo:
El Salmo comienza con una declaración sapiencial acerca de la recompensa tocante a aquellos que piensan en el bienestar de los pobres y afligidos (v. 1a), y seguidamente explica la forma en que tales personas disfrutarán del favor divino por sus acciones de misericordia (vv. 1b-3).
Pese a eso, la sección que le sigue es una reacción casi opuesta a la que se esperaría. El salmista es presentado como ese pobre afligido, enfermo; y las personas, en lugar de compadecerse de él, le escarmientan. Se acercan a él con hipocresía, y al salir fuera de su casa murmuran contra él (vv. 4-8).
¡Pero ojalá fuera solo eso! Inclusive su mejor amigo, aquel en quien él confiaba plenamente, le traicionó sin escrúpulos uniéndose a sus enemigos (v. 9). Así que nadie, absolutamente nadie, ha actuado conforme al principio enunciado en el verso 1.
La identificación de este personaje es incierta. Sin embargo, podría corresponder al episodio de la rebelión de Absalón, haciendo referencia a Ahitofel, consejero íntimo de David que se unió al bando separatista (2 Samuel 15:31).
Entonces el salmista se dirige a Dios, quien parece ser el único dispuesto a tener consideración de los afligidos, le pide su misericordia, y reconoce los cuidados personales de Dios en su favor (vv. 10-12).
Para culminar ‒el Salmo y la colección‒ tal como había empezado, el salmista pronuncia una bendición a Dios. Como si Jehová mismo fuera el receptor de la promesa contenida en el verso 1.
De manera que la estructura queda organizada de la siguiente manera:
- -Bienaventuranza para los compasivos (v. 1a)
- -Recompensa para los compasivos (vv. 1b-3)
- -Pedido de gracia, sanidad y perdón (v. 4)
- -Relato del desprecio en su contra (vv. 5-9)
- -Pedido de gracia, sanidad y retribución (v. 10)
- -Pedido de gracia, sanidad y perdón (v. 4)
- -Reconocimiento del cuidado personal divino (vv. 11-12)
- -Recompensa para los compasivos (vv. 1b-3)
- -Bendición al Señor (v. 13)
El caso es el de un hombre enfermo y afligido (situación que en tiempos antiguos podría considerarse un juicio divino por causa del pecado), que en lugar de recibir compasión y consideración, es objeto de las burlas y las calumnias de sus conocidos, y hasta de su mejor amigo. Ellos creen que está a punto de morir y no hay para él esperanza.
Sin embargo, este hombre sigue creyendo resueltamente en la misericordia divina que le abriga fielmente, incluso al hallarse en lo más bajo, lo más triste de su vida.
Antes de dar paso al comentario vamos a detenernos en el verso 9: “aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó el pie contra mí”.
Este texto es citado por Jesús en Juan 13:18 para explicar la inminente traición de uno de sus discípulos. De manera que en “clave mesiánica” el Salmo hace referencia a la proximidad de la muerte de Cristo, abandonado por sus amigos, menospreciado por sus enemigos, y traicionado por uno de los suyos. Aun así, Jesús se encomienda a la misericordia y el cuidado de su padre.
Explicación del texto del Salmo 41
Versos 1, 2, 3
Es cierto que la mayoría de las veces los gestos sencillos y humildes de compasión humana pasan desapercibidos ante los ojos de las multitudes. El que sirve con amor y desinterés no es necesariamente reconocido en las redes sociales, a diferencia del cantante, el deportista, el actor, el político, el youtuber, etc…
Pero el orden de prioridades de Dios es muy distinto al nuestro, y así es evidenciado el inicio del Salmo. Para Dios el primero en su “lista de atención” es aquel personaje aparentemente anónimo y poco reconocido que se preocupa por el pobre, y lo cuida (Proverbios 14:21).
Esto es curiosísimo. Es como imaginar a distintas personajes que se hallan en su “día malo” (¿recuerdas cuando comentamos sobre esto en Salmos 20:1?); uno enfermo, otro endeudado, otro solo y hambriento, alguno más al borde de la muerte. Ellos se acercan a Dios, le piden que les libre, y Dios les pregunta: “Ustedes… ¿se han preocupado por los pobres de este mundo?”.
Alguno por allá dice: “Yo, Señor”. A lo que se escucha entonces la respuesta, con un pulgar arriba —Cuenta conmigo.
Así que la imagen que el inicio del Salmo transmite es la de un David afligido que, hallándose ahora en su día malo, se presenta al Señor para que cumpla su promesa. Pues, a él, nadie le ha mostrado bondad.
Y el texto sigue diciendo que a estas personas Dios las guardará, las protegerá, les dará vida y serán bienaventuradas en este mundo. Los librará de la voluntad de sus enemigos (Salmos 27:12). Los sostendrá en el lecho del dolor, y ablandará su cama en la enfermedad.
Podemos notar que el verso 3 señala que la promesa no es que tales personas estarán exentas del sufrimiento de este mundo, no. A todos nos llega en algún momento nuestro “día malo”. Pero la promesa fiel del Señor es sustentar a su siervo cuando este se halle afligido, y “ablandar”, o “cambiar” su cama.
Me gusta cómo traduce la NTV: “El Señor los atiende cuando están enfermos y les devuelve la salud”. Esa segunda frase es una interpretación metafórica del texto original, que da a entender un cambio de cama. Esto puede querer decir: 1) que Dios hace más llevaderos sus sufrimientos; o 2) que Dios cambia su situación de enfermedad en sanidad.
Basado en esto, Dios recompensa la bondad y la generosidad con bondad y generosidad. Y no importa qué tan desapercibidos pasen nuestros hechos delante del mundo. Dios los tiene contados y anotados en su libro (Malaquías 3:16).
En la organización del Salmo la bienaventuranza del verso 1 es paralela a la bendición del verso 3.
Versos 4, 5, 6
El verso 4 describe el momento en que el salmista se aproxima al trono divino, un trono lleno de misericordia, en búsqueda de esa “gracia para el oportuno socorro” que el autor de Hebreos menciona (Hebreos 4:16).
Sin embargo, lejos de aproximarse con suficiencia u orgullo, o de pretender enseñarle a Dios sus propios “méritos” humanos, el salmista se postra; y en semejanza al publicano (ver Lucas 18:9-14), dice: “Jehová, ten misericordia de mí, sana mi alma, porque contra ti he pecado” (v. 4).
Con estas palabras comienza un diálogo entre el salmista y el Señor, recogido desde el verso 4 hasta el verso 12. Delimitado por la inclusión del pronombre personal “yo” (vv. 4, 12). Pero con una inclusión menor que hace la transición de los sufrimientos a las respuestas en los versos 4 y 10: “Jehová, ten misericordia de mí”.
Este diálogo se compone de los siguientes movimientos:
1) reconocimiento de la culpa del pecado, pedido de perdón y sanidad (v. 4);
2) acusaciones contra sus hipócritas enemigos (vv. 5-8),
3) la traición de su mejor amigo (v. 9),
4) nuevo pedido de misericordia, sanidad y vindicación; para terminar con
5) lo indicios de la respuesta de Dios.
Si lo vemos como tal, como un diálogo, más que como unas palabras dirigidas al universo infinito, notaremos lo apasionante de esta oración.
Debido a su vida de servicio y cuidado de los desvalidos el salmista cree poder contar con el favor divino. Pero el concepto hebreo tan arraigado de la retribución, donde la enfermedad o la aflicción se consideraban una pena o castigo por el pecado (ver Juan 9), le generaba dudas en cuanto a la condición de su relación con Dios.
Por tal motivo el salmista decide apelar a la misericordia divina. Y es por esa misma razón que en los versos 11 y 12 menciona que, si Dios se ha agradado de él y le ha perdonado, él podrá saberlo si los planes de sus enemigos se frustran, y su estado de salud mejora.
Pecado = aflicción
Perdón = sanidad y restauración
Sin embargo, todo esto descansa sobre un mal concepto de la retribución. Pues, ni la enfermedad es sinónimo de castigo divino, ni la prosperidad es producto del favor de Dios. Siempre remito al artículo titulado ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?.
Aflicción = ¿Pecado?
Sanidad y restauración = ¿Perdón?
Una observación superficial de la vida hace evidente que no siempre (tampoco “usualmente”) la enfermedad y los padecimientos son sinónimo de pecado, así como tampoco el bienestar y la prosperidad son sinónimo de una relación en buenos términos con Dios. Este mundo a veces está al revés; y ya lo hemos explicado en el artículo citado arriba.
Sin embargo, un principio muy importante se muestra aquí: el ser humano, sea que se “porte” bien o mal, siempre ha de depender de la misericordia divina. No hay de otra. Es nuestra única garantía. El hecho de que Dios sea bueno y nos ame, es nuestro argumento al orar.
Entonces el salmista le cuenta a Dios sus penas. Cuando sus enemigos se reúnen preguntan burlonamente “¿Cuánto falta para que muera?” (v. 5 NTV), ¡estamos esperando! Que por fin perezca su recuerdo para siempre.
Y cuando van a visitarlo, a lo mejor para “orar por él”, detallan todo lo que puedan chismear, y al salir lo divulgan. Cuando le dicen “esperamos que te mejores pronto” son puras mentiras. Sus palabras compasivas son todas vanidad.
Versos 7, 8, 9, 10
Los que le aborrecen murmuran en su contra, piensan el mal y quieren el mal para él. Difaman, calumnian, dicen que una “cosa de Belial” (lit.) ha venido sobre él; es decir, una cosa impura o maligna, y señalan que ya no hay esperanza para él. Que, después de haber caído en cama, no se levantará.
Si no era suficiente para el salmista con la propia enfermedad, sus sufrimientos se ven alimentados por las acusaciones de sus enemigos, que insinúan su terrible culpabilidad. Cosas que evidentemente no son ciertas.
Nadie se compadece de él, todos anticipan su muerte.
Y en el verso 9, lleno de consternación y dolor, el salmista dice a Dios: “¿Y sabes qué es lo peor, Padre? Mi mejor amigo, sí, ese en quien yo confiaba a ojos cerrados, que le prestaba el carro y le dejaba la llave de la casa, ese que comía conmigo en mi mesa; él me traicionó y se unió con ellos”.
¿Puedes sentir la tortura de este hombre? “Mas tú, Jehová, ten misericordia de mí y hazme levantar” (v. 10). Aunque mis amigos me han abandonado, y mis enemigos se mofan, sé que todavía tú estás aquí. Y también sé que tu misericordia aún puede sacarme de esto; puedes levantarme de este lecho.
Y cuando me saques, yo les daré lo que merecen. Puedes acudir a Explicación del Salmo 35 en búsqueda de mayor comprensión sobre el espíritu imprecatorio en algunos Salmos.
Podemos notar también el paralelismo entre este verso y el verso 4 en la estructura del Salmo.
Versos 11, 12
En el versículo 11 el salmista le indica a Dios de qué manera él podrá conocer que su pecado ha sido perdonado, y su oración ha sido escuchada: que sus enemigos no se alegren de él.
Es decir, que no les dé el “gusto”. Que no triunfen en sus maquinaciones. Que le revele su favor y misericordia, contestando su oración.
Y todo parece indicar que el verso 12 es una indicación de que su estado está mejorando. La palabra “integridad” necesariamente exige que la opinión del salmista ha cambiado respecto a su confesión inicial de pecado (v. 4).
Confesó y pidió perdón porque entiende que depende de la misericordia divina. Pero a la vez, su consciencia no lo acusa como un transgresor de la ley. No es “inocente” en el sentido de estar sin pecado, porque todos hemos pecado. Pero el salmista sabe que no ha incurrido en faltas abiertas o “grandes” que pudieran atentar contra su integridad.
Algo similar a lo que comentábamos respecto al Salmo 26.
“Has preservado mi vida porque soy inocente, me has traído a tu presencia y eso es para siempre” (v. 12 NTV).
La justicia ha triunfado sobre la injusticia. Y el favor de Dios por sobre las calumnias y la traición.
Por eso, aunque Dios no puede ser “bienaventurado” ‒pues en definitiva ya lo es‒, el salmista pronuncia una bendición y una alabanza al más grande benefactor de los pobres y desvalidos: “¡Bendito sea Jehová, el Dios de Israel, por los siglos de los siglos! ¡Amén y amén!” (v. 13).
A veces, él es el único que todavía parece estar de nuestro lado. Pero, al menos para mí, eso es suficiente.