Los escritos de Homero (siglo IX – VIII a.C.) son considerados las primeras fuentes históricas del relato de la conocida “Guerra de Troya”; que habría tenido lugar aproximadamente el siglo XIII a.C.
Los antecedentes de este conflicto bélico se relacionan con la disputa que había entre las civilizaciones griegas aqueas y la ciudad-estado de Troya por el dominio de las rutas comerciales del mar negro.
Pero estalla finalmente cuando Paris, príncipe de Troya, seduce y “rapta” a Helena, la esposa de Menelao, rey de Esparta. Digo “rapta” porque ella no tuvo ningún problema con eso.
Según el relato de Homero, Menelao se apoya en su hermano Agamenón, rey de micenas, para formar una coalición de las ciudades asqueas, y atacar Troya. Esto con el fin de recuperar a su esposa, pero también saquear las riquezas de la ciudad, y hacerse del dominio del mar negro.
La historia dice que después de un sitio de 9 años, los aqueos no habían logrado su objetivo. Troya resistía el asalto con valor. Fue para entonces, tras la muerte de Aquiles, que un adivino de nombre Calcante presencia una visión decisiva.
En ella ve a una paloma que trata de huir de un halcón. En eso alcanza a refugiarse en la grieta de un árbol, donde el halcón no pudiera alcanzarla. Mientras el halcón permaneció al asecho, la paloma quedó protegida en su refugio.
Entonces el halcón fingió retirarse. La paloma, al no ver a su depredador, fue asomando poco a poco su cabeza, hasta que finalmente salió de su escondite. No hace falta terminar la historia, ¿verdad?
El relato de Calcante motivó a Odiseo a ingeniar un plan distinto para conquistar la ciudad. Y propuso la famosa maniobra del “Caballo de Troya”.
El carpintero Epeo el focidio fue el encargado de construir un caballo que tuviese un compartimiento por dentro. En él ingresaron algunos de los soldados más habilidosos de los aqueos. Y al caer la noche ya todo el grueso del ejército griego había fingido su huida.
En ese momento los troyanos tomaron su “regalo” y lo ingresaron a la ciudad. Mientras ellos dormían felices por la aparente victoria, los soldados aqueos salieron de su escondite, asesinaron a los centinelas, y abrieron las puertas de la ciudad.
Rápidamente la flota asquea regresó y conquistó la ciudad sin demora.
Me llama la atención el asunto de la huida, la retirada. También me parece curioso que la visión de Calcante incluyese a una paloma –figura que también aparece en el Salmo 55.
A veces la situación está tan apretada que pareciera que la mejor solución es huir. Irónicamente, en muchos casos huir solo ha sido una estrategia. Pero en otros, la gente huye con el deseo de desahogarse; de alejarse de un problema.
Salmo 55
El Salmo 55 define desde el primer versículo el género de la composición: oración, súplica. Sin embargo, aunque casi todos los detalles del género están presentes, al final del Salmo no aparece la acción de gracias o el voto de alabanza. En su lugar, se escucha un oráculo divino y el Salmo termina con una confesión de fe.
En un principio encontramos al salmista absorto en su oración al Señor cuando de pronto es interrumpido por “la voz del enemigo” (v. 3). A partir de allí notamos que algo no anda bien. David habla de conmoverse, de dolor, terror, temblor.
¿Qué sucede con David? El panorama general del Salmo muestra que su autor se siente profundamente consternado por una serie de situaciones sociales, políticas y personales que oprimen su corazón.
De hecho, se puede observar en él una interacción entre lo que el salmista siente y lo que el salmista ve acontecer en el medio externo a él. Estas situaciones oprimen su corazón, y percibiéndose incluso en peligro de muerte, ahogado, por un momento expresa su deseo de huir muy lejos, como un ave.
Entre los motivos menciona la opresión, persecución, iniquidad, la violencia, la maldad, el fraude y el engaño dentro de la ciudad, la traición de un amigo muy cercano a él y el peligro consiguiente; los engaños, intrigas y amenazas.
El descanso creo que es una experiencia que todos anhelamos. Y en la oración de David se nota cómo este busca, anhela, suspira por reposo.
La desesperación es tal, que el salmista llega a hablar del desierto como un lugar de reposo (v. 7); cuando en otros lugares de la Escritura el desierto es un lugar representativo de aflicciones y padecimientos. “[él] Busca la llanura abierta porque los muros de la ciudad, en vez de proteger, aprisionan” [Shockel, 743].
Sin embargo, en medio de su desesperación el salmista acude a Dios en oración. El conocido secreto para toda situación de apuro, conflicto, desasosiego, temor, amenaza y persecución los salmistas lo tienen claro: la oración.
La intensidad de la búsqueda espiritual de David queda expresada con las palabras “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz” (v. 17).
¿Y qué pide David? Bien, ya son conocidos en los salmos los dos motivos principales: Por un lado salvación (v. 16) y redención (v. 18); por otro, destrucción (v. 9) y muerte (vv. 15, 23) de los hombres impíos y traidores.
Visualizar el esquema en su desarrollo nos ayudará a comprender un poco mejor la función de cada una de las partes en el todo del poema. Pero ten presente que el salmo no es lineal; va y viene, entra y sale, se recoge y se asoma [Shockel, 742].
El salmo comienza y el salmista está orando, mirando en su interior (vv. 1-2). En eso es interrumpido por el clamor de las voces de los enemigos (v. 3), y retorna a su introspección con dolor y terror (vv. 4-5).
El salmista desea huir, escapar mentalmente de su entorno perturbado por la iniquidad (vv. 6-8). Contempla la situación de la ciudad (vv. 9-11), y a la maldad generalizada se suma la traición de su amigo íntimo (vv. 12-14). El vistazo de conjunto le lleva a pronunciar una condena sobre todos aquellos malvados que desean su mal (v. 15).
Siente la paz, expresa su confianza en Dios como salvador y redentor de su vida (vv. 16 al 19). Mira nuevamente a los traidores (vv. 20-21). Se pronuncia un oráculo divino que le anima a confiar en la intervención de Jehová (v. 22); y el orante responde expresando brevemente su fe en el Señor, mientras anticipa la perdición de los sanguinarios y engañadores.
De manera que el salmista no encuentra la paz en huir a un lugar solitario. La encuentra en una escapatoria a la seguridad de la presencia de Dios, y en la contemplación de sus planes soberanos.
Huir a los brazos de Dios a través de la oración es lo que nuestro oprimido corazón tanto necesita.
Explicación del texto
Versos 1 y 2
4 imperativos, comúnmente presentes en la súplica como género, dan inicio al Salmo. Es parte de nuestra fe que los cristianos intentemos hallar refugio en la oración cuando hay cosas que nos atribulan.
Pablo aconsejó que en lugar de afanarnos, oráramos (Filipenses 4:6). Además, contamos con cantidad de ejemplos de hombres que en medio de la adversidad, clamaron. Fue el clamor contra Sodoma el que dio lugar al juicio de Dios (Génesis 18:20); fue el clamor de los esclavos israelitas el que propició su liberación (Éxodo 2:23-24).
Por ello la congoja y el dolor debe llevarnos al altar de la oración, en lugar de a la cama a llorar.
Las 4 peticiones del salmista en los versos 1 y 2 resaltan, como dijimos, la intensidad y la urgencia de la petición del salmista. Está claro que no acude a Dios en la calma de la bonanza. Es en la desesperación, en el instante en que cruje el corazón de dolor y consternación, cuando el salmista escribe sus plegarias al Señor soberano.
En el verso dos de manera especial el salmista pide atención y respuesta. Confiesa que vaga abrumado en sus preocupaciones; que las dificultades le turban. Y pide a Dios que por favor no se esconda de su súplica (Salmos 13:1).
El salmista espera poder contar con la atención divina, que le proporcione la seguridad que necesita en estas horas difíciles de su experiencia, cuando todo a su alrededor parece estar convulsionado por el pecado, el odio y la maldad.
El salmista plasma en los versículos subsiguientes un panorama que nos permite entender la urgencia de su oración. Él pasa por un momento que todos nosotros en algún momento hemos llegado a atravesar: el tope. El tope de lo que se es capaz de afrontar al mismo tiempo.
Perder la cabeza, la paciencia, la paz. Nuestros sentidos prácticamente se programan para detallar todo lo malo, todos los problemas, todas las ofensas, los regaños, peleas, conflictos, el odio, el rencor, ¡todo lo vemos!
Y, por supuesto, todo esto junto añade mayor pesar a su corazón.
Verso 3
Pero la meditación del salmista es interrumpida por las voces de los enemigos. En esa coyuntura David nos asoma brevemente las causas de sus problemas: voces ofensivas, blasfemas, opresión, pecado, iniquidad, persecución.
El salmista dice que la iniquidad que han echado sobre él le oprime, le aplasta. La corrupción oprime su corazón, y se ve perseguido por el odio, y la violencia.
Tal no era el mundo que Dios soñaba. Para el hombre que intenta caminar en justicia, se hace evidente que el pecado es un polizón que hiede. Roba la paz, saquea nuestros bienes, e interrumpe incluso nuestras oraciones.
Porque lamentablemente el pecado es algo que no podemos ignorar. Siempre está allí, causando problemas y llamando la atención; vociferando en las plazas y los canales de TV. Nadie está exento.
Cualquier cristiano que dedique demasiado tiempo a reparar detenida y profundamente en la realidad del pecado podría enfermarse seriamente. David estaba al borde.
Versos 4 y 5
En él ya se podían ver síntomas como:
-Dolor de corazón
-Terrores
-Temblores
-Miedo a la muerte
El salmista teme que sus detractores no se detendrán hasta conseguir lo que desean: su muerte. Sin reparos confiesa que está asustado. Teme a lo que puedan hacerle. Está muy agitado (Isaías 21:4). Es sincero consigo mismo. No esconde su sentir; ni lo oculta.
Pero, ¿a quién se lo dice? Allí está la clave. Se lo dice a Dios. Indaga en su propio corazón, confiesa sus emociones en la oración. Lo dialoga con Dios, porque es su roca de confianza. Sus amigos quizás no puedan librarle del peligro, pero Dios sí puede. Incluso puede darle paz en un mundo conflictivo y pecaminoso.
Versos 6 al 8
Al mirar introspectiva su propio sentir, y verse temeroso y ahogado por el pecado que le rodea, el salmista clama por una escapatoria.
“Y dije: ¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto” (vv. 6-7). “Qué rápido me escaparía lejos de esta furiosa tormenta de odio” (v. 8 NTV).
¿Qué cristiano no ha experimentado el deseo arrobador de querer abandonar el mundo? ¿Cuántos creyentes no han clamado sentidamente que este mundo de dolor termine, dando paso al feliz reino de Dios?
Todos hemos querido ser aves, para poder huir a un lugar seguro, a salvo de todas las angustias y problemas que este mundo ofrece. Huir, aunque suena a cobardía, con frecuencia pareciera ser la única solución a un mundo que asfixia.
La opción es salir, como cuando huyes de una multitud apretujada. Huir, no como quien tiene todas las de ganar si persevera valientemente, sino como aquel que tiene mucho que perder si no escapa.
Pero no siempre se puede huir. De hecho, no debiera ser un hábito regular. Dios no nos dio alas por una razón. Nuestra escapatoria es la presencia de Dios; en oración se enfrentan y se vencen las pruebas.
El descanso no está en huir lejos de la ciudad, ¡el descanso verdadero lo hallarás únicamente en Jesucristo! (Mateo 11:28-29; Hebreos 4).
No te acostumbres a escapar. La mayor parte de los problemas de la vida no se solucionan al esquivarlos. Tu empleo, tu familia, tu condición espiritual no mejorará comprándote un avión o un helicóptero. Mejorará en la medida que seas consciente, asumas tu responsabilidad, y clames al Señor con persistencia.
Versos 9 al 11
El salmista se vuelve y mira nuevamente a sus enemigos. Mira la situación social de la ciudad. Se abruma por el conflicto, y la violencia, la rencilla que hay dentro de sus puertas.
En el verso 10 el salmista ve a la violencia y a la rencilla rodeando los muros de la ciudad día y noche. Iniquidad y aflicción hay dentro de ella. Desorden generalizado, fraude y engaño se han estacionado en sus plazas (locación principal de comercio y justicia); y de allí no se apartan.
La ciudad está sumergida en el pecado y la depravación. Corrupción moral es el pan de cada día. ¿Dónde quedó la justicia? ¿Dónde la ética y la verdad? Y debemos suponer que lo que aquí se describe es la condición de una ciudad de Israel, el pueblo de Dios.
¿Se puede caer tan bajo? Sí. Y según el Salmo 50 puede suceder aun cuando aparentemente se cumpla con todas las “ordenanzas religiosas”.
David pide al Señor que destruya a los enemigos del bien, confunda sus planes y tuerza sus lenguas.
Versos 12 al 15
Al problema social se le suma un grave problema personal que afrenta al salmista. En el versículo 12 nos explica que la persecución que sufre no es efectuada solamente por enemigos, “lo cual habría soportado”; se ha alzado en su contra un amigo muy cercano: “al parecer íntimo mío, mi guía y mi familiar” (v. 13).
La manera como el salmista describe la relación que mantenía con este sujeto en el verso 14, demuestra la profundidad del dolor que podría representar para él la traición de su amigo. Probablemente le habría abierto su corazón, confesado sus secretos, compartido momentos de amistosa intimidad, ¡y hasta habían adorado a Dios públicamente!… Pero ahora se ha alzado en su contra uniéndose a sus conspiradores.
Algunos han identificado a este personaje traidor con Ahitofel, quien fungiera como consejero de David hasta la rebelión de Absalón, para luego traicionarlo (2 Samuel 15-17).
Es probable que la reciente traición de este amigo íntimo sea lo que forzara la situación de temor y dolor planteada en el Salmo. El salmista está aterrorizado de lo que pudiera suceder ahora.
Y en el verso 15 pide a Dios que ejecute juicio sobre ellos. Que la justicia por sus maldades les lleve a la muerte (Salmos 9:17).
La maldad “en sus moradas” podría referirse al hecho de que ellos ciertamente conviven con el pecado. Está presente en sus transacciones, sus obras, sus casas, llena su corazón.
Versos 16 al 19
La construcción del verso 16 es enfática. David no pagará con la misma moneda, no procederá igual que los traidores. Él no participará del pecado, ni pagará odio con odio, como hacen los hombres que no buscan a Jehová.
“En cuanto a mí, a Dios clamaré; y Jehová me salvará. Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y él oirá mi voz”. Es decir, David entiende que debe combatir este problema de rodillas. Él mismo no saldrá del problema, pero Dios sí puede sacarlo de él.
Confía completamente en la salvación de Jehová. Podemos notar la convicción de sus palabras. Sin embargo, date cuenta que él no cree que sea suficiente pedirle a Dios una vez, y “hecho está”.
Insiste. Clama con frecuencia y sin descanso (Salmos 119:164). ¡Es que si algo te interesa lo buscas! Pedir a Dios algo no demuestra que lo quieres. Lo demuestras al insistir.
El salmista tiene la seguridad de que el Señor oirá su oración. Y “aunque contra mí haya muchos” “él redimirá en paz mi alma de la guerra contra mí” (v. 18). Acuérdate del Salmo 27:3 “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón”.
Cree mi amigo. Confía en que Dios es más poderoso que la convulsión que se revuelca en derredor de ti. El Señor puede redimir tu vida, y hacerlo “en paz”. La guerra no te alcanzará si luchas con oración. Refúgiate también en las palabras de Deuteronomio 33:27
En el verso 19 el salmista afirma su confianza en que Dios oirá y quebrantará a sus enemigos porque no temen a Dios ni se vuelven de sus malos caminos.
Cuando dice “el que permanece desde la antigüedad” el salmista está hablando de la permanente presencia de Dios. Él no se desentiende ni se esconde, está atento, existe desde la infinita antigüedad, permanece para siempre, y establece la justicia en la tierra sin desaciertos.
Versos 20 y 21
El salmista se vuelve una vez más hacia los malos, a pesar de entregarse a la oración y la confianza.
Aprovecho de decir que, aunque muchas veces estemos claros de qué es lo que tenemos que hacer como creyentes, en ocasiones es difícil limitarnos a entregar las cosas en manos de Dios y descansar. Somos humanos, y luchamos con nuestras propias formas humanas de resolver las cosas.
El salmista se duele del inicuo que extendió sus manos contra quien estaba en paz con él. Claramente se refiere a su amigo traidor. La estrecha amistad que existía entre ellos, en la forma de un pacto, fue violada.
En el verso 21 compara sus palabras con lisonjas blandas y suaves como aceite y mantequilla; mientras en su interior hay ardides y guerra. Definitivamente es un hombre hipócrita y desalmado. Aunque suaves, sus palabras son espadas desnudas que cortan y traspasan.
Versos 22 y 23
El verso 22 es como el recuerdo de una promesa divina, o un oráculo de Dios. En él, se invita al salmista a echar sobre Jehová su “carga”. El término hebreo solo aparece en este pasaje, pero entendemos su significado al compararlo con la LXX.
El griego merimna se usa en 1 Pedro 5:7 y Mateo 6:34 significando afán, ansiedad, congoja, cuidado.
Hemos de echar toda nuestra preocupación y angustia sobre el Señor. Se le dice al salmista que “Él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo”.
Es verdad que el cristiano no siempre estará de pie. Hay dificultades, problemas y aflicciones que nos postran. Pero en lugar de amilanarnos por ello, lo entregamos al Señor. Y Dios no falla en levantar a su amigo.
Él escucha, y responde la oración del creyente humilde.
El Salmo termina con la destrucción de los impíos en el pozo de perdición (Salmos 28:1). El mal que han hecho los sanguinarios y engañadores acortará sus vidas.
“Pero yo en ti confiaré”.
Me quedo con esta declaración. Corta, pero suficiente. ¿Estás dispuesto? ¿A huir a Dios? Refúgiate en él, mi amigo. Solo él lucha, defiende, salva, rescata, y levanta al hombre. Al hombre que en él confía.
Encuentra más recursos del salmo 55.