explicación del salmo 7

Por el sólido contenido académico que presenta, por la calidad de la grabación (para ser una película cristiana), su trama peculiar y el manejo de las emociones, llevando a la audiencia desde el tenso dramatismo y la resignación a la euforia del triunfo, Dios no está muerto 2 se convirtió en una de mis películas favoritas. 

Toda la trama de la producción gira alrededor de una controversia judicial. Grace Wesley (Melissa Joan Hart), profesora de historia, ha sido suspendida sin pago por parte de la escuela en la cual trabaja a la espera de la resolución del litigio que han planteado en su contra los de libertades civiles. 

¿La causa? Wesley hizo alusión a Jesús y sus enseñanzas en su clase. 

El propósito de ellos era sentar un precedente suficientemente contundente en contra de la profesión cristiana pública, por lo que pedían que a Wesley se le retirara inclusive su certificado de enseñanza.

Desde el ofrecimiento inicial que le hiciera el abogado de la escuela, y durante todo el proceso judicial, Wesley no concedió retractarse de sus declaraciones, pues estaba segura de su inocencia. Jamás pretendió hacer proselitismo, o predicar a sus estudiantes. Dio una respuesta histórica, sobre un personaje histórico, en clase de historia.

Y decía: “no podría aceptar lo que piden, retractarme de mis palabras, y luego andar con temor o vergüenza de pronunciar el nombre de Jesús”. 

La presión se amontonó sobre ella, y por momentos pareció que lo perdería todo, pero jamás abandonó su confianza y su fe en Cristo. Su fe reposaba sobre la promesa: “al que me confiese delante de los hombres, yo le confesaré delante de mi Padre”. Él libraría su causa. 

Bastante similar al Salmo 7, donde el salmista aboga por su inocencia y apela al justo juez del universo para que libre su causa delante de todos sus perseguidores. En este sentido, la película es solo una muestra de cómo el contenido del Salmo puede ser aplicado a nuestras circunstancias actuales.

Salmo 7

Llegamos al último de esta serie de 5 salmos (Salmos 3-7) que ha sido ligada, históricamente hablando, al episodio de la sublevación de Absalón en contra de su padre David. En cada uno de ellos se observan elementos que de alguna manera soportan esta opinión, aunque solo el Salmo 3 haga referencia explícita a ella en su sobreescrito.

Mas el origen del Salmo 7 ha derivado en diversas opiniones. Puesto que el sobre escrito lo asocia con un personaje llamado “Cus, hijo de Benjamín”, se ha dicho que el Salmo podría haber sido compuesto después del relato de 2 Samuel 16:5-9, donde un hombre de nombre Simei (no Cus), de la tribu de Benjamín (como Cus), maldijo y humilló a David en su huida de Jerusalén. 

Otra opción consiste en identificar a “Cus” como “Cusí” (tal como se lee en la LXX) o etíope, es decir, en hebreo un “hijo del sur”, que se lee muy similar a “Benjamín”. Lo que nos conduciría al dialogo registrado en 2 Samuel 18:32. 

En este caso el Salmo no tendría su origen en el comienzo de la rebelión de Absalón, y sí al final de la misma.

Una última alternativa asume que el personaje “Cus, hijo de Benjamín” sí debió haber existido, pese a no figurar en la narrativa bíblica. Por pertenecer a la tribu de la cual provenía Saúl, se piensa que pudo haber sido uno de sus tenientes. Por lo que el Salmo podría provenir de un capítulo anterior de persecución: Saúl, y no Absalón. 

Y, quizás, las acusaciones dirigidas contra el salmista que se insinúan en el Salmo podrían haber sido brevemente plasmadas en 1 Samuel 24:9.

Es esta última alternativa la que nos parece más congruente con el contenido del Salmo. David está huyendo de Saúl, vive en constante zozobra que le ha impulsado a tomar algunas malas decisiones. Sus adversarios incitan al rey en su contra, y David, que se sabe inocente, solamente confía su causa a Dios, “juez justo” (v. 11). 

Otro aspecto interesante es la clasificación del Salmo como una “sigaión”. Esta palabra, que solo aparece en esta ocasión en el salterio, es bastante incierta en cuanto a su significado. Sin embargo, se ha dicho que podría aludir a un canto impetuoso, apasionado, quizás semejante en algunos sentidos a una elegía, con ritmo cambiante y abrupto. 

Lo cual, podríamos imaginar, enfatiza todavía más el mensaje de un Salmo que con su letra clama desesperadamente por una intervención divina en favor del inocente, que invita al juez a levantarse y juzgar el mundo, dar su pago al impío, y salvar al justo fiel. 

En cuanto a la estructura del salmo, éste parece estar compuesto de 5 movimientos principales: 1) la introducción es una invocación urgente de auxilio divino (vv. 1-2); 2) juramento de inocencia por parte del salmista (vv. 3-5); 3) llamamiento a Jehová para asumir su rol como juez de los pueblos, defender a los rectos de corazón y recompensar a los malos (vv. 6-13); 4) con renovada confianza, prevé el fin de los impíos (vv. 14-16); y 5) conclusión a manera de voto de alabanza (v. 17).

Explicación del texto

Versos 1 y 2.

Es sorprendente cuán a menudo nos olvidamos de nuestra humanidad. Sí, nos olvidamos; aunque suene extraño. Olvidamos que no conocemos todas las respuestas, que no tenemos todas las soluciones, que no somos lo mejor que hay, que no podemos hacerlo todo…

Pero siempre llegan circunstancias que nos recuerdan lo humanos que somos. Devuelven nuestra autoestima a su lugar, y a Dios al centro de nuestro universo. Es entonces cuando clamamos: “Dios mío” (v. 1).

Sin embargo, hay una gran diferencia entre el “Dios mío” donde destaca el sustantivo, que brota meramente de la desesperación de una circunstancia apremiante; y el “Dios mío” en el cual destaca el adjetivo posesivo. En el uno, se trata de una invocación de último recurso, en el segundo es la descripción de Dios más personal que puede haber: “mío”. 

En el caso de la introducción del Salmo 7, es cierto que el salmista está muy angustiado por el peligro que asecha su vida, pero el “Dios mío” no es meramente un llamado de último recurso. Realmente David está acudiendo a “su” Dios, su amigo, su compañero de 1.000 batallas, su Rey.

Y dice a su Dios: “en ti he confiado” (v. 1). El significado del verbo hebreo que figura en la oración es, en realidad, literalmente, “en ti me he refugiado”. David se ve a sí mismo como escondido en Dios mientras pasa el peligro. 

Por encima de buscar refugio en parajes montañosos, en cuevas o en países extranjeros, David ha encontrado su lugar seguro en el Señor. Un lugar de calma en medio de la tormenta. Como la gallina junta a sus polluelos, los hijos de Dios hallan refugio en los tiernos y poderosos brazos del Padre. Y aunque andemos en valle de sombra de muerte, no temeremos; pues estamos junto a él. 

En la invocación inicial también identifica cuál es el peligro que está amenazando su vida: perseguidores. Y por ello pide a su Dios que le salve y le libre de sus funestas intenciones. “De todos los que me persiguen sálvame y líbrame”. 

Para David Dios no es solamente un lugar seguro de refugio, es también un salvador poderoso que puede librarlo de todos sus angustiadores.

Pero entre ellos hay uno que sobresale. El plural de los que lo persiguen se muda ahora en un verbo en tercera persona del singular, que probablemente se refiera al desconocido Cus, o quizás a Saúl. 

Lo cierto es que David compara a este personaje con una fiera que está pronta a devorarle. Teme que lo tome y lo desgarre como un león, y lo destroce sin misericordia, sin auxilio alguno. Por lo expresivo de sus palabras, hemos de asumir que la amenaza que representaba este individuo de seguro no sería cualquier cosa para él. 

David se siente muy angustiado, pero sabe también que nada ni nadie podría pasar por encima de su Dios, si éste acudía a librarle. Lo que quiere decir que el salmista no se está valiendo de un último recurso. Él tiene plena fe en su Dios, y sabe que vindicará su causa.

Versos 3 al 5.

Esta nueva sección le añade un tono muy personal y apasionado a la oración de David. La cuestión es, ¿cómo su Dios podría dejarle caer en manos de sus enemigos, cuando él no ha hecho nada incorrecto? 

En las líneas de este juramento de inocencia (mucho más breve que su similar en Job 31) se estremece todo el fundamento de la fe del salmista. Al fin y al cabo, ¿no es él acaso inocente de toda culpa? Si no lo fuese, si sus manos estuviesen manchadas de pecado, si hubiese usurpado lo que no era suyo, si hubiese devuelto mal por bien al que estaba en paz con él, entonces con razón sería perseguido.

Es más, el salmista dice a Dios que si alguna de esas cosas es cierta, entonces le deje caer en manos de sus perseguidores para ser pisoteado y deshonrado. Pero si él es inocente, la liberación no es una necesidad, ni siquiera es un deseo, la liberación vendría siendo una imposición.

Por eso el dramatismo del segundo movimiento del escrito que, así como Job 31 representa un punto de tensión en la discusión, pues Job participa por última vez colocando todas las cartas sobre la mesa a la espera de una respuesta divina que solucione el problema, éste funciona como el único ‒y suficiente‒ argumento del Salmista en favor de su causa.  

Y si David es inocente, ¿entonces por qué sufre? Este alegato en la boca del salmista está revestido de toda la fuerza de su humanidad, de manera que constituye la piedra de toque del ruego.

Sin embargo, cabe hacer notar que un juramento de inocencia como este no pretende afirmar que el salmista es perfecto y no comete errores, ¡eso sería una tontería! Lo que sí quiere decir es que David no es responsable de ningún hecho que justifique la saña con la que han arremetido contra él.

Versos 6 al 13.

Por lo tanto, si David es inocente de toda culpa, y sin embargo está siendo tratado como culpable y malhechor por sus enemigos, la única opción que le resta es acudir al tribunal celestial para apelar a la justicia. 

Es por ello que en estos textos encontramos una invocación al Juez justo por parte del salmista, aquel que juzgará a los pueblos y traerá justicia a las naciones, pues cuando los malvados se han dispuesto en su contra, Dios es quien tiene el poder y la autoridad de librar su causa. 

Por supuesto, este llamamiento descansa sobre el principio de retribución tácito en la mentalidad hebrea que implica que, al justo le va bien mientras que al impío le va mal. Y siendo que David ya ha invitado a Jehová a comprobar su inocencia, en contraposición con la maldad de sus enemigos, el juicio de Dios es sinónimo de victoria para el salmista y destrucción para los impíos que desean desgarrar su alma.

La oposición del destino de ambos grupos es tangible en varias oportunidades: “¡álzate en contra de la furia de mis angustiadores, y despierta en favor mío el juicio que mandaste!” (v. 6); “Termine ahora la maldad de los malvados, mas establece tú al justo” (v. 9); “Mi escudo está en Dios, que salva a los rectos de corazón. Dios es juez justo; y Dios está airado contra el impío todos los días” (v. 10-11).

Ahora bien, el tono de incertidumbre que todavía se escuchaba en los versos 1 y 2 ahora ha cambiado en un tono severo, confiado, seguro. Su propia condición de inocencia delante de Dios le otorga a David la garantía de que su causa será bien disputada en su favor. 

Es capaz de acudir al Juez sin temor para pedir que envíe el veredicto; que, en realidad, ya ha sido establecido en su inmutable ley divina. 

Los imperativos (“¡levántate!”, “¡álzate!”, “¡despierta!”, “¡júzgame!”) denotan la ansiedad que experimenta el salmista hasta ver materializada su petición, casi queriendo adelantar los soberanos propósitos del Señor. 

Notamos que él prefiere no permanecer en una espera pasiva. Suplica, clama, pide… Pues solo hay una de dos opciones: Dios responde y le liberta, o le toca continuar clamando.

Por supuesto, la posición de Dios como juez reposa sobre su cualidad de conocer lo profundo del hombre. “Porque el Dios justo prueba la mente y el corazón” (v. 9). 

El pasaje literalmente habla de “corazón y riñones”. Ambos juntos se refieren a los pensamientos más profundos, las intenciones, los sentimientos del ser humano. Todo esto es claramente visible a los ojos del Señor. 

Por ello él puede determinar con exactitud y trazar la línea de separación entre el justo y el impío. Como juez, él no solo evalúa evidencias, él lo ve todo. Por lo tanto, sus juicios son verdaderos y fieles. 

Nadie como él para “juzgar a los pueblos”, entronizado en lo alto sobre ellos (vv. 7-8). 

El hecho de que Dios, quien juzga con justicia, salva al recto y condena al impío, sea el Dios de David, le conduce a concluir tranquilo: “mi escudo está en Dios, que salva a los rectos de corazón” (v. 10). 

Cuando por el otro lado le muestra airado y pronto a dar pago de muerte al rebelde que no cede al arrepentimiento. 

Lo representa con instrumentos de guerra (vv. 12-13), y dice que está “airado contra el impío todos los días” (v. 11). Sin embargo, no hemos de suponer que Dios pretende el mal del hombre. La ira de Dios es contra el pecado, pero mientras el hombre permanezca en rebeldía contra Dios y su ley, está por ello expuesto al castigo divino sobre la maldad. 

Para David, el juicio divino es una ocasión digna de ser aguardada con ansiosas expectativas. Representa el triunfo del bien, y la destrucción definitiva del mal (v. 9). Y aun así, ¡nosotros le seguimos temiendo al juicio! 

Versos 15 y 16.

El salmo culmina, en su cuarto movimiento principal, con un recuento de la nueva seguridad que ahora brinda completa paz al corazón del salmista. 

Los impíos han concebido maldad, se han preñado de iniquidad, y han dado a luz engaño. Se nos da aquí el “proceso de gestación” del pecado. Y aunque creen haber cavado un hondo pozo para que el salmista caiga en él, la realidad es que debido a sus acciones, ellos acabarán por caer en el pozo que han abierto. 

“Su iniquidad caerá sobre su cabeza y su agravio caerá sobre su propia coronilla” (v. 16). Es decir, que el mal que ellos han tramado Dios se los devolverá con creces, pues, Dios, como Juez gusto, garantizará que cada quien reciba lo que ha de recibir. En el caso de los impíos, sus propios pecados y malas intenciones les condenarán a muerte eterna.

¿Por qué temer a aquellos que ya han sellado su destino?

Verso 17.

Definitivamente el salmista ha escogido un refugio seguro para enfrentar el vendaval. No hay razones para temer o dudar, ni mucho menos para buscar otros refugios más prometedores. La justicia de Jehová es perfecta, por ello David dice: “Alabaré a Jehová conforme a su justicia” (v. 17).

El inocente no sufrirá para siempre, ni el impío se saldrá con la suya. Dios es escudo alrededor de los que le temen, y peleará su causa. Dios salva a los rectos de corazón.

Así que, aunque el mundo te persiga, te juzgue, aunque parezca mejor dar la espalda a Dios para salir de un problema, aunque tu fidelidad se vea puesta a prueba, te digo: no hay mejor refugio que el Señor. Él es el Juez, en sus manos está nuestra vida.

En realidad, todo está en sus manos.

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