Había un grupo de estudiantes que estaba por presentar un importante examen final.
Después de comerse todos los libros y guías que el profesor les había proporcionado, cada uno de ellos hizo planes de llegar temprano al aula; ¡pues no querían correr ningún riesgo! Un percance inadvertido en el camino podría ser fatal.
Todos estuvieron en el salón antes de la hora, y mientras esperaban que comenzara el examen, una persona llegó para notificarles que el profesor aguardaba por ellos en el gimnasio. De inmediato se encaminaron hacia allá.
En el trayecto se toparon con una señora que cargaba un bebé en un brazo, y varios libros en el otro. En eso los libros se le cayeron, y aunque dificultosamente intentaba recogerlos, los alumnos no se detuvieron a ayudarla.
Más adelante pasaron frente al hospital y vieron a un hombre ciego que estaba por cruzar la calle. Todo indicaba que necesitaba ayuda, pero, iban apurados, ¿cómo podían detenerse? Así que siguieron de largo.
Cerca del gimnasio, observaron un perrito atado a un árbol que intentaba desesperadamente acercarse a un recipiente con agua, pero la cadena no se lo permitía. Nuevamente, prosiguieron su camino sin demora.
Ya en la entrada del recinto, un señor bajaba de su automóvil dejando encendidas las luces delanteras. Se dieron cuenta del problema, mas no dijeron nada.
Efectivamente, al llegar al gimnasio el profesor se encontraba allí. Los estudiantes se sentaron y comenzaron con la prueba.
Después de algunos minutos, el profesor hizo una seña con la mano e hicieron entrada la señora con su bebé, el hombre ciego, una joven con el perro atado y el conductor del vehículo.
Esas personas habían sido cómplices de un experimento destinado a determinar cuán dispuestos estaban aquellos estudiantes a sacrificar sus propios intereses para ayudar al prójimo.
Ellos no tenían ni idea que, cada vez que seguían de largo, estaban fracasando en el verdadero examen. [Alice Gray, Stories for the extreme Teen´s Heart, pp. 56-57. Relato referenciado en Fernando Zabala, Dímelo de frente, p. 158]
¿Por qué narrarte esta historia? De cierta manera, el salmo 82 es también un examen reprobado; sólo que en este caso el profesor es el Juez del universo. Y el examen, la justicia.
Salmo 82
A pesar de ser brevísimo en extensión, pues apenas cuenta con 8 versículos, este salmo posee gran riqueza. La versatilidad de la escena judicial que representa y lo controversial de la identificación de elohim mencionados en los versos 1 y 6, son elementos que tienden a incorporarlo dentro del grupo de los salmos más explorados.
Siendo que el reconocimiento de autor y trasfondo no es especialmente pertinente para la interpretación de este salmo, basta una corta mención respecto a ello.
El sobre escrito vincula la autoría con Asaf, nombre frecuentemente mencionado en el Salterio, asociado a la escritura de 12 salmos. Asaf fue un descendiente de Gersón, hijo de Leví (1 Crónicas 6:39, 43), un levita comisionado por David para encargarse de la música vocal e instrumental cuando reorganizó el ministerio levítico-sacerdotal (1 Crónicas 15:19, 16:4-7).
Sus hijos y descendientes continuaron con esta tarea que en origen fue asignada a su padre (1 Crónicas 25:1-2), aún después de regresar del cautiverio (Esdras 3:10).
En cuanto al contexto histórico, es difícil determinarlo con algún grado de precisión. Sin embargo, por influencia de ciertos elementos que comentaremos después, podemos fecharlo alrededor de los siglos VII o VI a.C; lo que contribuye a identificar al autor como un descendiente de Asaf.
Con respecto a la estructura del salmo, podemos visualizarla como dividida en tres voces principales: presentación de la escena y personajes por parte del narrador (v. 1), acusación Divina (vv. 2-7), aclamación del narrador o de la asamblea (v. 8).
Pero detallando un poco más la acusación divina, vemos una variación en los pronombres que nos lleva a dividirla, a su vez, en tres secciones menores: expone los cargos contra los elohim (vv. 2-4), habla a la audiencia (v. 5) y anuncia la condena (vv. 6-7).
El salmo describe, junto a contadas porciones del AT, una escena que Thompson ha dado en llamar la “Corte celestial”. El tribunal está repleto de gente importante, pero se muestra a Jehová Dios como su presidente, como quien juzga en medio de ellos.
La cuestión es, ¿quién compone esta corte? ¿Quiénes son los elohim? Eso debemos mirar brevemente antes de poder explicar el salmo.
¿Quiénes son los elohim?
Las tres interpretaciones más comunes son: 1) son los jueces y gobernantes de las naciones comisionados por autoridad divina; 2) se refiere literalmente a los dioses de otras naciones; o 3) son ángeles, seres poderosos.
-En favor de la primera interpretación se ha argüido que en Éxodo 21:6, 22:8 y 9 se traduce elohim por “jueces”, lo que es perfectamente admisible a la luz del contexto. ¿Por qué no serlo aquí?
-En favor de la segunda se alude el contraste entre elohim e “hijos del Altísimo” con “hombres” y “príncipes” en los versos 6-7; lo que es poco comprensible si se tratase únicamente de seres humanos comisionados por la autoridad divina.
Por otro lado, se argumenta igualmente que los jueces no eran “dioses”, sino que en virtud de su responsabilidad actuaban y juzgaban en su nombre (cf. 2 Crónicas 19:5).
Mientras que en tiempos tempranos de la historia de Israel parecía una noción común que la heredad de Jehová sólo era Israel (1 Samuel 26:19), y efectivamente había otros dioses encargados de defender la justicia en las demás naciones (p. ej. Salmos 95:3, 97:9, Éxodo 15:11, Deuteronomio 32:8, Jueces 11:24, 2 Reyes 3:27, 2 Reyes 5:17-18). Una interpretación tal le confiere mucho más sentido al desenlace final del salmo en el verso 8.
-En favor de la tercera noción, se podría presentar la curiosa frase “los hijos de Dios” mencionada en otro texto que alude a la “Corte Celestial”, Job 1:6. Otro pasaje digno de consideración sería 1 Reyes 22:19-23, la visión de Micaías.
Ahora bien, ¿cómo resolvemos el enigma?
Thompson brinda una explicación muy convincente acerca de la “Corte Celestial” [ver Alden Thompson, ¿Hay que tenerle miedo al Dios del Antiguo Testamento?, pp. 64-77], donde dilucida que esta imagen es un producto previo a la plena comprensión del conflicto entre el bien y el mal que poseemos a partir del NT.
Es decir, el AT poco tiene para decir acerca de Satanás, salvo algunas menciones. No existe una doctrina formulada del conflicto cósmico allí. Dios probablemente tuvo a bien reservarse este conocimiento debido a la posible amenaza del dualismo, que estaba presente en otras confesiones paganas de la época.
Así que en un principio Dios se adjudicó a sí mismo tanto el bien como el mal que hay en el mundo (Isaías 45:5-7).
En este contexto aparece la figura de la “Corte Celestial” que Dios preside, imagen primitiva que Dios utilizó para mostrar a su pueblo dos poderes llamativamente adversos que pugnan en la dimensión espiritual.
Como bien dice Thompson, mientras que la rebelión de Satanás y sus ángeles es descrita en el NT en términos de un gobierno opositor en el exilio (Apocalipsis 12:7-9), en el AT es mostrada más bien como una cámara de representantes, donde están mezclados los intereses del gobierno central con los de la oposición.
Lo que, por cierto, aclara detalles de los relatos de 1 Reyes 22, Job 1 y Daniel 10.
El asunto es que al no entender bien de qué se trataba, el judaísmo primitivo identificó a estos poderes rivales (pero sometidos a la autoridad divina de cierta manera) con los dioses de otras naciones. Hoy en día comprendemos, en su lugar, que esos dioses no representarían nada más que a los demonios.
En ese sentido, la escena del salmo 82 constituye el inicio de la transición que lleva a Israel a descifrar plenamente que Jehová Dios es en realidad el único Dios que hay; y quien al final heredará todas las naciones para establecer la justicia que nadie más era capaz de brindar (v. 8).
En conclusión, los elohim de los versos 1 y 6 son los miembros de la “Corte Celestial”, que, asumimos, Israel pensaba que eran los dioses de las otras naciones (Deuteronomio 32:8).
Sin embargo, el Nuevo Testamento nos ayuda a comprender que no existe ni existió tal cosa como esta “Corte”. Fue tan sólo una imagen utilizada por Dios para ilustrar el problema del mal, que sería explicado cabalmente en tiempos posteriores.
Explicación del texto
Dios se levanta. La lectura del verso 1 en el texto hebreo parece un juego de palabras. “Dios [elohim] se levanta en la reunión de los dioses [el]; en medio de los dioses [elohim] juzga”.
A la luz de la explicación anterior, comprendemos que en el punto de desarrollo teológico en que el salmo fue escrito, ya se entendía claramente que los miembros de la “reunión de los dioses”, o mejor: “asamblea divina” (BJ 1975), o “Consejo celestial” (BAD 1989), no actuaban al margen de la autoridad de Dios, su presidente; sino bajo su soberanía.
En este primer verso el narrador presenta los personajes e introduce la escena de la asamblea celestial, donde Dios asume su puesto como legítimo gobernante y juez.
Podemos asumir que la sesión ha iniciado, y Dios se levanta para presidir la reunión. ¿El motivo? La cita no es para deliberar acerca de algún asunto en particular, sino que Dios entablará juicio contra su asamblea.
Nuevamente, no debemos suponer que esto verdaderamente sucedió. A la luz de la interpretación posterior vemos esto como un salmo ilustrativo que demuestra la decepción de Dios en cuanto a la justicia humana, su apelación al buen ejercicio de la misma, y la seguridad de la victoria final del juez por sobre los sistemas viciados del mundo.
En la reflexión cristiana es más útil, quizá, reinterpretar el salmo como haciendo referencia a los poderes de este mundo, que, aunque su autoridad les ha sido dada de arriba (Juan 19:11, Romanos 13:1-2), han fallado a su responsabilidad pervirtiendo el derecho. Y de la misma forma puede ser aplicado a cualquier institución religiosa.
¿Hasta cuándo? El gran juez, juez de los jueces, abre su alocución con un fuerte reproche en forma de una pregunta retórica introducida por aquella fórmula característica del libro de los salmos: “¿Hasta cuándo?”.
Ya no es protagonizada por un fiel que clama a Jehová, sino que en labios de Dios mismo se eleva como una dura amonestación a los jueces, expresando de forma implícita que su paciencia está llegando al colmo al ver tanta maldad e injusticia.
Les reclama, en primer lugar, por haber juzgado injustamente, y en segunda instancia por haber favorecido a los impíos en lugar de actuar con integridad. Ambos reclamos se hacen eco de instrucciones como las de Levítico 19:15, Deuteronomio 1:16-17, 16.19, 2 Crónicas 19:5-6.
Fallar al orden judicial estipulado en tales mandatos ocasionó en otro tiempo estados de anarquía (p. ej. 1 Samuel 8:3, Proverbios 29:12), por lo que Dios envió reprimendas a Israel sobre esto en muchas ocasiones (Isaías 1:17, 3:13-15, jeremías 21:12, Amós 5:12, 15, Miqueas 7:3, Zacarías 8:9-10).
La injusticia genera más injusticia, pues, ¿qué otra cosa se puede esperar cuando el mal es recompensado mientras que es castigado el bien? Cuando los jueces juzgan injustamente, los principios morales y estables sobre los cuales descansa el buen convivir de una sociedad tiemblan y tambalean (v. 5).
Y Dios, Juez del mundo, es el primero que debe defender estos intereses.
Lamentablemente, son muchos los que en lugar de vindicar la justicia, de amparar a los grupos marginados y más perjudicados contra los abusos de las clases superiores, se dejan llevar por los intereses mundanales y económicos.
Todo aquel que tuerce el derecho puede ver dirigido a sí mismo este reclamo de Dios. Él es el Juez supremo, y todo aquel que procede injustamente tendrá que darle cuentas.
Defended, haced justicia. Luego de la pregunta inicial, es como si el Juez les leyera la «constitución» del reino. Compara su proceder injusto con lo que debieran estar haciendo, y les amonesta a escoger el camino de la justicia.
Desde un principio Dios se preocupó sobremanera por los intereses de las clases más oprimidas. Bien sabía él que la humanidad sería elevada a la par que aprendiesen a velar y cuidar de esas personas, afligidas, solas e incapaces de recompensar a sus ayudadores.
Por otro lado, la tendencia del corazón egoísta y cargado de pecado sería aprovecharse de ellos y menospreciarles. Destruyendo así el don más preciado que todos poseemos: la imagen de Dios en nosotros; y por ende la igualdad delante de sus ojos.
El trato social hacia estos grupos mejoraría en igual grado que la fe. Y cuanto más injusto fuese, de la misma manera la fe se vería perjudicada.
El corazón humano dice: saca ganancia de todo lo que puedas, pisotea a los que están debajo de ti, exprime a los pobres y débiles, nadie más interesa a parte de tus propios intereses.
Pero la constitución del reino de Dios dice: “Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso, librad al afligido y al necesitado; ¡libradlo de manos de los impíos!”.
¿Ya estás viendo la conexión con nuestra historia? En el examen de la justicia que Dios solicita, todos estaban absolutamente reprobados. Y nosotros hoy probablemente no seamos la excepción.
Si cumplimos con la constitución divina, veremos la gran bendición de ayudar antes que pensar en nosotros mismos. Hacer justicia muchas veces requerirá desprenderse del yo, pero este sacrificio es muy pequeño al lado de la cruz y la eternidad.
No saben, andan en tinieblas. Sean éstas palabras del Juez o del narrador, está claro que hablan en tercera persona de la condición de los jueces o dioses. “Saber” y “entender” a menudo aparecen en la Biblia en contextos judiciales (Job 32:9, 34:19, 1 Reyes 3:9), refiriéndose a la facultad de discernir y juzgar rectamente.
Lo mismo puede decirse de “andan en tinieblas”. Isaías 59:9 dice “Por esto se alejó de nosotros la justicia y no nos alcanzó la rectitud; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad”.
Son paralelas la luz y la justicia, mientras que las tinieblas son sinónimo de injusticia y pecado (tb. Proverbios 2:13). Esa es la condición que reina cuando los que deben defender la justicia se desvían por el sendero equivocado. No hay criterio, no hay sabiduría, se anda como en tinieblas, los cimientos del reino se tambalean (Salmos 11:3).
Como hombres moriréis. Después de la reflexión del autor ‒o de Dios‒, y tras haber presentado los cargos con las consecuencias que imperan, sigue la condena.
Ciertamente Dios les había concedido autoridad, por eso “Yo dije: Vosotros sois dioses y todos vosotros hijos del Altísimo” (v. 6), pero esa autoridad estaba subordinada al leal cumplimiento de todos los principios de justicia establecidos en la «constitución real». En base a ellos han sido pesados en balanza y hallados faltos.
Por lo tanto, aunque se adjudiquen a sí mismos el tener potestad divina (v. 6, Ezequiel 28:9), tal como Satanás le sugirió a la mujer al principio (Génesis 3:4), su destino será morir como cualquier hombre (Salmos 49:12).
La moraleja es: no importa qué tan grande creas ser, si fallas al examen de la justicia serás reprobado.
¡Juzga la tierra! Tras la sentencia de los elohim, es la audiencia la que cierra el contenido del salmo con una aclamación. Una aclamación que es anticipada desde el primer versículo, cuando Dios se levanta en la “Corte Celestial”.
“¡Levántate, Dios, juzga la tierra, porque tú heredarás todas las naciones!” (v. 8).
Siendo que los dioses de las naciones, los jueces, los reyes, las autoridades mundanales, y aún algunos líderes religiosos, todos son hallados faltos en relación a la norma divina y su destino es la muerte; la audiencia anticipa el momento cuando Dios traerá plena justicia al mundo entero. De hecho, Se implora al Señor que rompa el silencio y reclame su herencia. “¡Levántate, Dios!”
Ya no estarán las naciones bajo el dominio del mal, ni bajo la dirección de gobernantes imperfectos y egoístas; todas serán posesión de Jehová (Apocalipsis 11:15). Y con un Rey como él, ¡no habrá nadie que aplace el examen!